Glymur también era una de mis eternas tareas pendientes en Islandia. Aunque había pasado un par de veces frente a su desvío, la cascada es virtualmente inaccesible en invierno. La única vez que había previsto visitarla en verano, la erupción de 2022 en el valle de Meradalir trastocó completamente nuestros planes. Puestos a escoger entre ver un volcán en plena actividad y una cascada, por muy espectacular que esta sea, lo teníamos claro. Finalmente, en septiembre de 2025 Glymur se había convertido en uno de los objetivos prioritarios de mi segundo viaje otoñal a la Tierra de Hielo.
Viaje que, por lo demás, estaría centrado en el noreste de Islandia, a varios cientos de kilómetros de Glymur. Por tanto, solo tendría dos oportunidades de visitar la cascada. Una al principio del itinerario y otra al final, durante mi regreso hacia Keflavik. Sabiendo por experiencia que, en la Tierra de Hielo, no es buena idea desaprovechar las ocasiones propicias, al día siguiente a haber aterrizado en Keflavik dejaba el coche en el aparcamiento de la cascada. Entre recoger el coche de alquiler y rodear la periferia de Reikiavik, cuando quise atravesar la puerta que marca el inicio de la senda de Glymur era la una del mediodía. Muy tarde para mi gusto, pero la jornada parecía casi perfecta. En cualquier caso, no tenía la menor garantía de que, doce días más tarde, las circunstancias fueran a ser mejores.
Hay dos sendas para llegar a Glymur. La occidental es la más sencilla, pero no ofrece buenas vistas sobre la cascada. Es mucho mejor realizar la oriental, por la orilla opuesta del río. Las vistas son espléndidas, con el único inconveniente de que tiene cierto grado de complejidad. En cualquier caso, sus primeros 1.300 metros, hasta el primer mirador que hay sobre el río y la garganta en la que se despeña Glymur, avanzan sin grandes desniveles, entre pequeños bosquecillos. Aunque aún no podrás ver la cascada, el paisaje comienza a ser interesante. A partir de ese punto, la ruta se convierte en una especie de gincana. Para bien y para mal.
El primer entretenimiento está literalmente bajo tus pies. Para seguir la ruta, debes atravesar la diminuta cueva de Þvottahellir, que te permitirá descender hasta el fondo del valle con relativa comodidad. La cueva tiene varios arcos y, según dicen, antiguamente se utilizaba para secar tanto ropa como pescado. Algunos tramos pueden ser resbaladizos, pero hay varios peldaños tallados en su interior y una escalera que te lleva hasta el pequeño valle.
Después, viene aquel que puede ser el mayor obstáculo del recorrido: el río Botnsá. Para salvarlo «cómodamente», entre finales de primavera y principios de otoño se instalan un tronco de madera y un cable de acero, cuando se considera que las condiciones del resto de la ruta son lo suficientemente seguras. En la puerta metálica que hay al principio de la ruta, indican si han colocado el tronco. En caso contrario, mi recomendación personal es que no sigas. El sendero se vuelve cada vez más peligroso y complicado. No hagas como la turista que se despeñó, intentando subir a Glymur, en marzo de 2023.
Unos metros más allá del tronco, comienzan las primeras rampas y, con ellas, la parte físicamente más dura de la ruta. En cualquier caso, me había planteado la excursión con calma, sin un objetivo definido. La senda va recorriendo una serie de miradores y la idea era ir saltando de uno a otro. En cada mirador, decidiría si seguía adelante o me daba por satisfecho. La hora, el clima, la vista que me ofreciera el mirador y mi nivel de cansancio serían los factores que determinarían mi progresión por la ruta.
Poco después de las dos, llegaba al primer mirador. La vista del profundo cañón, partiendo la montaña en dos, era impresionante. Al fondo, Glymur se precipitaba desde las alturas. El lugar era, sin duda, imponente, pero la propia orografía del terreno hacía de la cascada un ente esquivo, que aún no se mostraba en todo su esplendor. Había que continuar avanzando.
