Suerte que había disfrutado por primera vez en la primavera de 2007, cuando Santa Sofía era un museo. Aunque, en aquella ocasión, su impresionante interior estaba parcialmente ocupado por un descomunal andamio, que dificultaba apreciar adecuadamente sus dimensiones. Regresé 17 años más tarde, para encontrarme con que el antiguo templo volvía a ser una mezquita, con su sala de oración reservada a los fieles musulmanes. Las grandes losas de piedra habían sido cubiertas con moqueta verde y unos cortinajes intentaban ocultar alguno de los mosaicos. Un buen recordatorio de que ni la historia ni el progreso humanos son procesos lineales. Al menos, me quedó el consuelo de que aquel horrible andamio había desaparecido.
Justiniano tardaría poco más de 5 años en ver Santa Sofía terminada, inaugurando el templo el 27 de diciembre del 537. Todo un logro, tratándose de un edificio de unas dimensiones que, aún hoy, siguen siendo notables. Sabemos que en los trabajos participaron diez mil personas y que el emperador no escatimó en medios, haciendo llevar materiales de las cuatro esquinas de sus vastos dominios. En ocasiones, fruto del expolio de otros monumentos, como las columnas del templo de Artemisa, en Éfeso. Aún así, algunos detalles de su decoración interior fueron terminados durante el reinado de su sucesor.
La iglesia no estuvo exenta de problemas. Al fin y al cabo, rozaba los límites de aquello que entonces era técnicamente posible. Los terremotos del 553 y 557 agrietaron la cúpula central, que acabó derrumbándose durante el siguiente sismo, el 7 de mayo del 558. La restauración, que dio a Santa Sofía su aspecto actual, se finalizó el año 562. Luego vendrían los problemas iconoclastas, comenzando con los edictos de León III en el año 726. Los vaivenes de la polémica, que duraría hasta el siglo IX, provocaron diversas destrucciones en el patrimonio artístico de Santa Sofía. Incendios, más terremotos, el salvaje saqueo durante la cuarta cruzada . . . Parecía que las desgracias del templo eran tan descomunales como sus dimensiones. Aunque, quizá precisamente por éstas, también parecía ser capaz de sobreponerse a todos los desastres.
En realidad, más allá de su tamaño, quizá fue su simbolismo, como principal iglesia del oriente ortodoxo, lo que logró salvar al edificio. Simbolismo que alcanzó su momento álgido con la toma de Constantinopla por Mehmed II. Tras entrar triunfalmente en su nueva capital por la puerta de Adrianópolis, el sultán se dirigió directamente a Santa Sofía, que fue convertida inmediatamente en mezquita. El templo principal de su pujante imperio sería dotado de sobrados recursos económicos y mimado por los más destacados arquitectos imperiales otomanos, que reforzaron su estructura, mientras construían minaretes y despejaban de edificios su perímetro. Las reformas y adecuaciones siguieron incluso durante el siglo XIX, mientras un decadente Imperio Otomano avanzaba inexorablemente hacia su extinción.
En 1931, tras el advenimiento de la república laica, Atatürk decide cerrar Santa Sofía al culto. En 1935 vuelve a abrir sus puertas, convertida en un museo y con la estricta prohibición de celebrar en su interior cualquier tipo de ceremonia religiosa, tanto cristiana como musulmana. Lo que podía parecer un buen arreglo no contentó ni a unos ni a otros, aunque desde el 2006 el gobierno turco permitió el uso de una pequeña zona a ambas comunidades. En 2007 se creó una organización internacional que reclamaba el uso de Santa Sofía como iglesia ortodoxa. Mientras tanto, las crecientes corrientes islamistas querían recuperar el templo como mezquita. En julio de 2016 volvía a celebrarse una oración musulmana. Finalmente el 29 de mayo de 2020, coincidiendo con el 567 aniversario de la caída de Constantinopla, Santa Sofía volvía a ser una mezquita. Al menos, se mantuvo una parte del templo como museo. Según escribo estas líneas, visitarlo es la única posibilidad que tenemos los no musulmanes de entrar en Santa Sofía.
Llegamos a sus puertas al filo de las nueve y media de una mañana de julio que prometía ser calurosa. Ya había dos pequeñas filas formadas. Una para adquirir las entradas y otra para acceder al templo. En cualquier caso, en menos de diez minutos habíamos logrado superar ambas y comenzábamos el ascenso a las galerías superiores de Santa Sofía. Éste se realiza por la misma rampa que se utilizaba en los orígenes del templo. Una forma realmente inmersiva de comenzar la visita.
Las galerías superiores de Santa Sofía eran utilizadas principalmente por las mujeres, pues el cristianismo del Imperio Romano de Oriente practicaba una rigurosa separación de sexos. Tan estricta, que ni la emperatriz podía atender la liturgia desde la planta inferior. Posiblemente, la familia imperial utilizara la sección de la galería acotada por la espléndida pared de mármol que en la actualidad conocemos como «las puertas del cielo y el infierno». Nadie tiene claro cuándo ni porqué adquirió dicha denominación.
