Mis amigos piensan que estoy obsesionado con Islandia. Se equivocan. Mi auténtica pasión es el Ártico. Un lugar mágico, tan diferente al resto del planeta, que es muy difícil de comprender si no has tenido la suerte de visitarlo. Mi relación con Islandia no es más que un efecto secundario. Intenso, pero tan solo una manifestación de mi querencia principal. Lo que no deja de ser la mejor muestra de la fuerza de ésta.

Contraluz en Cabo Norte

Contraluz en Cabo Norte.

Pero, ¿qué es el Ártico? La respuesta podría parecer simple: la sección más boreal del planeta, con una latitud superior a los 66° 33′ 41.12″. Al menos mientras escribo estas líneas, en 2024, pues la inclinación del eje terrestre cambia en función de tres fenómenos simultáneos. El más corto, conocido como bamboleo de Chandler, se produce en ciclos de 433 días. A esto se añade la nutación, que se desarrolla en periodos de 18,6 años. Por último, tenemos la inclinación axial, que tarda aproximadamente 41.000 años en completar un periodo completo. Más allá de esta línea imaginaria, que en la actualidad se desplaza lentamente hacia el norte, se dan fenómenos como el sol de medianoche y la noche polar. Según esta definición, los países con una parte de su territorio en el Ártico serían Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, Estados Unidos, Canadá, Groenlandia y, por los pelos, Islandia.

Isoterma 10º

Isoterma 10º (© Arctic Portal).

También podemos definir el Ártico desde el punto de vista climático. Comprendería todas aquellas regiones del norte profundo donde la isoterma del mes de julio es igual o inferior a los 10ºC. Otra línea que no es fija y que, en la actualidad, también tiene tendencia a retroceder. La isoterma suele acercarse al límite septentrional de los bosques boreales, aunque no llegue a coincidir con éste. Dicha definición dejaría fuera del Ártico a Finlandia y Suecia. En cambio, buena parte de Islandia y la totalidad de Groenlandia quedarían comprendidas en su interior.

El Ártico según AMAP

El Ártico según AMAP (© Arctic Portal).

O desde el criterio político. El Consejo del Ártico está integrado por 8 estados: Canadá, Dinamarca (en representación de Groenlandia y las islas Feroe), Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y los Estados Unidos de América. A los que podemos añadir varias organizaciones de los pueblos indígenas de la zona. Y una serie de organismos y naciones, con rango de observador y un mayor o menor grado de relación con el Ártico, entre las que se encuentra España. Quizá la frontera meridional de las regiones integradas en AMAP, uno de los grupos de trabajo integrados en el consejo, sea la que más se aproxima a aquello que, en el resto del plantea, entendemos como Ártico. Y puede que lo sea por nacer de una combinación entre realidad física y construcción cultural.

Diversos Árticos

Diversos Árticos (© Arctic Portal).

Por tanto, podríamos decir que el Ártico es un concepto tan cambiante como difuso. Según algunos de los criterios antes citados, sus límites oscilarían continuamente. Hay quien incluso lleva su límite meridional a las cabeceras de aquellos ríos que desaguan en el océano Ártico. No parece la opción más razonable, pues en algunas regiones de Asia la latitud meridional del Ártico sería comparable a la del norte de España. Al final, su principal rasgo inmutable podría ser la extraña fascinación que ejerce sobre todos aquellos que hemos tenido la suerte de conocerlo, aunque tan solo sea en una mínima porción de su extensión y de un modo superficial. Una fascinación que, en mi caso, no fue un amor a primera vista.

Longyearbyen y sus dos glaciares

Longyearbyen y sus dos glaciares.

