Dyrhólaey se divide en dos zonas. Lágey, en el este, se traduciría como «isla baja». Háey, en el oeste, sería la «isla alta». Había podido disfrutar del lugar un par veces en Lágey. Una preciosa jornada inviernal y una niebla increíblemente espesa durante un día de verano. Por contra, la falta de tiempo y las malas condiciones de su carretera me habían impedido subir hasta Háey. Esta vez, no cometeríamos el mismo error. Incluso renunciamos a visitar de nuevo Reynisfjara para poder recorrer el promontorio con la calma que merece.
Pese a su nombre, Dyrhólaey no es una isla. Lo fue en la época de su formación, que se cree comenzó hace 100.000 años, durante el Pleistoceno. Actualmente, se piensa que la isla, presuntamente formada en un par de erupciones, tenía un tamaño cuatro veces más grande que el actual. La fuerza de las olas fue erosionando su costado sur, haciendo desaparecer las dos calderas volcánicas y dejando en su lugar la sucesión de islotes y arcos que adornan el flanco meridional de la actual península. Mientras tanto, al norte, los depósitos arrastrados por glaciares y jökulhlaups acabaron uniendo Dyrhólaey al resto de Islandia.
Muchos piensan que el promontorio de Tóin es el punto más meridional de Islandia, pero actualmente no es cierto. Lo fue durante siglos, hasta la gran erupción del Katla de 1918. Aquel año, la acumulación de sedimentos arrastrados por el gran jökulhlaup que asoló Mýrdalssandur hizo avanzar la linea de costa varios kilómetros. Desde entonces, el lugar conocido como Kötlutangi es el más meridional de Islandia. Al menos de momento, dado que la erosión marina hace que su costa retroceda a un ritmo anual de 10 metros. De no producirse un nuevo jökulhlaup, más temprano que tarde Tóin volverá a ser el extremo meridional de la isla.
Comenzamos nuestra visita por la parte conocida de Dyrhólaey, los miradores que dominan la hermosa Reynisfjara y la más modesta Kirkjufjara. Se podría decir que el día estaba en un punto medio entre mis dos visitas anteriores. No era tan increíblemente hermoso y sereno como cuando lo recorrí en el invierno de 2019, pero tampoco había la niebla asombrosamente densa que nos había arruinado la visita en el verano de 2017. Al menos, hacia el este, podíamos ver con relativa claridad toda la extensión de la playa, hasta las rocas de Reynisdrangar. Aunque la parte alta del monte Reynisfjall permanecía oculta tras un espeso manto de nubes bajas.
Hacia el oeste, la atmósfera parecía estar más limpia. La marea estaba alta y, entre ola y ola, apenas podíamos adivinar la arena negra de Kirkjufjara. Más allá, los arcos de Háey parecían no querer mostrarse en todo su esplendor. El menor, prácticamente oculto por la pleamar. Por contra era el ángulo de nuestra perspectiva lo que nos impedía ver el mayor. En cambio, podíamos observar con claridad los islotes de Lundadrangur, mudos testigos de la erosión que ha sufrido Dyrhólaey.
La zona estaba llena de aves. Abundaban las gaviotas, aunque también pudimos ver algún charrán ártico (Sterna paradisaea) y una bandada de pájaros de gran tamaño que no supinos identificar. Pero, por encima de todas, la especie estrella de Dyrhólaey es el frailecillo atlántico (Fratercula arctica). La imporrtancia de la zona para la reproducción de las distintas especies de aves hace que, entre mayo y junio, suela estar cerrado el acceso a la península.
Tras pasar cerca de una hora fotografiando aves, recorriendo los diversos miradores y contemplando las extrañas formaciones geológicas que salpican la zona, decidimos que había llegado el momento de conocer la parte alta del promontorio. El acceso se puede hacer por un sendero, más o menos paralelo a la costa, o por una pista bastante inclinada y, al menos el día de nuestra visita, en muy mal estado. No recomiendo aventurarse por la pista salvo que se lleve un vehículo con tracción a las cuatro ruedas.
Lo primero que nos recibió, cuando coronamos el último repecho, fue el edificio cuadrado de Dyrhólaeyjarviti. El primer faro que se levantó en el lugar, en 1910, era una estructura metálica traída desde Suecia. En 1927 fue sustituida por el faro de hormigón que ha llegado a nuestros días. Su luz se encuentra a 123 metros sobre el nivel del mar y puede verse desde una distancia de 43 kilómetros. El faro fue electrificado en 1964 y, desde 2015, su funcionamiento es completamente automático, eliminando así la necesidad de un farero residente.