Desde el siglo X, el emperador y sus familiares más allegados eran protegidos por la guardia varega. Quizá fuera uno de sus miembros quien dejó la más famosa y estudiada de las numerosas inscripciones que podemos encontrar en la barandilla de la galería. Un tal Halfdan grabó su nombre en el mármol, junto con un texto que en la actualidad es ilegible, aunque lo más probable es que se trate del clásico «estuvo aquí», o algo parecido. Las runas están muy desgastadas por el paso de los siglos. Para evitar un mayor deterioro, se encuentran protegidas por una plancha de metacrilato.
Aunque la auténtica joya de las galerías son los mosaicos que han logrado llegar hasta nuestros días. Como el del Cristo Pantocrátor. Una obra de la segunda mitad del siglo XIII, que forma parte de una Déesis bastante deteriorada y está considerado como una de las mejores muestras de arte bizantino. De autor anónimo, fue creado para conmemorar el restablecimiento del Imperio Romano de Oriente y la fe ortodoxa, tras el desgraciado paréntesis de la cuarta cruzada. El mosaico también contiene las figuras de María y Juan el Bautista, implorando la intercesión de Cristo en el día del juicio final. La parte inferior del mosaico se perdió, posiblemente como consecuencia del estuco con que fue cubierto tras la conquista otomana.
En las inmediaciones, encontraremos una placa de mármol con un nombre: Henricus Dandolo, el dux de Venecia en la época de la cuarta cruzada. A pesar de su ceguera, insistió en formar parte de la expedición. Cuando ésta tomó un derrotero inesperado y acabó asediando Constantinopla, Dandolo tuvo un papel fundamental en los acontecimientos. Los cruzados francos eran incapaces de superar las magníficas fortificaciones de la ciudad. Mientras tanto, los soldados y marinería de Venecia intentaban asaltar la muralla marítima del Cuerno de Oro, mucho más débil que la triple linea del lado de tierra. Según la leyenda, cuando los venecianos flaquearon y comenzaban a retirarse, Dandolo saltó a tierra y dirigió personalmente una nueva carga, con tal ímpetu que logró tomar una sección de la muralla, precipitando la caída de la ciudad. Dandolo moriría en Constantinopla dos años más tarde y sería enterrado en Santa Sofía. Un honor que no había disfrutado ni el mismísimo Justiniano. Tras la caída del Imperio Latino, su tumba fue destruída y sus huesos desperdigados. La placa actual fue instalada en el siglo XIX, durante una restauración, en el lugar donde suponían había estado la sepultura original.
Otro mosaico destacado es el de la virgen María con el niño Jesús, que ocupa el lugar más elevado del ábside. En la actualidad se encuentra parcialmente oculto tras una gran cortina, para evitar que sea claramente visible desde la zona utilizada para los rezos. Los mosaicos figurativos de Santa Sofía parecen ser posteriores a la finalización del último periodo iconoclasta. El más antiguo procede del siglo IX. En sus orígenes, la mayor parte de la cubierta de la iglesia estaba formada por un gran mosaico de teselas doradas, con algunas cruces como único motivo decorativo. Obedecía al deseo de acelerar las obras del templo, evitando el largo y laborioso proceso que habría implicado una decoración más compleja. También hay quien dice que la ausencia de mosaicos más elaborados en la obra original se debía a la creencia de la emperatriz Teodora en el monofisismo.
Buena parte del aspecto actual del interior de Santa Sofía se debe a la intensa renovación realizada entre 1847 y 1849 por los hermanos Fossati. Nacidos en la Suiza de habla italiana, fueron contratados por Abdülmecid I en 1836. Reforzaron la cúpula y las bóvedas, renovaron las lámparas y añadieron un mimbar. También instalaron los grandes paneles circulares, con inscripciones árabes sobre fondo negro, que actualmente forman parte de la imagen que todos tenemos de Santa Sofía. Por último, descubrieron y documentaron los mosaicos figurativos de las galerías, que llevaban 400 años cubiertos por una capa de estuco. Aparentemente, el hallazgo de los mosaicos fue accidental, pues se había perdido toda constancia de su existencia. En 1848, mientras se renovaba el estuco, encontraron que éste ocultaba un mosaico. Tras mostrar su descubrimiento al sultán, Abdülmecid quedó tan impresionado que dio permiso para su estudio y documentación en todo el templo. Posteriormente, por respeto a las creencias musulmanas, fueron cubiertos nuevamente.
La intervención de los hermanos fue crucial para su preservación. En primer lugar realizaron una serie de litografías, reflejando el estado de los mosaicos, que ayudó a revelar su existencia al resto de Europa. Además, antes de cubrirlos, los reforzaron con grapas metálicas y completaron con pintura varios de los fragmentos perdidos. Cuando, en 1931, Atatürk autorizó al Instituto Bizantino volver a descubrir los mosaicos, la guía de la intervención fue el anterior trabajo de los hermanos. Aunque éste no estuvo exento de problemas. Las prisas y los limitados conocimientos técnicos de la época hicieron que los Fossati reemplazaran por pinturas algunos mosaicos que, según su criterio, estaban demasiado deteriorados. En otras zonas del templo, introdujeron elementos vagamente neorománicos, a imagen de algunas catedrales medievales italianas. Y gran parte de la pintura amarilla, actualmente predominante en la parte superior de Santa Sofía, parece proceder de ésta época.
