Subí al Finnmarken en Bergen el nueve de febrero de 2018. Sabía que tenía por delante un viaje excepcional. Aunque, siendo sincero, no tenía muy claro qué esperar del mismo. Por el gran número de escalas, imaginaba que no se alejaría demasiado de la costa. Sabía que muchas de esas escalas eran breves, tanto que no merecía la pena bajar a tierra. Incluso conocía parte del itinerario: Bergen, Tromsø, Honningsvåg, el Hjeltefjorden y las entradas a dos de los mayores fiordos de Noruega, los impresionantes Sognefjorden y Storfjorden. Sabía por tanto que iba a recorrer una de las costas más hermosas del mundo. Y que, haciendo el viaje en pleno invierno, habría nieve y también frío. Pero, en el fondo, nada me había preparado para lo que tenía por delante.
¿Qué es Hurtigruten? En sentido estricto, una ruta regular de ferry que recorre gran parte de la costa noruega, entre Bergen y Kirkenes. Tiene su origen en 1893, cuando Richard With hizo el primer viaje entre Trondheim y Hammerfest a bordo del Vesterålen, inaugurando una ruta express (precisamente el significado de Hurtigruten) para llevar correo, personas y mercancías por la intrincada costa. Tanto la ruta como la flota se fueron ampliando, hasta los once barcos que cubren actualmente el servicio. Barcos que todavía lucen en su popa la bandera del servicio postal noruego.
Con el paso de las décadas, Hurtigruten se ha ido imbricando en la vida de la costa de una forma que es difícil comprender sin navegar en uno de sus barcos. En muchos de los pequeños puertos, algunos con poco más de 200 habitantes, la vida local gira alrededor de las dos escalas, una hacia el norte y otra hacia el sur, que diariamente hacen los buques de la naviera. En algunos casos, durante los duros meses del invierno ártico, los buques de Hurtigruten son prácticamente el único vínculo seguro con el exterior. Y una fuente de empleo, pues la mayor parte de la tripulación procede de la misma costa que recorren. Sus habitantes se han acostumbrado al continuo tránsito de los barcos, en los que vienen y van amigos y familiares, mercancías y vehículos. Los han visto pasar desde antes de tener memoria. Tanto, que ya son parte del paisaje.
Viajar en Hurtigruten en pleno invierno fue una experiencia memorable. El Finnmarken, en el que hice el trayecto completo Bergen – Kirkenes – Bergen, es un barco confortable, pero poco más. Sin grandes lujos ni distracciones. No los eché de menos. Había ido a Noruega a empaparme de su mar y sus paisajes y lo único que necesitaba era un lugar desde el que disfrutarlos. Lo tuve de sobra, en forma de una cubierta panorámica acristalada, que pisé poco, y varias cubiertas al aire libre en las que pasé buena parte del viaje. A pesar del viento y del frío.
Tras zarpar de Bergen en una noche de lluvia, el siguiente día de navegación fue una muestra de lo que venía a continuación. El Finnmarken pasó a menos de 500 metros de los rompientes de Buholmen, uno de los puntos más peligrosos de la costa noruega. Unas horas después, sorteaba un laberinto de escollos para entrar al diminuto puerto de Torvik. A partir de ahí, todo el viaje hacia Kirkenes fue un imparable crescendo, en el que cada día superaba al anterior. Navegando entre escollos e islas, a veces atravesando pasos que parecían imposibles de cruzar. Manteniendo el horario previsto bajo la lluvia, la nieve o un viento lateral que escoraba el barco hasta hacer difícil andar por sus cubiertas.
Cada día era más corto que el anterior. Cada amanecer, el paisaje más duro y áspero. La nieve, inicialmente visible solo en las cimas de las montañas, descendía poco a poco hacia el mar. Hasta que alcanzó la misma orilla, donde una linea nítida marcaba el alcance de la pleamar. Incluso el agua del mar comenzó a congelarse ocasionalmente, a pesar de la cálida corriente del golfo. En las noches sin nubes, el cielo, limpio como llevaba tiempo sin ver, estaba cuajado de estrellas. Y, cuando parecía que el viaje no podía ir a más, comenzaron las auroras boreales.
Llegar a Kirkenes, en el mar de Barents, a tan solo ocho kilómetros de la frontera rusa, fue una sensación extraña. Por una parte, había sido el remoto destino al que todos los que íbamos a bordo anhelábamos llegar. Una parte importante del sentido del viaje. Pero, una vez alcanzado, sabía que ya no iríamos más allá. Solo quedaba retroceder por el mismo camino, hacia latitudes más cálidas. Me invadió una sensación de vacío que amenazaba con arruinar el viaje de vuelta.
