Al día siguiente, desperté poco después de las siete de la mañana. No tenía ninguna prisa. El Museo del Fram, mi primer objetivo del día, no abría hasta las diez. Estaba alojado en el Thon Hotel Opera, que había elegido por su cercanía a la estación central de ferrocarril. Tras desayunar, sin un plan concreto para la hora larga que tenía disponible, decidí dar un paseo sin rumbo hacia el sur, intentando mantenerme siempre cerca del mar. Acabé rodeando el curioso edificio de la Ópera de Oslo, para llegar al extremo meridional de Sørenga, un barrio residencial completamente nuevo, edificado en lo que antes era una terminal de contenedores. Al norte de Sørenga, me llamó la atención la gran cantidad de edificios en construcción, entre los que destacaba el nuevo Museo Munch, que tiene previsto abrir sus puertas en la primavera de 2020. Regresé por el mismo camino, justo a tiempo de subir al autobús que me llevaría a mi destino, en la península de Bygdøy.
En el museo del Fram.
Cuando salí del museo, el día iba mejorando. El sol intentaba, sin éxito, romper las nubes, tiñendo el fiordo de Oslo de una hermosa luz. Di un paseo por los alrededores, disfrutando de las vistas sobre la ciudad. En el extremo oriental de la península encontré un monumento a los marinos de la armada noruega, acompañado de una mina de la Segunda Guerra Mundial, similar a las muchas que había visto en mi periplo del anterior invierno por la costa occidental noruega. Intenté acercarme, pero un inmaculado manto de nieve cubría la zona. Me dio pena mancillarlo con mis pisadas. Sobre la marcha, en lugar de volver a coger el autobús, decidí ir andando hasta mi siguiente destino, por las nevadas calles del tranquilo barrio de Bygdøy.
El Museo de Barcos Vikingos de Oslo.
El parque tiene sus orígenes en la Mansión Frogner, una antigua propiedad eclesiástica confiscada por la Corona en 1532. La propiedad fue cambiando de dueño hasta que, en 1750, Hans Jacob Scheel edificó la mansión. Ampliada a finales de siglo, acabó en manos del ayuntamiento de Oslo en 1896. El edificio se convirtió en el Museo de Oslo y el resto de la propiedad se dividió entre un cementerio y un parque público.
El parque es famoso por el conjunto de esculturas creado por Gustav Vigeland en la etapa final de su carrera artística. Nacido en 1869 en el sur de Noruega, Vigeland bebió de numerosas fuentes. Desde el clasicismo, que conoció durante su estancia en Florencia, hasta la escultura moderna, de la mano de Auguste Rodin. Pasando por el arte medieval, en el que profundizó mientras participaba en la restauración de la catedral de Nidaros. Cuando, en 1905, Noruega recupera la independencia, está considerado como el mejor escultor del país. En 1906 hace una primera maqueta de una fuente monumental para el ayuntamiento de Oslo, que debía situarse en la plaza Eidsvolls, frente al parlamento. La idea no cuajó, pero fue la semilla de su obra magna.
En 1921, el ayuntamiento le propone un curioso trato. A cambio de la construcción de un edificio, que sería vivienda y estudio del escultor el resto de su vida, éste se comprometía a donar al ayuntamiento toda su obra. El nuevo edificio se completó en 1924 y Vigeland pasó el resto de sus días, hasta 1943, ocupado en crear el conjunto escultórico que actualmente ocupa la parte central del parque: 212 esculturas, en bronce o granito. No todas fueron esculpidas por él y algunas, como el célebre monolito, se terminaron después de su muerte. Pero todas se crearon siguiendo sus diseños.
En la actualidad, la obra de Vigeland no está del todo bien vista en su propio país. Para algunos, su relación con los nazis durante la ocupación alemana de Noruega fue demasiado cordial. Para otros, su estilo escultórico recuerda en exceso al de Arno Breker, uno de los artistas favoritos de Hitler, cuyas obras, al igual que las de Vigeland, se caracterizaban por la falta de individualidad. En cualquier caso, en sus últimas dos décadas de vida logró crear uno de los mayores parques de esculturas del planeta. El más grande diseñado por un solo artista. Una obra tan grandiosa como polémica, abierta a múltiples interpretaciones y matices, que, para bien o para mal, no deja a nadie indiferente.
