Heinaberg es otro de esos lugares de Islandia que, afortunadamente, suele pasar inadvertido para la mayoría de los turistas que recorren el sur de la isla. Aunque aquí no podemos hablar de una joya escondida, pues existe la posibilidad de recorrer su laguna glaciar en kayak. Señal inequívoca de que, al menos en verano, esta debe contar con cierta afluencia de visitantes. En una tarde otoñal, tan solo acerté a coincidir con la persona encargada de las piraguas, deambulando aburrida por la orilla de la laguna.

Cartel al comienzo de la pista

Cartel al comienzo de la pista.

Cuando, al filo de las dos y veinte de la tarde, me desvié de la Ring Road, no tenía un plan demasiado concreto. En realidad, había llegado hasta allí empujado por el viento. O, siendo más preciso, huyendo del inmisericorde vendaval que azotaba los alrededores de Höfn. Para quien no haya tenido que sufrirlo en primera persona, es difícil imaginar hasta qué extremo el viento de Islandia puede llegar a complicarte la vida. Consultando la previsión en vedur.is y observando la orografía del terreno, Heinaberg me había parecido una buena opción para intentar salvar lo que quedaba de jornada. En caso contrario, al menos estaría más cerca del hotel donde pretendía dormir la siguiente noche.

Skálafellsjökull

Skálafellsjökull.

En las inmediaciones de Heinaberg podemos encontrar tres leguas glaciares, descolgándose desde el Vatnajökull hacia la llanura costera del sur de Islandia. Había decidido visitar Heinabergsjökull, ubicada en medio de las otras dos. En realidad, era una elección totalmente aleatoria, pues desconocía cuál de ellas podía ser más interesante. Según me adentraba por una pista bastante bacheada, podía ver el Skálafellsjökull dominando el horizonte a mi izquierda. Su estampa, rematada por varios nunataks difuminados por la ventisca, se veía realzada por el extraño tono grisáceo de sus hielos. Pero había tomado una decisión y no era cuestión de volver a cambiar de planes.

El puente de Heinabergsvötn

El puente de Heinabergsvötn.

Poco después llegué a un puente metálico, totalmente desproporcionado para el pequeño río que atravesaba. Más aún teniendo en cuenta que la estructura es de 1947, cuando Islandia no andaba precisamente sobrada de infraestructura viaria y, por ejemplo, la Ring Road estaba aún lejos de ser completada. El puente se hizo para cruzar sobre el tumultuoso río que servía de desagüe al Heinabergsjökull. No había pasado ni un año, cuando el glaciar comenzó a desaguar por el Kolgríma, dejando el puente como un monumento al cambiante paisaje de Islandia y el Heinabergsvötn reducido a un raquítico riachuelo, que a duras penas logra llegar al mar.

En Heinaberg

En Heinaberg.

Acabé tardando 25 minutos en recorrer los escasos siete kilómetros de la pista. Al final, encontré un pequeño aparcamiento con varios carteles explicando las posibles rutas y la evolución reciente del glaciar. Una senda, apenas visible pero señalizada con postes amarillos, descendía suavemente hacia la laguna. Sobre ésta, flotaban varios icebergs, haciendo difícil discernir hasta dónde llegaba la lengua glaciar. Rodeado de un silencio sepulcral, tan solo roto por las ráfagas del viento, el paisaje prometía. Me puse en marcha sin la menor dilación.

Desde la orilla de Heinabergslón

Desde la orilla de Heinabergslón.

En menos de diez minutos estaba junto a Heinabergslón, la laguna que se extiende a los pies del Heinabergsjökull. Desde su borde, la vista era si cabe más confusa, con una asombrosa cantidad de bloques de hielo flotando lánguidamente sobre las gélidas aguas. Algunos eran poco más grandes que el cubito de un refresco, mientras otros parecían pequeños icebergs. Pero lo que más me llamó la atención fue su diversidad cromática, que iba desde el blanco hasta el negro, pasando por diversos tonos de azul. Observando la gran morrena central, que prácticamente dividía el glaciar en dos, era sencillo imaginar su origen.

Hielo en la orilla de Heinabergslón

Hielo en la orilla de Heinabergslón.

El caos de hielo llegaba hasta la misma orilla de la laguna. Parecía ser consecuencia del intenso viento del norte, que había azotado la zona durante la jornada anterior. A pesar de que el temporal había seguido su camino hacia el este, aún era posible observar cómo sus últimas ráfagas empujaban el hielo hacia el sur. Algunos témpanos, flotando en aguas más abiertas, parecían diminutos veleros de cristal, que terminaban encallando entre los guijarros de la orilla.

Hojas en el hielo

Hojas en el hielo.