No podía estar más equivocado. Aunque el regreso no tuvo el sentido épico del viaje hacia el remoto Kirkenes, no estuvo falto de interés. Rumbo norte, el Finnmarken había atravesado dos de las zonas más bellas de la costa durante la larga noche ártica. Por contra, hacia el sur, las cruzó en pleno día, durante las dos jornadas de navegación más hermosas de todo el recorrido: las islas Lofoten y la costa de Helgeland. Precedidas por el atardecer más largo y bello de todo el itinerario, coincidiendo con la navegación por Sørøysundet hacia Øksfjord. Sería difícil elegir entre las dos mitades del viaje.
Fue un viaje tan duro como arrebatadoramente hermoso. El más intenso de mi vida. Lo que puede parecer un contrasentido, ya que Hurtigruten es, para muchos, uno de los máximos exponentes del «slow travel». Recorre la costa noruega a la velocidad de un ciclista, para hacer en días un itinerario que llevaría escasas horas en avión. Pero es un ciclista incansable, que apenas se detiene. El paisaje cambia continuamente, en un espectáculo hipnótico del que es difícil escapar. Se acaba desarrollando una relación extraña con el entorno circundante. Una sensación de intimidad. Divisas una lejana montaña, apenas destacando sobre el horizonte, horas antes de llegar a ella. La ves crecer, cambiar de color según avanza el día, ocultarse tras unas nubes y volver a aparecer cuando éstas se disipan. Desde un ángulo que va cambiando muy lentamente. Tanto como las texturas que forman sus paredes de nieve y roca, que mutan a la par que los rayos de sol. Al final, mientras navegas frente a ella, tienes la sensación de conocer cada uno de sus recovecos. Y entonces, cuando parece estar casi al alcance de la mano, comienza a alejarse, de nuevo lentamente, difuminándose sus detalles con la distancia, hasta desaparecer tras el horizonte. Y así una y otra vez, desde el amanecer hasta el ocaso, un día tras otro. Lejos de ser monótono, la belleza y la majestuosidad del paisaje son tales, que dejan sin aliento.
Y todo ello bajo la mágica luz del ártico en invierno. Una luz suave, sumamente tamizada por la atmósfera, que incide sobre el terreno desde ángulos muy bajos, creando juegos de luces y sombras en el agreste paisaje. Una vez más, es difícil explicar las sensaciones a quien no haya podido vivirlas en primera persona. Se asocia el invierno ártico a la oscuridad y los meses sin amanecer. Pero en febrero, los días son mucho más largos que en las fechas próximas al solsticio. En la remota Finnmark, había casi diez horas de luz al día. De las cuales tres y media eran de amanecer. Y otras tantas de atardecer. Siete horas en las que la luz, aunque tenue, era si cabe más hermosa, dando al paisaje unos matices y tonalidades fascinantes.
No es un viaje para todo el mundo. Hay que amoldarse al ritmo del barco y del invierno ártico, con sus repentinos cambios de humor. Y estar dispuesto a soportar cierto grado de sufrimiento. Por muy abrigado que se vaya, y yo lo iba, se acaba pasando frío. No en el cuerpo, perfectamente protegido por hasta cinco capas de ropa. Pero si en la cara y las manos. Al final, cuando llevas mucho tiempo en cubierta, con temperaturas bajo cero y un viento que acentúa la sensación de frío, éste acaba calándote. En cualquier caso, nada que no pudiera arreglarse con un tazón de café caliente y una pausa dentro del barco.
¿Merece la pena? Sin duda. Si te gustan los paisajes, la costa de Noruega es uno de los lugares más hermosos del mundo. Y, para mi, la mejor forma de conocerla es desde un barco. Si además te atraen el mar y la navegación, viajar en Hurtigruten será una experiencia inolvidable, que quizá solo sea superada por la de navegar a vela. Si también te apasiona el ártico, es una magnífica forma de visitar el extremo septentrional de Europa, superando los 71º norte. Aunque, si no tienes respuesta a esto último, deberías ser cauto. Puedes acabar contrayendo una extraña enfermedad, conocida como «obsesión ártica». Que, en mi experiencia, no tiene cura.
La web oficial de turismo de Noruega tiene una página dedicada a Hurtigruten: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-barco/hurtigruten/.
En smithsonian.com hay un artículo con un mapa interactivo: https://www.smithsonianmag.com/sponsored/discover-norway-epic-coastline-cultural-travel-180964169/.
Muy interesante también el mapa de la web de Hurtigruten, con la posición de los barcos en tiempo real: https://www.hurtigruten.com/map/#norway.
Hay infinidad de vídeos sobre Hurtigruten. Aunque sea en noruego, merece la pena ver la serie que hizo NRK en 2011: https://tv.nrk.no/serie/hurtigruten-minutt-for-minutt/2012/DVFJ60005012/avspiller.
También se puede ver el recorrido completo en verano de Bergen a Kirkenes en time-lapse (https://www.youtube.com/watch?v=2uXzkNYsQfM).
Muy buena sensaciones al ver la foto «Amanecer al sur de Losvika».
La costa de Helgeland, donde se encuentra Loskiva, tiene justa fama de ser una de las más hermosas de toda Noruega. Además, tuve la gran suerte de atravesarla durante un precioso amanecer invernal.