Llegábamos al MS Rotterdam con la referencia de nuestro crucero, un año antes, en el MS Eurodam. Uno de los barcos más modernos de Holland America, famoso en el sector por sacar sistemáticamente la máxima puntuación en las inspecciones del CDC. En consecuencia, nuestras expectativas eran muy altas. En parte se cumplieron y en parte no. Desde luego el barco estaba limpísimo, pero no tuvimos la sensación de estrenarlo todo, como ocurría en el Eurodam. En este sentido, la experiencia fue más parecida a la del invierno anterior a bordo del Celebrity Constellation. El interior estaba en bastante buen estado de mantenimiento, pero las zonas exteriores del barco acusaban cierto envejecimiento. Que en este caso estaba más justificado que en el del Constellation, ya que el Rotterdam es un barco más antiguo y, además, pasa buena parte del año haciendo rutas transoceánicas en mares bastante duros.
En la parte positiva, el barco estaba muy abierto al exterior. Con diferencia, el más abierto en el que había navegado hasta entonces, con numerosas cubiertas accesibles para el pasaje que permitían disfrutar del mar y la navegación. Comenzando desde las cubiertas inferiores, en la popa de la cubierta 2 (Main) había una zona techada, a la que se podía acceder tanto desde el interior del barco como directamente desde la terraza de paseo en la cubierta tres. No era demasiado grande y estaba bastante cerrada, pero a cambio no solía haber absolutamente nadie. Ofrecía una vista interesante, muy cerca del agua, tanto hacia popa como hacia los dos costados del buque. Estaba bien protegida del viento lo cual, en un viaje por regiones sub árticas, agradecimos en más de una ocasión.
El exterior de la cubierta número 3 (Lower Promenade) estaba ocupado casi en su totalidad por el paseo perimetral tan característico de los barcos de crucero. Bastante amplio en relación con el tamaño del barco, era un magnífico lugar para pasear en los días de navegación. Se extendía desde la popa por los dos costados del barco, llegando hasta cerca de la proa. En ese extremo, un pasillo comunicaba directamente ambos costados, por lo que no era necesario acceder al interior del Rotterdam para ir de un costado a otro. Buena parte de la cubierta estaba formada por camarotes «lanai», un curioso tipo de cabina característico de algunos barcos de Holland sobre el que volveremos más adelante.
Justo en el pasillo que conectaba ambos costados de la lower promenade estaba uno de los accesos a la zona más interesante del Rotterdam: su proa. Al contrario del resto de los barcos de pasaje en los que, al menos hasta ahora, he navegado, en éste era posible llegar hasta su extremo más delantero. Era un espacio curioso, en el que se mezclaban recreo y trabajo, aunque no era un lugar especialmente cómodo. Por razones obvias, la barandilla en realidad era una prolongación del costado del barco, que se elevaba y se inclinaba hacia el exterior según se aproximaba a la crujía, haciendo casi imposible asomarse para ver como el agua se deslizaba bajo el casco. En lugar de los elegantes suelos de madera de teca, aquí se pisaba directamente sobre el metal, en muchas ocasiones mojado y resbaladizo, del casco del buque. Repartidos por la cubierta había los más diversos utensilios, desde un enorme ancla de repuesto, hasta varias escalas. Y una pequeña grúa, con sus grasientos cables de acero dispuestos a manchar a cualquiera que se acercase.
El acceso a la cubierta de proa se hacía a través de una angosta portezuela, en la que había que tener cuidado tanto para no tropezar como para no golpearse la cabeza y a la que se llegaba desde la cubierta 3 o desde la 6, en ambos casos recorriendo empinadas escaleras en las que era posible encontrar cachivaches de lo más variado. En resumen: una maravilla totalmente alejada del estereotipo de un barco de crucero, cuyo único defecto era que, según iban avanzando los días, era conocida por una parte mayor del pasaje, con lo que acabo estando demasiado concurrida en algunas ocasiones, como en la aproximación a San Juan de Terranova.
Más arriba, en la cubierta 6 (Verandah), había una amplia terraza que daba a la proa de MS Rotterdam. Ofrecía una vista magnífica al frente y los costados del buque, para mi gusto mejor y más cómoda que la de la cubierta de proa, aunque indudablemente con menos encanto. Pero tenía la ventaja de no ser una zona demasiado frecuentada. En cada uno de sus costados había dos escaleras. Una descendía, por un camino un tanto rebuscado que atravesaba alguna zona de almacenamiento, a la cubierta de proa. La otra subía aparentemente a ninguna parte.
