El estrecho de Hinlopen separa las dos islas principales del archipiélago de Svalbard. Al oeste Spitsbergen, la mayor de todas, con 39.044 km², y la única con población estable. Al este Nordaustlandet, completamente deshabitada y con una extensión de 14.443 km², en su mayor parte cubiertos por glaciares. Hinlopen tiene una longitud que, según se mida, estaría entre 100 y 157 kilómetros, con tan solo 9 de ancho en su parte más angosta. Durante nuestra segunda jornada en el archipiélago, el objetivo era atravesarlo de sur a norte, haciendo tres escalas durante la travesía. Como en todo crucero de expedición, ni lo uno ni lo otro estaba garantizado.

Frente al Bråsvellbreen

En Sørporten, frente al Bråsvellbreen.

Hinlopenstretet suele formar parte del itinerario de aquellos cruceros que circunnavegan Spitsbergen. Lo que tampoco quiere decir que siempre sea posible atravesar el estrecho. Aunque las aguas relativamente templadas de la corriente del Golfo suelen evitar que se congele, los vientos y las corrientes pueden traer hielo de cualquier zona circundante. Por tanto, siempre que se entra en Hinlopen se hace con una dosis incertidumbre, tan solo aliviada por las cartas del estado del hielo que publica el servicio meteorológico noruego. Cartas que, en cualquier caso, describen la situación puntual del estrecho, que puede cambiar en menos tiempo del que se tarda en atravesar sus aguas.

Al oeste del Bråsvellbreen

Oeste del Bråsvellbreen

Llegamos a Sørporten, la entrada sur al estrecho, poco antes de las siete de la mañana. El día era frío y gris, pero sin lluvia ni viento. Una apacible mañana de verano ártico, con una luz perfecta para la fotografía. Estábamos al sur del extremo meridional de Nordaustlandet. Hacia el este, la enorme pared de hielo del Bråsvellbreen, la mayor del hemisferio norte, se perdía entre la bruma. La misma bruma, nos impedía ver con claridad qué había hacia el oeste, dónde tan solo alcanzábamos a adivinar la presencia de una franja de tierra libre de hielo. El paisaje era de una increíble desolación, ensalzada por la sensación de aislamiento.

Frente al Bråsvellbreen.

Embarcamos en una zódiac, para recorrer una minúscula parte del enorme frente glaciar que teníamos frente a nosotros. La navegación junto al muro de hielo fue interesante, pero el regreso, sorteando icebergs de las formas y colores más extraños, no se quedó atrás. Todo ello bajo una luz increíblemente hermosa, tamizada por el manto de nubes.

Zarpamos unos minutos antes de las once de la mañana. La bruma había remitido y ahora podíamos ver con mayor claridad el paisaje que debíamos recorrer, al oeste del Bråsvellbreen. Un paisaje que, en cualquier caso, no parecía tener ninguna característica especialmente llamativa. Laderas descarnadas, sumergiéndose suavemente en las aguas del estrecho. Tras una breve charla, en la que el equipo de expedición actualizó el programa y la previsión meteorológica para lo que quedaba de día, parecía el momento perfecto para comer, antes de adentrarnos en la parte mas angosta del estrecho.

Frente a Torellneset

Frente a Torellneset.

Cerca de la una y media, llegábamos a dicha zona. El SH Vega navegaba frente a Torellneset. Una lengua de tierra, cuyo único interés parecía ser su propia desolación, que rivalizaba con la del duro paisaje circundante. Aunque, al observarla con más detalle, pudimos apreciar la presencia de un reducido grupo de morsas, mimetizadas con el terreno, cerca de su extremo meridional. Motivo más que suficiente para que el barco desviara su trayectoria, aproximándose a la costa. Pero, ¿qué era aquel punto blanco, unos cien metros al este de las morsas? Una roca, afirmó con rotundidad alguien que había en cubierta.

Oso en Torellneset

Oso en Torellneset.

Resultó ser un oso polar, descansando tranquilamente en la tundra. En ese mismo momento, nuestros planes saltaron por los aires. El desvío se convirtió en una parada, mientras todo el pasaje y buena parte de la tripulación del SH Vega salía a cubierta. No todos los días se puede ver un oso polar en libertad. Incluso en Svalbard, donde la población de osos se estima en el entorno de los 3.000, superando a los humanos, avistarlos suele ser complicado. Y, si estás en tierra firme, peligroso.

Morsas en Torellneset

Morsas en Torellneset.

Inicialmente, se pensó en hacer una aproximación con las zódiac, pero pronto se desestimó. Por una parte, el oso estaba demasiado alejado de la orilla como para que mereciera la pena. Desembarcar estaba completamente descartado. Puestos a ver el oso desde el agua, teníamos mejor perspectiva desde las cubiertas del barco, más elevadas. Además, nos encontrábamos en una zona con fuertes corrientes, que podían complicar la maniobra. Acercar el SH Vega a la orilla tampoco parecía una buena opción. Más allá de las corrientes, el capitán debía tener en cuenta que no todo el Hinlopenstretet está cartografiado. Incluso en las partes que lo están, las mediciones de profundidad suelen ser incompletas.

