Subí a bordo del Finnmarken con curiosidad. No sabía que esperar de un barco que en realidad es un ferry y pasa todo el año prestando servicio regular en la misma ruta, entre Bergen y Kirkenes. Mi única referencia, poco alentadora, era la de los ferrys que cruzan el estrecho de Gibraltar. Como pude comprobar posteriormente, mis temores eran infundados. Sin alcanzar los niveles de confort y mantenimiento de los barcos de crucero, el Finnmarken cumple su papel con dignidad.
Con una longitud de 138,5 metros y un tonelaje bruto de 15.690, puede alojar un máximo de 919 pasajeros. Fue encargado en el año 2000 y dio su viaje inaugural en 2002. Tres años más tarde fue designado como buque hospital en caso de guerra o emergencia nacional. En 2009 viajó hasta Australia, donde pasó 18 meses como hotel flotante en el desarrollo de una remota explotación de gas. Tras ser remodelado en Singapur, regresó al servicio regular en la costa noruega en 2012. Para 2020 está prevista otra remodelación completa de su interior, en la que se actualizará su decoración y se añadirán nuevas suites y zonas comunes.
El Finnmarken cuenta con siete cubiertas utilizables por el pasaje. Comenzando desde abajo, la cubierta dos está casi completamente ocupada por el espacio para vehículos, con unos pocos camarotes en la proa. En la tercera cubierta está la recepción y la zona de acceso, con la rampa automática que se utiliza en todos los puertos con excepción de Bergen. El resto, está ocupado por camarotes, entre los que se encontraba el mío, con el número 333.
Con algunas excepciones, los camarotes eran bastante pequeños y espartanos. Poco más que un estrecho pasillo, flanqueado por el cuarto de baño y la zona de armarios. Más al fondo, a cada lado había una cama pequeña, convertible en sofá y, en los camarotes exteriores, una ventana. No así el que tuve la suerte de ocupar. Hice la reserva muy tarde, cuando el barco estaba ya casi completo. Me acabaron asignando uno de los tres camarotes accesibles, que era casi el doble de grande que uno normal. Como además viajaba solo, me sobraba espacio por todas partes. El precio a pagar era que, como oí quejarse a los que ocupaban el camarote contiguo, también accesible, podías tener la sensación de estar en un hospital, sobre todo en el baño. A mi no me importó.
Según se entraba al camarote, equipado con una puerta automática, a la izquierda había un cuarto de baño bastante más amplio que los habituales en los cruceros. A pesar del espacio, precisamente por ser accesible, no había bañera ni plato de ducha y ésta era una continuación del suelo del baño con una cortina y un sumidero. A la derecha, estaba la zona de armarios, con una pequeña mesa de trabajo y varios enchufes. Pasado el baño, el camarote se ensanchaba, con dos camas separadas por un espacio relativamente amplio. La de la derecha recordaba las de los hospitales. Era alta y con varias posibilidades de regulación. Fue la que acabé utilizando. La otra, similar a las de los camarotes normales, la utilicé como sofá. La pared del fondo tenía una ventana cuadrada, bajo la que había otra mesa con enchufes. En general, el estado de mantenimiento del camarote era correcto, aunque había algún mueble y piezas del techo que comenzaban a dar síntomas de envejecimiento y, al igual que en el resto del barco, la decoración pedía una actualización. Que en cualquier caso parece ser inminente.
La siguiente cubierta estaba ocupada, desde la proa, por varios salones que se utilizaban para charlas y lecturas. A continuación había un bar, con un par de salones llenos de mesas bajas. Siguiendo hacia popa estaba el café Mørestuen, en el que también había comida informal (pizzas, hamburguesas y similares), y la tienda de conveniencia, en la que vendían un poco de todo. Desde pasta de dientes y ropa de abrigo hasta libros de viajes.