Los que residimos en Europa, o en la orilla occidental del Atlántico norte, tenemos la suerte de vivir relativamente cerca de una sección excepcional del Ártico. Aquella en la que la corriente del Golfo ejerce su influencia, templando sus aguas y haciendo que la región sea relativamente benigna y accesible. Sin ella, lugares como Groenlandia, Islandia, Svalbard o la costa septentrional de Noruega permanecerían la mayor parte del año rodeados por la banquisa. Y quizá fueran inhabitables. O lo serían tan solo como Longyearbyen, en Svalbard. Un asentamiento completamente dependiente del exterior.

Aurora en Möðrudalur

Aurora en Möðrudalur.

Esa extraña mezcla entre una relativa normalidad y el mágico entorno de las regiones boreales quizá alcance su máximo exponente en Islandia y la parte más septentrional de la Noruega continental. Dos regiones en las que, hasta en lo más crudo del invierno, es posible desenvolverse con cierta facilidad. Disfrutando, mientras tanto, de fenómenos como las auroras boreales, las largas noches polares y esa luz mágica que, para un aficionado a la fotografía, quizá sea el rasgo más excepcional del Ártico. O, durante sus cortos veranos, de los días sin noche, cuando el eterno atardecer acaba confundiéndose con el siguiente amanecer.

Expediciones árticas de Nansen y Amundsen

Expediciones árticas de Nansen y Amundsen.

Como buena parte de mi generación, descubrí el Ártico a través de los libros. Recuerdo especialmente una historia de los descubrimientos, que cayó en mis manos cuando aún era poco más que un niño. Devoré con avidez los capítulos referentes a la exploración del norte profundo, los intentos por atravesar los pasos del noreste y el noroeste y la carrera por llegar al polo norte. Sin llegar a entender los extraños motivos por los que, en una época de medios precarios, alguien podía jugarse la vida de aquella forma. Y, lo que aún me resultaba más incomprensible, volver a intentarlo tras haber estado a punto de perecer previamente.

Monumento al Globo

En cabo Norte.

Pasarían muchos años antes de que pudiera visitarlo por primera vez, en Noruega, durante un verano boreal. Apenas fueron cinco días, de los que dos los pasé navegando entre el extremo septentrional del continente europeo y Svalbard. Quizá fue la brevedad de la visita, acertar con unas jornadas especialmente anodinas o ir en un descomunal crucero, que nos aislaba del entorno que recorríamos. En cualquier caso, me pareció un lugar interesante, pero en absoluto excepcional. Incapaz de cambiar mi rutina viajera.

Fiordo Tunulliarfik

Día de verano en el fiordo Tunulliarfik.

Tardé dos años en regresar. En esta ocasión, a bordo de un crucero transatlántico, que pasaba por Islandia y Groenlandia. Apenas rozamos el Ártico geográfico, pero estuvimos nueve días en el político. Fue mi primera toma de contacto con los paisajes brumosos y etéreos de Islandia. Y con una Groenlandia extrañamente soleada. Aún no lo sabía, pero había comenzado a enamorarme del Ártico.

Amanecer al sur de Losvika

Amanecer al sur de Losvika.

Lo descubriría seis meses más tarde, mientras recorría la costa noruega en pleno invierno. Según el buque de Hurtigruten se iba adentrando lentamente en el norte profundo, más allá de Trondheim, comencé a vislumbrar un mundo mágico. Tan distinto a todo lo que había conocido hasta entonces, que casi parecía irreal. La nieve llegando hasta la misma orilla del mar, la luz suave y tamizada hasta extremos asombrosos, los fiordos congelados, las auroras boreales, el frío . . . Y, en medio de aquel paisaje, tan duro como deslumbrante, gente común.

Llegando a Finnsnes

Llegando a Finnsnes.

Quizá aquello fue lo que más me fascinó de mi primer viaje invernal a Noruega. Poder observar como había personas que, en un entorno hostil, seguían llevando una existencia normal, no tan distinta a la de lugares mucho más meridionales. Desde luego, había ciertas diferencias. En el invierno de Tromsø, algunas costumbres habituales en una ciudad como mi Alicante natal podrían situarte al borde de la muerte por hipotermia. Pero, en el fondo, la vida era asombrosamente cotidiana: acudir al trabajo, llevar los niños al colegio, quedar con los amigos para cenar, ir al cine . . . Regresé al sur con la sensación de que sería perfectamente posible llevar una vida corriente, no tan distinta de aquella que hago en Madrid.