En cierto modo, aquella orilla parecía una versión en miniatura de la hermosa Breiðamerkursandur. Pero sin olas y, lo que era aún mejor, sin gente. Lo cual permitía la existencia de pequeños bloques de hielo con formas tan sutiles como efímeras. Algunos flotaban sobre las grisáceas aguas. Otros, yacían varados entre las piedras de la orilla, en ocasiones mezclados con hojas que el viento habría arrastrado durante varios kilómetros, pues en las proximidades no se adivinaba la presencia de ningún arbusto. Debería haber sacado más partido a las sutilezas de aquel pequeño caos, pero no pude. La grandiosidad del entorno me llevó por otros derroteros.

Hálsatindur

Hálsatindur.

Hacia el norte, más allá de Geitakinn, las descarnadas laderas de Hálsatindur dominaban el paisaje. Los 948 metros de altura de éste eran mi mejor protección frente al viento que seguía soplando sin clemencia por encima de los hielos perpetuos del Vatnajökull.

Ventisca en Snjófjall

Ventisca en Snjófjall.

Viento que se hacía evidente mirando hacia el oeste. Más allá del Heinabergsjökull se elevaba una oscura masa de roca, que la ventisca se encargaba de velar de vez en cuando, añadiendo dramatismo a la escena. Era Snjófjall, un gran nunatak que supera los 1.300 metros de altitud y que, a su vez, aloja otro pequeño glaciar. Un glaciar, dentro de una «isla» en otro glaciar.

Hielo en Heinabergslón

Hielo en Heinabergslón.

El entorno era deslumbrante. Aunque no estaba ante el glaciar más hermoso de Islandia, si me encontraba frente a uno de los más extraños. Rodeado además de una naturaleza fascinante, llena de fenómenos que no había podido contemplar en otros lugares de la isla. Como unas extrañas «bolas de hielo», que pude ver en algunas secciones de la orilla y cuya génesis no he logrado averiguar. No parecían ser demasiado compactas y carecían de las aristas tan habituales en los bloques de hielo. ¿Deberían su forma al intenso vendaval de la jornada previa? Eso explicaría que no hubiera visto nada igual en otros glaciares de la isla.

El Heinabergsjökull junto a Hafrafellsháls

El Heinabergsjökull junto a Hafrafellsháls.

Casi sin darme cuenta, acabé llegado al final de la laguna, cerca de donde ésta desagua por el Kolgríma. Un río que recoge las aguas del Heinabergsjökull y del vecino Skálafellsjökull, para luego desparramarse por la llanura, al sur de Skálafell. Lo que inicialmente había tomado como una pequeña meseta pedregosa, a los pies de Hafrafellsháls, resultó ser el extremo oriental del Heinabergsjökull. Tan cubierto por restos de roca, que era necesario observarlo con cierto detalle para apreciar el hielo bajo la oscura corteza.

Remontando la morrena

Remontando la morrena.

El camino de regreso lo haría por la antigua morrena frontal del glaciar, dejada atrás por éste a mediados del siglo XX. Como tantos glaciares de Islandia, el Heinabergsjökull alcanzó su máxima extensión en época histórica a finales del siglo XIX. Sabemos que en 1890 su lengua y la del Skalafellsjökull formaban un frente único. Desde entonces, ha retrocedido unos tres kilómetros, creando de paso Heinabergslón. Aunque, durante el landnámsöld, en la actual ubicación del glaciar había un valle, cubierto de vegetación. Los hielos comenzaron a avanzar durante el siglo XV.

La morrena central del Heinabergsjökull

La morrena central del Heinabergsjökull.

Con la mayor altura, había mejorado mi perspectiva sobre el Heinabergsjökull. El glaciar se origina a 1.500 metros de altitud, sobre el Breiðabunga. Otro de los volcanes subglaciares de Islandia, aunque en este caso se piensa que está extinto. Al menos, no hay constancia de ninguna erupción en época histórica. Allí nacen tres lenguas glaciares, que se combinan para crear el Heinabergsjökull. Tras la confluencia éste desciende otros 8 kilómetros, encajonado entre Hafrafell, al suroeste, y Geitakinn al noreste. Su gran morrena central se origina en el monte Snjófjall, aunque también recibe una aportación del Litla-Hafrafell. El nunatak que separa las dos lenguas suroccidentales del glaciar.

El flanco nororiental del glaciar

El flanco nororiental del glaciar.

