Era mi penúltima noche en Islandia. Tras un largo e intenso viaje que había arrancado en Oslo un par de semanas atrás, mi único plan para el día siguiente era descansar en el tranquilo entorno del hotel Kriunes, situado junto a las congeladas aguas del lago Elliðavatn. Sin embargo, me desperté alrededor de las cinco de la madrugada. Mi mente comenzó a divagar, hasta que decidí intentar una última excursión hasta la península de Snæfellsnes. Era una idea un tanto loca. En primer lugar, no tenía un plan real, tan solo una vaga referencia de unos cuantos lugares que a priori parecían interesantes. Además, a esas horas de la madrugada, parecía irrealizable. Las carreteras de la península estaban en bastante mal estado. Algunas de ellas cortadas al tráfico. En cualquier caso, decidí arriesgarme. Siempre podía dar media vuelta. Unos minutos antes de las seis, emprendía la marcha, en una noche despejada iluminada por una brillante luna llena.
Tras detenerme en Borgarnes a desayunar y llenar el depósito de gasolina, poco después de las 8:30, bajo un cielo que tímidamente comenzaba a teñirse de azul, llegaba al desvío de la ruta 56. La carretera atraviesa perpendicularmente la península, partiendo de la ruta 54 al sur del paso de Vatnaleið, para unirse de nuevo a la misma ruta al norte de éste. La travesía del paso de montaña fue uno de esos momentos mágicos que, con cierta frecuencia, te ofrece la conducción en Islandia. Avanzaba completamente solo, recorriendo una carretera en la que el negro asfalto se alternaba con tramos cubiertos de nieve. A mi alrededor, las primeras luces del día comenzaban a revelar un paisaje de cumbres blancas. Hacia el oeste, más allá de las congeladas aguas del lago Selvallavatn, la luna se ponía tras las montañas. Llevaba un buen rato sin ver un solo vehículo. Hechizado por la magia del momento, acabé haciendo algo que nunca se debe hacer en Islandia. Detuve el coche en medio de la carretera y, durante unos segundos, disfrute del sereno encanto del lugar. No lo pude evitar.
Había superado el que a priori era el punto más crítico de mi itinerario. Animado, recorrí los últimos kilómetros antes del primer destino, por un hermoso paisaje en el que las oscuras aguas de los fiordos se entrelazaban con las montañas cubiertas de nieve. Atravesé Grundarfjörður detrás de una máquina quitanieves, mientras el cielo comenzaba a mostrar esos sutiles tonos rosáceos que suelen preceder el amanecer en tierras árticas. Poco después de las nueve, aparcaba en las inmediaciones de Kirkjufell.
Kirkjufell.
La carretera 579, que va a morir junto al faro de Öndverðarnes, resultó estar completamente congelada. La conducción era tan lenta como complicada. Tardé casi diez minutos en recorrer los escasos 1.700 metros que separan el desvío de la playa de Skarðsvík. A ese ritmo, tan solo llegar al faro y regresar me iba a llevar prácticamente una hora y cuarto, suponiendo que el estado de la carretera no empeorase, o acabara bloqueado en una de sus numerosas pendientes. Renuncié a llegar a Öndverðarnes, conformándome con visitar la playa. Skarðsvík es una pequeña franja de fina arena amarilla, de poco más de cien metros, rodeada por negros farallones volcánicos. Toda una rareza en una isla famosa por sus playas negras. En sus inmediaciones se encontró, en 1962, la tumba de un joven vikingo rodeado por varios objetos de valor, que actualmente se conservan en el Museo Nacional de Islandia. Frente a la playa, al otro lado del amplio Breiðafjörður, una delgada franja de un blanco resplandeciente se extendía sobre el horizonte. Eran los Fiordos del Oeste, cuyo extremo meridional se encuentra a 60 kilómetros de Skarðsvík.
Djúpalónssandur.
Al emprender el camino de regreso al coche, me llevé una sorpresa. Las nubes y las ventiscas de nieve que llevaban ocultado la cima del Snæfellsjökull todo el día, habían desaparecido como por arte de magia. El extraño pináculo que remata su cima, a 1.446 metros de altura, refulgía bajo los rayos del sol, recortado contra un impecable cielo azul. En días claros, dicen que el volcán es visible desde Reikiavik, 110 kilómetros al sureste. ¿Sería aquel uno de esos días?
Arnarstapi.
En el blog El rincón de Sele hay una larga e interesante entrada sobre Snaefellsnes: https://www.elrincondesele.com/que-ver-peninsula-snaefellsnes-islandia/.
También muy recomendable visitar Viajeros 3.0: https://viajeros30.com/2019/01/03/que-ver-en-la-peninsula-de-snaefellsnes/.
En Callejeando por el Planeta también visitan la península en invierno: https://www.callejeandoporelplaneta.com/peninsula-snaefellsnes-islandia-que-ver-hacer/.
En inglés, la web oficial de turismo de Snaefellsnes está en https://www.west.is/en/destinations/towns-regions/visit-snaefellsnes.
La web Getlocal tiene un par de entradas describiendo itinerarios por la península, en https://www.getlocal.is/blog/getlocals-guide-to-snaefellsnes y https://www.getlocal.is/blog/the-magnificent-snaefellsnes-the-alternative-route.
En guide.is hay una brevísima reseña sobre el paso de montaña de Vatnaleið: https://www.guide.is/places/detail/vatnaleid-mountain-pass-borgarnes-west-iceland.
En la web Hit Iceland se puede encontrar información sobre la playa de Skarðsvík: https://hiticeland.com/places_and_photos_from_iceland/skarðsv%C3%ADk-snæfellsnes-peninsula.
Hay un breve artículo sobre Lóndrangar en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/jorunnsg/londrangar.
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