El primer caso conocido de COVID en España se detectó el 31 de Enero de 2019. Un turista en La Gomera. La enfermedad parecía algo irreal, remoto, que apenas tendría impacto en nuestras vidas. Una especie de nuevo SARS, que en España tan solo tuvo un caso confirmado. El 10 de Febrero, me subía a un avión rumbo a Copenhague. Comenzaba así otro viaje invernal, que en esta ocasión me llevaría algo más allá de Tromsø, en el Ártico noruego. El virus saltó a la España continental el 24 de Febrero, mientras yo recorría Raftsundet, el hermoso estrecho que separa las islas Lofoten de las Vesterålen. Tan solo dos días más tarde llegó a Noruega, donde se detectó un caso en Tromsø. Me enteré al día siguiente, en el autobús que me llevaba desde Skjervøy a dicha ciudad. El 28, como tenía previsto, regresé a España. Más allá de algunos carteles en los ferris o en los aeropuertos y de la extraña sensación de intranquilidad que parecía flotar en el aeropuerto de Tromsø el día de mi regreso, la normalidad durante el viaje había sido absoluta. Casi nadie sospechaba lo que se nos venía encima.
Me contagié a finales de Marzo, creo que en un ascensor mientras acudía a una reunión de trabajo en el Corredor del Henares. Por aquellas fechas el epicentro de la pandemia en España. Aunque nunca lo sabré a ciencia cierta. Pero si sé que pasé quince días recuperándome lentamente, encerrado entre cuatro paredes mientras veía, en la televisión y la tableta, como se desvanecía el mundo en el que había vivido, asolado por la enfermedad. Olga seguía teniendo que ir a trabajar. En cualquier caso, no nos veíamos. Cuando yo tenía fuerzas, hablábamos por teléfono, aunque estuviéramos en habitaciones contiguas, o a través de una puerta cerrada. Tras recuperarme, a principios de Mayo conseguí que me hicieran el test de anticuerpos, cuyo resultado confirmó lo que ya sabía. La sorpresa vino cuando, por mi insistencia, también se lo hizo Olga. Con el mismo desenlace. Había pasado la enfermedad sin síntomas.
Una vez recuperado, ansiaba viajar. Necesitaba perder de vista las paredes en las que había pasado la cuarentena. Evadirme de los problemas del trabajo, o más bien de la ausencia de éste. Perder de vista Madrid y sus rutinas, más agobiantes que nunca. Volver a acostumbrar mis ojos a contemplar un horizonte lejano. Tan pronto como escuché que la página de Paradores volvía a aceptar reservas, hice dos. Iríamos primero a El Hierro y luego a La Gomera. Era lo más lejos que podíamos llegar sin salir de España. Pero en el fondo era el plan B. El A era regresar a Islandia. Sistemáticamente, todas las tardes comprobaba la web habilitada por el gobierno de la isla, en la que se reflejaban las restricciones a los viajes. Mientras, planificaba minuciosamente un itinerario. Aunque no sabía si iba a poderlo realizar, fue una magnífica forma de evadirme, viajando con la mente. Finalmente, el 15 de Junio, Islandia se abrió al turismo. Aunque casi exclusivamente a los países de la Zona Schengen y con la obligatoriedad de hacerse una prueba PCR a la llegada. En cualquier caso, habiendo contraído ambos la enfermedad, las posibilidades de volver a dar positivo eran remotas. Me puse manos a la obra con las reservas.
El primer problema vino con el avión. Apenas había vuelos directos entre Madrid y Keflavik. Y, por lo que pude averiguar en internet, prácticamente todos eran cancelados 48 horas antes de la salida. Para curarme en salud, decidí ir vía Alemania. Vuelos más caros y con escala, pero con mucha más garantía de llegar al destino. Menos problemas tuve con los hoteles. La única precaución fue buscar siempre reservas anulables y asegurarme, contactando por escrito con el hotel, que en caso de tener que hacer cuarentena aceptarían cancelar incluso fuera de plazo. Todos fueron receptivos. Al igual que con el coche de alquiler, donde tampoco tuvimos dificultad alguna para elegir. Al final, el viaje acabó siendo más barato que en un verano normal. Lo que gastamos de más en los vuelos se compensó con creces en los hoteles y el vehículo.
