El promontorio de Reykjanestá está ubicado en el extremo sudoccidental de la península de Reykjanes y por tanto de Islandia. Así mismo, es uno de los lugares geológicamente más activos de la isla. En realidad, el suelo de Reykjanestá es una parte emergida de la Dorsal Mesoatlántica, que atraviesa la península de este a oeste. Al norte, está la placa norteamericana. Al sur, la euroasiática. Ambas se separan a un ritmo de 8 milímetros al año.
Para llegar a Reykjanestá hay que desviarse por la carretera 443, una carretera local que muere en el aparcamiento junto al extremo de la península. Nada más tomar el desvío, se atraviesa entre dos grandes plantas geotérmicas. Las vistas son la antítesis de lo que uno espera ver en Islandia. Los dos complejos industriales dominan el paisaje, rodeados de una maraña de conductos e instalaciones auxiliares, algunas de aspecto un tanto destartalado. A pesar de su aparente fealdad, la zona no deja de ser interesante, pues muestra la gran capacidad de Islandia para explotar su energía geotérmica. Además, la visión de las plantas y las tuberías en medio de un mar de lava solidificada es un tanto irreal, como sacada de una película de ciencia ficción. En su extremo oriental está el proyecto Iceland Deep Drilling, que pretende superar los 4.000 metros de profundidad perforando en plena dorsal oceánica. Al norte, es posible visitar Power Plant Earth, una exhibición que permite comprender el funcionamiento de la vecina Central Geotérmica de Reykjanes, capaz de producir 100MW de electricidad.
Aproximadamente seiscientos metros tierra adentro, según llegaba a Reykjanestá, dejé a mi derecha el faro de Reykjanes, edificado 1908 sobre la colina de Bæjarfell, de 43 metros de altura. A pesar de ser uno de los faros más antiguos de Islandia, su torre de 26 metros no me llamó la atención. Quizá por su ubicación, bastante apartada de la costa. Pasé de largo sin detenerme. La carretera, estrecha e irregular, se convirtió en una pista de grava unos metros antes de llegar a la explanada llena de charcos que hacía las veces de aparcamiento.
Nada más descender del coche, una roca solitaria en el mar me atrajo hacia la orilla. Conocida como Karlinn, según algunos geólogos podría haber nacido durante la gran erupción de 1226. En dicha época, las Sagas mencionan varias veces la existencia de «fuego en el mar». Pero la opinión mayoritaria se inclina por un volcán submarino, unos kilómetros mar adentro, como el causante del extraño fenómeno. A la misma cadena, denominada Fuglasker, pertenece el islote de Eldey. Durante los cortos veranos, está ocupado por una de las mayores colonias de alcatraces del mundo. Separado unos quince kilómetros de la costa, la bruma tan solo me permitía apreciar su negra silueta levantándose 77 metros sobre las aguas, cerca del horizonte. Fuglasker se prolonga mar adentro, siguiendo la Dorsal Mesoatlántica. Al doble de distancia que Eldey, está la roca de Geirfuglasker, una buena muestra de la cambiante geología de la región. La roca desapareció bajo el mar durante una erupción en 1830, para reaparecer algún tiempo después. El nuevo islote colapsó en 1972, quedando reducido a un peligroso rompiente.
Al este de Reykjanestá se levanta la colina de Valahnúkur. Sus 43 metros de altura se acumularon en tan solo una erupción. Observando su erosionada cara meridional, se pueden apreciar las tres capas en las que se fueron depositando los distintos materiales volcánicos, cada una correspondiente a una fase de la actividad volcánica. Aquí se edificó el primer faro de Islandia, en 1878. Eligieron un mal lugar. La colina, golpeada incesantemente por las olas, es muy inestable, por lo que los desprendimientos son relativamente frecuentes. En 1905 la situación había empeorado hasta el extremo de temer que el faro cayera al mar. Tras la construcción del actual faro en la cercana Bæjarfell, más estable y alejada del oleaje, el faro de Valahnúkur fue demolido. Junto a Valahnúkur se levanta un interesante conjunto de agujas volcánicas. Las olas rompían incesantemente contra las negras rocas, rodeándolas de un mar de espuma en continuo movimiento. Hacia el este, más allá de Valahnúkur, podía ver la costa de Staðarberg, envuelta entre la bruma que creaba el oleaje. Mientras contemplaba el espectáculo, el viento del norte arrastraba cada vez más copos de nieve. Una vez más, la salvaje naturaleza de Islandia se mostraba en toda su áspera belleza.
A pesar de lo cual, Reykjanestá no logró embrujarme como lo había hecho Brimketill. Por algún motivo que desconozco, el oleaje era aquí menos intenso. Quizá fuera por el ángulo con el que llegaban las olas, o por la orografía de la costa. Tenía planeado subir a Valahnúkur, pero encontré cerrado el sendero que lleva a su cima, aparentemente por riesgo de desprendimientos. Me pareció un buen momento para recuperar al menos una parte del retraso que acumulaba como consecuencia de mi improvisada visita a Brimketill. Media hora después de llegar a Reykjanestá, volví a subir al coche para dirigirme a la cercana Gunnuhver, de la que apenas me separaban 1.700 metros.
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Para ampliar la información:
En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver el itinerario de mi primer viaje invernal por Islandia.
En inglés, quien quiera entender la geología de la zona debería leer la entrada del blog Volcano Café: https://www.volcanocafe.org/a-reykjanes-story/.
La web oficial de turismo de Reykjanes tiene una breve entrada sobre el faro (https://www.visitreykjanes.is/en/place/reykjanes-lighthouse) y otra sobre Valahnúkur (https://www.visitreykjanes.is/en/place/valahnukur).
En Guide to Iceland dan algunos consejos para fotografiar Reykjanestá: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/5176/reykjanesta-as-a-photo-destination.
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