Liefdefjorden, un día en el norte de Spitsbergen

Liefdefjorden, en el norte de Spitsbergen.

Y, sin embargo, existe un Ártico menos cotidiano. Mucho más duro y hostil, en el que, incluso en verano, es imposible llevar una existencia normal. En invierno, resultaría muy complicado incluso subsistir. Un Ártico sin población o infraestructuras, en el que todavía reina la naturaleza y los humanos estamos tan solo de paso. Un mundo alienígena, tan hermosamente extraño, que acaba siendo adictivo.

Las Tierras Altas desde Ásgarðsfjall

Las Tierras Altas desde Ásgarðsfjall.

Arañando sus confines durante el verano, en Svalbard o Groenlandia, o recorriendo en invierno las Tierras Altas de Islandia, pude comenzar a comprender a aquellos que pasaron los mejores años de sus vidas intentando desentrañar sus secretos. En una época sin GPS o comunicaciones vía satélite. Cuando las posibilidades de rescate era mínimas y cualquier error podía desembocar en un desenlace trágico. Muchas veces precedido de meses, o incluso años, de privaciones y agonía.

Atravesando el desierto blanco

Atravesando el desierto blanco.

¿Puedo explicar las impresiones que me trasmite ese Ártico más extremo? Lo dudo, pero al menos lo intentaré. Quizá lo más sencillo sea describir las sensaciones meramente estéticas. Paisajes infinitos e inmaculados, en los que es virtualmente imposible distinguir la más mínima señal de presencia humana. Como mucho, algún frágil refugio, o unas efímeras huellas en la nieve. Generalmente, ni eso. El sentimiento de limpieza, de estar contemplando el planeta tal como fue desde el principio, antes de que el ser humano intentase domesticarlo, genera una extraña sensación de plenitud.

Más allá de las señales

Más allá de las últimas señales.

Sensación a la que se une el aislamiento. Incluso con toda la tecnología actual, es imposible no sentir la soledad, la fragilidad ante la naturaleza. Siempre que lo comentamos, uno de mis mejores amigos me dice lo mismo: es autosugestión, puedes tener la misma sensación de aislamiento en la sierra de Guadarrama. Se equivoca, pero la única forma en que cambiaría de opinión sería comprobándolo en primera persona. Como una pareja portuguesa, con la que coincidí durante un viaje invernal a Kerlingarfjöll, en el corazón de Islandia. Estaban fascinados por la inmensidad del paisaje. Por los desolados páramos infinitos, cubiertos de nieve, que se interponían entre aquel pequeño oasis de civilización y el resto del mundo. Para tener las mismas sensaciones, sería en Guadarrama donde tendrías que autosugestionarte, forzando a tu mente a olvidar que, al otro lado del cerro, hay millones de personas. O a no ver la línea de alta tensión, ni las carreteras que rompen el paisaje, ni la torre de vigilancia forestal, ni la estela de los aviones que se aproximan a Barajas, ni . . . Claro que las sensaciones que percibes en el Ártico están condicionadas por tu mente. Pero no en el sentido que cree mi amigo.

HMS Erebus y HMS Terror partiendo hacia el Ártico

HMS Erebus y HMS Terror zarpando hacia el Ártico (dominio público).

Si esto es así en la periferia del Ártico, en un entorno relativamente seguro y controlado, contando con la ayuda de toda nuestra tecnología, ¿cómo sería antes de la invención de la radio y el motor de vapor? Adentrarse entre sus hielos caminando, en un trineo, o a bordo de una nave movida por el viento o la fuerza de los remos, debió ser una experiencia tan incierta como intensa. Más aún recorriendo un terreno inexplorado.

