El día amaneció bastante más gris que la jornada anterior. No era especialmente nuboso, para estar en la región con peor clima de Islandia, pero la niebla ocultaba algunas de las montañas mas cercanas. Probablemente, las nubes y los bancos de niebla serían más abundantes según nos fuéramos acercando a la parte exterior del fiordo. En cualquier caso, ya veríamos cómo evolucionaba la jornada. Si en Islandia las condiciones atmosféricas suelen ser impredecibles, aun lo son más en su extremo noroccidental. Empezamos el día tomando un espléndido desayuno, con productos de la propia granja, y dando un paseo entre los caballos, que pastaban tranquilamente alrededor de las habitaciones.
Cuando por fin arrancamos, cerca de las diez de la mañana, no tardamos en realizar un primer desvío. El día anterior, nuestro recorrido improvisado por la 633 nos había hecho saltarnos un mirador cerca de la orilla oriental del Mjóifjörður. Atravesamos el flamante puente sobre el fiordo, inaugurado en 2009, para hacer una breve pausa. La vista era relajante, pero nada excepcional. En cualquier caso, el desvío nos sirvió para comprobar, una vez más, la asombrosa agresividad de los charranes árticos, que no dudaban en lanzarse contra cualquier vehículo que se atreviera a cruzar el puente, independientemente de su tamaño o velocidad. Junto a la carretera, había un espacio habilitado para observar a las aves, pero ni nos atrevimos a salir del coche.
El Mjóifjörður es el único de los brazos del Ísafjarðardjúp provisto de un puente, lo que nos obligaba a rodear los demás uno tras otro, más que cuadruplicando los 32 kilómetros que, en linea recta, había entre los dos extremos de nuestra ruta. En cualquier caso, no teníamos prisa. No tardamos mucho en detenernos en la costa oriental del Skötufjörður. Tampoco era una vista excepcional. En realidad, los cuatro brazos orientales del Ísafjarðardjúp son prácticamente indistinguibles entre sí.
Poco antes de las once, llegábamos a un pequeño mirador en la costa noroccidental del fiordo, en las inmediaciones de una pequeña granja llamada Hvítanes. Allí encontramos un aparcamiento, del que salía un camino rodeado por un pequeño muro de piedra, adentrándose unos metros en los escollos del extremo septentrional de la península. Muestra evidente de que estábamos regresando a la Islandia civilizada. Habíamos escuchado que era bastante común encontrar focas descansando sobre los escollos. Y así fue. Habría una decena, entre las que permanecían tranquilamente tumbadas sobre las rocas, o directamente en la mullida capa de algas, y aquellas que se dedicaban a nadar por las inmediaciones. No fue, ni con mucho, el encuentro asombrosamente cercano que tuvimos en nuestra excursión a Norðurfjörður, apenas un par de días atrás, pero no dejó de tener su encanto.
La relación de Islandia con sus focas no está exenta de polémica y cierta incomprensión por parte de los foráneos. Lo que, para la mayor parte de los europeos, es un animal «mono» y hasta cierto punto exótico, para los islandeses era hasta hace poco una fuente fundamental de proteínas y pieles. No hay que olvidar que la actualmente próspera Islandia era, no hace tanto, uno de los países más pobres de Europa. La caza de focas está descrita en varias Sagas y se refleja en el folklore local. Antiguamente, los derechos de caza estaban regulados. En fecha tan reciente como 1932, había 264 granjas con derechos registrados. No sabemos la población de focas que había antes del landnámsöld. Pero, en una isla virtualmente deshabitada, sería numerosa. En 1912 aun debían quedar unos 60.000 ejemplares, que se vieron reducidos a 12.000 en 2006. Además de la caza, los cambios en la temperatura marina y la competencia por el pescado han debido contribuir a su declive. En cualquier caso, la población parece haberse estabilizado y comienza a dar señales de una lenta recuperación. Quizá ayude el cambio de actitud de los islandeses. Desde 2019 está prohibida su caza en el municipio de Reikiavik y, según escribo esta lineas, se trabaja en un proyecto de ley para extender la prohibición a todo el país.
