Es difícil viajar a Islandia y no contemplar el Mýrdalsjökull, el cuarto glaciar más extenso de la isla, con 596 km². Cualquiera que recorra la Ring Road, aunque simplemente viaje desde Reikiavik a Dyrhólaey o Reynisfjara, podrá disfrutar de su majestuosa estampa, dominando el paisaje hacia el interior. Siempre que la niebla no lo impida. Pero hay otra ruta, mucho menos transitada, que rodea el glaciar por el norte. Una ruta complicada, tan solo abierta durante los meses del corto verano islandés, que avanza sobre pistas sin asfaltar y ríos sin puentes, recorriendo el sur de Fjallabak, una de las regiones mas deslumbrantes de Islandia. Una ruta de casi cien kilómetros, con el aliciente adicional de pasar a los pies del Mælifell, para muchos la montaña más hermosa de la isla.

Preparando la ruta.

En el norte de la F232

En el norte de la F232.

No recuerdo cómo surgió la idea de bordear el Mýrdalsjökull por el norte. Quizá fue al principio de la pandemia, cuando mataba los largos días de cuarentena soñando despierto con los grandes espacios abiertos de Islandia, mientras estudiaba con detalle las posibles rutas para un hipotético viaje en el verano de 2020. Aunque finalmente logramos viajar a Islandia, aquel año no nos sentimos capaces de adentrarnos en una zona con fama de complicada. Nos pareció suficiente comenzar a familiarizarnos con las Tierras Altas, principalmente recorriendo la carretera de Kjölur, con la idea de tomar experiencia para planificar un viaje más ambicioso de cara al siguiente verano.

El Öldufell desde la F232

El Öldufell desde la F232.

Planificación que no fue sencilla. Es muy difícil encontrar información fiable sobre las Tierras Altas de Islandia. En parte, es consecuencia de la propia naturaleza cambiante del lugar. Una pista que hoy está en perfecto estado, mañana puede haberse convertido en un barrizal intransitable. O un río tranquilo, sencillo de vadear, puede tornarse en apenas unas horas en un devorador de vehículos. Esa incertidumbre forma parte del encanto de la región más indómita de una isla salvaje.

Río Markarfljót desde la F261

Río Markarfljót desde la F261.

Pero existen otros factores que dificultan informarse sobre la zona. Hay toda una industria montada en torno a las excursiones por sus pistas en grupos organizados. Excursiones que, en un país de por sí caro, pueden alcanzar precios estratosféricos. En consecuencia, los que realmente conocen la región, guardan celosamente una información privilegiada, a la vez que procuran desanimar a todo el que intenta penetrar por libre en sus dominios. En cuanto se me ocurrió preguntar en las redes por la ruta, recibí una avalancha de respuestas advirtiéndome de mi imprudencia y temeridad. Esto se complementa con un cierto sentido «épico» que acaban adquiriendo los recorridos por la zona. Por ejemplo, en YouTube abundan los videos sobre cruces de ríos en condiciones difíciles, mientras es raro ver los mismos ríos cuando se vadean sin problemas.

Confluencia entre Laugavegur y la F261

Confluencia entre Laugavegur y la F261.

Finalmente, logré dar con algunas páginas útiles. También compré un par de libros, centrados en rutas por las Tierras Altas. Dejo los vínculos al final de la entrada. Aunque complicada, la ruta podía ser realizable. Todo dependería de las condiciones meteorológicas, tanto de los días previos como de la propia jornada en que lo intentásemos. El otro factor determinante sería el coche de alquiler. Me habría gustado ir con un vehículo más robusto, pero nos tuvimos que conformar con un Subaru Forester. Nuestro presupuesto no daba para más.

Avanzando hacia el este por la 261

Avanzando hacia el este por la 261.

En cualquier caso, como es recomendable hacer en Islandia, trazamos dos planes. El primero era dejar la Ring Road en Hvolsvöllur y avanzar por la 261, que más tarde se convierte en la F261. Al final de ésta, tomaríamos la F210 hacia el este, hasta el cruce con la F232, que nos llevaría hacia el sur, devolviéndonos a la civilización en la carretera 209, cerca del río Kúðafljót. Desde allí, tan solo restaría un breve recorrido por la Ring Road hasta nuestro destino, en Kirkjubæjarklaustur. Aunque la ruta tenía varios puntos complicados, el crítico era el vado del Bláfjallakvísl, al final de la F261. Si no lográbamos cruzarlo, nos limitaríamos a dar media vuelta y llegar hasta el hotel por la Ring Road, para intentar aproximarnos al Mælifell al día siguiente desde el sur, recorriendo la F232. Nuestro plan B.