Un largo pasillo con ventanas y una hilera de mesas bajas llevaba hasta el restaurante principal. Éste ocupaba toda la popa del barco, con un ventanal que permitía disfrutar de las vistas desde buena parte de las mesas. El restaurante se utilizaba para el desayuno y la comida como buffet, con mesa y turno libre. Ambos buffets, aun sin ser especialmente destacables, eran correctos. Por contra la cena era con turno y mesa asignada. El menú consistía en un entrante, plato principal y postre, sin posibilidad de elección. Tengo que decir que me sorprendió positivamente. Basado en productos de los puertos de escala de cada día, era una magnífica forma de conocer la cocina local. Me gustaron especialmente las cremas que solía haber de primer plato y el bacalao, que no tenía nada que ver con el que solemos tomar en España.
La cubierta cinco estaba llena de camarotes. Rodeándolos estaba la promenade, por la que era posible dar la vuelta a todo el exterior del barco. En los dos laterales, era un pasillo de anchura irregular, parcialmente cubierto en la zona más próxima a la proa. A popa, el pasillo se ensanchaba, formando un interesante espacio cubierto en el que se podía estar resguardado del viento aparente generado por el barco al navegar. En lugar de los elegantes suelos de teca que por ejemplo había en el Eurodam, aquí la superficie era de plástico. Fea, pero muy práctica, ya que filtraba el agua e impedía que ésta se acumulase y acabara creando una costra helada.
En cambio en proa el suelo era de chapa. Normalmente esto no suponía ningún problema, salvo cuando estuvimos navegando en las latitudes más septentrionales. Aquí, el agua que a veces traía el viento tendía a congelarse y, en algunas ocasiones, acabó creando una fina película de hielo. Si a esto unimos el viento, real o aparente, que solía soplar con más fuerza en proa, al norte de Tromsø había que tener cuidado al transitarla. A pesar del hielo, el viento y el frío, fue mi lugar favorito del Finnmarken. Con varias barandillas que ayudaban a ordenar y optimizar el espacio, era generalmente la mejor cubierta para disfrutar del espectacular paisaje noruego.
La sexta cubierta estaba casi completamente ocupada por camarotes. El único espacio interesante estaba en popa, donde había una zona techada, similar a la de la cubierta inferior pero menos concurrida. Comunicaba directamente, por medio de escaleras exteriores, con las cubiertas cinco y siete. Solía ser el lugar más tranquilo en la popa del Finnmarken.
En la proa de la cubierta siete estaban el puente de mando y los camarotes de la oficialidad, junto a las suites con terraza privada. En la zona central había varios salones y una cafetería, además de un mostrador con información de las excursiones y actividades del barco. Los salones solían ser bastante tranquilos y sus amplios ventanales ofrecían buenas vistas al costado de babor. A estribor, estaba el restaurante a la carta, que no visité en ninguna ocasión. A popa, más allá de un pequeño salón que solía estar desierto, se encontraban la diminuta piscina exterior y un par de Jacuzzis, cuyo agua caliente procedía del circuito de refrigeración de los motores principales del Finnmarken. Para mi no era una zona especialmente agradable. La acusada diferencia de temperatura entre el aire y el agua solía generar vapores y, en ocasiones, el agua que salpicaba acababa congelada en cubierta.
La cubierta más elevada era la octava. En su parte delantera había un amplio salón panorámico, cuyas paredes estaban formadas por un amplio ventanal, junto al que había una larga hilera de cómodas butacas. En el centro había varios sofás y butacones y en una de sus esquinas un pequeño bar. Era un lugar a priori interesante, pero con dos defectos. Por una parte, aunque ofrecía una espectacular vista del paisaje circundante, no era rival para la que se podía disfrutar desde las cubiertas exteriores, sin un cristal por delante. Por supuesto en el salón hacía una temperatura agradable, que no tenía nada que ver con la del exterior. Pero no era lo mismo, como descubrí por primera vez durante la preciosa entrada al puerto de Ørnes. Además, tendía a estar saturado. Conseguir un buen sitio era complicado, pero no perderlo era virtualmente imposible. Salvo que no te despegases del asiento en todo el día, algo que yo no estaba dispuesto a hacer. El resto de la cubierta estaba ocupado por una terraza, partida en dos por la torre de refrigeración de los motores. Era un lugar generalmente tranquilo y el mejor sitio para ver las auroras boreales.
