El promontorio de Dyrhólaey, en el sur de Islandia, es una de mis visitas recurrentes en la isla. Siempre que atravieso el tramo cercano de la Ring Road, aprovecho para detenerme en, al menos, uno de sus dos aparcamientos. Si voy con tiempo y el día es propicio, incluso visito ambos. Dyrhólaey es una buena muestra de lo que puede ser la Tierra de Hielo. Un lugar fascinantemente hermoso, anodino, insufrible o una extraña combinación entre varias de estas circunstancias. Además, como el resto de la isla, la transición entre cualquiera de sus estados puede ser asombrosamente rápida.

Reynisfjara desde Dyrhólaey

Reynisfjara desde Dyrhólaey en el invierno de 2019.

Tengo un par de fotos que lo muestran perfectamente. La primera, sacada durante nuestra primera visita al lugar, no es más que un rectángulo gris. Recuerdo que la hice mientras decía en voz alta «y aquí está la vista más hermosa de Islandia». Tras realizar el esfuerzo de llegar desde Reikiavik, en un larga jornada veraniega, nos dimos de bruces con una de las nieblas más espesas que he visto jamás. La segunda es de mi primer viaje invernal a Islandia, en febrero de 2019. Llegué a Dyrhólaey en un atardecer arrebatadoramente hermoso. A pesar de no tener una cámara decente y de ser todavía más inexperto que ahora haciendo fotografías, logré una que, sin ser excepcional, me sirve para evocar la sublime belleza y serenidad de aquel momento. En el fondo, creo que sigo regresando una y otra vez con la esperanza de repetirlo.

En Víkurfjara

En Víkurfjara.

El penúltimo día de mi tercer viaje invernal a Islandia parecía una ocasión propicia. Salí de Kirkjubæjarklaustur en el amanecer de una mañana espléndida. El sol intentaba romper hacia el sureste, el viento era inexistente y las carreteras estaban limpias de nieve. Me permití el lujo de dar un rodeo por la 204 y volar el dron un par de veces, la última sobre el Múlakvísl. En línea recta, apenas 14 kilómetros al este de Dyrhólaey. El día comenzó a torcerse media hora más tarde, mientras paseaba por Víkurfjara, a tan solo 6 kilómetros de Dyrhólaeyjarviti.

Dyrhólaos

Dyrhólaos.

En cualquier caso, mantuve el plan inicial. Casi una hora después del mediodía, atravesaba la barra arenosa que une Dyrhólaey con el resto de Islandia. Contemplando un paisaje que guardaba poca relación con el de mi primera visita invernal. Tan solo se mantenía la superficie helada de Dyrhólaos. Más allá de la laguna, la majestuosa estampa del Mýrdalsjökull había sido sustituida por un impenetrable manto grisáceo.

Nieva en Dyrhólaeyjarviti

Nieva en Dyrhólaeyjarviti.

Mi idea inicial era ir al aparcamiento inferior. El mas cercano a Reynisfjara. Hasta que, según llegaba al desvío que lleva al faro, observé que la antigua pista había sido reemplazada por una carretera. Seguía con el mismo trazado lleno de curvas, pero los baches habían sido sustituidos por un impecable asfalto. Intrigado, cambié de rumbo sobre la marcha. Unos minutos más tarde, aparcaba frente a Dyrhólaeyjarviti. Según bajaba del coche, no pude evitar preguntarme si no habría sido un error subir a Háey, la «Isla Alta», como se denomina la parte occidental y más elevada del promontorio. Cada vez nevaba más, la visibilidad era nefasta y comenzaba a levantarse viento. Pero, ya que estaba allí, decidí dar un paseo.

Dyrhólafjara desde los acantilados de Dyrhólaey

Dyrhólafjara desde los acantilados de Dyrhólaey.

Decisión que fue todo un acierto. El día era deplorable, pero las mismas condiciones atmosféricas que lo complicaban daban a Dyrhólaey una fuerza salvaje que jamás había podido disfrutar en el lugar. La nieve, el viento, el frío, el extraño paisaje . . . Para crear esa extraña sensación de plenitud, de comunión con la naturaleza, tan común en Islandia, tan solo me faltó la soledad. Pues, contra todo pronóstico, había media docena de coches en el aparcamiento del faro. En Islandia, el asfalto es a los turistas lo que la miel a las abejas.