En la F261 (Emstruleið).

Ovejas junto a la F261

Ovejas junto a la F261.

Tras repostar y tomar un café en la N1 de Hvolsvöllur, poco después de las diez nos desviábamos por la 261, bajo un cielo que, pese a sus abundantes nubes, no daba señales de lluvia. El asfalto se acabó apenas unos metros después de dejar a nuestra izquierda la curiosa Gluggafoss, cerca del cruce con la 250. Un poco más allá, en el desvío que lleva a la granja de Fljótsdalur, comenzaba la carretera de montaña, también conocida como Emstruleið. Personalmente, iba completamente convencido de que no lograríamos atravesar el Bláfjallakvísl. Una señal de peligro, con el rótulo IMPASSABLE debajo, no hizo más que reforzar mi presunción. No se si la cara de escepticismo con la que nos observaban tres ovejas, mientras nos adentrábamos hacia el este, era real o simplemente fruto de mi autosugestión.

El Eyjafjallajökull desde la F261

El Eyjafjallajökull desde la F261.

Realizable o no, la ruta era impresionante. Avanzábamos por el valle del Markarfljót, con el Eyjafjallajökull a nuestra derecha. Sus verdes laderas, por las que se desplomaban varias cascadas, contrastaban con la hierba reseca del valle. Tan solo podíamos ver la parte inferior del glaciar que corona el volcán. Un manto de nubes, cada vez más espeso, cubría su cima. La completa soledad que nos rodeaba ayudaba a realzar la grandeza del paisaje.

La F261 junto al Markarfljót

La F261 junto al Markarfljót.

El valle se iba estrechando según nos acercábamos a Þórsmörk. Al frente, podíamos ver con claridad las lenguas glaciares que descienden por el oeste del Mýrdalsjökull. El gran glaciar, con su cima cubierta de nubes, bloqueaba el paso hacia el este. Mientras, la pista se aproximaba al río, avanzando entre éste y unos riscos, en un tramo con aspecto de haber sido rellenado artificialmente. Al mes siguiente, en una crecida, el Markarfljót reclamaría sus antiguos dominios, cortando la pista para lo poco que quedaba de temporada.

Einhyrningur y el Eyjafjallajökull

Einhyrningur y el Eyjafjallajökull.

Desde allí, la ruta se alejaba del río, a la vez que comenzaba a tomar altura. Poco después del mediodía llegábamos a uno de sus puntos emblemáticos: Einhyrningur. La llamativa montaña, popularmente conocida como «el Unicornio», es todo lo que queda de un antiguo volcán. Como si quisiera recrearse con su extraña silueta, la F261 describía un amplio arco en torno a la montaña, mientras seguía elevándose.

Einhyrningur y la F261

Einhyrningur y la F261.

Nosotros tampoco pudimos resistirnos a los encantos de Einhyrningur y acabamos haciendo un par de paradas. A la cambiante silueta de la extraña montaña, de apenas 651 metros de altura, se unía el impresionante telón de fondo que, según avanzábamos, pasó del Eyjafjallajökull al Mýrdalsjökull.

El Mýrdalsjökull desde la F261

El Mýrdalsjökull desde la F261.

La vista hacia el este no se quedaba atrás. Más allá del Markarfljót, apenas visible entre orillas cada vez más escarpadas, podíamos ver por primera vez las grandes lenguas glaciares del flanco norte del Mýrdalsjökull. Pese a que el sol todavía lograba acariciar algunas laderas, el cielo estaba cada vez más encapotado. La posibilidad de que acabase lloviendo se convirtió en una preocupación adicional.

El sur de Fjallabak

El sur de Fjallabak.