Ignorándose mutuamente

¿Ignorándose mutuamente?

En cualquier caso, la parada acabó durando cerca de dos horas, en las que el barco se dejaba llevar por las corrientes, para después recuperar su posición, ofreciéndonos una perspectiva que cambiaba continuamente. Me llamó especialmente la atención la calma con la que las morsas afrontaban la presencia del oso y la indiferencia de éste ante una posible presa. Aparentemente, se ignoraban, aunque imagino que la proximidad del agua, donde las morsas se desenvuelven con muchísima más agilidad que los osos, condicionaba la situación.

Hinlopenstretet al sur de Alkefjellet

Hinlopenstretet al sur de Alkefjellet.

Finalmente, reemprendimos nuestro rumbo hacia Alkefjellet, adentrándonos aun más en Hinlopenstretet. Recorríamos un mundo extraño, cubierto de nubes y con abundantes brumas. La tierra y el hielo se entremezclaban, formando extraños patrones. Las aguas, extraordinariamente calmadas, también estaban rotas. En este caso, por pequeños islotes rocosos, que apenas lograban emerger. El SH Vega avanzaba lentamente, con cautela. Una vez más, atravesábamos aguas poco cartografiadas.

Alkefjellet.

Llegó la segunda excursión en zódiac del día, esta vez para visitar los impresionantes acantilados de Alkefjellet. Más allá de su extraña belleza y su interesante geología, el principal punto de interés de Alkefjellet es la numerosa colonia de aves que puebla sus paredes de roca. Un impresionante espectáculo de la naturaleza.

Un mundo extraño

Un mundo extraño.

Nuestro siguiente destino estaba en el Lomfjorden, al otro lado de Alkefjellet. El SH Vega retomó su rumbo hacia el norte. La tarde avanzaba y cada vez nos cruzábamos con más bandadas de aves dirigiéndose hacia el sur, a sus nidos en los impresionantes acantilados que acabábamos de visitar. La escena era extraña. Otra pincelada de vida en un mundo que, para el ojo profano, parecía muerto. Aunque, en realidad, la vida bullía bajo las aguas plateadas, fuera de nuestra vista.

Paisaje irreal en Hinlopenstretet

Paisaje irreal en Hinlopenstretet.

Más extraño aun era el paisaje que recorríamos. El glaciar que ocupa la parte central de Lomfjordhalvøya se descolgaba por sus laderas, intentando llegar al mar. Apenas lo lograba pero, entre tanto, componía una escena sorprendente, en la que la tierra se mezclaba con el hielo. Los límites entre ambos, no siempre distinguibles, creaban extrañas formas y texturas que podían pasar por fotografías hechas por una sonda espacial, en un gélido planeta del exterior de nuestro sistema. Todo ello mezclado con las brumas, entre un cielo gris y un agua plateada, que limitaban nuestro universo a una estrecha franja, de unas cuantas decenas de metros.

En el Lomfjorden.

La última excursión de la tarde estaba en la costa noroccidental del Lomfjorden. Nos adentramos lentamente en el fiordo, bajo una luz cada vez más tenue, mientras recorríamos un paisaje irreal, envuelto entre brumas. Poco antes de llegar a nuestro destino, nos llevamos la última sorpresa del día, que volvió a trastocar completamente nuestros planes.

Durante el verano, uno de los «problemas» de los cruceros de expedición por el Ártico es la ausencia de noche. Sería posible estar 24 horas seguidas contemplando un paisaje tan extraño como fascinante. Pero todo cuerpo tiene un límite, sobre todo a partir de cierta edad. Al final, no te queda más remedio que racionar tus fuerzas. El entorno que recorríamos era impresionante, pero al día siguiente llegábamos al Liefdefjorden. Uno de los lugares con más fama de Svalbard. Si queríamos disfrutarlo adecuadamente, necesitábamos descansar. Tuvimos que hacer acopio de toda nuestra fuerza de voluntad para abandonar la cubierta, camino del camarote.

Para ampliar la información.

Complicado encontrar algo en español, aunque al menos esta vez hay un breve artículo en la Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Hinlopenstretet.

En inglés, se puede ver bastante información y una galería fotográfica en la web Spitsbergen / Svalbard: https://www.spitsbergen-svalbard.com/spitsbergen-information/islands-svalbard-co/hinlopen-strait.html.

También hay una breve reseña sobre el estrecho en la página de Polartours: https://www.polartours.com/destinations/hinlopen-strait.

En https://cryo.met.no/en/latest-ice-charts se puede encontrar información del estado del hielo.

Por último, la mejor cartografía en linea de Svalbard es la del Instituto Polar Noruego: https://toposvalbard.npolar.no/.