Había viajado varias veces por el extremo occidental de la linea férrea, entre Myrdal y Bergen, tanto en invierno como en verano. A pesar de los numerosos túneles a los que obliga el abrupto terreno que atraviesa, es un trayecto muy recomendable. Pero nunca había hecho el recorrido íntegro entre Oslo y Bergen. Poderlo completar, fue una de las razones que me impulsaron a iniciar en la capital de Noruega mi largo periplo invernal hasta Reikiavik.
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Tras un breve paseo desde el hotel, llegué a la Estación Central de Oslo al filo de las ocho de la mañana. El tren salía a las 8:25 y tenía previsto llegar a Bergen a las 14:57. Seis horas y media para un trayecto de 493 kilómetros, a una media de 76 kilómetros por hora, no es precisamente un viaje en tren rápido. Pero mi principal interés era disfrutar del paisaje. No tenía ninguna prisa. El tren acabó saliendo de Oslo a las 8:50, con un retraso debido a algún problema con la puerta de un vagón. Ocupaba el asiento 28 del vagón número 1, sentado junto a una gran ventana que me permitiría disfrutar del trayecto que tenía por delante.
Tardamos aproximadamente media hora en dejar atrás el entorno urbano de Oslo, para adentrarnos en un mundo cubierto por un manto de nieve que, para alguien procedente del sur, daba al paisaje un aspecto onírico. Los bosques se alternaban con los claros y éstos con los lagos a medio congelar. Kilómetro tras kilómetro, en una sucesión que parecía no tener fin. Y apenas color. El día era plomizo, con el cielo cubierto por un espeso manto de nubes bajas, que ocultaban las cimas de las montañas. El gris de las nubes y el blanco de la nieve contrastaban con el verde oscuro de los bosques, haciéndolo parecer negro. Las construcciones humanas eran las únicas que aportaban color a un mundo que aparentaba ser monocromo.
Lentamente, íbamos ganando altura, mientras el tren, tras alejarse definitivamente de la costa en Drammen, zigzagueaba por el interior de Noruega. Primero hacia el oeste, siguiendo el curso del Drammenselva, que más adelante hacía girar el trayecto hacia el norte, hacia el Tyrifjorden, un lago con nombre de fiordo. Superado éste, el trayecto se encaminó hacia el noroeste, siguiendo ahora el curso del Sogna y luego el del Hallingdalselva, que en las proximidades de Gol giraba de nuevo hacia el suroeste. El vagón, que había partido de Oslo completamente lleno, se iba vaciando en cada una de las catorce paradas intermedias. Al principio en un lento goteo, que se incrementó a partir de la estación de Gol, al aproximarnos a la zona de estaciones de invierno. Aparentemente, la intención de la mayor parte de mis compañeros de viaje era pasar unos días esquiando.
A la vez que el tren se vaciaba, iban desapareciendo los árboles. La linea alcanza los 1.237 metros de altitud, con más de 90 kilómetros de su trazado por encima del límite arbóreo. En sus primeros años, la altitud máxima a la que llegaba el ferrocarril era de 1.301, entre las estaciones de Finse y Hallingskeid. Esta parte del trayecto, con una longitud de 22 kilómetros, creaba muchos problemas en invierno, que en ocasiones obligaban a cerrar la linea. Para solucionarlo, entre 1989 y 1992 se construyó un túnel de 10,5 kilómetros, que fue complementado con mejoras en el resto del trazado. Lo que se ha ganado en seguridad se ha perdido en disfrute del paisaje, pues actualmente buena parte del trayecto entre ambas estaciones discurre por túneles o galerías cubiertas.
Poco después de Finse, comenzamos el largo descenso hacia la costa oeste de Noruega. El vagón se había quedado medio vacío, por lo que era sencillo cambiar de un lado a otro del tren. Observando la vista hacia el norte, pude reconocer un paisaje familiar. Era la última gran curva del Flåmsbana, el giro de 180 grados que éste hace en las inmediaciones de la estación de Reinunga, poco antes de llegar a Myrdal. Había llegado a territorio conocido.