A pesar de lo cual, apenas avanzamos unos cuantos metros antes de detenernos nuevamente. Tras coronar una loma, finalmente teníamos a la vista buena parte del sur de Fjallabak. Pese a estar a finales del verano, el terreno iba volviéndose más verde según tomábamos altura. El Markarfljót seguía zigzagueando por el paisaje, cada vez más encajonado entre abruptas laderas. Y, tras un par de horas sin ver otro vehículo, podíamos oír el ruido de un motor acercándose. Alguien venía en dirección contraria, subiendo por lo que parecía ser una empinada ladera.

Markarfljótsgljúfur

Markarfljótsgljúfur.

Pendiente que, por supuesto, tuvimos que bajar nosotros, hasta llegar de nuevo a las proximidades del Markarfljót. Allí hicimos una nueva pausa, junto al lugar en que el río se adentra en el Markarfljótsgljúfur. Se piensa que el cañón se formó hace tan solo un par de milenios, en un gran jökulhlaup originado por una erupción del Katla. El resultado fue una estrecha garganta, de 200 metros de profundidad y 4 kilómetros de longitud.

Cascada en el Bláfjallakvísl

Cascada en el Bláfjallakvísl.

Aguas arriba, el río se precipitaba en el cañón por una cascada cuyo nombre no logré averiguar. Más allá, podíamos ver uno de los dos únicos puentes que permiten atravesarlo. El otro es el de la Ring Road, cerca de su desembocadura. Observando su caudal, no pude evitar preguntarme cómo sería posible vadear ese río antes de la construcción del puente. En cualquier caso, era casi la una y aun estábamos a 14 kilómetros del Bláfjallakvísl. No podíamos dormirnos.

Entre en Markarfljót y el Bláfjallakvísl

Entre en Markarfljót y el Bláfjallakvísl.

Tras cruzar el puente y superar un repecho, el entorno volvió a cambiar. Avanzábamos por una llanura pedregosa, en la que a duras penas crecía alguna vegetación. Tan solo las montañas, en las que comenzaban a aparecer retazos de nieve, estaban parcialmente cubiertas por una delgada cubierta vegetal. El paisaje era cada vez más irreal. Mientras, la pista había mejorado. El firme seguía siendo irregular, pero el trazado era mucho menos sinuoso. A nuestra derecha podíamos ver varios excursionistas andando por la llanura. Era la señal inequívoca de que estábamos confluyendo con Laugavegur, quizá la ruta de senderismo más popular de Islandia.

El vado del Bláfjallakvísl.

Llegando al vado del Bláfjallakvísl

Llegando al vado del Bláfjallakvísl.

Finalmente, al filo de las dos de la tarde llegábamos al Bláfjallakvísl, donde nos recibió un cartel advirtiendo del vado. Detuvimos el coche en un lateral y bajamos a estudiar la situación y ver cómo cruzaban otros. El río parecía mucho menos intimidante que en alguno de los videos que había estudiado previamente. Hasta tal punto, que muchos de los excursionistas, en lugar de desviarse aguas arriba hacia la zona por la que suelen vadear los peatones, cruzaban directamente junto a los vehículos. El relativo trajín, tras varias horas prácticamente solos, resultaba llamativo, a la vez que restaba dramatismo al lugar. Nos animamos a atravesar el río.

Una vez vimos vadear a tres coches y varios excursionistas, decidimos que había llegado nuestro turno. Además, un chico que acababa de cruzar andando en sentido contrario nos dio alguna indicación sobre el lecho del río. Nos lanzamos y . . . en menos de un minuto estábamos en la otra orilla. La primera sensación fue una mezcla de triunfo y alivio. A la que pronto se unió una cierta preocupación. En cierto modo, habíamos cruzado nuestro Rubicón. El día era cada vez más gris y nos quedaban al menos otros dos vados que podían ser complicados. Si acababa lloviendo y no éramos capaces de seguir, podíamos quedarnos atrapados en las Tierras Altas.

En la F210 (Fjallabaksleið syðri).

Puente sobre el Kaldaklofskvísl

Puente sobre el Kaldaklofskvísl.

