Tercer día en Islandia. Mi objetivo para la jornada parecía bastante modesto. Me conformaría con avanzar los 152 kilómetros que separan el hotel Framtíð, en Djúpivogur, del Lake Hótel Egilsstaðir. Pero era una modestia engañosa, pues buena parte de la ruta transcurría por los Fiordos del Este. Sabía por experiencia que atravesar sus hermosos paisajes me llevaría bastante más tiempo del que podía aparentar mirando el mapa. Además, pretendía hacer al menos un desvío, para visitar la reserva natural de Hólmanes. Siendo realista, quizá iba bastante justo de tiempo.

Berufjörður, en el sur de los Fiordos del Este.

Berufjörður es el más meridional de los Fiordos del Este, con unos 20 kilómetros de longitud y un ancho que oscila entre los 2 y los 5 kilómetros. Actualmente, la Ring Road recorre prácticamente toda su costa, desde las inmediaciones de Djúpivogur, en el sur, hasta mas allá del faro de Karlsstaðatangi.

Cuando logré dejar atrás Berufjörður eran casi las once de la mañana. El hermoso y sereno amanecer había terminado y el día parecía querer convertirse en la clásica montaña rusa atmosférica tan habitual en Islandia, sobre todo en invierno. Los momentos de calma se intercalaban con los de temporal, en una sucesión tan rápida como errática. En los siguientes 32 kilómetros, atravesé dos nevadas, con un periodo de calma entre ambas, cuando el sol intentó iluminar tímidamente las montañas al norte de Breiðdalsvík.

Aunque, todo hay que decirlo, la mala visibilidad me hizo recuperar parte del tiempo perdido. Es cierto que avanzaba bastante más lento de lo normal, por una carretera casi completamente blanca, entre nevadas y algún vendaval esporádico. Pero apenas podía ver el espléndido paisaje que me rodeaba, por lo que no tenían el menor sentido las normalmente frecuentes pausas.

A los pies de Súlur

A los pies de Súlur.

El mal tiempo pareció quererme dar una tregua poco antes de llegar a la península de Kambanes, a los pies de las agrestes cimas de Súlur. Un tramo de carretera que es una magnífica muestra de las complicadas comunicaciones que ha tenido la zona hasta tiempos muy recientes. El trazado actual fue abierto en 2002. Previamente, solo había una pista de tierra. Y, antes de 1962, ni eso. Únicamente era posible viajar por tierra entre Breiðdalsvík y Stöðvarfjörður andando o a caballo, por un peligroso sendero que recorría la costa, o acortando por complicados pasos de montaña. La otra opción era ir en barco, lo que en aquella época tampoco resultaba ni sencillo ni seguro.

Kerlingarskarð desde el norte

Kerlingarskarð desde el norte.

Al volver la vista atrás, me encontré un panorama de una belleza salvaje. En la otra orilla de la amplia bahía de Breiðdalsvík podía ver la cara septentrional de Kerlingarskarð, las mismas montañas que había contemplado desde la orilla oriental del Berufjörður. Sus cimas estaban parcialmente cubiertas por las nubes, que pugnaban con el sol en una lucha sin vencedor claro. Como si quisieran recapitular lo que llevaba de mañana, en cuestión de minutos las cumbres pasaron de estar ocultas tras la bruma a brillar bajo el sol, para volver a desaparecer, veladas por lo que parecía ser una intensa nevada.

Rompientes junto a Kambanes

Rompientes junto a Kambanes.

Mientras tanto, hacia el este, la recortada costa, plagada de escollos y rompientes, avanzaba tortuosamente camino de Kambanes. La marea alta y un mar relativamente tranquilo restaban fuerza al paisaje. Para compensar, un par de frentes nubosos se movían con parsimonia hacia el sur, cubriendo el horizonte con un amenazante manto gris. El aire gélido, el continuo murmullo del mar y el paisaje, tan hermoso como cambiante, me retuvieron en aquel mirador, perdido en medio de ninguna parte, durante casi media hora.