El SH Vega en el Rødefjord

El SH Vega en el Rødefjord.

He podido vivir en primera persona las dificultades de navegar entre sus hielos. A pesar de hacerlo en un buque con casco reforzado, recorriendo terreno cartografiado y fotografiado desde el cielo. Con radio, GPS, sónar, comunicaciones vía satélite y un radar para detección de hielo. Y dotado de motores direccionales, que daban al barco una asombrosa capacidad de maniobra. Aun así, en pleno verano, tuvimos que modificar varias veces nuestro itinerario, por culpa del hielo, la niebla y los icebergs.

Fotografiando Raftsundet

Raftsundet, en las Lofoten.

Si, como todo parece indicar, Pythéas de Marsella logró alcanzar los confines del Ártico, ¿a qué dificultades tendría que enfrentarse? Es una lástima que sus escritos originales se perdieran y solo nos hayan llegado referencias de segunda mano. Generalmente de sus detractores, que no fueron pocos. El lugar y los fenómenos que describió eran tan extraños para los hijos del Mediterráneo, que fueron tomados por meras fantasías y utilizados en su contra. Hoy, son las mejores pruebas de que realmente pudo estar allí. O, cuando menos, conocer a alguien que había estado. Aunque sea imposible precisar su destino concreto. ¿Islandia, las Lofoten, Helgeland?

Kalsoy, Kunoy y Borðoy

Navegando entre las Feroe.

Después llegaron los celtas, a bordo de sus currachs. Unas pequeñas embarcaciones, con estructura de madera forrada con pieles de animales, en las que fueron capaces de navegar hasta lugares asombrosamente lejanos. Su gesta, generalmente olvidada, dio lugar a un género literario, conocido como immram. Una palabra que se podría traducir desde el antiguo gaélico como «viaje». Quizá el más conocido, aunque no encaje perfectamente con el género, sea el mítico viaje de San Brandán el Navegante. Sabemos con certeza que los monjes irlandeses llegaron a las islas Feroe y a Islandia. Quizá incluso a Jan Mayen o Groenlandia.

El museo vikingo de Lofotr

Høvdinghuset de Borg.

En Islandia y las Feroe son numerosos los lugares que hacen referencia a los papar. Nombre con el que los escandinavos se referían a los monjes de origen irlandés. Como Paparøkur en las Feroe o Papey en Islandia. También son frecuentes las menciones en las sagas. Fueron desplazados por la siguiente oleada de navegantes, bastante más conocida: los «vikingos», que aparecieron por la zona en el siglo IX. Aunque, en realidad, hacía tiempo que habitaban en el Ártico. El primer núcleo urbano noruego en las Lofoten del que tenemos constancia es Vågan, fundado alrededor del año 800. Todavía es más antigua la gran «casa larga» de Borg, cuyos orígenes estarían en los alrededores del 500. Desde las Lofoten, los noruegos siguieron avanzando hacia el este, llegando al mar Blanco sobre el 880.

Og nefndu landið Ísland

Og nefndu landið Ísland.

Su expansión hacia el Atlántico septentrional comenzó de forma más azarosa de lo que generalmente se cree. Durante siglos, los escandinavos navegaron ceñidos a la costa. Hasta que, a lo largo del siglo IX, la mejora en sus métodos de construcción naval les permitió afrontar la navegación oceánica. Nació así la primera época dorada de la exploración nórdica. En una fecha indeterminada, alrededor del 850, llegaron a las islas Feroe. Desde allí saltaron a Islandia, que fue «descubierta» en dos ocasiones. Alrededor del 860 por Naddóður Ásvaldsson, que se perdió intentando llegar a las Feroe. Poco después por Garðar Svavarsson, que en este caso estaba intentando navegar entre Escocia y las Orcadas. El primer viaje intencionado a la isla lo haría, en el 868, Hrafna-Flóki Vilgerðarson. Cada uno de ellos dio un nombre distinto a la isla, aunque al final perduraría el elegido por Flóki, tras pasar un duro invierno en el Breiðafjörður: Ísland, Tierra de Hielo.