De todos modos, no pude evitar el impulso de hacer un brevísimo desvío por la F210 en sentido norte. Sabía que, en tan solo unos metros, había otro vado complicado, que no tenía sentido atravesar. Pero me pudo la curiosidad. Aparcamos junto al Kaldaklofskvísl. Más allá del vado apenas se veía la pista, que desaparecía enseguida zigzagueando entre las montañas. Por contra, nos llamó la atención el curioso puente peatonal, construido en 1985, así como el gran número de excursionistas que recorría Laugavegur.

Regresando a la F210

Regresando a la F210.

Retomamos nuestra ruta hacia el este. La pista avanzaba cerca del Kaldaklofskvísl, por un terreno de lava dura en el que apenas había rodadas con las que guiarse. Es un tramo en el que resulta relativamente sencillo salirse de la ruta y nosotros nos salimos. Por fortuna, fueron unos pocos metros y apenas tardamos unos segundos en reincorporarnos a su trazado.

El Mýrdalsjökull desde la F210

El Mýrdalsjökull desde la F210.

En cualquier caso, el paisaje seguía siendo fascinante. En otro de los clásicos giros de la voluble meteorología de Islandia, el día estaba nuevamente mejorando. A nuestra derecha, mas allá de una llanura en la que se alternaban campos de lava, praderas y flores, era claramente visible la gran masa helada del Mýrdalsjökull. Bajo el glaciar duerme el Katla, uno de los volcanes más temidos de Islandia, con una altitud máxima de 1.512 metros y una caldera de 10 kilómetros de diámetro. Su ultima gran erupción, en 1918, creo un jökulhlaup que hizo avanzar la costa de Islandia varios kilómetros hacia el sur.

Mælifellssandur

Mælifellssandur.

En unos minutos, llegamos a otro de los puntos complicados de nuestro itinerario: Mælifellssandur. La llanura de arena, a unos 600 metros de altitud, era completamente irreal. Tiene fama de ser difícil de atravesar con lluvia o después del deshielo, cuando es posible encontrarla completamente inundada. Pero aquel día estaba seca. Conducir por la pista, recta como una flecha, en medio de un paisaje tan impresionante, era una auténtica delicia.

Entre el Brennivinskvisl y el Mælifell

Entre el Brennivinskvisl y el Mælifell.

Poco antes de las tres, estábamos frente al Brennivinskvisl. A priori, su doble vado podía ser otro de los escollos de la ruta. Pero encontramos el río convertido en un arroyo, que atravesamos sin problemas. Ni me molesté en bajar del coche para estudiar el vado. Y allí, justo al lado de la pista, estaba el que nos habíamos marcado como objetivo principal del día. Habíamos llegado al Mælifell. Un antiguo volcán que, pese a elevarse tan solo 200 metros sobre la llanura circundante, es una de las estampas emblemáticas de Islandia. Pero estábamos tan cerca que no cabía en el encuadre de la cámara. Decidimos seguir adelante y detenernos al este, donde tendríamos la luz a nuestra espalda y el Mýrdalsjökull como telón de fondo.

El Mælifell desde el este

El Mælifell desde el este.

La llanura al otro lado del Mælifell resultó algo más complicada. Aunque también estaba seca, había tramos con restos de humedad y otros con profundos surcos creados por el agua. Había que ir con cierta precaución. Nos detuvimos tras avanzar un par de kilómetros. El paisaje, con el monte destacando contra las nieves perpetuas del Mýrdalsjökull, era tan hermoso como extraño. Cumplido nuestro principal objetivo del día, era un buen momento para relajarnos y volar el dron.

A vista de pájaro, el panorama era si cabe más impresionante. La llanura grisácea, la pirámide verde del Mælifell y la superficie helada del Mýrdalsjökull formaban un conjunto de una belleza increíblemente salvaje. Por si el entorno no fuera suficientemente atractivo, pude observar que algo se acercaba desde el este. Extrañado, decidí acercar el dron a investigar. Resultó ser una manada de caballos, que se cruzó con nosotros mientras era trasladada a través de la F210. Fue un momento tan inesperado como hermoso.

En la F232 (Öldufellsleið).

El cruce entre la F210 y la F232

El cruce entre la F210 y la F232.