Cuando finalmente logré reunir fuerza de voluntad para continuar mi camino, una ventisca agitaba la nieve mas allá del Mosfell. Me preparé para un nuevo cambio de condiciones atmosféricas. Pero mis temores resultaron infundados. Stöðvarfjörður me recibió con un incipiente sol, que intentaba abrirse paso hacia la cima del Hellufjall. El pequeño fiordo, con apenas 6 kilómetros de longitud, presentaba un aspecto asombrosamente sereno. Quizá fue su ubicación protegida la que, en los tiempos del landnámsöld, empujó a Þórhaddur “el viejo” a fundar en sus orillas el primer asentamiento noruego en el este de Islandia.

Desde la orilla norte de Stöðvarfjörður

Desde la orilla norte de Stöðvarfjörður.

Los antiguos noruegos se establecieron en la granja de Stöð, al fondo del fiordo. En la actualidad, la población vive en Stöðvarfjörður, un pequeño asentamiento de 180 habitantes en la orilla norte. Me detuve de nuevo unos metros antes de llegar a sus primeras casas. La vista seguía siendo magnífica. Al otro lado de las frías aguas del fiordo, tenía ante mí la cara norte de Súlur, acompañada por una serie de cimas que se perdían hacia el oeste entre las nubes. El sol intentaba infructuosamente filtrarse por un claro en oriente, mientras el viento levantaba la nieve del collado que separa Súlur del Lambafell.

Nieva en Stöðvarfjörður

Nieva en Stöðvarfjörður.

Estaba ensimismado con la vista, cuando apareció un coche por la carretera. El primero que veía en un buen rato. Como suele ser común en invierno en las regiones poco pobladas de Islandia, al verme parado en la cuneta se detuvieron a preguntar si necesitaba ayuda. Una muestra de lo importante que resulta el apoyo mutuo para poder enfrentarse a las duras condiciones que imperan en estas latitudes. Al comentarles que solo estaba disfrutando del espectacular paisaje, entablamos una breve conversación. Apenas duró unos minutos, pero fueron suficientes para un nuevo cambio del tiempo. Al despedirme y dar media vuelta, las cimas estaban desapareciendo por momentos de mi vista. En apenas unos segundos, comenzó nuevamente a nevar.

Atravesé Stöðvarfjörður en medio de una fuerte nevada, para encontrarme, tan solo unos metros más allá, con un cielo en el que el azul volvía a ganar protagonismo. Poco después, mientras me aproximaba al faro de Hafnarnesviti y la boca del Fáskrúðsfjörður, el sol brillaba cada vez con más fuerza, iluminando las montañas de la península de Vattarnes y el cercano islote de Skrúður. Incluso la carretera estaba casi limpia de nieve. ¿Podría recorrer la carretera 955, alrededor de la península? Desde mi segundo viaje a Islandia, Vattarnesvegur ha sido una de mis eternas tareas pendientes. Por una u otra causa, siempre que he pasado por sus inmediaciones ha sido imposible visitarla.

Y aquel día, tampoco lo logré. Según me adentraba en Fáskrúðsfjörður, el tiempo cambió por enésima vez. Comenzó a nevar y la carretera volvía a estar completamente blanca. En esas condiciones, no tenía sentido intentar recorrer una carretera poco transitada que, además, en safetravel.is tenía un tramo marcado en negro (carretera con condiciones difíciles). Recuperé mi plan original, atravesando el túnel de Fáskrúðsfjarðargöng camino del Reyðarfjörður.

Norðfjarðarvegur en invierno.

La carretera 92, también conocida como Norðfjarðarvegur, une la Ring Road, en las inmediaciones de Reyðarfjörður, con el puerto de Neskaupstaður. Mis principales motivos para recorrerla eran la reserva natural de Hólmanes y que era el único entre los Fiordos del Este que no conocía accesible durante los duros meses de invierno.

https://youtu.be/MDxaAQWjMXU

Cuando regresé a la Ring Road, nuevamente estaba mejorando. Apenas quedaban 31 kilómetros para llegar a Egilsstaðir, en su mayor parte recorriendo el valle de Fagridalur. El sol brillaba, estaba en una carretera principal y, como no quería repetir la peripecia de la noche anterior, ya tenía hotel reservado en Egilsstaðir. Mientras avanzaba camino del Áreyjatindur, cuyas laderas refulgían bajo el sol de la tarde, me invadió el optimismo.