Barco de Oseberg

Barco de Oseberg.

No se detuvieron allí. Alrededor del 920 Gunnbjörn Ulfsson, intentando llegar a Islandia, divisó Groenlandia. Sería Snaebjörn Galti el primero en navegar a propósito hasta sus orillas, en el 978. Aunque la colonización tendría que esperar al 985, cuando Erik Þorvaldsson, tras regresar de un primer viaje de exploración, en el que bautizó el lugar como Grønland (Tierra Verde), lideraría una expedición de 25 barcos. Aunque tan solo 14 lograrían llegar a su destino, acabaron fundando una serie de asentamientos. Hvalsey, el último del que tenemos noticias, perduró hasta principios del siglo XV.

Havlsey y el Hvalseyfjördur

Havlsey y el Hvalseyfjördur.

¿Porqué desaparecieron los asentamientos noruegos en Groenlandia? No lo sabemos, pero uno de los factores determinantes pudo ser la competencia con otras dos culturas, que hoy conocemos como Dorset y Thule. Mucho antes de que los europeos comenzásemos a explorar los confines del Ártico, otros pueblos se habían asentado en la zona. Hace 50.000 años, los primeros humanos capaces de enfrentarse a condiciones de frío extremo, tanto desde el punto de vista físico como cultural, comenzaron a adentrarse en Asia Central y el sur de la actual Siberia. Los restos más antiguos encontrados al norte del paralelo 66, en en el cauce del río Yana, tienen aproximadamente 30.000 años. Pero, como tantas veces en el Ártico, acabó siendo un intento fallido. Tras 6.000 años, el empeoramiento de las condiciones climáticas forzó un repliegue hacia el sur.

Ulu (cuchillo femenino) del este de Groenlandia

Ulu (cuchillo femenino) del este de Groenlandia.

Hace aproximadamente 10.000, terminada la última glaciación, los humanos volvimos a adentrarnos en el norte profundo. Nuevamente comenzando por Siberia. Desde allí pasarían al continente americano y de éste a los archipiélagos del actual Ártico canadiense y a Groenlandia, donde llegarían por primera vez en torno al 2.400 AEC. Después desaparecieron, al igual que las dos siguientes oleadas, sin que sepamos con claridad las causas. Para tener una población estable habría que esperar a que la cultura de Thule, predecesora de los actuales inuit, se extendiera desde el noroeste de América a partir del siglo X. Para el XV, se habían impuesto a los últimos vestigios de la cultura de Dorset y a los noruegos de Groenlandia.

Atardecer frente al cabo Spear

Atardecer frente a Terranova.

Volviendo a estos últimos, en el 986 o el 1001, no se sabe a ciencia cierta, Bjarni Herjólfsson intentaba llegar a Groenlandia. Terminó en un lugar indeterminado del noreste de Canadá, que podría ser Terranova o la península del Labrador. Poco después, Leif Erikson navegaría hacia el oeste, buscando la misma tierra. Pero lo haría siguiendo el método tradicional. Recorrió hacia el norte la costa oriental de Groenlandia, quizá hasta la latitud de la actual Disco Bay. Allí viro hacia el oeste para, atravesando el estrecho de Davis, llegar a la isla de Baffin y regresar hacia el sur por su costa. Una ruta que, según parece, fue la preferida durante el tiempo que duraron los intentos de colonización de Vinland.

Llegando a Jan Mayen

Jan Mayen.

