Las vistas desde los miradores del Fjellheisen son espléndidas, siempre que esté razonablemente despejado. Algo que no ocurrió en nuestra primera visita a Tromsø, en el verano de 2015. Tuve más suerte durante mi primer viaje con Hurtigruten, en febrero de 2018. En el trayecto hacia el norte, acerté a visitar Tromsø en un día de invierno relativamente benigno. El cielo estaba casi completamente cubierto, pero las nubes flotaban muy por encima del Storsteinen. De inmediato, subir al Fjellheisen se convirtió en mi primer objetivo durante la corta escala en la ciudad. Aunque interesante, fue una visita breve. La falta de tiempo y el intenso frío me empujaron a descender tras pasar una hora en los miradores.
En 2023 regresaba a Tromsø a finales de julio, otra vez en compañía de Olga. Visitar el Fjellheisen, esta vez en pleno verano, era uno de nuestros destinos prioritarios. Pero, una vez más, el inclemente clima ártico, con sus cielos brumosos, parecía empeñado en complicarnos la vida. Hasta que, en nuestra penúltima jornada en la zona, las nubes comenzaron a abrirse, dejando al descubierto un cielo intensamente azul. Finalmente, en nuestro último día en Tromsø, horas antes de embarcar en crucero de expedición rumbo al Ártico profundo, había llegado la hora de regresar al Fjellheisen.
El plan inicial era tomárnoslo con calma. Al fin y al cabo, teníamos casi medio día por delante, antes de zarpar hacia el norte en el SH Vega. No contábamos con coincidir con otro barco de crucero. Afortunadamente, al dejar las maletas, el personal de enlace de Swan Hellenic nos comentó que el Jewel of the Seas, un barco con capacidad para 2500 pasajeros, estaba atracando en los muelles de Breivika, al norte de Tromsø. Teníamos poco más de una hora disponible si queríamos llegar a la estación inferior del Fjellheisen antes que las excursiones del crucero. Nos pusimos en marcha de inmediato. Aunque mantuvimos el plan inicial de llegar hasta el teleférico andando, lo hicimos con paso decidido, dejando las pausas para el regreso.
Llegamos a la estación inferior veinte minutos antes de las once. La mañana mejoraba por momentos. Hasta tal punto, que era necesario hacer un esfuerzo para asumir que estábamos en el Ártico. En cualquier caso, habíamos logrado cumplir nuestro objetivo. Compramos los billetes según llegamos y, en apenas un instante, subíamos a la primera góndola disponible. Cuatro minutos más tarde, estábamos en la estación superior.
El mundo que nos recibió en el Storsteinen era radicalmente distinto al que había contemplado en febrero. La nieve y el hielo habían sido sustituidos por verdes praderas. La plomiza cubierta de nubes por un radiante cielo azul. El gélido viento por una suave brisa, que casi se agradecía, pues ayudaba a refrescar el ambiente. La vista a nuestros pies también era diferente. Mucho menos dura que la invernal. De no ser por las escasas manchas de nieve que aun adornaban algunas montañas cercanas, podríamos haber pensado que nos encontrábamos mucho más al sur del paralelo 69.
En cualquier caso, la vista hacía honor a su fama. A nuestros pies, ocupando la mayor parte de la isla de Tromsøya, se extendía la ciudad de Tromsø. La principal ciudad del Ártico noruego y la capital del condado de Troms og Finnmark, la provincia más septentrional del país de los fiordos. En mi quinta visita, era capaz de reconocer buena parte de los edificios que teníamos a la vista. Allí estaban la extraña geometría de Polaria, el edificio de cristal que aloja al MS Polstjerna, la inconfundible silueta del hotel Scandic o el antiguo almacén reconvertido en el Museo Polar, en el viejo puerto de Tromsø. También podíamos ver un par de barcos de crucero. El SH Vega, en el que embarcaríamos en apenas unas horas, atracado en Prostneset, al sur del Tromsøbrua. El Jewel of the Seas al norte, en los muelles de Breivika.
Hacia el suroeste, entre Tromsøya y Kvaløya, había un par de islas menores. La plana Store Grindoya y, al noroeste de ésta, Håkøya. En las aguas entre ambas, junto al extremo meridional de Håkøya, los bombarderos británicos hundieron el Tirpitz, uno de los últimos grandes acorazados del Tercer Reich, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Sus restos fueron desguazados en una operación conjunta entre alemanes y noruegos, que se prolongó entre 1948 y 1957.
Al norte, la vista se extendía más allá del extremo septentrional de Tromsøya, donde el Grøtsundet se perdía entre la costa de la Europa continental y la de la vecina Ringvassøya, con sus cimas aun mostrando algún tímido rastro de nieve. En apenas unas horas, navegaríamos por esas mismas aguas, durante nuestra travesía rumbo a Bjørnøya y el mar de Barents.
El trasiego de barcos en los fiordos que rodean Tromsøya era continuo. Llevábamos una hora en Fjellheisen cuando vi una silueta familiar, navegando al otro lado de la isla. Era uno de los buques de Hurtigruten, procedente del norte, aproximándose a puerto. Me extrañó el horario, pues la escala en Tromsø durante el trayecto hacia el sur se produce bien avanzada la tarde. La explicación era bien sencilla. Se trataba del Otto Svedrup, uno de los buques que la naviera emplea en sus cruceros de expedición. Tras rodear Tromsøya por el sur, acabó atracando en los muelles de Prostneset, proa con proa frente al SH Vega.
También vimos varias personas lanzándose en parapente desde las inmediaciones. En verano, es relativamente común subir a Fjellheisen mediante el teleférico, para luego realizar el descenso por otros medios, o recorrer la red de senderos que se extiende a espaldas de los miradores.
Además de visitar el mirador principal, ubicado en el tejado del edificio de la estación superior del teleférico, es muy recomendable recorrer las inmediaciones y visitar otros miradores menos concurridos. El ubicado al sur, sobre un abrupto cortado, ofrece las mejores vistas. Hay otro hacia el norte, cerca de la antena de comunicaciones, con peor panorama pero mucho más solitario.
Nos habría gustado tomar tranquilamente un refresco, disfrutando de las vistas en la cafetería que hay en el mismo edificio de la estación. No pudo ser. Las góndolas llegaban completamente llenas y, poco a poco, un creciente volumen de público iba llenándolo todo. Un par de horas después de haber subido al Fjellheisen, emprendíamos el camino de regreso.
Cuando salimos de la estación inferior había una larga fila esperando para subir, que incluso se extendía fuera del edificio. La capacidad horaria del teleférico es relativamente limitada, por lo que fácilmente habría una hora de espera. Emprendimos el camino de regreso a Tromsø mientras, para nuestros adentros, dábamos las gracias a la chica de Swan Hellenic. De no ser por su advertencia, quizá esta vez tampoco habríamos logrado subir al Fjellheisen.
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Para ampliar la información.
En Profundidad de Campo hay una entrada con buenas fotos: https://profundidad.net/blog/fjellheisen-y-las-mejores-vistas-de-tromso-desde-lo-alto.
En el blog Viajeados encontraremos bastante información práctica: https://viajeados.com/teleferico-fjellheisen-de-tromso/.
En inglés, la web oficial del teleférico está en https://www.fjellheisen.no/engelsk/fjellheisen-home.
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