El municipio de Hornafjörður, con capital en Höfn, ocupa el extremo este de Suðurland, la provincia más meridional y extensa de Islandia. También es una buena muestra de lo poco poblada que sigue estando la Tierra de Hielo. En sus 6.380 km² apenas viven 2.450 personas. Lo cual no impide que esté lleno de maravillas naturales. Desde Morsárdalur, en el oeste, hasta Eystrahorn, en el este, Hornafjörður tiene tanto para ver, que por sí solo justificaría un viaje a Islandia.

Amanece en Höfn

Amanece en Höfn.

Mi periplo otoñal por el sur de Islandia avanzaba inexorablemente hacia su fin. A poco más de dos días de tener que subir al avión que me llevaría de vuelta a Barajas, había llegado el momento de comenzar el regreso hacia el oeste. El programa para la jornada era saltar desde el hotel de Höfn hasta la granja de Hali, a los pies de Gerðistindur, donde pasaría la siguiente noche. Una ruta de apenas 66 kilómetros, en su mayor parte por la Ring Road. Antes, daría un rodeo hacia el este, para visitar Hvannagil. Después, ya en camino hacia el oeste, intentaría explorar Jökulvegur, la carretera de montaña F985. Con los dos desvíos, la ruta prevista se iría a un total de 162 kilómetros. Mi plan tan solo tenía un problema. Todo Hornafjörður estaba en alerta amarilla, con vientos que podían superar los 120 km/h.

Viento en el Jökulsá í Lóni

Viento en el Jökulsá í Lóni.

Me puse en marcha a las nueve y media de la mañana, para recorrer una carretera que, en sus primeros 31 kilómetros, coincidía con la ruta del día anterior. Aunque ya había dado alguna señal durante el camino, el viento se mostró con toda su fuerza según dejaba la Ring Road y me adentraba en la carretera 9713, rumbo a Hvannagil. Por el valle del Jökulsá í Lóni descendía una tormenta de arena, ocultando parcialmente el paisaje.

En el valle del Jökulsá í Lóni

En el valle del Jökulsá í Lóni.

De todos modos, decidí seguir adelante. La carretera avanzaba por un valle que no conocía y tenía todo el aspecto de ser interesante. Si, al final, me veía obligado a retroceder, al menos habría explorado la zona. Y en Islandia, nunca puedes descartar que, unos metros más allá, tras saltar una colina o rodear una montaña, puedas encontrar un clima distinto. Que sea para bien o para mal es otra cuestión.

Hvannagil

Hvannagil.

Poco después de las diez y media llegaba al «aparcamiento» de Hvannagil. En realidad, el margen pedregoso de un pequeño riachuelo. Hacia el norte, podía ver el comienzo del cañón y, más allá, las extrañas montañas que dan fama a la zona. En algunos lugares, se refieren al cañón como «el valle dorado» o «el pequeño Landmannalaugar». Sin llegar, ni de lejos, a tener el espectacular aspecto de uno de los lugares más deslumbrantes de Islandia, Hvannagil prometía. Con la ventaja de que, al contrario que en Landmannalaugar, aquí no había más ser humano que yo.

Más allá de Hvannagil

Más allá de Hvannagil.

El problema era el viento. Afortunadamente salí del vehículo con los bastones de senderismo. En caso contrario, la primera ráfaga me habría tirado al suelo. En esas condiciones era imposible intentar avanzar por el cañón. Tras regresar como pude al coche, pasé un rato esperando una hipotética mejoría de las condiciones atmosféricas. También estudié mis posibilidades. La pista cruzaba el pequeño río y seguía adentrándose entre las colinas de la orilla contraria. Podría haber seguido explorándola, pero en algún lugar había leído que, un poco más adelante, comenzaba a complicarse. En medio de una alerta amarilla, no parecía la opción más razonable. Tampoco sería viable recorrer la F985. Una pista que alcanza los 800 metros de altitud. Si, en un valle cercano a la costa, el viento era insufrible, prefiero no imaginar como sería frente al Vatnajökull.

Extraños colores

Extraños colores.

Tocaba improvisar un plan completamente nuevo. De momento, retrocedí lentamente hacia la Ring Road, deteniéndome varias veces a contemplar la furia de la naturaleza. Al otro lado del valle, por encima de la arena que arrastraba el vendaval, podía ver unas montañas con extraños tonos azulados. Habrá que regresar a explorar la zona en mejores circunstancias. Mientras tanto, intenté organizar lo que quedaba de jornada. Al final, decidí acercarme a curiosear en Eystrahorn, el Cuerno del Este, del que apenas me separaban 21 kilómetros. Por una parte, recordando la bandada de cisnes que había visto el día anterior. ¿Cómo afrontarían semejante vendaval? Aunque también rememoraba el día, tan hermoso como duro, en que había visitado Eystrahorn por primera vez, durante el invierno de 2019. Con semejante viento, si además había oleaje el espectáculo sería sublime.

