Viajar a Islandia en invierno es casi siempre una pequeña aventura, rodeada de incertidumbre. Ésta suele extenderse a los vuelos, que con frecuencia se ven afectados por el adverso clima de la isla. De las cinco ocasiones en que he aterrizado o despegado en febrero desde el aeropuerto internacional de Keflavik, en dos he tenido retrasos de más de diez horas. En otra, estuvimos rozando el límite de tener que buscar un aeropuerto alternativo y, una vez aterrizamos, el viento era tan intenso que el avión cabeceaba y no pudimos desembarcar por la pasarela. Las dos restantes, transcurrieron sin contratiempos notables. Aún mas complicada es la situación en los vuelos internos. En los Fiordos del Oeste, alguien me comentó como, cuando tenía que volar fuera de Islandia, intentaba despegar de Ísafjörður con tres días de margen, para tener cierta seguridad de llegar a tiempo al vuelo de enlace en Keflavik. Aunque sea posible viajar a Islandia en invierno y no encontrar mayor inconveniente, siempre hay que tener en cuenta que nuestros planes se pueden torcer en cualquier momento. Contar con un plan alternativo y saber adaptarse a las circunstancias adversas forma parte de la rutina invernal en la Tierra de Hielo.

Sobrevolando Keflavik

Sobrevolando Keflavik.

Aunque no imposible, es difícil visitar Islandia sin pasar por el aeropuerto internacional de Keflavik. Sus orígenes se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas norteamericanas, que ocuparon preventivamente la isla, decidieron crear un par de aeródromos en el extremo occidental de Islandia. Meeks Field, el más septentrional, acabó convirtiéndose en una instalación de uso conjunto. Hasta 1987, la base militar y el aeropuerto civil compartían buena parte de las infraestructuras. Ese año se inauguró la terminal Leif Erikson, evitando a los pasajeros tener que atravesar el control militar. En 2006, los Estados Unidos desalojaron la base. Al carecer Islandia de ejército permanente, sus instalaciones pasaron a depender de la agencia de defensa. Mientras tanto, el tráfico aéreo ha seguido la senda ascendente del turismo, rozando los 10 millones de pasajeros justo antes de la pandemia. Se espera que en 2023 supere dicho listón, por lo que se está acometiendo la cuarta ampliación de la terminal, que debería ser capaz de acomodar hasta 15 millones de pasajeros al año.

Panel publicitario

Panel publicitario.

Keflavik es un aeropuerto como cualquier otro. Su interior es virtualmente indistinguible de la mayor parte de los aeropuertos internacionales de cualquier país. Tan solo las fotografías y anuncios que adornan sus paredes nos recuerdan que estamos en Islandia. Sin embargo, su ubicación en un entorno extremo puede complicar la vida a cualquier viajero que visite la Tierra de Hielo. La reciente erupción en Geldingadalir estaba a tan solo 20 kilómetros en linea recta del edificio de la terminal, desde donde solía ser perfectamente visible la columna de gases del volcán. Al igual que su cono volcánico, durante las maniobras de aproximación o despegue, siempre que las nubes no lo impidieran.

Aeropuerto y columna de humo del volcán

Aeropuerto y columna de humo del volcán.

Pero la erupción de Geldingadalir, aunque relativamente prolongada, fue inocua. Superados los primeros temores, centrados en la posibilidad de que la lava acabase cortando la carretera entre el aeropuerto y la capital, no suspuso el más mínimo problema para la navegación aérea. Algo que no podemos decir de la erupción del Eyjafjallajökull, que creó el caos en los vuelos de toda Europa entre el 14 y el 23 de abril de 2010. Curiosamente, Keflavik apenas se vio afectado de forma directa, pues los vientos dominantes alejaban la nube de ceniza lejos del aeropuerto. Tan solo estuvo cerrado el día 22 de abril.

Reikiavik desde el cielo

Sobrevolando Reikiavik el 15 de febrero.