El camino seguía ascendiendo, para luego descender y posteriormente volver a subir por una pared un tanto abrupta, tras vadear un pequeño afluente del Botnsá. En otra media hora, estaba en Stedjasnös, el primer mirador que ofrece una vista razonablemente buena de la cascada. Aunque no perfecta. La parte superior de Glymur seguía oculta tras un pliegue del terreno.
Estaba apenas a 160 metros de Hellupalur, el siguiente punto panorámico. Aunque el camino se volvía cada vez más complicado y el desnivel era bastante pronunciado, decidí seguir adelante.
Mientras tanto, las vistas a mis espaldas no hacían más que mejorar. El valle de Botnsdalur, con una perfecta forma de U, se deslizaba suavemente hasta desaparecer bajo las aguas del Hvalfjörður. Los característicos tonos ocres del otoño se apoderaban lentamente del paisaje, contrastando vivamente con el azul grisáceo del fiordo. El cielo, donde se alternaban las nubes con los claros, remataba una escena idílica.
A las tres y media alcanzaba Hellupalur. Donde, por fin, tenía una vista completa de Glymur. Pasé un buen rato en el lugar. Haciendo fotos, grabando videos y volando el dron, mientras las condiciones atmosféricas se empeñaban en recordarme que estaba en Islandia. El viento se alternó con la calma, hubo un breve chaparrón y el sol también brilló con fuerza, regalándome un hermoso arco iris deslizándose a media cascada.
El río Botnsá nace en el Hvalvatn, un lago que, visto en el mapa, puede parecer modesto, con apenas 4,1 km2 de superficie. pero que alcanza los 180 metros de profundidad, por lo que es el segundo más profundo de la isla. Su origen estaría en la erupción del Hvalfell, probablemente al final de la última era glaciar, que cerró el valle por el este y creó un profundo dique de lava. Aunque, como siempre en Islandia, hay una leyenda asociada a la cascada. En este caso, el hechizo de un hombre, que fue convertido en ballena por una elfa despechada. El hombre-ballena, llamado Raudhöfdi, hundió un bote, matando a dos jóvenes. Su padre, un viejo sacerdote, logró atraerlo fiordo arriba, hasta que Raudhöfdi chocó con el fondo del valle, creando un temblor al que Glymur (que se traduciría por «gran estruendo con eco») debería su nombre.
Tras una larga pausa en Hellupalur, había llegado el momento de tomar la última decisión del día. Podía seguir avanzando, hasta alcanzar el vado que hay aguas arriba de la cascada, y regresar por la orilla contraria. O desandar el camino. Al final, me decidí por la segunda opción. Estaba demasiado cansado para añadir otros dos kilómetros a la ruta. Además, aunque llevaba unas fundas impermeables en la mochila, el Botnsá llevaba bastante agua. Quizá no fuera capaz de atravesar el vado.
A las cinco y media estaba de regreso al tronco sobre el río. Poco después de las seis, llegaba al aparcamiento. Cansado, pero contento de, por fin, haber podido visitar una de las cascadas más destacadas de Islandia. La ruta de Glymur tiene cierta dificultad, más por el desnivel y el terreno abrupto, que por la distancia. Aunque está al alcance de cualquiera con una forma física razonable y que no sufra de vértigo. El premio es uno de los paisajes más hermosos y espectaculares de la isla. Totalmente recomendable.
Para ampliar la información.
En https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/glymur-19622442 puedes descargar las coordenadas de la ruta completa, nuevamente vadeando aguas arriba de la cascada.
El blog Mordiendo el Mundo también describe la ruta circular completa: https://www.mordiendoelmundo.com/ruta-de-senderismo-a-la-cascada-glymur/.
En inglés, puedes ver una entrada más centrada en la fotografía en The Photo Hikes: https://thephotohikes.com/glymur-waterfall-hike/.