Reemprendimos la marcha hacia el este. Poco después, llegábamos a la intersección con la F232, una pista también conocida como Öldufellsleið. En principio, habíamos contemplado la posibilidad de seguir por la F210 hasta el río Hólmsá. La idea era curiosear y después retroceder nuevamente hasta el cruce, ya que no pensábamos atravesar uno de los vados con peor fama del sur de Islandia. Pero íbamos algo retrasados y aun nos quedaba al menos un río por vadear. Parecía más prudente continuar directamente hacia el sur.

El otro Bláfjallakvísl

El otro Bláfjallakvísl.

Al poco de desviarnos por la F232, el paisaje cambió bruscamente. La interminable llanura de arena se convirtió en un terreno sinuoso, por el que la pista zigzagueaba continuamente, saltando entre las colinas y esquivando extrañas formaciones de lava. Tras coronar un repecho, nos encontramos frente a un paisaje todavía más irreal. Casi parecía el decorado de una película ambientada en un planeta alienígena. Un río, flanqueado por vegetación de un extraño tono verdoso, serpenteaba entre las grises laderas de material volcánico. Era el «otro» Bláfjallakvísl. Un río que, pese a compartir nombre con el que habíamos vadeado unas horas atrás, no guarda mayor relación con éste.

Monte Öldufell

Monte Öldufell.

Al otro lado de la pista, era el monte Öldufell el que dominaba el paisaje. Más allá de la pedregosa llanura, un tímido claro entre las nubes iluminaba su verde ladera, realzando tanto sus intensos tonos como sus intrincados pliegues. Al fondo, las nieves perpetuas del Mýrdalsjökull enmarcaban la escena. Como tantas veces en Islandia, la irreal belleza del paisaje, la soledad y la sensación de estar en un lugar remoto, se combinaban para crear una increíble sensación de plenitud y comunión con la naturaleza. Una versión subártica y al aire libre del síndrome de Stendhal.

Bláfjallafoss

Bláfjallafoss.

Pasadas las cuatro de la tarde, llegábamos al vado de Bláfjallafoss. Antes de cruzarlo, decidimos hacer una pausa en el aparcamiento que hay en el lado septentrional del río, a los pies de la cascada. Haríamos unas fotos, estiraríamos las piernas y estudiaríamos el terreno. Tras otro buen rato sin encontrarnos con otro ser humano, nos llamó la atención coincidir con un grupo de fotógrafos. Resultó ser uno de los numerosos talleres de fotografía que suelen recorrer Islandia en cualquier época del año. En cualquier caso, unos minutos más tarde siguieron rumbo al Mælifell, dejándonos de nuevo en la más absoluta soledad.

Explorando el Bláfjallakvísl

Explorando el Bláfjallakvísl.

El vado no parecía muy profundo, pero el cauce del río estaba lleno de piedras, que podían dañar los bajos del coche. Tras la marcha de los fotógrafos, era evidente que podían pasar horas hasta que viniera otro coche por la misma ruta. Si es que pasaba alguien en lo que quedaba de día. Decidí pecar de prudente, me calcé las botas impermeables y crucé el río andando. Fue la primera y última vez que tuve que hacerlo durante nuestra larga travesía por las Tierras Altas.

Tras estudiar el fondo de rocas, el vado no parecía tan complicado. Simplemente había que atravesarlo dando un pequeño rodeo aguas arriba, esquivando unos pedruscos que se interponían en el camino más directo. Había visto algún video en YouTube de vehículos vadeando sobre Bláfjallafoss y nos pareció divertido emularlos. Buscando cierta originalidad, se nos ocurrió hacer una toma cenital. Quedó curiosa, pero creo que habría sido más interesante una toma lateral, que mostrara el coche avanzando sobre la cascada.

Al sur de Bláfjallafoss

Al sur de Bláfjallafoss.

Más allá del vado, volvimos a parar para recuperar el dron. Habíamos superado el último punto complicado de la ruta. Nos quedaban otros 25 kilómetros hasta el cruce con la 209, en los que había un par de vados, pero éstos no eran difíciles y la pista, según descendiera hacia la llanura costera, tan solo podía ir a mejor. Al igual que el año anterior, cuando llegamos al final de la ruta de Kjölur, los sentimientos se agolparon en mi cabeza. Solo que esta vez estaban amplificados por el reto superado. Por primera vez, habíamos logrado atravesar una ruta de las Tierras Altas con cierto grado de complejidad. Además, la jornada tan solo era la primera de un itinerario de tres días, que debía llevarnos a través del salvaje corazón de Islandia hasta el norte de la isla.

