Antes de la primavera de 2021, casi nadie sabía dónde estaba Nátthagi. Había pasado tres veces a su lado, una en el invierno de 2019 y dos en el verano de 2020, sin prestar la más mínima atención al valle. Uno más entre los muchos que se adentran en el relieve volcánico de Reykjanes. Hasta que, el 19 de marzo de 2021, entró en erupción un volcán. Inicialmente, la lava fluía por el valle de Geldingadalir. Pronto comenzó a cubrir lentamente el cercano Syðri-Meradalir. Al final, ambas coladas volvieron a unirse en Nátthagi, camino del mar. Durante varias semanas, todas las miradas de los que amamos Islandia estuvieron fijas en su lento avance por el valle.

El descenso hacia Nátthagi

Descendiendo hacia Nátthagi el 11 de agosto.

Habíamos recorrido por primera vez Nátthagi durante nuestra anterior excursión por la senda C. Tras un complicado descenso desde Syðri-Meradalir, bordeamos el lado oriental de la colada hasta las proximidades del terraplén que, en teoría, estaba destinado a intentar contener el flujo de lava, evitando que su avance acabase cortando la carretera 427. Aunque pasamos prácticamente todo el día en las proximidades del volcán, apenas logramos ver algo de magma fundido en la distancia. La lava de Nátthagi, tan solo solidificada en su superficie, emitía incesantemente gases, a la vez que irradiaba calor. Pero poco más.

El comienzo de la ruta

El comienzo de la ruta.

A pesar de lo cual, habíamos decidido volver a probar suerte en el volcán. El día no parecía el más propicio. En nuestro camino entre Þingvellir y Garður nos habían caído varios chaparrones. Además, una densa niebla flotaba apenas unos metros por encima del suelo de Reykjanes. Pero a las tres de la tarde estábamos acomodados en el hotel de Garður, a 46 kilómetros del aparcamiento de la senda C. Además, el gráfico de tremores del volcán indicaba que éste se encontraba activo. No perdíamos nada por intentarlo. Para evitar la niebla, nos limitaríamos a recorrer el valle de Nátthagi, en la parte baja de la erupción. Cuarenta minutos más tarde, arrancaba nuestra excursión hacia el volcán.

Caminando entre la niebla

Caminando entre la niebla.

En la zona del volcán, el día seguía siendo gris. Mientras avanzábamos hacia el valle, entre una niebla más baja y densa de lo previsto, no dejaba de preguntarme si nos habríamos equivocado. Pero, ya que estábamos allí y siendo conscientes de lo variable que puede llegar a ser el clima en Islandia, lo más razonable era seguir adelante. Al menos, estábamos prácticamente solos. Si lográbamos ver algo, lo haríamos tranquilamente. Sería casi como un pase privado.

En el frente de la colada

En el frente oriental de la colada.

En otros 20 minutos estábamos frente a la colada. Los vapores que ésta desprendía se confundían con la niebla, haciendo que el día pareciera todavía más brumoso. El extremo meridional de la colada estaba lleno de piedras que numerosos «graciosos» se habían dedicado a tirar sobre la lava sólida, imagino que para ver si ésta era tan consistente como aparentaba. Nunca entenderé a aquellos que se dedican a mancillar la naturaleza que visitan. Pero parece que la actitud resultaba contagiosa. Las únicas personas que vimos por la zona se estaban dedicando precisamente a lo mismo.

Lava fracturada en Nátthagi

Lava fracturada en Nátthagi.

Comenzamos a remontar la colada, bordeando su flanco oriental. Las formas de la lava solidificada resultaban muy interesantes. En algunos lugares, los ciclos de contracción y dilatación, o el empuje de la nueva lava, habían roto la superficie, convirtiéndola en un auténtico caos. Los bloques de lava desgajados de la corteza permitían apreciar la forma interna de ésta. Todo ello en un ambiente cargado de sonidos y olores extraños, aderezado con los vapores que emanaban de la colada.

Hacia el interior de Nátthagi

Hacia el interior de Nátthagi.

Según nos adentrábamos en el valle, aumentaba nuestra sensación de soledad. Apenas nos cruzábamos con nadie. La mezcla de gases y niebla creaba un mundo etéreo, por el que avanzábamos lentamente, deteniéndonos cada pocos metros. Sabíamos que, bajo la caótica superficie de lava solidificada, había una gran masa de magma líquido. Pero en la superficie no había el menor indicio de lava fundida. Las dudas volvieron a asaltarme. ¿Habría sido buena idea ir hasta Nátthagi en esas condiciones?

Desde la ladera de Nátthagi

Desde la ladera de Nátthagi.

Seguimos avanzando. Llevábamos cincuenta minutos andando desde el aparcamiento y lo único que veíamos era lava sólida. Con formas y texturas interesantes, pero rígida como una piedra. Volvimos a detenernos. Subí un poco por la ladera, para fotografiar la colada desde cierta altura, intentando captar varias capas de profundidad. Sería la última foto de esa tarde, antes de emprender el regreso hacia el hotel. Pero la niebla y los gases hacían complicado lograr una toma bien enfocada. Estaba ajustando la cámara, cuando pasaron a mi lado varias personas, procedentes del fondo del valle. El último de ellos, según caminaba a mi altura, me dijo en inglés: «si sigues un poco más adelante, se ve algo de lava fundida». Me olvidé inmediatamente de la foto, avisé a Olga y reanudamos nuestro avance.

Lava entre la niebla

Lava entre la niebla.

No habían pasado ni tres minutos, cuando entre la niebla comenzamos a ver un difuso resplandor rojizo. Un par de minutos más tarde, podíamos distinguir un río de lava despeñándose desde Syðri-Meradalir. Inicialmente seguía la fuerte pendiente, para después girar hacia el este y continuar descendiendo de forma oblicua. A su derecha, otro río avanzaba por la ladera, abriéndose camino hacia el primero.

