Avistamos por primera vez Svalbard poco antes de las nueve de la mañana. Sobre la amura de estribor, se distinguía claramente una costa sin demasiados accidentes geográficos. Una gran meseta, prácticamente plana, se disolvía entre las brumas del horizonte, tanto hacia el este como hacia el norte. En cierto modo, me recordó nuestra anterior visita a Svalbard, también en barco, en agosto de 2015. Aunque aquí acababan las similitudes. Habíamos cambiado un enorme crucero, con capacidad para 3.900 pasajeros, por un barco de expedición, que podía alojar un máximo de 152. Y, en lugar del Isfjorden, en la zona más civilizada del archipiélago, nos dirigíamos hacia el este de Spitsbergen. Su parte salvaje.
La mañana sería tranquila. A las 9:30, una charla de Pierre, uno de los miembros del equipo de expedición, sobre las aves de Svalbard. A las 11:00 otra charla, en este caso a cargo del doctor David J. Drewry, que haría una introducción general al archipiélago. Un lugar que conocía muy bien, por haber participado en varios estudios científicos sobre el terreno. La tarde sería mucho más movida. A las 13:00, desembarco en Kapp Lee, en Edgeøya. A las 17:00, en Sundaneset, en Barentsøya. Para terminar con otro desembarco en la misma isla, al filo de las 21:00, en un lugar llamado Kapp Waldburg.
Los planes comenzaron a torcerse a mediodía. Según llegábamos a Kapp Lee, nos dimos de bruces con otro barco. Se trataba del Sea Spirit, el único buque de Poseidon Expeditions. Con su pasaje ocupando la playa, ni tenía sentido ni era legalmente posible desembarcar. Al fin y al cabo, estábamos en un espacio protegido, con estrictas reglas de uso. Entre las que está el número de personas que puede desembarcar simultáneamente en cualquier emplazamiento.
La solución parecía sencilla. Tan solo estábamos a 14 kilómetros de Sundneset. Bastaba con cambiar el orden de las escalas. El SH Vega comenzó a recorrer la costa noroccidental de Edgeøya, camino de nuestro siguiente destino. La desolada costa que se deslizaba frente a nosotros, volvía a recordarme aquella que habíamos visto en 2015. Los bordes desgastados de una gran llanura, formada durante millones de años de erupciones volcánicas y posteriormente erosionada por la lluvia y el hielo. Un paisaje de formas suaves y redondeadas, con un terreno yermo y descarnado hasta extremos asombrosos. Un desierto ártico de una belleza tan extraña como indómita.
En menos de una hora estábamos frente a Sundneset, ahora sin ningún otro barco en el horizonte. Un grupo de cuatro personas del equipo de expedición salió de inmediato en una de las zódiac y, en apenas unos minutos, estaba en tierra, caminando sobre la rocas de la costa. Desde las montañas de Barentsøya se deslizaba un banco de niebla, realzando la misteriosa belleza del paisaje que teníamos enfrente. Entonces, uno de los miembros del equipo que estaba explorando el terreno, vio un oso polar a media ladera, moviéndose entre la niebla. Un avistamiento efímero, pero suficiente para decidir que no resultaba seguro desembarcar. Corríamos el riesgo de que el oso, guiado por su extraordinario olfato, se acercara oculto entre la niebla, sin darnos tiempo a reaccionar. Otro cambio de planes.
El nuevo plan era regresar a Kapp Lee, donde seguramente ya no estaría el Sea Spirit. Mientras el grupo de exploración inspeccionaba el punto de desembarco en Sundneset, la tripulación había botado las demás zódiac. Dada la escasa distancia y el buen estado de la mar, se decidió que sería más rápido y conveniente que éstas vinieran navegando junto al SH Vega, ahorrando el lento proceso de recogida y posterior botadura.
Las morsas de Kapp Lee.
El siguiente destino debería haber sido Kapp Waldburg, en el extremo noroccidental del estrecho. Pero, una vez más, la espesa niebla desaconsejaba cualquier intento de desembarco. Además de inútil, sería peligroso. Me había resignado a dar el día por finalizado, cuando llegó el último cambio de planes de la jornada. Según dejábamos atrás Freemanbreen, la niebla comenzó a levantar. No lo suficiente como para desembarcar en Kapp Waldburg, pero si para permitir hacer una excursión en zódiac hasta las inmediaciones del glaciar.
Freemanbreen: un glaciar entre la niebla.
Nuestro primer día en Svalbard había sido un magnífico ejemplo de lo que suele suponer un crucero de expedición. Incertidumbre, asombro, improvisación, frustración, sorpresa. Todo ello recorriendo un lugar salvaje y aislado, en el que la única señal de civilización eran los pocos barcos que navegaban por la zona. De las tres excursiones planificadas, solo habíamos podido hacer una. A cambio, logramos hacer otra completamente imprevista. Pero, al menos para mi, el balance había sido positivo. Al fin y al cabo, estoy más que acostumbrado a los planes rotos por los caprichos del Ártico. Son parte del precio a pagar por recorrer sus mágicos dominios. En los que seguiríamos internándonos durante la «noche» para, al día siguiente, visitar lugares aun más remotos y salvajes, de una belleza todavía más sorprendente.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/de-tromso-a-reikiavik-un-crucero-por-el-artico-profundo/ puedes ver el itinerario completo de nuestro crucero de expedición por el Ártico.
En inglés, la página Spitsbergen – Svalbard tiene una entrada sobre las islas del sureste del archipiélago: https://www.spitsbergen-svalbard.com/spitsbergen-information/islands-svalbard-co/heleysund-edgeoya-barentsoya-tusenoyane.html.
La página sobre la Reserva Natural de Søraust-Svalbard en la web del Instituto Polar Noruego está en https://cruise-handbook.npolar.no/en/southeast_reserve/index.html.
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