El Mýrdalsjökull desde la F232

El Mýrdalsjökull desde la F232.

Pero comenzaba el atardecer y aún estábamos en las Tierras Altas. Teníamos que llegar al hotel en Kirkjubæjarklaustur. Emprendimos el camino hacia el sur, siempre con el Mýrdalsjökull a nuestra derecha. Habíamos oido que una pista sin señalizar llevaba a las proximidades del glaciar, pero no pudimos dar con ella. En el fondo, no nos importó. Estábamos hambrientos y cansados, tras una jornada tan larga como fructífera.

Leirárfoss

Leirárfoss.

A las seis y media, llegábamos a la civilización, en forma de un precario puente sobre uno de los afluentes del Holmsá. Aún nos quedaban unos cuantos lugares de interés, según la pista se iba acercando al cauce del Holmsá, como Hólmsárfoss, en el mismo río, o Leirárfoss, en uno de sus afluentes. Pero el hambre nos podía y apenas hicimos alguna breve pausa. Cuarenta y cinco minutos después, estábamos en nuestra habitación del hotel Laki. Durante la cena, el sentimiento de satisfacción por el reto superado era superior al cansancio acumulado por las largas horas de conducción en condiciones cuando menos complicadas. Pero aún teníamos por delante otros dos días en las Tierras Altas, recorriendo las carreteras de montaña F208 y F26, hasta llegar al norte de la isla. ¿Seríamos capaces de completar el resto de nuestra ruta con la misma fortuna?

Para ampliar la información:

Quien se vaya a adentrar en las Tierras Altas de Islandia por primera vez, puede encontrar información útil sobre la conducción por la zona en otra entrada de este mismo blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-las-tierras-altas/.

En https://depuertoenpuerto.com/dieciseis-dias-en-islandia/ se puede ver nuestro itinerario completo de 16 días por Islandia.

En inglés, imprescindible visitar https://safetravel.is, tanto para averiguar el estado de las carreteras de montaña, como las alertas meteorológicas o dejar un plan de viaje. Nunca te adentres en las Tierras Altas sin consultar previamente esta página.

También es interesante visitar https://www.road.is/travel-info/condition-and-opening-of-mountain-roads/, donde podemos averiguar las fechas de apertura de las carreteras de montaña.

La oficina meteorológica de Islandia tiene su web en https://en.vedur.is.

Quien esté interesado en averiguar lo distinto que puede ser vadear un río en las Tierras Altas, debería visitar https://www.smartrippers.com/en/article/fright-in-iceland-the-dangerous-crossing-of-the-blafjallakvisl-f261. Además, la página contiene información sobre la F261.

La misma web tiene una entrada sobre la F210, describiendo el itinerario completo, más allá del segmento que recorrimos nosotros: https://www.smartrippers.com/en/article/f210-one-of-the-most-beautiful-tracks-in-iceland.

También puede ser interesante visitar Globotreks: https://www.globotreks.com/destinations/iceland/getting-to-mt-maelifell-my-most-beautiful-and-adventurous-drive-to-date/. Por cierto, la foto de cabecera muestra el doble vado del Brennivinskvisl.

De la F232 es más complicado encontrar información. Ni siquiera aparece en los mapas de Google, que en cualquier caso no son en absoluto recomendables para recorrer la zona. Hay una breve reseña en la página de Epic Iceland con información de la mayor parte de las carreteras de montaña de Islandia: https://epiciceland.net/list-f-roads-iceland/#F232_8211_Oldufellsleid.

Respecto a los libros, Trackbook Iceland es muy recomendable para cualquiera que recorra el interior de Islandia: https://www.amazon.es/Trackbook-Iceland-58-Highland-Adventures/. Se limita a describir buena parte de las carreteras de montaña, con indicaciones prácticas para la conducción. Un rutómetro en papel de los de toda la vida.Off the Beaten Track in Iceland es más parecido a una guía turística. Aunque comienza a estar desactualizado, sigue teniendo interés: https://www.amazon.es/Off-Beaten-Track-Iceland-2012/.