¿Llegaron a Jan Mayen, Bjørnøya o Svalbard? No lo sabemos, pero no parece probable. Hay referencias en las sagas al descubrimiento de un lugar, al norte de Islandia, que llamaron Svalbardr, o Svalbarda í Hafsbotn: el País de la Costa Fría. Lo más probable es que se tratara de la costa oriental de Groenlandia. Quizá en las inmediaciones de lo que actualmente llamamos Scoresby Sund. O el Kong Oscar Fjord, aún más al norte. En cualquier caso, no se ha encontrado ningún resto arqueológico. Únicamente disponemos de una referencia escrita, derivada de una tradición oral aún más antigua.

Entrada a Vardøhus

Entrada a Vardøhus, en Vardø, la «capital» pomor de Noruega.

Tampoco sabemos cuando llegaron a Svalbard los pomory. Otro pueblo navegante, muy poco conocido fuera de su Rusia natal. Aparecieron en el mar Blanco durante el siglo XII. Desde allí se extendieron por la costa ártica de Eurasia. Hacia el oeste, hasta encontrarse con los noruegos, con quienes mantendrían lazos culturales y comerciales hasta principios del siglo XX. Tan estrechos, que llegó a haber un lenguaje híbrido, conocido como russenorsk. Hacia el este, hasta la península de Yamal. En el 1600 fundarían Mangazeya, en la orilla del río Taz, que se convertiría en uno de los pilares de la conquista rusa de Siberia. También se han hallado restos de sus refugios de caza en Svalbard. Aunque en algunos casos la madera encontrada sea del siglo XVI, es imposible saber si se trata de piezas reutilizadas. Una práctica muy habitual en toda la zona, que hace muy difícil averiguar la antigüedad real de un edificio.

Mapa de Willem Barents de 1598

Mapa de Willem Barents de 1598 (dominio público).

Mientras tanto, había comenzado la era dorada de la exploración europea. El descubrimiento de América espoleó la búsqueda de nuevas rutas hacia Oriente. Los míticos pasos del Noreste y Noroeste. El primero llevaría al descubrimiento de Bjørnøya y Svalbard por Willem Barents, en una serie de tres expediciones, entre 1594 y 1597, sufragadas por las Provincias Unidas. Habría que esperar hasta mediados del siglo XIX para que, gracias a diversas exploraciones parciales, se demostrara la viabilidad de la ruta. El primero en atravesarla en su totalidad sería Adolf Erik Nordenskiöld, a bordo del Vega, entre 1878 y 1879.

El Gjøa

El Gjøa.

El paso del Noroeste resultó ser más elusivo. Los ingleses lo intentaron en repetidas ocasiones, desde el viaje de Juan Caboto de 1497, hasta la trágica expedición de Franklin, de 1848. También hubo varias expediciones españolas y francesas, entre los siglos XVI y XVIII. Aunque finalmente sería un noruego, Roald Amundsen, quien lo atravesaría por primera vez a bordo del Gjøa. Zarpó de Oslo el 16 de junio de 1903, para llegar a San Francisco el 19 de octubre de 1906.

El Fram atrapado en el hielo

El Fram atrapado en el hielo.

¿Y el polo norte? El primer intento documentado de alcanzarlo estuvo protagonizado por el británico William Edward Parry, partiendo desde Svalbard. A partir de 1871 se producirían varias tentativas. Algunas acabaron en fracaso, otras en tragedia. Quizá la más original fue la protagonizada por Fridtjof Nansen. Su plan era muy simple. En lugar de desplazarse con trineos sobre el hielo, se dejaría atrapar por éste. Su cálculo era que la deriva del hielo polar trasladaría su buque, el Fram, hasta las inmediaciones del polo. El Fram entró en la banquisa a 78°49′ norte y 132°53′ este. Varios meses más tarde, con el barco a 84°4′ de latitud norte y siendo evidente que sus cálculos habían fallado, Nansen decidió que era el momento de seguir a pie. Acompañado por Hjalmar Johansen, intentó llegar al polo con los perros y trineos que llevaban a bordo. Se quedó a 86°13′6″ de latitud. Como buen conocedor del Ártico, supo aceptar su fracaso y reconocer en que momento debía dar la vuelta. Aunque también tuvo su dosis de suerte. Contra todo pronóstico, tras pasar un horrible invierno en la Tierra de Francisco José, fue a coincidir en medio de la nada con la expedición de Frederick George Jackson. Quien, en un alarde de flema británica, le espetó: «Vd. es Nansen, ¿no es así?».