Pero muchas veces las apariencias engañan. Tras subir una cubierta por cualquiera de las escaleras, se llegaba a la altura del puente de mando, en la cubierta 7 (Navigation). Allí había un espacio pequeño desde el que se podía disfrutar de una vista parcial del puente, así como una pequeña ventana que daba al lateral. Aunque el lugar era bastante angosto, jamás coincidí en el con nadie, por lo que era perfectamente posible disfrutarlo con toda tranquilidad.
La escalera seguía subiendo hasta la cubierta 8 (Lido), donde había otro lugar interesante. Justo sobre el puente de mando, en cada una de las alas que sobresalen de la superestructura, había una pequeña terraza, otra vez con una magnífica vista. Al sobresalir del costado del buque, permitían ver sus costados en toda su longitud. Muy interesante sobre todo en las maniobras de aproximación a puerto. También ofrecían una buena vista hacia proa. Su principal defecto era que no estaban conectadas entre sí, pues en el centro del buque se encuentran el gimnasio y la sauna. Para pasar de un costado a otro, había dos opciones. La primera, bajar hasta la cubierta 6 y pasar de un costado a otro por su terraza panorámica. La otra, entrar al gimnasio, pasar a la zona de suite termal y volver a salir al exterior. Esta última era más rápida, pero un tanto violenta, sobre todo al atravesar la suite termal forrado de ropa para aguantar el frío en cubierta.
En la misma cubierta 8, pero a popa, había otra terraza exterior, en este caso más convencional. Se trataba de la típica zona de tumbonas, rodeando una minúscula piscina, que uno espera encontrar en cualquier barco de crucero. En cualquier caso, una zona agradable, en la que era posible tomar algo mientras se disfrutaba de una magnífica vista a popa. Más arriba, en la cubierta 9 (Sports), había otra cubierta de paseo, a la altura del techo retráctil de la piscina cubierta. Teniendo tan magníficas opciones a proa, apenas frecuenté estas dos terrazas. En cualquier caso, si de algo andaba sobrado el MS Rotterdam era de espacios interesantes al aire libre.
El interior del buque era más convencional. El espacio más interesante era el Crow’s Nest, situado en la cubierta 9. Ofrecía una buena vista de 180º sobre la proa. Originalmente debía haber sido mejor, pero parece que en una reforma se amplió la zona ocupada por el gimnasio, una cubierta más abajo. Como resultado, se ha interrumpido la conexión entre las dos alas de la cubierta 8 y, desde la zona central del Crow’s Nest, se ve el techo de la ampliación, afeando la vista. En cualquier caso, el Crow’s Nest era un lugar tranquilo, en el que pasé numerosas horas de navegación contemplando el mar, leyendo o escuchando música. Además, conectaba directamente con la terraza de la cubierta 9, por lo que era posible pasar rápidamente del interior al exterior del barco.
Respecto a los restaurantes, eran muy similares al MS Eurodam y, en general, el resto de los barcos de Holland America. La Fontaine, el restaurante principal, se ubicaba a popa, en las cubiertas 4 y 5. A pesar de los grandes ventanales que cubrían tres de sus lados, ofreciendo una buena vista exterior, para mi gusto era un tanto oscuro. Quizá influyera que navegábamos muy al norte, en una zona en la que el sol no era especialmente brillante. Se podía elegir entre turno fijo, con mesa asignada, o turno libre, que es por el que optamos nosotros. Nunca tuvimos que esperar para que nos asignaran mesa. La variedad y calidad de la cocina estuvo al nivel que esperábamos. Al igual que en Lido Market, el buffet instalado en la cubierta 8, que era una versión algo reducida del que encontramos en el Eurodam, igualmente flanqueado por amplios ventanales y cuya principal ventaja era su amplio horario. La gastronomía incluida en el precio del crucero se complementaba con dos ofertas informales, ambas ubicadas en la cubierta 8. En la zona de popa, junto a la piscina descubierta, estaba New York Pizza, donde servían pizzas y ensaladas. No era un lugar demasiado atractivo y, para mi gusto, las pizzas tenían demasiada masa. Por contra, las hamburguesas de Dive-In estaban realmente buenas. En más de un ocasión aprovechamos su amplio horario por las tardes para tomar algo al regresar al barco.
La gastronomía se complementaba con dos locales de pago. A Canaletto, un italiano ubicado junto al Lido Market, no fuimos en ninguna ocasión. En cambio cenamos una vez en Pinnacle Grill, el restaurante más lujoso del barco, inspirado en la cocina del noroeste de los Estados Unidos. También lo conocíamos del anterior crucero en el Eurodam y no nos decepcionó.