Aunque era imposible de apreciar, el rasgo más interesante del Heinabergsjökull son sus lagos glaciares. O, más exactamente, el comportamiento histórico de éstos. El crecimiento del glaciar durante la Pequeña Edad de Hielo acabó bloqueando dos valles fluviales. En Vatnsdalur se creó un lago, que acabó rebosando hacia Heinabergsdalur, el valle al noreste de Geitakinn. El problema vino cuando el glaciar comenzó a perder grosor. En 1898 el hielo, incapaz de soportar la presión del lago, acabó por ceder, provocando una riada. A partir de ese año, el fenómeno se volvió cíclico, llegando incluso a producirse un par de veces cada verano. Con el progresivo adelgazamiento del glaciar, las riadas fueron cada vez menores. La última se produjo en 2016. El lago Dalvatn, en el extremo de la lengua glaciar, tuvo una vida más efímera. Hay constancia de su existencia entre 1750 y los años 20 del siglo pasado. También tenía un tamaño menor, lo que no impidió que fuera responsable de varias riadas a lo largo del siglo XIX. El efecto combinado de ambos lagos provocó la destrucción de casi todas las granjas en las inmediaciones del glaciar.

Icebergs frente al Heinabergsjökull

Icebergs frente al Heinabergsjökull.

Las riadas del Vatnsdalur también son responsables de otra característica invisible del Heinabergsjökull: su peculiar valle glaciar. Las avenidas y su carga de sedimentos han contribuido a crear un profundo cañón, que llega hasta los 220 metros bajo el nivel del mar. Si a esto añadimos el progresivo adelgazamiento del glaciar, que ha perdido 300 metros de espesor desde 1890, el resultado es que actualmente los últimos cuatro kilómetros de la lengua están en realidad flotando sobre la laguna. Aunque el glaciar parezca haber detenido su retroceso desde la década de 1970, es bastante probable que, en un futuro cercano, se produzca un colapso súbito de esta sección. Incluso hay quien pronostica la desaparición total de la lengua en el relativamente próximo 2100.

Una pequeña tundra

Una pequeña tundra.

Lo que, desde la orilla de la laguna, parecía una simple morrena, resultó ser una pequeña meseta, formada por la acumulación de sedimentos de origen glaciar. Algo parecido a las Veikimorän que encontraremos en el norte de Suecia. Un terreno pedregoso, formando pequeñas colinas tapizadas por raquíticas manchas de vegetación. También había alguna diminuta laguna, que más bien parecían charcos recrecidos. Un paisaje similar a una pequeña tundra, que en algunos aspectos me recordó aquellas que había conocido en Svalbard o Groenlandia.

Piedra fracturada

Piedra fracturada.

Para un buen observador, aquel era un lugar lleno de interés. Comenzando por las numerosas piedras fracturadas que se repartían por la llanura. En algunas, el lento avance del proceso de descomposición, creado por los sucesivos ciclos de congelación y deshielo, eran perfectamente visibles. Otras, limitaban su desintegración al costado orientado hacia el norte, mostrando a sus pies el resultado de la disgregación de la roca.

Alchemilla alpina

Alchemilla alpina.

Tampoco faltaban las plantas interesantes. Líquenes, musgos y alguna especie rastrera, como la alchemilla alpina, que lo mismo podía encontrar formando pequeñas manchas entre los guijarros, que sobresaliendo entre las escasas manchas de musgo. En todo caso, recorría un terreno que, hace menos de un siglo, había estado completamente cubierto de hielo. Buena parte del mismo era un pedregal, completamente desprovisto de vegetación.

Fláajökull

Fláajökull.

Tardé algo más de media hora en regresar al coche. Aunque apenas me encontraba a 32 kilómetros del hotel, me puse en marcha de inmediato. Estaba cansado, tras una larga jornada recorriendo una Islandia todavía más ventosa de lo habitual. Mientras atravesaba la pista en sentido contrario, camino de la Ring Road, podía entrever a mi izquierda los hielos del Fláajökull, asomando tímidamente entre los pliegues del terreno. Si algo he aprendido frente a las lenguas glaciares de Islandia es que no hay dos iguales. A poco que te esfuerces en observar, cada una revelará sus rasgos únicos, moldeados por su entorno y su pasado. Habrá que regresar algún día para visitar el Fláajökull.

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Para ampliar la información.

No he podido encontrar nada interesante en español.

En inglés, la página sobre Heinaberg en la web oficial del Parque Nacional del Vatnajökull está en https://www.vatnajokulsthjodgardur.is/en/areas/heinaberg.

La web Glacier Change tiene una magnífica entrada sobre el Heinabergsjökull: https://glacierchange.com/en/heinabergsjokull/.

En Guide to Iceland encontrarás un artículo sobre Heinabergslón: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/heinabergslon-1.

Si te interesa profundizar en la evolución de las lagunas glaciares al sureste del Vatnajökull, te recomiendo descargar la tesis de Hrafnhildur Hannesdóttir: Variations of southeast Vatnajökullpast, present and future.