Dirigible Norge

Maqueta del dirigible Norge.

La primera persona que reclamó haber estado sobre el polo fue el estadounidense Frederick Cook, en 1908, acompañado por dos inuit. No pudo aportar pruebas y su reclamación quedó en el olvido. Al año siguiente, sería su compatriota Robert Peary quien afirmaría haber alcanzado los 90º de latitud norte. En la actualidad, se piensa que tampoco lo logró. En 1926 un tercer norteamericano, Richard E. Byrd, dijo haber sobrevolado el polo. Hoy sabemos que sus datos eran incorrectos. Uno de los problemas del polo norte es su ubicación en el mar, sobre un hielo que está en continuo movimiento. Es muy complicado tener referencias claras y realizar mediciones precisas. Más aún con los medios de aquella época. El primer sobrevuelo científicamente aceptado del polo norte lo hizo ese mismo año Amundsen, a bordo del dirigible Norge. Los primeros en pisarlo serían los miembros de una expedición soviética, dirigida por Aleksandr Kuznetsov, que llegó a sus inmediaciones en avión, el 23 de Abril de 1948.

En el polo norte

Antony en el polo norte.

Que fuera una fecha tan tardía nos permite apreciar las condiciones increíblemente adversas que, incluso hoy en día, existen en el techo del mundo. El frío, el viento y, sobre todo, los cambios en el entorno. En el casquete polar, todo se mueve. Donde ayer había una llanura congelada, hoy hay un brazo de mar. O una barrera de hielo, levantándose sobre el horizonte. Durante mi segundo viaje a Svalbard, tuve la suerte de conocer personalmente a Antony Jinman. Una de las pocas personas que ha llegado a pie a los dos polos. Tras una interesante charla, en la que nos contó las penurias y problemas que había encontrado, la pregunta era inevitable: ¿cuál resultó más duro y complicado? «Sin duda el norte», respondió sin la menor vacilación. La historia parece darle la razón. ¿Será así por mucho tiempo?

Para ampliar la información.

En este mismo blog, hay dos entradas sobre museos relacionados con la zona: el museo polar de Tromsø (https://depuertoenpuerto.com/el-museo-polar-de-tromso/) y el museo del Fram, en Oslo (https://depuertoenpuerto.com/en-el-museo-del-fram/).

Para los que, como yo, estén obsesionados con el Ártico, también puede ser interesante leer https://depuertoenpuerto.com/svalbard-al-norte-del-fin-del-mundo/ y https://depuertoenpuerto.com/cuatro-dias-en-scoresby-sund/.

El resto de las entradas del blog sobre el Ártico geográfico está en https://depuertoenpuerto.com/tag/artico/.

En el siempre interesante blog Fronteras, hay varios artículos complementarios de lo que acabas de leer:

¿Quién fue el primero en llegar al polo norte?: https://fronterasblog.com/2011/06/13/pero-%c2%bfquien-fue-el-primero-en-conquistar-el-polo-norte/.

El encuentro fortuito entre Nansen y Jackson: https://fronterasblog.com/2010/10/18/la-coincidencia-mas-grande-de-todos-los-tiempos/.

Las fronteras internacionales en el Ártico: https://fronterasblog.com/2014/11/18/la-tarta-del-artico/.

En inglés, la web del Consejo Ártico está en https://arctic-council.org/.

Quien tenga curiosidad por averiguar la latitud del Ártico en un año concreto, puede visitar https://www.lantmateriet.se/en/geodata/gps-geodesi-och-swepos/geodesy/geodesy-services/compute-the-position-of-the-arctic-circle/.