Mucho más comunes son los problemas causados por el mal tiempo, sobre todo durante el largo y duro invierno islandés. En mi segundo viaje invernal a la isla, los había sufrido en mis propias carnes un 14 de febrero, cuando las rutas aéreas entre Islandia y el resto de Europa se vieron interrumpidas por una profunda borrasca en el norte del Atlántico. El retraso en el vuelo de enlace a Keflavik me obligó a pasar una noche en Amsterdam. Acabé llegando a Islandia un día más tarde, con 17 horas de retraso.

Hotel Aurora

Hotel Aurora Star, en abril de 2021.

Tan solo diez días después de lograr aterrizar en Keflavik, tocaba emprender el regreso. Las habitualmente complicadas condiciones invernales de las carreteras de Islandia hacen aconsejable no estar muy lejos del aeropuerto en las horas previas al vuelo. En caso contrario, te arriesgas a no llegar. Personalmente, suelo dormir en Keflavik la noche previa, generalmente en el hotel Aurora Star, a tan solo 200 metros de la terminal. Es un hotel sencillo y funcional, cuya mayor virtud es la proximidad al aeropuerto, del que tan solo le separa un aparcamiento.

Previsión de viento

Previsión de viento.

Pero, una vez mas, el invierno islandés había decidido hacer de las suyas. Para la mañana del vuelo de regreso, se esperaba que otra profunda borrasca, acompañada de fuertes vientos, atravesara la península de Reykjanes sobre el mediodía. Cuando desperté, lo primero que hice fue consultar en el móvil el panel de salidas del aeropuerto. Todos los despegues entre las 10:35 y las 14:00 estaban retrasados o cancelados, con la única excepción del vuelo con destino a las islas Feroe. Me lo tomé con calma, apurando la habitación hasta las 11:00, la hora límite para el check-out.

Pasillos desiertos en Keflavik

Pasillos desiertos en Keflavik.

Después, tenía dos opciones. Quedarme en la recepción del hotel o ir hasta el cercano aeropuerto y tratar de investigar la situación directamente. Detesto los aeropuertos, pero al final me decidí por la segunda opción, más que nada por tener información de primera mano. Atravesar los 200 metros de aparcamiento en medio del vendaval tuvo cierta dificultad, pero finalmente logré llegar a la seguridad de la terminal, para encontrarme con un edificio completamente vacío. La carretera 41 estaba cortada por las fuertes ráfagas de viento, con el resultado de que era imposible desplazarse entre Reikiavik y Keflavik. Afortunadamente, había un retén mínimo de personal. Pude acceder a una zona de embarque que me recordó mis viajes en plena pandemia.

La terminal está vacía

La terminal está vacía.

Absolutamente todas las tiendas y bares de la terminal estaban cerrados. Me instalé en una de las salas de espera y maté el tiempo explorando un aeropuerto en el que prácticamente era el único ser humano. Tan solo en una ocasión me crucé con una chica, que se mostró tan sorprendida como yo por encontrarse con otra persona. La situación, de puro extraña, no dejaba de tener su interés.

Mientras tanto, en el exterior, rugía el temporal. Los ventanales de la terminal se combaban bajo la fuerza del viento, que superaba los 100 kilómetros a la hora. Llegué a temer que alguno acabase reventando. La lluvia golpeaba contra los cristales, aunque el intenso viento los mantenía libres de gotas. Los aviones permanecían aparcados en el área de maniobra, lejos de la terminal, con sus morros enfilados hacia el viento. Éste hacía gemir y crujir la estructura del aeropuerto, llegando a mover alguno de sus paneles interiores. Para rematar la escena, incluso hubo un par de breves apagones.

Vuelos retrasados

Vuelos retrasados.