Mientras estaba en el parque Frogner, había empezado a nevar. Cumplidos los tres objetivos del día, me pareció una buena idea acercarme a los muelles de Aker Brygge y ver si era posible hacer algún recorrido en barco por el fiordo. Si no encontraba nada, que era lo más probable dado la fecha y la hora, siempre podía subir a la linea B1 de ferry y dar una vuelta por las islas al sur de Oslo. A pesar de la nevada, fui dando un tranquilo paseo por el barrio de Uranienborg. Una zona llena de hermosos edificios de finales del XIX.
Mis peores presagios se cumplieron y acabé subiendo al ferry que, a modo de autobús urbano, da servicio a las pequeñas comunidades que pueblan las islas del extremo septentrional del Oslofjorden. La linea recorre cinco islas: Hovedøya, Bleikøya, Gressholmen, Lindøya y Nakkholmen. La más interesante parece ser Hovedøya, donde hay restos de un claustro cisterciense y una batería de las Guerras Napoleónicas. En cualquier caso, no descendí del barco. La frecuencia del servicio en febrero es muy escasa y las islas, cubiertas por un espeso manto blanco, no parecían muy acogedoras en pleno invierno noruego. Aproveché el recorrido para reponer fuerzas, entrar en calor y disfrutar de las vistas. Que tampoco fueron especialmente interesantes, pues comenzaba a oscurecer y un extraño manto grisáceo se iba adueñando lentamente del fiordo.
Oslo acabó superando mis expectativas. En un país con una naturaleza espectacular, su capital no está en un lugar que destaque por su belleza. Siendo la capital de una nación antigua, pero con poco más de un siglo de vida independiente, tampoco sobresale por su monumentalidad. Durante la Edad Media, la capital del reino estuvo en Trondheim y Bergen. Más tarde, los reyes de Dinamarca y Suecia, a los que Noruega estuvo supeditada durante más de cinco siglos, edificaron sus palacios y catedrales en Copenhague y Estocolmo. A pesar de lo cual, a Oslo no le faltan edificios relevantes, como la Fortaleza de Akershus, que hunde sus raíces en la Edad Media, la Catedral del Salvador, de finales del siglo XVII, o el Palacio Real, del XIX. No visité ninguno de ellos. Había ido a Oslo con objetivos muy concretos y no me quedó tiempo para mucho más. Pero no descarto regresar. En mi segunda visita, acabó pareciéndome una ciudad mucho más hermosa y vital que aquella que conocí en la primera. Puede que Oslo haya cambiado. O que lo haya hecho yo. Aunque, pensándolo bien, ambos lo hemos hecho.
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En https://depuertoenpuerto.com/de-oslo-a-reikiavik/ se puede consultar mi itinerario completo entre Oslo y Reikiavik.
La web oficial de turismo de Noruega tiene una sección dedicada a la capital del país: https://www.visitnorway.es/que-ver-en-noruega/este-de-noruega/oslo/.
También es interesante la página de turismo de la ciudad: https://www.visitoslo.com/es/.
No faltan las entradas sobre Oslo en blogs en español. Entre los mejores, El Paigar Viajero (https://www.elpaigarviajero.com/viajes/oslo) y Viajablog (https://www.viajablog.com/razones-visitar-oslo-que-ver-que-hacer-capital-noruega/).
Por último, el blog Preparar Maletas tiene una entrada muy interesante para aquellos que no estén acostumbrados a viajar por estas latitudes en invierno: https://www.prepararmaletas.com/2018/03/viajar-oslo-noruega-en-invierno.html.
En inglés, muy recomendable la sección sobre Oslo del blog Life in Norway: https://www.lifeinnorway.net/places/oslo/.
Quien esté interesado por la controversia sobre la obra de Vigeland, puede visitar la web Into (https://www.intomore.com/travel/the-hidden-homoerotics-of-oslos-vigeland-installation) o el blog Through History-Colored Glasses (https://www.historycoloredglasses.com/2017/05/httpswww-historycoloredglasses-com201705-oslos-must-see-vigeland-sculpture-park/).
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