En general el Finnmarken estaba bien mantenido, aunque sin llegar al nivel de los barcos de crucero. Los espacios comunes eran agradables y, salvo el salón panorámico de proa, solían estar bastante despejados. El ambiente era generalmente relajado, aunque no hay que olvidar que no deja de ser un ferry. En cada una de las numerosas escalas, el barco parecía despertar de su aparente letargo. Los preparativos de la tripulación y los ruidos generados por las compuertas automáticas al preparar el atraque precedían cada llegada a puerto. Además de los bocinazos con los que avisaba de su proximidad. En puerto, al subir y bajar de personas y vehículos se unía el de mercancías, que podían ser de lo más variadas. Desde inocuos materiales de construcción hasta un cargamento de bacalao seco, que estuvo «perfumando» el interior del barco durante un par de días. Pero esa faceta de «barco trabajando», como le gustaba decir a su tripulación, es para mi una parte fundamental del encanto de Hurtigruten, con sus buques imbricados en el día a día de la costa y el paisaje que recorren.
Por último, mencionar la wifi del Finnmarken, hasta ahora la mejor que he podido disfrutar navegando. Por un precio bastante razonable para lo habitual en un barco, aproximadamente 41 € por todo el viaje, permitía conectar simultáneamente dos dispositivos, sin limite de tiempo ni datos, a una velocidad nominal de 1MB/s. Ahora que en Noruega sirven las tarifas de roaming europeo, puede parecer un sinsentido contratar una conexión de internet. Pero merece la pena. En mi experiencia, la cobertura móvil no llega bien a los rincones más recónditos de la costa y, personalmente, poder subir las fotos a la nube sobre la marcha me genera tranquilidad de espíritu.
Al final, mis reticencias sobre el barco estaban totalmente infundadas. Acabé cogiéndole cariño. Incluso más que a otros buques en los que he pasado mayor número de días. Al contrario que en un crucero tradicional, donde el barco tan solo suele ser una suerte de hotel flotante y el interés principal suele estar en los destinos, en Hurtigruten el propio viaje en barco es el destino. Las escalas son poco más que breves paréntesis en el propósito central del itinerario: recorrer la espectacular costa noruega. No es ni de lejos el barco más confortable en el que he podido navegar, pero las horas que pasé en sus cubiertas, disfrutando del increíble paisaje que desfilaba ante mis ojos, han sido de las más hermosas que he podido vivir.
Se puede ver el itinerario completo de mi itinerario invernal por Noruega en https://depuertoenpuerto.com/noruega-en-invierno/.
La web oficial de turismo de Noruega tiene una página dedicada a Hurtigruten: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-barco/hurtigruten/.
La página del representante de Hurtigruten para España y Portugal está en https://www.hurtigrutenspain.com/destinos/noruega/bergen-kirkenes-bergen/, aunque no permite hacer reservas, solo ver información y solicitar presupuestos.
En inglés, la web oficial está en https://global.hurtigruten.com/destinations/norway/classic-round-voyage-bergen-kirkenes-bergen. Aquí si se pueden ver los camarotes disponibles y hacer la compra en línea.
En la misma web, la página sobre el Finnmarken se puede encontrar en https://www.hurtigruten.com/our-ships/ms-finnmarken/.
En el blog Ships in Bergen se puede encontrar una buena galería fotográfica del barco: http://shipsinbergen.blogspot.com/2014/10/ms-finnmarken-photo-tour.html.
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