Pese a mi radical aversión a los aeropuertos, he de reconocer que disfruté de mi larga y solitaria estancia en la terminal de Keflavik. Estar prácticamente solo en un aeropuerto por el que, de media, pasan más de 27.000 personas al día, no deja de ser una experiencia extraña. Mientras tanto, entre apagón y apagón, los paneles mostrando la información de los vuelos no dejaban de cambiar. Al final, el vuelo a Vagar, en las Feroe, había sido cancelado. Al igual que otros a Copenhague o Barcelona. Los demás sufrían retraso tras retraso, con cada actualización de las pantallas. Se puede decir que tuve suerte. Mi vuelo, inicialmente previsto para las 11:10, tan solo había sido atrasado 7 horas.

Recuperando la normalidad

Recuperando la normalidad.

Tal como estaba previsto, el temporal comenzó a amainar algo después de las tres y media de la tarde. Unos minutos antes de las cinco, el menguante rugir del viento en el exterior fue eclipsado por un sonido más cercano. La carretera volvía a estar abierta y comenzaban a llegar pasajeros al aeropuerto. En unos minutos, los bares y las tiendas volvieron a la vida y la terminal se llenó de gente. El proceso fue tan rápido, que logró sorprenderme. A partir de ese momento, las dos horas largas que aún pasé en el aeropuerto fueron de una anodina normalidad.

Preparando el vuelo

Preparando el vuelo.

En uno de los clásicos giros del clima en Islandia, el temporal había dado paso a una tarde asombrosamente apacible. El sol iluminaba las últimas nubes, que se retiraban lentamente hacia el oeste, mientras el suelo encharcado reflejaba las luces de un atardecer dorado. La actividad en el aeropuerto era frenética. Había que recuperar el ritmo de vuelos lo antes posible. Pese a lo cual, acabamos acumulando otra hora de retraso.

Vista aérea de Kleifarvatn en invierno

Vista aérea del Kleifarvatn en invierno.

Los despegues o aterrizajes en Keflavik suelen ser sobre cielos muy nublados, que casi siempre impiden apreciar el paisaje desde el avión. No fue el caso. Las nubes estaban lo suficientemente distanciadas como para permitirme ver una península de Reykjanes cubierta por la nieve. Fue especialmente interesante el vuelo sobre el lago Kleifarvatn, el más extenso de la península, con su superficie casi totalmente congelada. Tan solo su extremo suroeste, donde desembocan las aguas geotermales procedentes de Seltún, permanecía libre de hielo.

Selfoss desde el aire

Selfoss desde el aire.

Sobrevolamos Selfoss. Después, uno tras otro, dejamos atrás los cauces de los ríos Ölfusá, Þjórsá y Ytri-Rangá, los mayores del suroeste de Islandia. Hacia el interior, apenas se distinguían unas cuantas luces, probablemente de las centrales hidroeléctricas en los bordes de las Tierras Altas. Más allá, desaparecían las señales de civilización. Pero la noche se nos echaba encima por momentos. Entre las nubes y la falta de luz, apenas me fue posible distinguir las estribaciones del Eyjafjallajökull.

Mi segundo viaje invernal a Islandia acabó como había empezado. En un hotel junto a una autopista, a mitad de camino entre Amsterdam y su aeropuerto. Al menos, esta vez me sabía la lección. Bastó con escanear mi tarjeta de embarque en una máquina de KLM, para que ésta comenzara a escupir una asombrosa cantidad de papeles. Bonos para el transporte, hotel, desayuno, pequeños gastos y una tarjeta de embarque actualizada. También tenía claro dónde paraban los autobuses. Logré llegar al hotel antes de la medianoche. Al día siguiente, un vuelo rutinario me llevó a Madrid, donde acabé aterrizando 15 horas más tarde de lo previsto.

Para ampliar la información.

Hay una página con información sobre Keflavik en https://www.aeropuertoinfo.com/aeropuertos/keflavik-airport/.

En inglés, la web oficial del aeropuerto está en https://www.isavia.is/en/keflavik-airport.

En https://www.macegroup.com/projects/keflavik-airport podemos encontrar información sobre la ampliación actual.

En https://nat.is/nato-base-keflavik-airport-base-history/ podemos encontrar una breve historia de la base aérea.