Tóin entre la nieve

Tóin entre la nieve.

Me acerqué al acantilado que hay frente a Tóin. El extremo meridional de Dyrhólaey y, hasta principios del siglo XX, de toda Islandia. En 1918 cedió el lugar a Kötlutangi. De no repetirse otro gran jökulhlaup, en unas décadas Tóin recuperará su primacía. El promontorio, que antiguamente se conocía como cabo Portland, está horadado por un par de grandes arcos, aunque la mala visibilidad y la marea me impedían ver el menor de ellos. Dicen que en 1993 un piloto se atrevió a atravesar el mayor con su avioneta. Más recientemente, se han producido un par de desprendimientos en sus acantilados, por lo que el camino que los bordeaba está actualmente cortado.

Sobre Kirkjufjara

Sobre Kirkjufjara.

Seguí caminando hacia el este, recorriendo la senda que une Háey con Lágey, la «Isla Baja». No llegué muy lejos. El viento y la nieve arreciaban. Apenas era capaz de ver Kirkjufjara, la pequeña playa que se refugia al sur de los acantilados. Más allá de la mala visibilidad, la marea había reducido la franja de negra arena a su mínima expresión. En esas condiciones, no tenía sentido intentar llegar al mirador sobre Reynisfjara.

Regresando a Dyrhólaeyjarviti

Regresando a Dyrhólaeyjarviti.

El día seguía empeorando por momentos. Según daba media vuelta, me encontré con que el faro de Dyrhólaey prácticamente había desaparecido. Tan solo era una tenue silueta, difuminada por los copos de nieve. Los elementos me habían derrotado, aunque no era el único. Por delante, dos grupos de personas avanzaban hacia Dyrhólaeyjarviti, recorriendo un sendero que cada vez era más blanco.

Dyrhólafjara entre la nieve

Dyrhólafjara entre la nieve.

Tóin también se había convertido en una sombra, velada por un temporal cada vez más intenso. Cuando regresé a los acantilados del extremo occidental del promontorio, tan solo podía adivinar el primer tramo de Dyrhólafjara, la enorme playa que se extiende hacia el oeste. Una playa que, por cierto, jamás he logrado ver en toda su extensión.

Nieva sobre Háey

Nieva sobre Háey.

La nevada arreciaba cada vez más. Hasta tal punto que, desde el borde del acantilado, resultaba complicado ver la silueta de los riscos que hay unos metros más allá. Aunque la carretera estaba recién asfaltada, seguía teniendo una pendiente pronunciada, que a esas alturas estaría completamente oculta bajo la nieve. Apenas llevaba una hora en Dyrhólaey, pero parecía razonable regresar hacia la relativa seguridad de la Ring Road. El mirador oriental tendría que esperar otra ocasión más propicia. No había logrado ninguna buena foto. En realidad, apenas logré entrever el espectacular paisaje. Tampoco me importó. A cambio, pude disfrutar de un entorno cuya rabiosa dureza lo hacía increíblemente atractivo.

Para ampliar la información.

Mi primera visita invernal a la zona está en https://depuertoenpuerto.com/reynisfjara/.

La segunda, que hice en verano, fue la más larga de todas. Puede verse en https://depuertoenpuerto.com/dyrholaey/.

Repetí la visita invernal en febrero de 2022: https://depuertoenpuerto.com/atardecer-invernal-en-dyrholaey/.

En Sombras de Tinta se puede encontrar una buena reseña: http://sombrasdetinta.blogspot.com/2018/10/dyrholaey-una-visita-extraordinaria.html.

En inglés, Guide to Iceland tiene un par de posts sobre Dyrhólaey en https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/dyrholaeyhttps://guidetoiceland.is/connect-with-locals/jorunnsg/dyrholaey-the-arch-with-the-hole.

Dyrhólaey forma parte del Katla Geopark. Su página sobre el promontorio está en https://www.katlageopark.com/geosites/geology-culture/dyrholaey/.