Vestrahorn, el Cuerno del Oeste, es uno de los lugares más populares entre los aficionados a la fotografía de paisaje que recorremos Islandia. Hasta tal punto, que se ha convertido en uno de los pocos espacios naturales de la isla en los que, en contra de la costumbre local, cobran por acceder. Como buena parte de la Tierra de Hielo, los terrenos en torno a Vestrahorn son propiedad privada. Ante el creciente número de visitantes, sus dueños decidieron poner una barrera de entrada, complementada con el pequeño café donde se adquieren las entradas.

Vestrahorn desde la playa de Stokksnes

Vestrahorn en febrero de 2019.

Había visitado el lugar dos veces. Una en solitario, durante mi primer viaje invernal a la isla, y otra en compañía de Olga, en plena pandemia. En ninguna de ellas logré hacer fotografías medianamente decentes. Las malas condiciones de luz se habían aliado con mi falta de pericia para convertir Vestrahorn en una espina clavada. Además, el Cuerno del Oeste parecía empeñado en negarme sus encantos. En otras dos ocasiones, me había acercado a su desvío en jornadas con unas condiciones deplorables, en las que no tenía sentido intentarlo. Apenas 13 horas después de haber pasado por sus inmediaciones, finalmente mi suerte parecía cambiar. La previsión era de un día espléndido. Aunque supondría retroceder 21 kilómetros, decidí darme una nueva oportunidad.

La primera foto

La primera foto.

En contra de mi costumbre, salí del hotel en plena noche. Quería estar en Vestrahorn al amanecer. Llegué al Viking Café antes de que abrieran, para descubrir que la máquina automática de venta de entradas estaba averiada. Afortunadamente, apareció la señora que suele atender el café y, finalmente, pude cruzar la barrera. Mientras tanto, hacia el este, el alba comenzaba a adueñarse del horizonte. Diez minutos después de las ocho, en plena hora azul, tenía la cámara montada en el trípode y hacía una primera foto de prueba a Leitishamar. Después, tan solo quedaba aguardar a que el sol comenzara a acariciar sus laderas.

Comienza el amanecer

Comienza el amanecer.

No tuve que esperar tanto. En apenas otros quince minutos, el cielo comenzó a cambiar de color. Aunque no fue un amanecer espectacular, tampoco estuvo falto de belleza. Los llamativos colores de las nubes se reflejaban en el hielo, mientras las laderas de Vestrahorn comenzaban a iluminarse, revelando lentamente sus texturas. El frío y la soledad casi absoluta en la que me encontraba, con la única compañía de un grupo de fotógrafos unos cien metros al sur de mi posición, realzaban la majestuosidad del momento.

El sol acaricia las cumbres

El sol acaricia las cumbres.

Más allá de su belleza, Klifatindur tiene un indudable interés geológico. La cadena montañosa se extiende entre los montes Húsadalstindur, en el oeste, y Brunnhorn, en el este. Su edad se estima entre 8 y 11 millones de años, cuando pudo formar parte de un gran volcán central. Sus laderas están formadas principalmente por gabro. Una roca volcánica, fruto del enfriamiento lento del magma, que no es muy habitual en Islandia.

Un poco más al sur

Un poco más al sur.

Exactamente a las 8:39, el sol despuntaba sobre el horizonte, bañando las laderas con hermosos tonos dorados. Poco después, decidí moverme un poco hacia el sur, buscando una nueva composición, en la que el hielo era substituido por los característicos montículos de arena que abundan frente a la laguna. Uno de los atractivos de Vestrahorn es precisamente la asombrosa variedad de posibilidades fotográficas que ofrece. El lugar parece un parque temático para aficionados a la fotografía, en el que puedes ir de atracción en atracción sin repetir dos tomas.

Olas en Hornsvik

Olas en Hornsvík.

