Nos acercábamos a la costa de Islandia. Lentamente, según avanzaba la mañana, pudimos apreciar con mayor detalle el desolado aspecto de la isla. Las montañas, parcialmente cubiertas por una débil capa de vegetación, llegaban hasta el mar. Por mucho que busqué, no pude apreciar ningún signo de presencia humana. La belleza del entorno, acentuada por su aspereza y su soledad, era cautivadora.
Tras un par de horas de navegación aproximándonos a la costa, llegamos a la boca del Eyjafjörður. Con casi 60 kilómetros de longitud, es el fiordo más largo del norte de Islandia. Cerca de su final se encuentra Akureyri, la cuarta ciudad más poblada del país y nuestro puerto de destino. La pequeña ciudad se ha desarrollado al abrigo del clima especialmente benigno del Eyjafjörður, cuyas aguas están libres de hielo durante todo el año.
Entramos al fiordo por detrás del MS Astor, un crucero con bandera de Bahamas pero especializado en la clientela alemana. El cielo estaba casi completamente cubierto pero, según enfilábamos el fiordo, se dibujaban grandes claros hacia el sur. La temperatura era agradable y el viento casi inexistente. Otro día perfecto para disfrutar en cubierta.
Al principio, las mismas montañas que habíamos visto desde el mar llegaban a las dos orillas del fiordo. No había un metro de terreno llano y tampoco huella de actividad humana. Las templadas temperaturas favorecían el deshielo de la poca nieve que quedaba y, en consecuencia, de las montañas bajaban algunos arroyos, que se precipitaban en el fiordo formando pequeñas cascadas. El perfil prácticamente plano de la isla de Hrísey, en el centro del fiordo, contrastaba vivamente con el resto del paisaje. Hrísey, antiguamente un centro de la industria pesquera, se ha convertido en un santuario de aves, siendo una excursión muy popular desde la vecina Akureyri.
La civilización comenzó a hacerse visible cuando llegamos a la altura del extremo sur de Hrísey. La punta de la isla está ocupada por el pequeño pueblo homónimo, con una población de unos 200 habitantes. Más o menos a la misma altura, están las localidades de Dalvík, en la costa oeste, y Grenivík, en la costa este del Eyjafjörður. A partir de ese momento, el paisaje comenzó a cambiar. Las montañas se iban alejando del fiordo, dejando cada vez más espacios llanos junto a la orilla, que generalmente estaban ocupados por explotaciones agrícolas. También empezamos a ver carreteras y algunos vehículos.
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Poco después, nos cruzamos con un grupo de ballenas. Creo que eran ballenas jorobadas, bastante abundantes en la zona, aunque no puedo asegurarlo. Cuatro de ellas cruzaron plácidamente por nuestro costado de babor, para satisfacción de los pocos que en ese momento nos encontrábamos en cubierta. Espoleados por el inesperado encuentro, pasamos un rato buscando infructuosamente más ballenas en el fiordo. Estábamos a punto de tirar la toalla cuando, a proa, apareció súbitamente otra ballena e hizo una cabriola delante nuestro, sacando el cuerpo parcialmente fuera del agua. Fue un instante tan breve como asombroso.
Entretenidos con la búsqueda de ballenas, llegamos a Akureyri casi sin darnos cuenta. La ciudad se asentaba sobre una colina, tras la que se extendía un pequeño monte cubierto de bosques. Por detrás, asomaban otras cumbres, parcialmente nevadas. El paisaje en la zona interior del fiordo era bastante más acogedor de lo que habíamos esperado. Atracamos a las nueve de la mañana y bajamos a tierra para hacer un recorrido en coche por la zona.
Zarpamos a las seis de la tarde. El día había empeorado y las nubes dominaban claramente sobre los claros. El cielo, plomizo, lo impregnaba todo de un tono grisáceo. Durante la navegación de salida hicimos lo que en Holland America llaman «scenic cruising». La experiencia consiste en que, mientras el barco navega algo más lento de lo normal, por megafonía van describiendo los puntos de interés que se pueden ver desde el barco, junto con explicaciones sobre la historia, cultura y naturaleza de la zona. Por supuesto, todo en inglés. En otros barcos de Holland, abren alguna cubierta de proa que normalmente esté cerrada. No era el caso en el MS Rotterdam, pues todas las cubiertas accesibles por el pasaje estaban abiertas continuamente.
Poco después de las ocho de la tarde estábamos en la boca del fiordo. En ese momento, nos cruzamos con un pesquero, acompañado de un gran número de aves. Una buena parte, quizá intrigada por el mayor tamaño de nuestro barco, decidió seguirnos. Se produjo una escena mágica, cuando decenas de gaviotas y fulmares se dedicaron a volar junto al MS Rotterdam durante algunos minutos.
Poco después, viramos hacia el oeste y las aves nos abandonaron. La costa de nuevo se volvió áspera y desolada, aunque en esta ocasión podíamos ver algunas casas desperdigadas cerca del mar. A diferencia de por la mañana, un manto gris ocultaba el débil sol, envolviéndolo todo con una luz mortecina. Otras nubes, más bajas, se aferraban a las cumbres, mientras de algunos valles salían bancos de niebla que lentamente se iban adentrando en el mar. El paisaje tenía una extraña belleza, un tanto enigmática. Nos fuimos a cenar mientras el mundo desparecía tras una mortaja de color gris ceniza.
El blog Los Viajes de Wircky tiene una entrada sobre el fiordo, esta vez recorrido por carretera: http://wircky.com/fiordo-eyjafjo%CC%88rdur-en-akureyri/.
En inglés, en la web de Whale Safari se puede encontrar una página con información sobre la fauna del fiordo: https://www.whalesafari.is/the-nature-of-eyjafjoerdur.
La isla de Hrisey tiene página web oficial: http://www.hrisey.is/en.
La web Iceland on the Web tiene una página dedicada a Eyjafjörður: https://www.icelandontheweb.com/articles-on-iceland/iceland-regions/north-iceland/eyjafjordur.
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