Mención aparte merece nuestro camarote, el 3373. Hasta ese momento, en todos los cruceros habíamos viajado en un camarote con terraza. Con la excepción del magnífico camarote familiar que pudimos disfrutar en el Constellation, eran todos muy similares. Pero el MS Rotterdam es uno de los barcos de Holland America con camarotes «lanai», una particularidad de la naviera. Básicamente consisten en una adaptación de camarotes exteriores (traducción: sin terraza y con una ventana) que daban a la cubierta de paseo, a los que se ha dotado de una segunda puerta acristalada, que permite acceder directamente a la cubierta. Desde que tuve noticias de la existencia de los camarotes lanai, me estuve preguntando si merecería la pena el ahorro a cambio de no tener una terraza privada. Un crucero por el Atlántico Norte me pareció una magnífica ocasión para comprobarlo. Por una parte, era un crucero largo y en consecuencia caro. El ahorro suponía unos mil euros, lo que nos permitía darnos algún capricho adicional al final del viaje. Por otra, pensé que tampoco usaríamos la terraza tanto como navegando por mares cálidos.
La experiencia fue bastante más positiva de lo que me esperaba. Apenas echamos de menos la terraza. No hubiéramos podido desayunar en ella más que en un par de días, ya que las temperaturas solían ser relativamente bajas. Ni salir en albornoz a disfrutar del amanecer nada más levantarme, salvo a riesgo de coger una pulmonía. Lo único que realmente eché de menos fue disponer de un sitio en el que tener montado el trípode. La puerta corredera que daba a cubierta tenía un cristal opaco desde el exterior, por lo que incluso pudimos mantener la costumbre de dormir con las cortinas abiertas. Por contra, tener un acceso directo a la cubierta de paseo era una auténtica maravilla. La cubierta solía estar casi siempre vacía, por lo que en realidad era como tener una enorme terraza prácticamente privada. Además, el camarote tenía reservadas las dos tumbonas situadas junto a su puerta, aunque las usamos poco. Por lo demás, el camarote era pequeño, pero correcto y con espacio suficiente para desenvolvernos y colocar todo nuestro abultado equipaje.
Me atrevería a decir que lo peor del crucero fue la wifi del barco. No es que fuera peor ni más cara que otras que he podido «disfrutar». Pero no resistía la comparación con la magnífica wifi del Celebrity Constellation y mucho menos con su tarifa plana para todo el crucero. Volver a una conexión inalámbrica lenta y tarificada por minutos fue como regresar a la prehistoria. Creo que nadie va de crucero para estar conectado a la red, pero en los tiempos que corren se ha convertido en algo fundamental. Poder estar en contacto con la familia, los amigos, el trabajo, las noticias o hacer una copia de seguridad de las fotos en la nube, sin estar pendiente del cronómetro ni tener que hipotecar tu alma a cambio es cada vez más importante. Me temo que las compañías de crucero que tarden en darse cuenta y sigan empeñándose en vender el acceso a la red como si fuera un lujo exótico van a acabar pagándolo caro.
En general, el MS Rotterdam me pareció uno de los barcos más interesantes en los que he viajado. La configuración de sus espacios, aparentemente un tanto desfasada, le da un encanto que no tienen otros barcos más modernos, cada vez más centrados en experiencias ajenas al mar y la navegación. Y obsesionados en tratar al pasajero como si fuera un imbécil incapaz de cuidar de si mismo. No creo que en un moderno buque, por ejemplo de MSC, puedas acceder a la cubierta de proa por una puerta estanca en la que, a la vez, tienes que tener cuidado con no tropezar y no golpearte en la cabeza al atravesarla. Me imagino a los abogados de la naviera dando aullidos de dolor en sus despachos mientras calibran las posibles consecuencias jurídicas de un tropezón accidental. Por desgracia, es el futuro. Y hasta me atrevería a decir que el presente.
El blog CruceroAdicto tiene una entrada sobre el antiguo Rotterdam en https://cruceroadicto.com/valoracion-ms-rotterdam.html.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-trasatlantico/ se puede ver el itinerario completo del crucero que hicimos a través del Atlántico.
En inglés, se puede consultar la página del «nuevo» Borealis en la Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/MS_Borealis.
La entrada oficial del MS Borealis en la web de Fred Olsen Cruises está en https://www.fredolsencruises.com/our-ships/borealis.
En el blog Travel with Bender hay una larga entrada centrada en la gastronomía del antiguo MS Rotterdam: http://travelwithbender.com/travel-blog/alaska/dining-on-holland-america-lines.
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