Media hora más tarde, hacíamos la siguiente pausa, esta vez en el valle que hay al fondo del Hestfjörður. Nuestro objetivo era el grupo de cascadas que forman los afluentes occidentales del Hestfjarðará. Al principio, tomamos una pista que iba a un lugar llamado Almenningur, en la orilla derecha del río. Pero acabamos retrocediendo, para tomar otra pista, sin señalizar, en la orilla opuesta. Las tres cascadas paralelas, sin ser excepcionales, tenían su interés. Pero lo mejor de la parada fue coincidir con una familia de Vestfirðingur, nombre con el que se conoce a los escasos habitantes de los Fiordos del Oeste, pasando un día en el campo. Divertidos por encontrarse con dos españoles en un lugar poco turístico, acabaron explicándonos los distintos tipos de bayas silvestres que crecían en el lugar. Que, por cierto, estaban deliciosas.
La carretera saltaba directamente del Hestfjörður al pequeño Seyðisfjörður. Un fiordo que no hay que confundir con su homónimo en el extremo occidental de Islandia. Cerca del extremo de la península que separa Seyðisfjörður del Álftafjörður, nos detuvimos en otro mirador. El paisaje comenzaba a cambiar, creando un panorama bastante interesante. Hacia el sur, la vista se extendía hasta el fondo del Álftafjörður. El nombre se traduciría por Fiordo del Cisne y lo comparte con otros dos, situados en los Fiordos del Este y la península de Snæfellsnes. Según nos acercábamos a la costa, las nubes iban siendo más abundantes. La escena comenzaba a recordarme a los Fiordos del Oeste que había conocido fugazmente en mi primera visita a Islandia.
Hacia el este, podíamos ver el Seyðisfjörður y la pequeña isla de Vigur, famosa por sus numerosas colonias de aves. Hacia el norte, flanqueado por Súðavíkurfjall y Hesteyri, divisábamos por primera vez el mar abierto. Al oeste, la aldea de Súðavík se extendía a los pies del Sauratindar, con su cima envuelta entre las nubes. Con apenas 175 habitantes, Súðavík es otra de las localidades de Islandia asolada por la inclemente naturaleza de la isla. El 16 de enero de 1995, una avalancha de 400 metros de ancho golpeó la aldea, cobrándose 14 vidas. Para prevenir que el suceso pudiera repetirse, Súðavík fue reconstruida algo más al sur. Meses después, hubo otra avalancha en Flateyri, a tan solo 24 kilómetros de distancia, esta vez con 20 víctimas. La concatenación de los dos sucesos llevó a la creación por toda la isla de numerosas estructuras para la prevención de aludes.
Poco antes de la una, llegábamos a Ísafjörður. Fuimos directamente al puerto, donde intentamos averiguar si era posible ir en barco a algún lugar de Hornstrandir. Pero no hubo suerte. La falta de turismo provocada por la pandemia hacía complicado llegar a la península más remota de Islandia. Además, comenzó a llover. Hacia el oeste parecía estar algo más despejado, por lo que decidimos pasar al plan B, confiando en que el imprevisible clima de Islandia jugase a nuestro favor.
La idea era seguir recorriendo la carretera 61 hasta Bolungarvík, para luego desviarnos por la 630 y acabar subiendo por la pista que lleva hasta la misma cima del Bolafjall, a 622 metros de altura. Al principio, todo parecía ir bien. Hicimos una breve pausa antes de entrar en el túnel de Bolungarvíkurgöng, en un mirador situado al principio de la antigua carretera de Óshlíðarvegur. Frente a nosotros, al otro lado de la boca del Ísafjarðardjúp, se extendía la costa deshabitada de Hornstrandir. Había dejado de llover, la atmósfera estaba completamente limpia y las nubes parecían estar cada vez más altas.