Finalmente, el 25 de Julio nos pusimos en marcha. Vuelo Madrid – Munich, con una larga escala, seguido de otro Munich – Keflavik. Salimos de casa pronto, pues habíamos escuchado que en Barajas había largas colas en el control de seguridad previo a acceder al aeropuerto. Comentarios que, al menos en nuestro caso, fueron infundados. Encontramos Barajas como lo habíamos esperado: prácticamente vacío. Lo que no esperábamos era que estuviera casi todo cerrado, convirtiendo la terminal en un lugar casi fantasmal. Pasamos un buen rato dando vueltas por las salas vacías, buscando donde tomar un simple café. Tras volar en un avión con menos del 50% de ocupación, llegar al aeropuerto de Munich fue una conmoción. Los pasillos llenos de gente, yendo y viniendo sin mascarilla, la mayor parte de los comercios y la hostelería abiertos, los paneles repletos de vuelos a los cuatro puntos cardinales . . . Sin llegar a la normalidad, aquello se parecía mucho al mundo previo a la pandemia.
Un vuelo de casi cuatro horas, en un avión literalmente atestado, nos dejó en Keflavik al filo de la media noche. Previamente, habíamos descargado la aplicación de rastreo del gobierno de Islandia y cumplimentado en línea los formularios correspondientes. Lugar de origen, primeros destinos en Islandia, teléfonos de contacto, etc. También habíamos pagado el PCR. Era algo más barato y te garantizaba su disponibilidad. A cambio, habíamos obtenido dos códigos QR, que íbamos enseñando de control en control según avanzábamos por un aeropuerto con un aspecto fantasmagórico. Hasta que llegamos a las cabinas donde realizaban los PCR. Superado el molesto procedimiento de la extracción de muestras, tras un último control policial llegamos a la sala de recogida de equipajes. Por fin estábamos en Islandia.
Al día siguiente, tras desayunar y recoger el coche de alquiler, nos pusimos tranquilamente en camino hacia el faro de Reykjanestá. La «cuarentena inteligente» del gobierno de Islandia te pedía que no utilizaras el transporte público y no acudieras a lugares concurridos hasta recibir los resultados. Por lo demás, podías moverte por el país casi con completa libertad. En cualquier caso, a mediodía ya teníamos el resultado negativo en el móvil. Un SMS en islandés y una notificación en inglés de la aplicación de rastreo. Ya podíamos hacer vida normal. Tan normal, que en ocasiones acabó siendo chocante. Como la primera noche, cuando fuimos a cenar al Kaffi Krus, en Selfoss, y al abrir la puerta nos encontramos un local abarrotado, en el que los camareros cargados de platos tenían problemas para moverse entre la clientela. Tras la sorpresa inicial, que nos dejó inmovilizados, caímos en la cuenta de que ese era el mundo en el que habíamos vivido tan solo unos meses atrás.
Por lo demás, encontramos Islandia tan hermosa como siempre y bastante más vacía. Según las cifras oficiales, el turismo había descendido casi un 75% sobre el año anterior. Aunque, viendo el nivel de ocupación de algunos hoteles, se podía pensar que la isla estaba casi llena, la sensación era engañosa. Había bastantes alojamientos cerrados. El 31 de Julio salimos de Varmahlíð, en el norte de la isla. Paramos a tomar un café en Akureyri y todo era normal. Cinco horas más tarde, cuando llegamos al lago Mývatn, la pandemia parecía perseguirnos. Habían detectado un ligero aumento de casos y el gobierno, además de endurecer los ya estrictos protocolos de entrada al país, había reforzado las medidas sanitarias. A efectos prácticos, solo nos afectó en los desayunos. Para evitar posibles aglomeraciones, los hoteles establecieron turnos a los que era obligatorio apuntarse la noche anterior. Por lo demás, mantener la distancia social en Islandia siempre ha sido sencillo. Seguimos con nuestro periplo por la isla apenas sin inconvenientes.