Unos minutos después, llegábamos a la estación de Myrdal, donde estaba detenido el Flåmsbana. Esperando nuestra llegada, a pesar de los 22 minutos de retraso que llevábamos, pues buena parte del pasaje que quedaba en el Bergensbanen bajó de un tren para subir al otro, camino de Flåm. No pude evitar un sentimiento de melancolía. Hacía casi exactamente un año había hecho el transbordo contrario, bajando del Ferrocarril de Flam para seguir viaje hacia Bergen.
Nada más dejar atrás Myrdal, empieza el vertiginoso descenso hacia Voss, pasando de 867 a 57 metros de altitud en tan solo 49 kilómetros. El trayecto arranca atravesando el túnel de Gravahals, de 5,3 kilómetros, abierto en 1905. Al salir de nuevo a la superficie, el paisaje había cambiado. Espesos bosques de coníferas se aferraban a las agrestes paredes de roca, mientras el ferrocarril se encajonaba cada vez más en la garganta formada por el Raundalselvi. Uno de los tramos más hermosos del trayecto.
A partir de Voss, el trayecto sigue río abajo hasta llegar a Bolstadøyri, donde el río Bolstadelvi desemboca en el Bolstafjorden. Como siempre, los noruegos no parecen complicarse mucho con los nombres. Una larga sucesión de túneles conduce a las inmediaciones de Dale, desde donde, siguiendo el curso del Daleelva, se llega de nuevo al mar, en esta ocasión en el Veafjorden. El ferrocarril bordea el fiordo hasta que éste se convierte en el Sørfjorden, siempre con la isla de Osterøy al frente. El paisaje se convierte en el arquetipo de Noruega que todos tenemos en mente: un profundo fiordo, penetrando kilómetros tierra adentro encajonado entre agrestes montañas. En sus inicios, la línea de ferrocarril seguía costeando hasta Arna, desde donde se internaba hacia el sur hasta Nesttun. Allí, hacía un giro de 180 grados, para llegar a Bergen. Entre 1956 y 1964 se excavaron tres túneles, comenzando junto a la antigua estación de Takvam, que acortaron el trayecto en 21 kilómetros. De los tres, destaca el túnel bajo el monte Ulriken, con 7,66 kilómetros de longitud.
El tren llegó a la estación de Bergen a las tres y cuarto de la tarde, con un retraso de apenas 17 minutos. El trayecto había sido sin duda hermoso. Aunque, si tengo que ser sincero, no tanto como había imaginado. Quizá subí al Bergensbanen con las expectativas demasiado altas, al conocer previamente la parte más atractiva del recorrido. Sabía que el tramo desde Oslo hasta Myrdal no era comparable al que va de Myrdal a Bergen. Pero no esperaba una diferencia tan acusada. Lo cual no quiere decir que el primer tramo no tuviera interés. Sin embargo, a pesar de que los interminables bosques nevados eran la viva imagen que todos tenemos de Escandinavia, las más de tres horas desde la periferia de Oslo hasta llegar a la meseta de Hardangervidda acabaron pereciéndome algo monótonas. Aún así, si alguna vez tengo que repetir el itinerario, no dudaré en volver a escoger el ferrocarril.
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En la web oficial de turismo de Noruega dan algunos consejos para moverse en tren por el país: https://www.visitnorway.es/organiza-tu-viaje/como-moverse/en-tren/.
Quien tenga tiempo, puede ver el recorrido completo de Bergen a Oslo, grabado desde la cabina del conductor, en https://www.youtube.com/watch?v=z7VYVjR_nwE. O el mismo video, convertido en un time-lapse de 36 minutos, para quien no tenga tanta paciencia, en https://www.youtube.com/watch?v=PH4KInrsMpA.
En https://depuertoenpuerto.com/de-oslo-a-reikiavik/ se puede consultar mi itinerario invernal entre Oslo y Reikiavik.
En inglés, en la web de The Telegraph hay un buen artículo sobre el itinerario: https://www.telegraph.co.uk/travel/destinations/europe/norway/bergen/articles/Bergen-Railway-Great-Train-Journeys/.
Los billetes se pueden comprar directamente en la web de los ferrocarriles noruegos: https://www.vy.no/en.
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