Tras recorrer las galerías superiores, el descenso se realiza por una escalera que nos llevará al “Vestíbulo de los Guerreros”, la única zona visitable en la planta baja. El pasillo parece recibir su nombre por ser el lugar donde esperaba la guardia personal del emperador, mientras éste participaba en los oficios religiosos. Su elemento más destacado vuelve a ser un mosaico, en este caso representando a María y Jesús recibiendo a los emperadores Constantino y Justiniano. El primero lleva en sus manos una maqueta de Constantinopla, mientras el segundo hace lo propio con otra de Santa Sofía. Bajo el mosaico se encuentran las impresionantes puertas por las que entraba el emperador, quizá procedentes de uno de los templos paganos de Tarso y colocadas en su emplazamiento actual por orden de Teófilo. Puertas que, en la actualidad, se encuentran parcialmente ocultas tras un tablón pintado de blanco, que marca el límite de la zona accesible para los no musulmanes.
Allí terminó nuestra visita a Santa Sofía, dos horas después de haber adquirido las entradas. Una visita que nos dejó un sabor agridulce. Por una parte, pudimos disfrutar de un templo en cuyo interior, al contrario que en 2007, no había ningún andamio. Al ser nuestro segundo recorrido por sus galerías, también pudimos apreciar mejor algunas de sus peculiaridades, además de orientarnos con mucha más facilidad. La cruz fue encontrar mucha más gente que en nuestra anterior visita, sobre todo durante la última hora. Aunque, con diferencia, lo peor fue no poder acceder a la mayor parte de su planta inferior, desde la que se aprecian mucho mejor las auténticas dimensiones del edificio.
Quizá para intentar compensar esta carencia, se ha abierto un nuevo museo, 355 metros al suroeste del templo, bautizado como «Museo de Historia y Experiencia de Santa Sofía». La entrada se puede adquirir junto con la de Santa Sofía, por un precio adicional, o directamente en la puerta del museo. Tal como revela su nombre, el lugar está compuesto por dos espacios diferenciados. El primero es la «experiencia», que básicamente consiste en un recorrido audiovisual por la historia del templo. No soy muy amigo de este tipo de actividades, aunque he de reconocer que ésta me pareció bastante interesante, sobre todo si no conoces la larga y compleja historia del templo. Se realiza en un pequeño grupo guiado, que avanza por una serie de salas donde, mediante maquetas, proyecciones y efectos de sonido, nos van contando los distintos avatares por los que pasó Santa Sofía. La narración tiene un ritmo muy adecuado, apenas cae en tópicos y hasta tiene algunos momentos brillantes.
En la planta baja está el museo propiamente dicho. Básicamente consiste en una recopilación, un tanto caótica, de objetos procedentes de Santa Sofía o conectados de alguna forma con el templo. También hay algunos libros, documentos y ropajes vinculados al culto ortodoxo. Así como elementos dispersos, originarios de antiguas posesiones otomanas, también relacionados con la iglesia ortodoxa. En general, lo más interesante resultó ser la colección de libros y documentos redactados con hermosa caligrafía árabe. En cualquier caso, ni la experiencia ni mucho menos el museo lograron suplir la espléndida sensación que, incluso con una parte de su deslumbrante cúpula oculta tras un andamio, pude sentir cuando entré por primera vez en Santa Sofía.
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Para ampliar la información.
También es interesante el análisis del Pantocrátor en la web de la UFM: https://educacion.ufm.edu/anomimo-pantocrator-mosaico-bizantino-1261/.
Pasión por Estambul tiene una serie de entradas sobre el templo. La primera está en https://pasionporestambul.wordpress.com/2015/02/25/santa-sofia-mosaicos/.
En inglés, muy recomendable la entrada sobre el templo en The Byzantine Legacy, con una amplísima galería fotográfica: https://www.thebyzantinelegacy.com/hagia-sophia.
Quien esté interesado en la restauración de los mosaicos, puede consultar una extensa obra en Internet Archive: https://archive.org/details/teteriatnikov-mosaics-of-hagia-sophia-istanbul/.
YouTube tiene una serie de documentales sobre el templo en The History of Byzantium Podcast. El primero puede visualizarse en https://www.youtube.com/watch?v=JQxAxXtjCQE. Muy recomendable.
My World of Byzantium tiene una larga entrada sobre la recuperación del mosaico de la Déesis: https://www.pallasweb.com/deesis/history.html. El blog es una auténtica mina de información sobre Constantinopla.
Santa Sofía parece no tener web oficial en inglés. Lo más parecido es una página en la web de museos de Estambul: https://muze.gen.tr/muze-detay/ayasofya.
La web oficial del Museo de Historia y Experiencia de Santa Sofía está en https://www.demmuseums.com/museums/hagia-sophia-museum/.