Todo cambió al otro lado del túnel. A pesar de lo cual, decidimos mantener el nuevo plan. Atravesamos Bolungarvík para adentrarnos en la 630 que, una vez superadas las últimas casas, se convirtió en una pista de tierra. La pista recorría inicialmente un profundo valle. Tras avanzar algo más de tres kilómetros, un desvío a la derecha enfilaba directamente hacia la abrupta ladera del Bolafjall, parcialmente oculta entre las nubes.
La pista fue construida como acceso a una estación de radar. Conocida como Latrar Air Station, fue instalada por la USAF en 1992. En 2006 pasó a estar bajo la jurisdicción conjunta de la OTAN y el servicio de guardacostas de Islandia. Pero las impresionantes vistas que brinda una de las montañas más occidentales de Islandia la convirtieron en un imán para el turismo. Hasta tal punto, que en 2019 se decidió construir una plataforma voladiza sobre el acantilado. La fecha prevista de finalización era el 15 de octubre de 2021, casi dos meses después de nuestra visita. En cualquier caso, de haber estado finalizada tampoco habríamos notado gran diferencia. Las nubes apenas nos dejaban ver la costa a los pies de Bolafjall. Ver Hornstrandir, que era nuestro principal interés, era totalmente imposible. Hay quien dice que, en días excepcionalmente claros, se puede divisar la costa de Groenlandia, a 314 kilómetros de distancia. A priori, no parecería posible, pues solo serían visibles las cimas por encima de los 4.000 metros. Altura que no alcanza ningún pico de la isla. Pero, con la ayuda de una oportuna fata morgana, no resulta una idea tan descabellada.
Pese a nuestro fracaso, no nos sentimos decepcionados. La conducción por la vertiginosa pista había sido bastante interesante. Al igual que el extraño paisaje, lleno de nubes y brumas, que le daban un aspecto irreal. Al reincorporarnos a la 630, dudamos entre seguir por la pista hasta su final, en la ensenada de Skálavík, o ceñirnos al plan B. Al final, optamos por comenzar el regreso a Ísafjörður.
Antes de atravesar nuevamente el túnel de Bolungarvíkurgöng, queríamos visitar el pequeño museo marítimo de Ósvör, ubicado en el extremo oriental de la ensenada de Bolungarvík. Nos detuvimos en un pequeño aparcamiento, junto a la antigua carretera de Óshlíðarvegur, cortada al tráfico tras la apertura del túnel. Los numerosos desprendimientos, además de hacer muy costoso su mantenimiento, solían cobrarse su tributo en vidas. Al otro lado de la ensenada, podíamos ver el asentamiento de Bolungarvík, uno de los más antiguos de Islandia. Según el Landnámabók, habría sido fundado en el entorno del año 940 por los hermanos Þuríður y Þjóðólfur Sundafyllir.
El museo marítimo de Ósvör.
Un paseo por Ísafjörður.
Tras el paseo, tan solo quedaba cenar algo y reponer fuerzas de cara a la siguiente jornada. Nuestro principal objetivo para el cuarto día en los Fiordos del Oeste era visitar Dynjandi, una de las cascadas más hermosas de Islandia. Habíamos fracasado en nuestro primer intento de alcanzarla, poco más de cuatro años atrás. Esta vez, no estaba dispuesto a fallar.
Para ampliar la información:
Se puede ver nuestro itinerario completo por los Fiordos del Oeste en https://depuertoenpuerto.com/seis-dias-en-los-fiordos-del-oeste/.
Civitatis Islandia tiene una entrada sobre Hvítanes: https://www.islandia.com/hvitanes?.
En inglés, la página de la granja de Heydalur está en https://www.heydalur.is/en.
Aquellos interesados en el avistamiento de focas pueden visitar la web Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/travel-info/seals-and-seal-watching-in-iceland.
La página oficial de Bolungarvík está en https://www.bolungarvik.is/english.
En https://www.vestfjardaleidin.is/en hay bastante información sobre actividades y lugares que ver en toda la región.
La web de turismo de los Fiordos del Oeste está en https://www.westfjords.is/en.
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