Visitar Dyrhólaey dos veces seguidas no estaba entre mis planes para mi cuarto periplo invernal por Islandia. Pero el recorrido por Háey, en la parte alta, durante el anterior atardecer, había sido tan fructífero que acabé improvisando una nueva visita. Al fin y al cabo, el hotel estaba a tan solo 6 kilómetros del cruce donde la carretera 218 se bifurca en dos ramales, que finalizan en los aparcamientos del promontorio. A las ocho en punto estaba desayunando, doce minutos más tarde salía del hotel y a las 8:17 atravesaba Dyrhólavegur. Mientras tanto, el blanco manto del Mýrdalsjökull, zafándose de las sombras de la noche, comenzaba a dominar el horizonte hacia el norte, más allá de una Dyrhólaós parcialmente congelada.
Esta vez mi destino era Lágey, la parte baja de la antigua isla, en su extremo oriental. Según me acercaba al mirador principal me encontré con una hilera de fotógrafos, con los trípodes plantados sobre el terreno. Más bien parecía un pelotón de fusilamiento, esperando al reo para finiquitarlo al amanecer. En realidad, se trataba de uno de los numerosos talleres de fotografía que recorren Islandia en cualquier época del año. Siempre en los mismos lugares, a las mismas horas, para hacer las mismas fotos . . .
Preferí ir al mirador meridional. No tenía el menor sentido pasar un buen rato inmóvil, esperando un sol que aún tardaría en salir. Más aún con una gruesa capa de nubes aferrándose al horizonte hacia el este. En cambio hacia el mediodía, bajo unas nubes teñidas de hermosos tonos asalmonados, podía ver la sucesión de escollos que se extiende al sur de los acantilados. Restos erosionados de las dos calderas volcánicas que, según la hipótesis más aceptada, están en el origen del inselberg más meridional de Islandia.
Mientras tanto, hacia el oeste, la luna se acercaba al horizonte sobre las laderas de Háey. El momento era de una asombrosa serenidad que, contraintuitivamente, se veía reforzada por el continuo batir del oleaje contra los acantilados de Kirkjufjara y los graznidos de las aves que, cada vez en mayor número, revoloteaban sobre el lugar.
El sol comenzó a teñir con tonalidades cálidas la nieve en la zona superior del Mýrdalsjökull. Poco después, era la ladera del Eyjafjallajökull la que presentaba hermosos tonos rosáceos. Ahora sí, la salida del sol era inminente. Buen momento para acercarme al mirador del extremo oriental del promontorio.
En lugar de unirme a la fila de fotógrafos, preferí ir un poco más allá, remontando el pequeño acantilado que forma el extremo oriental de Lágey. Desde allí, tendría una buena perspectiva de la negra silueta de Arnardrangur, la roca del Águila, con el mar y el sol al fondo. Dicen que la roca debe su nombre a las águilas que anidaban en su cima. Aunque parece que nadie las ha vuelto a ver desde mediados del siglo XIX.
La perspectiva hacia la playa tampoco estaba falta de interés. El incesante oleaje había creado una sutil bruma, que se aferraba al terreno en Reynisfjara y los acantilados de Reynisfjall, difuminando las siluetas de las rocas de Reynisdrangar. Como toda roca prominente de Islandia, éstas tienen su propia leyenda, asociada a un grupo de troles que fue sorprendido por el amanecer mientras intentaba secuestrar un barco. En realidad las agujas de roca, que se elevan 66 metros sobre el océano, parecen ser restos erosionados de Reynisfjall, que resultaron ser más resistentes que el material circundante.
El amanecer marcaba sus últimos compases, transformándose en una mañana un tanto anodina, con un cielo más luminoso de lo habitual en Islandia. Decidí aprovechar las circunstancias para intentar fotografiar alguna de las aves que pueblan el lugar. Por supuesto, en febrero no hay el menor rastro de los populares frailecillos. Sin embargo, siempre es posible capturar alguna imagen de las gaviotas o fulmares que pasan todo el año en la isla.
Después, di un breve paseo hacia el oeste, por la senda que lleva a Háey. Sabía que no podría llegar muy lejos. El día anterior, había podido comprobar que la parte más empinada del camino se encontraba en muy malas condiciones. Además, no tenía mucho sentido volver a subir a la parte alta del promontorio. Pero pude disfrutar de la tranquilidad de una zona que, siendo una especie de tierra de nadie entre las dos áreas más populares de Dyrhólaey, también acostumbra a ser la menos frecuentada.
Al filo de las diez y media, decidí que iba siendo hora de emprender mi ruta hacia occidente. Mientras regresaba al aparcamiento, contemplé por última vez el mirador sobre Reynisfjara. No quedaba el menor rastro del amanecer ni, por supuesto, de los fotógrafos. En su lugar, encontré el clásico trajín de uno de los lugares turísticos más populares de Islandia. Un incesante flujo de personas que llegaba hasta el borde del pequeño acantilado y, tras hacerse un par de selfis, reemprendía su ruta por el sur de la Tierra de Hielo, con la satisfacción de haber marcado otra casilla en su lista personal de «lugares imprescindibles de Islandia».
No puede decirse que fuera una muchedumbre. Apenas habría una docena de personas. Además, en Islandia los espacios suelen ser tan grandes que, salvo escasas excepciones, la sensación de masificación suele ser más fruto de mi obsesión por la soledad que de la realidad. Pero fue el argumento definitivo para animarme a emprender la última etapa de mi viaje por el sur de la isla. Mi nuevo destino era Reikiavik. Una ciudad que no suelo visitar, pero en la que se encuentra el principal museo de la nación. Un lugar que llevaba años queriendo conocer. Apenas tendría que recorrer 176 kilómetros hasta el hotel, atravesando una de las rutas más transitadas de Islandia. Aunque mi intención era intentar evitar la Ring Road. ¿Sería posible, en pleno invierno islandés?
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Para ampliar la información.
Mi segunda visita veraniega se puede ver en https://depuertoenpuerto.com/dyrholaey/. En la primera había tanta niebla que apenas dio para un par de fotos.
La primer vez que estuve en invierno puede verse en https://depuertoenpuerto.com/atardecer-invernal-en-dyrholaey/.
En https://depuertoenpuerto.com/dyrholaey-en-invierno/ encontrarás otra visita invernal, en un día bien distinto.
Mi visita a Háey de la tarde anterior está en https://depuertoenpuerto.com/atardecer-en-haey/.
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