Mucho más duro fue el regreso a España y su «nueva normalidad». Tras aterrizar en Barajas y «superar» unos controles que parecían una broma de mal gusto, nos encontramos de golpe en un país lleno de restricciones, gente con mascarilla, locales casi vacíos y una extraña sensación de pesimismo. El contraste con Islandia, donde la estrategia era intentar contener la pandemia en las fronteras, de forma que la vida de los ciudadanos se viera afectada lo menos posible, no podía ser mayor. Al final, la sensación de agobio, el asfixiante calor del verano madrileño y la persistente falta de trabajo nos empujaron a marcharnos de nuevo, esta vez al noreste de Italia. El objetivo era disfrutar de una Venecia supuestamente vacía, conocer Ravenna y regresar a los Dolomitas, de los que apenas tenía vagos recuerdos de mi infancia. Y, de paso, comprobar cómo era la «realidad covid» en otro país latino, mucho más cercano a nosotros en economía, clima y costumbres que la brumosa Islandia.
El viaje fue mucho más improvisado que el anterior. Apenas tuve unos días para organizar un itinerario, buscar transporte y reservar hoteles. Uno de los motivos de elegir Venecia fue que seguía habiendo vuelos directos desde Madrid, por lo que esa parte fue sencilla. Al igual que buscar hotel en la ciudad. Había para elegir, a unos precios que parecían de broma en pleno mes de agosto. La oferta era tan amplia, que nos permitimos el lujo de dejar las dos últimas noches sin reserva. Ya improvisaríamos sobre la marcha. La sorpresa vino en los Dolomitas. Los pocos hoteles que tenían plazas eran prohibitivos. Al final, tras mucho buscar, localicé alojamiento en Bolzano a un precio razonable.
Salimos un 18 de Agosto, de nuevo desde un aeropuerto vacío. Más aún con un vuelo que despegaba a las 7:10 de la mañana. Apenas seríamos una docena de pasajeros en el avión, que llegó a Venecia con adelanto. Algo que, según parece, se está convirtiendo en habitual. Imagino que la falta de congestión en el espacio aéreo y los aeropuertos tendrá algo que ver. Al llegar a Italia, nuevo PCR. El 12 de agosto, mientras planificaba el viaje, España había sido incluida en la lista de países no seguros por el gobierno italiano. Al menos, a diferencia de Islandia, aquí la prueba era gratuita. Además, podías hacer el test en España y presentar un justificante del resultado. En general, el protocolo me pareció mucho menos eficaz que el islandés y por tanto más inseguro. No había aplicación de rastreo y el resultado debía llegar por SMS a un teléfono que apuntabas a mano en una hoja. Recibí el mío el 20 de agosto a mediodía. Cincuenta horas después de realizar la prueba. Olga todavía lo está esperando, a pesar de que intentamos reclamarlo por teléfono y SMS. Mientras, nadie nos dio indicaciones de qué nos estaba permitido o prohibido hacer. Al final, según se iba demorando el resultado, fuimos haciendo una vida cada vez más normal.
De nuevo nos llamó la atención la relativa normalidad que se respiraba en el país. Aunque aquí era relativamente común encontrar gente con mascarilla por la calle. No era obligatorio, salvo en circunstancias muy determinadas, pero calculo que en Bolzano la llevaría al menos la mitad de los transeúntes. Por lo demás, los Dolomitas estaban abarrotados. Desconozco como será un verano normal, pero daba la sensación de que, al menos en algunos lugares, no cabía más gente. Como en Ortisei, donde fracasamos en nuestro primer intento de subir a Seceda al encontrar llenos todos los aparcamientos cercanos al teleférico. O en el Paso de Sella, donde coches, motos y bicicletas desbordaban el espacio disponible. Si hubiéramos llegado a sospechar el nivel de visitantes en la zona, no habríamos ido. Ya sé que la ocupación hotelera me podía haber dado una pista, pero pensé que, al igual que en Islandia, habría muchos alojamientos cerrados. No era el caso.
