Al igual que la primera Roma, la parte vieja de Estambul se asentaría sobre siete colinas. Al menos, dicha narrativa formó parte de la mitología que sustentaba su refundación como Nueva Roma, en tiempos de Constantino I. Cuatro colinas se ubicarían al noreste del valle del antiguo río Lycus, que actualmente está ocupado por la avenida Adnan Menderes, y las otras tres al suroeste. Nuestra idea era comenzar por la zona alta de la ciudad, junto a sus antiguas murallas, en la más septentrional de las colinas al oeste del Lycus. Desde allí realizaríamos un itinerario que en buena parte sería descendente, mientras recorríamos otras dos colinas al noreste del río. Para llegar al que sería el comienzo de nuestro paseo, utilizaríamos el transporte público. En concreto, la línea de autobús 28T, que finaliza en las inmediaciones de la puerta de Top Kapi.
Visitando las murallas de Constantinopla.
Mihrimah Sultan, la mezquita de la luz.
Comenzamos el largo camino de descenso, por barrios cuyo principal atractivo era la tranquilidad y una notable escasez de turistas. Creo que, de no haber sido por nuestra efímera presencia, dicha ausencia habría sido absoluta. Tan solo en las inmediaciones de nuestro siguiente destino, comenzamos a ver unos cuantos edificios con un mínimo de interés y algún que otro foráneo paseando por las calles.
San Salvador de Cora.
Nuestro destino era Pammakaristos. Otra joya del arte bizantino, que en la actualidad es la mezquita de Fethiye, o «de la Conquista». Sus inciertos orígenes estarían en los siglos XI o XII. Tras la caída de Constantinopla, la iglesia fue sede del patriarcado ortodoxo entre 1456 y 1587. Cinco años más tarde, Murad III convertiría el edificio en mezquita, que recibió su nombre actual en conmemoración de la conquista otomana de Georgia y Azerbaiyán. Tampoco pudimos entrar. Tanto la mezquita como el museo anexo estaban en pleno proceso de restauración. Esta vez, no fue mi culpa. La primera noticia del cierre la tuvimos al llegar frente a su puerta.
En la mezquita de Yavuz Selim.
Comenzamos el abrupto descenso hacia el Cuerno de Oro, por callejones asombrosamente empinados. Nuevamente sin ver un alma, hasta que llegamos a la base de la colina. En Yıldırım Caddesi nos dimos de bruces con el Estambul turístico. Restaurantes con fotos en la puerta, tiendas de recuerdos y gente por todas partes. El contraste con la ciudad que llevábamos recorriendo toda la mañana no podía ser mayor.
Aún realizamos una última visita, en la catedral patriarcal de San Jorge. La sede, desde finales del siglo XVI, del patriarcado ecuménico de Constantinopla. Su fachada lucía una orgullosa águila bicéfala. El último escudo del Imperio Romano de Oriente, adoptado en tiempos de los paleólogos. Hay distintas versiones sobre su significado: la doble herencia del imperio (Oriente y Occidente), sus dominios en dos continentes (Europa y Asia) o la existencia de dos Romas (la Urbs Aeterna y Constantinopla). En cualquier caso, el águila bicéfala acabaría convirtiéndose en el símbolo heráldico más prestigioso de Europa, utilizado por casas imperiales como los Habsburgo o los zares de Rusia.
Los orígenes del edificio no están claros, aunque aquello que podemos visitar actualmente es fruto de su reconstrucción entre finales del siglo XIX y principios del XX. La iglesia contiene varios objetos de culto, como un trono patriarcal que parece ser del siglo V. También hay numerosas reliquias, entre las que se encuentran las llevadas a Roma tras la cuarta cruzada, que fueron devueltas en 2004. Su angosto y recargado interior contrastaba con la sencillez y la amplitud de las mezquitas otomanas que acabábamos de visitar. En cualquier caso, no dejó de parecernos un templo relativamente modesto. Sobre todo teniendo en cuenta que, aunque su papel no sea equiparable al de su homólogo occidental en Roma, el patriarca de Constantinopla es el líder espiritual de los 300 millones de ortodoxos que hay repartidos por el mundo.
Desde San Jorge nos dirigimos al embarcadero de Fener. Podíamos haber prolongado nuestro recorrido con una visita a la cercana iglesia de San Esteban. Un templo ortodoxo búlgaro, que tiene sus orígenes en 1849. Aunque el edificio que teníamos al frente era de 1898, cuando se levantó la actual estructura metálica. Ésta fue prefabricada en Viena y posteriormente trasladada en barco hasta Estambul. La iglesia nos tentaba, a poco más de 250 metros del embarcadero. Aunque cada vez hacía más calor, acusábamos el cansancio acumulado y un ferry se acercaba por el Cuerno de Oro. La perspectiva de una ducha y poder descansar en el frescor de nuestra habitación acabó siendo una opción mucho más sugerente.
Terminamos nuestro largo paseo, de casi seis kilómetros, recorriendo el Cuerno de Oro en un ferry literalmente atestado, rumbo al embarcadero de Karaköy. A pesar de sufrir un par de fracasos, la mañana acabó dando mucho de sí. En realidad, de no encontrar cerrados tanto el palacio de los Porfirogénetas como Pammakaristos, creo que no habríamos podido completar la ruta programada, que claramente había sido demasiado ambiciosa. Estambul es una ciudad enorme. Incluso ciñéndote a una esquina de uno de sus distritos, las distancias a recorrer no son pequeñas. Y deberás tener en cuenta que, si vas en pleno verano, el calor no será tu mejor aliado.
Para ampliar la información.
En Planeta Estambul hay un artículo sobre la catedral patriarcal de San Jorge: https://planetaestambul.com/2014/08/08/patriarcado-constantinopla/.
Viajando por el Mundo Mundial nos da consejos para utilizar el transporte público de Estambul: https://www.viajandoporelmundomundial.com/como-moverse-en-estambul-en-transporte-publico-istambulkart/.
En https://depuertoenpuerto.com/cuatro-dias-en-estambul/ puedes ver un resumen de nuestros cuatro días en Estambul, con vínculos a las demás entradas sobre el viaje en el blog.
En inglés, The Byzantine Legacy tiene una espléndida entrada sobre Pammakaristos: https://www.thebyzantinelegacy.com/pammakaristos.
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