Teniendo un lugar tan interesante cerca de Qaqortoq, fue nuestra primera opción a la hora de planificar la escala. Incluso estaba dispuesto a contratar una excursión con la naviera con tal de poder llegar hasta allí. Pero, curiosamente, Holland America no ofrecía ninguna excursión en aquel puerto. La siguiente opción fue localizar por internet alguna forma alternativa de llegar hasta Hvalsey. La encontré en Greenland Sagalands, pero me contestaron diciendo que no tenían disponibilidad para la fecha de nuestra escala. La única posibilidad que quedaba era improvisar. Al final, tuvimos suerte. Llegamos a Qaqortoq y, a pesar de un cierto caos reinante en el mostrador de Greenland Sagalands, ubicado en el interior de la pequeña oficina de turismo local, conseguimos las que creo eran las últimas plazas para una excursión de algo más de tres horas a Hvalsey.
El caos no acabó en la oficina de turismo. Aparentemente, no tenían claro ni cuantas personas éramos ni en qué barco íbamos a ir. Pudimos asistir, un tanto perplejos, a lo que a todas luces era una acalorada discusión en inuit entre dos personas de la agencia. Finalmente, tras varias llamadas por walkie, se aclaró la situación y subimos a una pequeña embarcación. Seríamos unas diez personas, además del patrón y un joven con aspecto danés que hacía las veces de guía. Casi no cabíamos en el barco, por lo que tuvimos que repartirnos por todos sus compartimentos. Como no nos importaba ir de pie, acabamos haciendo una parte del trayecto en una pequeña cubierta que había en popa y el resto directamente junto al patrón. Pasamos buena parte del recorrido confraternizando con nuestros compañeros de viaje y la reducida tripulación, tomando café de puchero, haciéndonos fotos unos a otros y charlando, mientras disfrutábamos del hermoso entorno. La excursión, que había empezado con mal pie, acabó transformándose en una experiencia bastante cordial. Casi de andar por casa.
Tardamos prácticamente una hora en llegar al embarcadero que hay junto a las ruinas. Aunque había lloviznado durante el trayecto, la lluvia cesó cuando entramos en el Hvalseyfjördur. De todos modos, el cielo permanecía completamente cubierto y, una vez más, las nubes a media altura se abrazaban a las laderas de las montañas. Al contrario que durante la navegación del día anterior por Skovfjord, desde la salida de Qaqortoq no nos habíamos cruzado con ninguna embarcación. Estábamos solos en el fiordo. Algo hacia el este se veía una pequeña granja, pero sin la menor señal de actividad. El único ruido que percibíamos era el producido por el renqueante motor de nuestro barco, que cesó tan pronto como atracamos, dejándonos en un silencio sepulcral. Lo rompió nuestro supuesto guía quien, tras asegurar el barco al embarcadero, comenzó a dar alguna explicación en inglés. No se le veía muy suelto, pero creo que a todos nos dio igual. La historia de Hvalsey nos era de sobra conocida y lo que queríamos era disfrutar del lugar, a ser posible en silencio. Nos dispersamos por la zona.
Es difícil describir mis sensaciones durante la hora larga que estuvimos en Hvalsey. El lugar era hermoso, con las ruinas desperdigadas por un campo verde, salpicado de flores, entre el fiordo y las oscuras rocas de las vecinas montañas. El cielo nublado, los bancos de niebla, el musgo que cubría las ruinas y el silencio, creaban un entorno fascinante. Pero, por encima de todo, la sensación era la de estar en un lugar remoto, al que no era sencillo llegar. Lo que, inevitablemente, me hizo reflexionar. Si, para alguien que objetivamente había llegado hasta Hvalsey tras un corto trayecto en barco, después de bajar de un confortable crucero, la sensación era la de estar en el fin del mundo, ¿que sentirían los que vivían aquí a principios del siglo XV? ¿Serían conscientes de encontrarse en la frontera más extrema de su civilización, al final de una larga linea de comunicación, tan frágil como incierta? ¿Intuirían que su mundo estaba a punto de desvanecerse?
¿Cuál fue el final de Hvalsey?