Acercándonos a la colada

Acercándonos a la colada.

Aceleramos el paso. Según nos acercábamos, podíamos ver la escena con mayor nitidez. Los dos ríos de lava iniciales habían logrado unirse, mientras en el borde superior de la ladera un tercer río parecía tener problemas para abrirse camino hacia Nátthagi. Al observar con mayor detenimiento la pendiente, pude ver la tortuosa senda por la que habíamos descendido desde Syðri-Meradalir en nuestra anterior excursión, trece días atrás. Su parte superior había desaparecido, cubierta por la lava.

Musgo ardiendo en Nátthagi

Musgo ardiendo en Nátthagi.

Seguimos avanzando. Un amplio río de magma fundido venía en dirección contraria por el fondo del valle. Comenzábamos a sentir su calor. Mientras, el tercer flujo de lava parecía haber reanudado su marcha, encontrándose con una zona cubierta de musgo. Éste entró en combustión, creando una densa humareda. La escena trasmitía una fuerza y un dramatismo increíbles.

Junto al frente de lava

Junto al frente de lava.

Finalmente, alcanzamos el frente de lava. O éste nos alcanzó a nosotros, según se mire. Había tenido la suerte de poder visitar Geldingadalir durante los primeros días de la erupción, en el mes de abril. Pero el espectáculo que teníamos delante era bien distinto. No podíamos ver el cono del volcán, oculto tras la niebla, más allá de la abrupta ladera. Tampoco el impresionante río de lava que, en aquellas jornadas, se movía majestuosamente por Syðri-Meradalir. Ni la masa amorfa de lava, tan solo solidificada superficialmente que, como una bestia sin forma ni voluntad, avanzaba por los valles milímetro a milímetro. Aquí, el magma corría libremente, saltando sobre las coladas de los días anteriores, hasta desbordarse y desparramarse por el campo circundante, lo que permitía estar a una distancia asombrosamente corta de la lava. El único límite era tu propia resistencia al intenso calor que desprendía.

Colada entre lava sólida

Colada entre lava sólida.

Poco después, el río de magma pareció partirse en varios brazos, mientras se dirigía hacia el interior del campo de lava, alejándose de nuestra posición. Por un momento, la niebla pareció desaparecer, quizá disipada por el intenso calor. Pero comenzó a levantarse viento. ¿Sería éste también fruto del calor? En cualquier caso, decidí aprovechar el aumento de visibilidad y la imposibilidad de acercarnos al frente de lava para volar el dron. Las condiciones eran nefastas, pero el espectáculo magnífico. Puestos a perder el dron, ¿qué mejor momento? Sabiendo que su dueño estaría de acuerdo conmigo, comencé los preparativos.

Cada vez hacía más viento, pero conseguí despegar y comenzar un vuelo sobre la colada, remontando el valle. Era la tercera vez que volaba un dron sobre lava fundida, y tenía más confianza en su resistencia al calor. Además, el viento traía un aire gélido, que sin duda ayudaría a mantener el dron fresco. Pude volar a menor altura que en abril, con la única preocupación de no estrellar el dron contra la ladera, cada vez más cercana. Logré una toma que, sin ser perfecta, era razonablemente buena.

Decidí hacer otra frente a la mayor de las cascadas de lava, esta vez elevando el dron en vertical. La idea era intentar captar el avance de la lava, tanto mientras se despeñaba hacia Nátthagi como en el río que debía avanzar por Syðri-Meradalir. De paso, intentaría visualizar el cono del volcán. No fue una mala toma, pero llegué al límite máximo de altura del dron. En Islandia, 120 metros. Podía haber desactivado la limitación. Al fin y al cabo, el terreno era más alto en esa zona. Pero el viento iba a más y, según tomaba altura, el dron comenzó a dar mensajes de error. Era evidente que estaba llegando al límite de sus capacidades. Aun intenté una última toma, algo más baja, con las dos cascadas de lava al frente. Según comenzaba a grabar, volvió a descender la niebla. Fue el momento de dejarlo.

Manantial de lava

Manantial de lava.

Solo cuando logré aterrizar, fui consciente de las nefastas condiciones en que había volado. Antes, estaba tan concentrado que ni me había percatado de la rapidez con la que empeoraba el día. En cualquier caso, había logrado varias tomas bastante decentes y, contra toda esperanza, recuperar el dron de una pieza. Pero comenzaba a ser tarde. Llevábamos más de dos horas y media en Nátthagi y aun teníamos una larga caminata hasta el coche. Mientras regresábamos, viendo la cara de ilusión de Olga, que había sentido por primera vez el asombroso calor de la lava fundida, olvidé el hambre y el cansancio acumulados durante una jornada tan larga como intensa.

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Para ampliar la información:

Las demás entradas correspondientes al volcán en el blog están en https://depuertoenpuerto.com/category/europa/escandinavia/islandia/reykjanes/geldingadalir/.

En https://depuertoenpuerto.com/dieciseis-dias-en-islandia/ encontrarás todo nuestro itinerario de 16 días por Islandia.

En inglés, Views of the World hay varias fotos y mapas que nos ayudan a entender la evolución del volcán: http://www.viewsoftheworld.net/?p=5783.

El blog Volcano Café tiene una serie de cuatro largas entradas, que ayudan a poner en contexto y comprender la erupción. La primera está en https://www.volcanocafe.org/the-plume-of-ballareldar/.

Quien quiera ver fotos de los primeros días del volcán, puede visitar https://photography-iceland.photo/volcanic-activity.

También interesante la galería de Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/nature-info/10-insane-photos-of-the-fagradalsfjall-volcanic-eruption-in-geldingadalur.​