Más allá del faro, la vista era impresionante. Los dos grandes arcos que horadan el promontorio, antiguamente conocido como cabo Portland, eran ahora perfectamente visibles. El mayor de ellos es lo suficientemente amplio para que, en 1993, un piloto de avioneta se animara a atravesarlo. ¿Serán estos los acantilados que vio el griego Pythéas durante el que pudo ser el primer viaje a Islandia del que tenemos constancia? Probablemente, nunca lo sabremos. Pero, de haber llegado al que entonces era el extremo meridional de la isla, el panorama debió ser sorprendente para un hijo del cálido Mediterráneo. Según algunos historiadores, Thule sería una derivación de Thymele, la palabra griega para altar. No es de extrañar que los extraños acantilados, con la mole nevada del Mýrdalsjökull como telón de fondo, pudieran parecerle a Pythéas una morada digna de un dios.
El día seguía aclarando y, más allá de los islotes de Lundadrangur, la vista llegaba hasta la linea del horizonte. Pasamos un buen rato recorriendo el borde del acantilado y contemplando las cabriolas de las diversas aves, que aquí eran si cabe todavía más numerosas. Lo que no pudimos fue recorrer la parte superior de los arcos, pues el acceso estaba prohibido. La erosión los sigue horadando y los desprendimientos en la zona son relativamente frecuentes. El último, en 2015. Tres años antes, cuatro turistas cayeron al vacío cuando el suelo cedió bajo sus pies. Por increíble que pueda parecer, todos sobrevivieron al accidente.
Al oeste de Dyrhólaey se extiende la gran playa de Dyrhólafjara. Sin ser rival en belleza para Reynisfjara, la supera ampliamente en tamaño, prolongándose durante más de 10 kilómetros. En días claros, parece extenderse hasta el horizonte, por lo que también se la conoce como «la playa negra infinita». Aquel día, el final de Dyrhólafjara se difuminaba entre la bruma.
Pero lo más llamativo del extremo occidental de Dyrhólaey era la numerosa colonia de frailecillos que se asentaba sobre sus acantilados. Las graciosas aves pasan la mayor parte del año vagando en solitario por alta mar. Tan solo se asientan durante la breve temporada de cría, generalmente entre mayo y agosto. Curiosamente, regresan una y otra vez al mismo lugar en el que nacieron, incluso cuando se intenta reubicarlas artificialmente.
Entre visitar la zona inferior, desplazarnos por la tortuosa pista y recorrer la parte superior, acabamos empleando dos horas y media en Dyrhólaey. Aun así, nos costó partir hacia nuestro siguiente destino. La visibilidad, que sin ser óptima era más que aceptable, la agradable temperatura y, por encima de todo, la absoluta ausencia de viento, hacían extremadamente agradable permanecer en el lugar. Aun sin llegar al nivel de belleza sublime que había podido disfrutar durante mi visita invernal, logramos cumplir todos los objetivos que nos habíamos marcado. Algo que en Islandia nunca está garantizado.
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También interesante el artículo en Viajablog: https://www.viajablog.com/que-ver-reynisfjara-vik-islandia/.
En https://depuertoenpuerto.com/doce-dias-en-islandia/ se puede ver nuestro itinerario completo alrededor de Islandia durante el verano de 2020.
En inglés, Guide to Iceland tiene un par de artículos sobre Dyrhólaey en https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/dyrholaey y https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/jorunnsg/dyrholaey-the-arch-with-the-hole.
La web de la Agencia del Medioambiente de Islandia tiene una entrada sobre Dyrhólaeyjarviti: https://ust.is/english/visiting-iceland/protected-areas/south/dyrholaey/culture-and-history/.
En la página oficial del Katla Geopark informan sobre las fechas de cierre de la península: https://www.katlageopark.com/geosites/geology-culture/dyrholaey/.
Quien esté interesado en el jökulhlaup del Katla de 1918 puede ampliar la información en https://www.cambridge.org/core/journals/annals-of-glaciology/article/jokulhlaup-from-katla-in-1918/6209392C96BF5A987B1E2E697B044C3E y https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/2014GL060090.
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