Cuando llegué a Esytrahorn, me acerqué al lado interior de Fjörur. En las proximidades de los cisnes, que intentaban buscar refugio en el extremo oriental de Lón. Las ráfagas de viento llegaban desde el oeste, levantando cortinas de agua y creando algún efímero arco iris, desplazándose al ritmo que marcaba del vendaval. Hipnotizado por el espectáculo, pasé un buen rato grabando videos desde el coche. Hasta que una ráfaga, algo más intensa que las demás, acabó empapando todo el interior del vehículo, incluido su conductor. Buen momento para cambiar de emplazamiento.

Fui hasta el pequeño aparcamiento que hay junto a Hvalnesviti. Apenas había oleaje. Creo que, de no haber sido por el vendaval, el mar en la ensenada de Lónsvik habría estado tan liso como un espejo. Aún así, el panorama resultaba hipnótico. Aunque, justo sobre el agua, flotaba una leve bruma, el aire estaba razonablemente limpio. Al otro lado de Lónsvik, podía ver claramente Vestrahorn, el Cuerno del Oeste. Entre medias, el viento agitaba el agua del mar, levantándola cuando llegaba alguna ráfaga.

Treinta minutos después del mediodía, decidí ponerme en marcha hacia el oeste. Aún hice una última parada junto a Lón, a los pies de Hvalnesfjall. Prácticamente al nivel de la laguna, el espectáculo era si cabe más impresionante. El coche vibraba con los embates del viento, mientras las cortinas de agua avanzaban rápidamente rumbo al mar. Pero debía ponerme en marcha. Estaba a 104 kilómetros del hotel y la ruta prometía ser complicada.

El estuario del Fjadará junto a Papafjördur

El estuario del Fjadará junto a Papafjördur.

Y sin duda lo fue. Mientras conducía hacia el túnel de Almannaskarðsgöng, pude ver un par de accidentes provocados por el viento. Uno de ellos, con aspecto de haber sido grave. En cualquier caso, aún no eran las dos de la tarde. Mi mente seguía elucubrando posibles planes para lo que quedaba de jornada. Al final, decidí probar suerte en Heinaberg. Una zona que no conocía y que, por su orografía, quizá estuviera a salvo del infernal viento.

Un paseo por Heinaberg.

La elección fue todo un acierto. Pude dar un tranquilo paseo frente al Heinabergsjökull, disfrutando de las espléndidas vistas sobre el glaciar mientras observaba el entorno que lo rodea, tan extraño como interesante.
Hali a vista de dron

Hali a vista de dron.

Después, fui directamente a Hali. Otra de las innumerables granjas de Islandia que complementa sus ingresos con el turismo. En este caso, con la peculiaridad de haber sido el lugar de nacimiento de Þórbergur Þórðarson, uno de los escritores islandeses más destacados del siglo XX. Curiosamente en Hali, a los pies de montañas que superan los 700 metros de altura, no hacía viento. Aproveché para volar el dron. Quería comprobar un fallo que había dado durante el día anterior al vendaval. De paso, hice alguna foto aérea del lugar.

En el museo de Hali

En el museo de Hali.

Tras una espléndida cena, a base de productos de la granja, tocaba visitar el pequeño museo que hay junto a la recepción del hotel. Dedicado a la vida y obra del escritor, también permite apreciar las duras condiciones de vida en la Islandia rural de principios del siglo XX. Hasta la década de 1960, Hali y las granjas cercanas eran virtualmente una isla. Al norte, más allá de las montañas, el gran Vatnajökull. Al sur, una costa que, incluso en la actualidad, carece de puertos o fondeaderos. Al este, el río Hornafjarðarfljót, sin ningún puente antes de 1961. Al oeste el Jökulsá, cuyo puente se construiría en 1967. En medio, una estrecha franja de 45 kilómetros de longitud, salpicada de pequeños asentamientos a merced de la salvaje naturaleza de Islandia. Es difícil, sin conocer mínimamente la isla y su historia, imaginar el grado de aislamiento en el que, hasta muy recientemente, vivía una parte de la población islandesa.

Atardecer en Hali

Atardecer en Hali.

Antes de ir a dormir, di un breve paseo, disfrutando de las últimas luces del atardecer. Hacia el oeste, bajo un hermoso cielo dorado, los 2.110 metros del Öræfajökull dominaban el horizonte. Oculto entre las sombras en uno de sus pliegues, a poco más de 29 kilómetros de Hali, estaba el cañón de Múlagljúfur. Mi primera excursión del día siguiente, con el permiso del siempre voluble clima de Islandia.

Para ampliar la información.

Si no tienes experiencia conduciendo en Islandia, puede interesarte leer esta otra entrada del blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-la-guia-completa/.

En https://depuertoenpuerto.com/al-sur-del-vatnajokull-dia-1/ encontrarás otro recorrido por la zona, en este caso en invierno.

En inglés, Epic Iceland tiene una entrada sobre la zona, haciendo los recorridos por Hvannagil y la F985 que yo no pude realizar: https://epiciceland.net/south-east-highlands/.

La web de la granja de Hali está en https://hali.is/.