Salimos del hotel sobre las cinco y media de la mañana. Poco después, mientras dejábamos atrás Keflavik bajo un cielo encapotado, podíamos ver las llamaradas del volcán asomando sobre la ladera del Fagradalsfjall. La falta de lluvia y los indicios evidentes de que, esta vez sí, acertaríamos a llegar al volcán durante una erupción, nos hicieron olvidar el sueño. Media hora después, dejábamos el coche en el aparcamiento más cercano a Nátthagi y comenzábamos la caminata.
El día era perfecto. El escaso viento llegaba desde el suroeste, templando el ambiente mientras alejaba los vapores del volcán de la senda que recorríamos. Las nubes iban y venían, dejando ocasionalmente algún claro en el cielo gris. El viento también arrastraba algunos bancos de niebla, pero éstos no eran muy persistentes. Nada de lo que preocuparse, al menos de momento. Mientras subíamos por la senda, nos llamó la atención el relativamente elevado número de personas que la recorrían. Pensábamos, erróneamente, que a esa hora estaríamos prácticamente solos.
Poco después de las seis y media, teníamos a la vista el volcán. Aunque, en realidad, éste permanecía oculto tras una densa nube. En cualquier caso, la vista era impresionante. Desde el sendero, podíamos ver a nuestros pies el valle de Nátthagi, que a esas alturas del viaje habíamos recorrido en tres ocasiones. En la segunda de ellas, apenas 36 horas atrás, acertamos a coincidir con una fase eruptiva y pudimos observar el avance de la lava desde una distancia asombrosamente corta. Ahora, teníamos bajo nosotros una colada muy similar, avanzando lentamente hacia el sur.
Nosotros también seguimos avanzando, en dirección contraria. Mientras tanto, el incesante movimiento de las nubes las apartó de las inmediaciones del volcán. Por fin teníamos ante nosotros la erupción en todo su esplendor. El cráter expulsaba continuamente gases y lava. Parte de ésta descendía hacia Geldingadalir. El resto, se desparramaba por la ladera occidental del volcán, para acabar formando un río de lava, que atravesaba Syðri-Meradalir. Tras zigzaguear por el antiguo valle, se desplomaba hacia Nátthagi por las espectaculares cascadas de magma que habíamos contemplado el martes. Una vez en el valle inferior, seguía su lento avance, en una marcha hacia el mar que terminaría siendo infructuosa.
Retomamos el camino. Sin ser tan espectacular, la vista hacia el este no estaba falta de interés. Una mezcla de nubes bajas y bruma se aferraba a los valles meridionales de Reykjanes. A lo lejos, se intuía el mar y una costa con acantilados. Quizá fuera Krísuvíkurberg. En otras circunstancias, me habría recreado fotografiando las sutilezas del paisaje, pero el volcán parecía empeñado en acaparar toda nuestra atención.
Mientras, sobre nuestras cabezas, se había abierto un gran claro en el cielo. El sol brillaba con fuerza y la nube que desprendía el volcán era ahora perfectamente distinguible. Además, la temperatura no paraba de subir. El contraste con el desapacible día anterior no podía ser mayor.
A nuestros pies, el río de lava creaba formas extrañas. A veces, sus brazos se separaban, para reencontrarse un poco más abajo. En otras ocasiones, desaparecían entre la lava aparentemente sólida de los días anteriores. Solidez que era engañosa. Algo más allá, un segundo río emulaba al Guadiana, desapareciendo y volviendo a aparecer varias veces, mientras recorría la oscura superficie de lava. Era evidente que, bajo la rígida apariencia de la corteza, se escondía una gran masa de magma candente.
Finalmente, a las ocho en punto, llegábamos al Langihryggur. Justo a la hora prevista. El viento había arrastrado otra nube sobre la cima, ocultando temporalmente el volcán. No nos importó. Sabíamos que era una situación pasajera. Buscamos un lugar cómodo y nos pusimos a desayunar tranquilamente. Mientras tanto, como si fuera el telón del mayor teatro del mundo, el manto de nubes se retiró, dejando a la vista el volcán. Solo por ese instante, increíblemente mágico, habría merecido la pena la caminata.
Pasamos un buen rato en la cima del Langihryggur. Reponiendo fuerzas, disfrutando del espectáculo y haciendo fotografías. Aunque no llevaba el trípode, había cogido un pequeño GorillaPod, suficiente para aguantar el peso de la cámara compacta (una Panasonic TZ200) con la que cargaba. Me dediqué a hacer algunas fotos utilizando el teleobjetivo y hasta grabé varios videos. Aunque habría sido interesante tener un trípode de verdad, el resultado no fue del todo malo.
Lo que realmente eché en falta aquella mañana fue el dron. Las condiciones eran óptimas. Sobre todo por la falta de viento, tan difícil de encontrar en Islandia. Pero, más allá del peso, me desanimó a subirlo el recuerdo del incidente en el cañón del Eldgjá. Si me ocurría lo mismo, aquí no dispondría de tiempo para buscarlo. Fue más prudente ceñirse al plan original y evitar posibles distracciones.
Tras casi una hora en la cima del Langihryggur, comenzamos el camino de regreso. Queríamos recorrerlo sin prisa, con tiempo para detenernos a hacer algunas fotografías. Aunque pudiera parecer difícil, la luz había mejorado. Los bancos de niebla también eran más abundantes, añadiendo dramatismo a la escena. Mientras descendíamos lentamente, deteniéndonos cada pocos metros, no podía evitar los sentimientos contrapuestos. Por una parte, una inmensa satisfacción por el espectáculo que estábamos contemplando. Sensación que se mezclaba con un leve disgusto. De las cuatro veces que subimos al volcán en ese viaje, la que ofrecía mejores condiciones era precisamente la única en que teníamos prisa. Una extraña mezcla de infortunio y suerte.
Tardamos prácticamente lo mismo en el descenso que en la subida. Las paradas eran continuas. Nos resistíamos a dejar atrás el impresionante entorno que estábamos recorriendo. Quizá intuíamos que, unos días más tarde, la erupción cesaría bruscamente. El 2 de septiembre el cono pareció taponarse. La lava volvería a manar nueve días más tarde, esta vez por un conducto lateral. El 18 de septiembre, se detendría para siempre. La erupción en Geldingadalir había durado 183 días. Tuve la suerte de poderla visitar por primera vez cuando tan solo llevaba 36 días activa. Por octava y última, 23 días antes de su finalización.
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Las demás entradas correspondientes al volcán en este blog se pueden ver en https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/reykjanes/geldingadalir/.
En https://depuertoenpuerto.com/dieciseis-dias-en-islandia/ encontrarás todo nuestro itinerario de 16 días por Islandia.
En inglés, Views of the World tiene varias fotos y mapas que nos ayudan a entender la evolución del volcán: http://www.viewsoftheworld.net/?p=5783.
En el blog Volcano Café hay una serie de cuatro largas entradas, que ayudan a poner en contexto y comprender la erupción. La primera está en https://www.volcanocafe.org/the-plume-of-ballareldar/.
Quien quiera ver fotos de los primeros días del volcán, puede visitar https://photography-iceland.photo/volcanic-activity.
También interesante la galería de Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/nature-info/10-insane-photos-of-the-fagradalsfjall-volcanic-eruption-in-geldingadalur.
En el blog de Jeroen van Nieuwenhove hay una interesante entrada, con una cronología de la erupción: https://jvn.photo/geldingadalir-eruption-timeline/.
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