Cuando a principios del siglo XVIII los daneses llegaron a Groenlandia, no encontraron un solo escandinavo en la isla. Las teorías sobre su desaparición son de lo más variado: cambio climático, competencia con los inuit, exceso de explotación de los recursos, incapacidad de adaptarse al medio, colapso del comercio de marfil, hasta ataques de piratas, posiblemente vascos. Lo único que sabemos con certeza es que, después de la boda de Hvalsey, las últimas noticias que llegaron de Groenlandia las llevó un barco que zarpó de la isla en 1410.
Más de un siglo después, en la década de 1540, un barco alemán con tripulación noruega navegaba rumbo a Islandia. Intentando esquivar un fuerte temporal, acabaron recalando en la costa de Groenlandia. Al desembarcar, hallaron el cadáver de un hombre tendido bocabajo. Examinando el cuerpo, les sorprendió encontrar que éste tenía rasgos europeos, similares a los suyos. Pero vestía ropas y portaba utensilios que claramente no eran propios de su civilización. Por las descripciones que nos dejaron, hoy sabemos que eran semejantes a los utilizados por los inuit. ¿Acabaron los últimos supervivientes de la Groenlandia vikinga integrándose con sus rivales? Probablemente no. Quizá tan solo fue un último y desesperado intento de adaptación, que acabó en fracaso.
El principal edificio de Hvalsey es su iglesia. No se sabe con certeza la fecha de su construcción, pero se estima que es de principios del siglo XIII, pues está edificada en el peculiar estilo anglo-noruego de la época. Sus paredes de metro y medio de espesor, edificadas con piedras de granito que en algunos casos superan las cinco toneladas de peso, atestiguan que, al menos durante aquel periodo, al asentamiento no le faltaban recursos. Además de la iglesia, en la zona se aprecian restos de algún otro edificio, aunque en peor estado de conservación. Destaca una gran vivienda, de unos 1.300 metros cuadrados, construida sobre otra más antigua, que se cree fue la granja de Thorkell Farserk, sobrino de Erik el Rojo.
Terminada la visita, el regreso a Qaqortoq fue algo más largo. Mientras íbamos hacia Hvalsey habíamos pasado entre dos icebergs, de los cuales uno era relativamente grande. Ningún glaciar desemboca en el Hvalseyfjördur, por lo que debía haber sido arrastrado tierra adentro por el viento o las corrientes. En el camino de vuelta, hicimos una breve parada para contemplarlo tranquilamente. Nos detuvimos en medio del fiordo, acercándonos todo lo que era razonable al impresionante témpano helado. Un hermoso colofón para la que sin duda fue una de las visitas más interesantes que hicimos en todo el largo viaje por el Atlántico Norte. Media hora después, tras superar un saliente rocoso, pudimos ver de nuevo el MS Rotterdam fondeado frente a Qaqortoq. Al menos de momento, nuestra civilización seguía existiendo.
El blog cabovolo tiene una entrada dedicada a la desaparición de los vikingos de Groenlandia: http://www.cabovolo.com/2008/04/la-desparacin-de-los-vikingos-de.html.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-trasatlantico/ se puede ver el itinerario completo de nuestro crucero trasatlántico.
En inglés, se puede encontrar un largo e interesante artículo sobre el declive de los noruegos en la isla en http://www.sciencemag.org/news/2016/11/why-did-greenland-s-vikings-disappear.
En YouTube puede verse un documental sobre la historia de los noruegos en la Groenlandia medieval: https://www.youtube.com/watch?v=lmbY-GrM8pI&t=225s.
Hay un profundo análisis de la historia genética de la población de Groenlandia en https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0002929714004789. Resumen: no parece quedar la menor traza de ADN noruego medieval.
La página con la declaración de Qaqortukulooq, donde se encuentra Hvalsey, y otros cuatro emplazamientos cercanos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO está en https://whc.unesco.org/en/list/1536/multiple=1&unique_number=2154.
Por último, la web oficial de turismo de Groenlandia tiene una página sobre Hvalsey: https://visitgreenland.com/about-greenland/hvalsey-church-ruin/.
Primera vez que leo sobre estas historias. Me convencí de ir algún día a Groenlandia
Groenlandia es uno de los lugares más fascinantes que he podido conocer. Llegar es complicado y moverse por el enorme país todavía lo es más, pero esa misma dificultad es parte de su encanto. Espero que puedas ir alguna vez y disfrutarlo.