Llegué a Stokksnes coincidiendo con el mediodía. Después de llevar toda la mañana sin ver prácticamente a nadie, me llamó la atención encontrarme con media docena de coches estacionados junto a la entrada. Fue la primera señal de que, aunque de momento tímidamente, comenzaba a acercarme a la Islandia más turística. Stokksnes es una finca privada. El Viking Café, una caseta de madera de aspecto precario, hace las veces de taquilla, cafetería y punto de información. Aproveché para tomar un reconfortante café, mientras la persona que atendía el local me comentaba alguna de las posibles rutas que tenía a mi alcance. Rechacé la posibilidad de ir a la cercana réplica de un poblado vikingo, construido en 2010 para una serie que nunca se llegó a filmar, prefiriendo dirigirme directamente a la playa.
Tras mi experiencia en la playa de Lækjavik, a primera hora de la mañana, tenía las expectativas muy altas. Llegaba a uno de los lugares más fotogénicos de la isla lleno de infundada confianza en mi mismo. Para hacer buenas fotografías en Islandia (creo que casi en cualquier lugar) hacen falta al menos tres factores: dominio de la técnica, preparación y suerte. Yo solo contaba con esta última y en Stokksnes me falló. La hermosa luz dorada y la limpia atmósfera que me habían acompañado en Lækjavik habían desaparecido completamente. Ahora, en cambio, tenía un cielo plomizo, que ni era un azul limpio ni tenía nubes bien definidas. Con un aire cargado de humedad, formando una difusa neblina, lo suficientemente densa para enturbiar las fotografías, pero no tanto como para añadir misterio o dramatismo a la escena. Al final, hice varias fotos que no hacen justicia al impresionante paisaje.
Fotos aparte, Stokksnes es de una belleza tan salvaje como dramática. Las cimas de Vestrahorn hacen honor al significado de su nombre, «El Cuerno del Oeste», que no se refiere a una cima concreta, sino a toda la cadena montañosa, entre cuyos picos destacan al oeste el Klifantindur, con 847 metros de altitud y el Kambhorn, al este, con 650. Al sur de las montañas se extiende una llanura cubierta de vegetación, que en invierno encontré completamente seca. A continuación, una laguna, que estaba congelada. Finalmente, la amplia playa, rodeada de pequeñas dunas en las que el negro de la arena contrastaba vivamente con la reseca hierba amarilla que las cubría parcialmente. Bastaba moverse unos metros para tener un paisaje diferente, siempre con el imponente macizo rocoso al fondo. Stokksnes es lo suficientemente grande como para absorber un número de visitantes que, de todos modos, el día de mi visita no era elevado. Estar aparentemente solo en un lugar simultáneamente tan impresionante y tan primigenio, me trasmitía unas sensaciones que no soy capaz de describir.
La península también tiene cierta importancia en la historia de Islandia. Aquí desembarco, durante los primeros años de la colonización vikinga de la isla, Hrollaug Rögnvaldarson, hermano de Hrólfr Rögnvaldsson, el fundador del Ducado de Normandía popularmente conocido como Rollo. Aunque posteriormente Hrollaug emigró al norte, Stokksnes parece haber estado habitado de forma continua desde entonces. Por desgracia, hasta el momento no se ha encontrado ningún vestigio de aquellos años. Una placa metálica y una pequeña escultura de madera, tallada en 2005 por Ásgeir Julius Ásgeirsson, es lo único que recuerda aquella gesta.
Por contra, en el extremo de la península, subsisten los restos de una base británica, edificada durante la ocupación aliada en la Segunda Guerra Mundial. También hay una estación de radar, en este caso activa y operada por la OTAN, en cuyas proximidades termina la pista que se adentra en Stokksnes. Animado por la impresionante vista de un mar embravecido que había disfrutado desde el faro de Hvalnes, junto a Eystrahorn, me acerqué hasta la ensenada de Kórvik, al sur del radar. Pero, según parece, mi suerte había cambiado con el mediodía. Aunque las olas rompían con fuerza contra las rocas de la orilla y el agua tenía un hermoso color plateado, el mar estaba mucho más calmado y el viento había disminuido. A pesar de que apenas me separaban 27 kilómetros y 90 minutos de mi visita a Hvalnes, en el otro extremo de la bahía de Lónsvik, bien podía haber estado en el confín opuesto de la isla. Una vez más, el caprichoso clima de Islandia jugaba conmigo.
Me marché de Stokksnes con la sensación de que la naturaleza conspiraba para intentar malograr mi visita a uno de los lugares más impresionantes de la isla. Lejos de desanimarme, el pensamiento que dominaba mi mente mientras conducía por la pista hacia el noroeste, camino de mi siguiente destino, era el deseo de, algún día, regresar. Si, en condiciones tan poco favorables, el lugar me impactó profundamente, no puedo imaginar como será en un día más propicio.
Muy inspiradora la entrada del blog de Rodrigo Núñez Buj: https://www.rodrigonunezbuj.com/islandia/stokksnes/.
En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver mi primer itinerario invernal por Islandia.
En inglés, en la web Guide to Iceland hay un interesante artículo del fotógrafo danés Mads Peter Iversen: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/5176/vestrahorn-stokksnes-as-a-landscape-photography-destination.
También merece la pena visitar la página Iceland Photo Tours: https://iceland-photo-tours.com/articles/photography-tutorials/tips-for-photographing-vestrahorn-mountain-in-stokksnes-iceland.
Quien tenga curiosidad por la réplica del poblado vikingo, puede visitar la web Atlas Obscura: https://www.atlasobscura.com/places/viking-village-film-set.
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