Poco después, recorría por primera vez Fagridalur sin niebla. El paisaje, sin tener la belleza de los Fiordos del Este, era irreal. La carretera, casi siempre recta como una flecha, avanzaba por un valle completamente blanco, mientras tomaba altura lentamente. Hasta 2017, la Ring Road atravesaba el paso de Öxi. Una ruta bastante complicada, que ese año se convirtió en Axarvegur, la carretera 939. Carretera que, al igual que Vattarnesvegur, jamás he logrado atravesar. Aquel día también sabía que sería imposible, pues Öxi está normalmente cerrado durante el invierno. Tampoco podría ir al Mjóifjörður, el único de los Fiordos del Este «civilizados» que me falta por conocer. Su tortuosa carretera figuraba igualmente en rojo en el mapa de safetravel.is.

Básicamente, tenía dos opciones. La primera, ir directamente al hotel de Egilsstaðir y aprovechar para descansar y, como mucho, dar un tranquilo paseo por el cercano lago. La más ambiciosa, rodear ese mismo lago hasta el aparcamiento de Hengifoss. Sabía que sería demasiado tarde para intentar llegar a la cascada, pero al menos exploraría el terreno y comprobaría si podría ser viable intentarlo al día siguiente. Según entraba a Egilsstaðir, la espléndida tarde decidió por mí. Aprovecharía lo que quedaba de luz para ir hasta el extremo sur del lago Lagarfljót y, si las condiciones eran favorables, regresaría recorriendo la orilla opuesta.

Alrededor del Lagarfljót.

El lago Lagarfljót, también conocido como Lögurinn, es el quinto mayor de Islandia, con una superficie de 53 km² y una longitud de 25 kilómetros. También es uno de los mas hondos, pues en el punto de mayor profundidad sus aguas alcanzan los 112 metros, 93 bajo el nivel del mar.

Volví a Egilsstaðir en medio de una fuerte nevada. Creo que la más intensa que viví en todo el viaje. Aunque aún me quedaba más de medio depósito, me detuve a repostar. En el breve trayecto que separaba la gasolinera del hotel, comenzó a nevar con tal intensidad que, por un momento, llegué a dudar de ser capaz de llegar hasta el alojamiento, ubicado a tan solo 500 metros de la gasolinera. En cualquier caso, nada extraño en medio del caótico clima de Islandia.

La jornada había dado mucho de sí. Entre la ruta inicial y los desvíos, acabé recorriendo 300 kilómetros. Pese a ser más de los que suelo hacer en un día en Islandia, lo entretenido de la conducción entre condiciones tan cambiantes y los espléndidos paisajes que, cuando el tiempo lo permitía, había podido disfrutar, tuvieron como resultado una ruta magnífica. Mi única duda, mientras cenaba viendo por la ventana como cada vez nevaba con más intensidad, era si al día siguiente podría continuar mi viaje o me quedaría bloqueado en Egilsstaðir.

Para ampliar la información:

En este mismo blog, mi primer recorrido invernal por la zona, en sentido contrario, está en https://depuertoenpuerto.com/los-fiordos-del-este/.

En https://depuertoenpuerto.com/diez-dias-de-invierno-en-islandia/ se puede ver mi segundo itinerario invernal por Islandia.

Quien no tenga experiencia conduciendo en Islandia durante el invierno, puede encontrar consejos útiles en https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-el-invierno/.

En inglés, la web oficial de turismo del este de Islandia está en https://www.east.is/en.

Iceland Magazine tiene un breve artículo sobre los hallazgos arqueológicos en Stöð: https://icelandmag.is/article/archaeologists-believe-old-viking-farmstead-stod-stodvarfjordur-found.