En comparación, encontramos Venecia bastante más tranquila. No era la ciudad casi desierta que te intentaban vender los medios de comunicación españoles, pero tampoco la Venecia habitualmente colapsada por el turismo en agosto. Aunque los vaporettos seguían casi tan atestados como siempre y, cuando llegamos al gran aparcamiento de Piazza di Roma, no debían quedar ni diez plazas libres, por contra era posible elegir restaurante sin mayor problema, reservar la visita del Palacio Ducal de un día para otro o contemplar en completa soledad la Sala Capitular de la Scuola Grande di San Rocco. Al final, disfrutamos de la ciudad aun más que en nuestras últimas visitas.
Regresamos a España en un avión algo más lleno. Seríamos unas veinte personas. De nuevo el control en Barajas me pareció ridículo. Aunque esta vez al menos había alguien vestido con una bata verde comprobando los formularios, que ahora se podían rellenar desde el móvil, y a lo lejos se veía un grupo de personas con aspecto de sanitario, me quedé con la sensación de que seguía siendo perfectamente posible sortear el control.
Viajar se ha convertido en una actividad extraña. Aeropuertos vacíos, controles, incertidumbre. Además de mucho más complicada, pues a la falta de conexiones, se unen las restricciones, en las que por desgracia España suele aparecer en la lista de países vetados. Pero no imposible. Una vez superada la dificultad inicial, generalmente se puede disfrutar de destinos menos saturados en los que, al menos en mi experiencia y según escribo estas líneas, la vida se parece mucho más que aquí a la que conocíamos antes del inicio de la pandemia. Lo cual añade un aliciente adicional al viaje: poder comprobar de primera mano, más allá de propagandas e informaciones sesgadas, cómo está afrontando cada país el reto. Mientras tanto, a la espera de que algún día regrese la auténtica normalidad, comenzaré a planificar mi próximo viaje invernal, esta vez a las Islas Feroe. Aunque, al menos de momento, sea un viaje imposible.
Al regresar a España, es necesario rellenar un formulario en línea o mediante una aplicación móvil. Se puede encontrar la información necesaria en https://www.spth.gob.es.
En Where is my Kiwi hay un listado con las limitaciones en https://www.whereismykiwi.com/es/covid-19-a-que-paises-se-puede-viajar/. Muy recomendable consultar la columna «Más información», que lleva a una descripción algo más detallada. En muchos casos, desde ésta se puede navegar a la web de cada nación concreta, con información de utilidad para los que no van desde España. Además de ser la que realmente se va a aplicar al llegar a la frontera.
También puede ser interesante la página de la Unión Europea: https://reopen.europa.eu/es.
En Diario del Viajero nos ponen al día de la situación actual de los viajes: https://www.diariodelviajero.com/noticias/viajar-tiempos-pandemia-consejos-para-no-equivocarse.
En el blog Pienso, luego viajo, se puede encontrar información sobre el Certificado Digital Verde que quiere poner en marcha la Unión Europea: https://piensoluegoviajo.com/index.php/2021/04/05/el-nuevo-orden-viajero/.
En inglés, la Wikipedia mantiene una página bastante actualizada con las restricciones por país de destino: https://en.wikipedia.org/wiki/Travel_restrictions_related_to_the_COVID-19_pandemic.
The Travel Magazine tiene un artículo narrando la experiencia de una pareja inglesa recorriendo Europa en furgoneta: https://www.thetravelmagazine.net/travel-in-the-covid-world-is-there-a-way-to-stay-on-the-move.html.
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