A continuación, me acerqué hasta la playa de Stokksnes. El oleaje en Hornsvík, sin llegar a ser nada especial, tenía cierto atractivo. Más por los penachos de espuma que levantaba el viento que por la propia fuerza de las olas. Intenté hacer alguna toma a contraluz y otras con el sol a mi derecha. Ninguna especialmente interesante.

Brunnhorn desde Stokksnes

Brunnhorn desde Stokksnes.

Decidí centrarme en Brunnhorn y su clásica silueta. Había pasado la hora dorada y un sol inusualmente brillante creaba fuertes contrastes entre las luces y las sombras del paisaje. Tampoco tuve demasiada suerte al intentar otra de las fotos más manidas del lugar, con la montaña reflejándose en el agua. Hacía demasiado viento y no encontré ninguna charca lo suficientemente remansada.

Olas y viento en Hornsvík

Olas y viento en Hornsvík.

Podía haber intentado hacer una larga exposición, pero había vuelto a dejar el trípode en el coche. En cualquier caso, tampoco parecía merecer la pena. Prefería aprovechar el tiempo dando un paseo hacia el oeste del faro de Stokksnes, dejando a un lado la estación de radar de Höfn. Las olas en Hornsvík comenzaban a prometer. Quizá la costa meridional de la península, más expuesta, sería más interesante.

Junto al faro de Stokksnes

Junto al faro de Stokksnes.

Tampoco hubo suerte. Aunque el oleaje rompía con fuerza sobre los escollos meridionales, no llegaba a ser espectacular. El mar estaba sin duda embravecido y, de vez en cuando, la espuma de alguna ola igualaba en altura los 19 metros del faro. Cuando fue construido, en 1922, Stokksnesviti tan solo alcanzaba los 15 metros de altura. Durante su renovación, en 1958, se decidió recrecerlo en 4 metros. Tiene una secuencia curiosa, con haces de luz blanca, roja y verde repitiéndose cada 30 segundos.

Regresando a Stokksnes

Regresando a Stokksnes.

De regreso al coche, los grandes charcos congelados contrastaban con la hierba reseca y las ásperas laderas de roca gris, tamizadas por la nieve, para crear una escena extraña, bañada por un sol poco habitual en Islandia. Aquel paseo, por una de las zonas más solitarias de Vestrahorn, fue el último de mi larga estancia junto al Cuerno del Oeste. Cuarenta minutos después del mediodía, cruzaba de nuevo la barrera junto al Viking Café, rumbo a la Ring Road. Podía haber apurado algo más mi visita. Por ejemplo, dando un paseo hasta el «poblado vikingo» que hay entre la laguna y Klifatindur. Pero tenía por delante una tarde recorriendo el flanco meridional del Vatnajökull. Parecía más interesante continuar mi ruta hacia el oeste.

Regresando a la Ring Road

Regresando a la Ring Road.

Hice una última pausa en la orilla de Skarðsfjörður, antes de reincorporarme a la Ring Road. Más allá de la amplia laguna, podía ver las primeras lenguas de hielo descendiendo desde las estribaciones orientales del mayor glaciar de Islandia. El impresionante paisaje que tenía al frente me llamaba con una fuerza irresistible. Dejé atrás Vestrahorn con sentimientos contrapuestos. Por primera vez, salía del lugar con alguna fotografía aceptable. Aunque, ni de lejos, logré explotar todas las posibilidades del Cuerno del Oeste. Quizá la próxima vez. En aquel momento, toda mi atención ya estaba en el impresionante Vatnajökull.

Para ampliar la información.

Mi primera visita a Vestrahorn, en invierno, está en https://depuertoenpuerto.com/vestrahorn/.

La segunda, en verano, puede verse en https://depuertoenpuerto.com/vestrahorn-2/.

En inglés, la web Guide to Iceland tiene un interesante artículo del fotógrafo danés Mads Peter Iversen: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/5176/vestrahorn-stokksnes-as-a-landscape-photography-destination.

Ahora es posible dormir en el Viking Café, justo a la entrada a Vestrahorn. Quien esté interesado, puede informarse en https://vikingcafe.is/.