La pequeña Djúpivogur, que apenas cuenta con 509 habitantes, es la localidad más meridional de los Fiordos del Este. Ubicada cerca del extremo sureste del Berufjörður, a poco más de un kilómetro de la Ring Road, es un lugar tranquilo y un poco apartado, que aspira a convertirse en la capital islandesa del «slow travel». De momento, es la única población de la isla que forma parte de la asociación cittaslow.

Hotel Frámtid

El hotel Frámtid en invierno.

En nuestra escala en Djúpivogur, habíamos decidido abrazar sin reparos el paradigma del «viaje lento». Nos lo tomaríamos con toda la calma del mundo. Por una parte, moverte desde Djúpivogur sin disponer de vehículo propio resulta muy complicado. Y la excursión que ofrecía la naviera nos parecía excesivamente ambiciosa. Recorrer 174 kilómetros por sentido, para terminar en una Jökulsárlón probablemente masificada, no parecía el plan más atractivo. Además, aunque había dormido un par de ocasiones en el hotel Framtíð, en realidad apenas conocía la diminuta ciudad. Mi único intento serio, tan solo seis meses atrás, había sido frustrado por un intenso aguacero.

Entre Breiðdalsvík y el Berufjörður

Entre Breiðdalsvík y el Berufjörður.

Salí a cubierta sobre las seís y media de la mañana. El SH Vega navegaba lentamente frente a la costa oriental de Islandia, entre la ensenada de Breiðdalsvík y la boca del Berufjörður. Al contrario que en el anterior amanecer, el tramo de costa me era de sobra familiar. Había recorrido en varias ocasiones ese sector de la Ring Road, tanto durante el verano como en invierno. Aunque, como tantas veces ocurre en Islandia durante el estío, parte de esa misma costa permanecía velada por varios bancos de niebla, mientras otras nubes se descolgaban por las laderas, al este del Krosstindur.

El Seabourn Ovation rumbo a Djúpivogur

El Seabourn Ovation rumbo a Djúpivogur.

Llegamos al fiordo siguiendo la estela del Seabourn Ovation. Un crucero con capacidad para 604 pasajeros, que por su tamaño no podía atracar en el pequeño puerto. El SH Vega tuvo que ir hasta el muelle de Gleðivík, a menos de un kilómetro del centro de la población. Djúpivogur intenta apostar por el turismo cultural, dando prioridad a su faceta artística sobre una naturaleza que, aunque indudablemente hermosa, no resulta excepcional en la deslumbrante Islandia. La mayor parte de nuestra visita estaría alineada con dicho propósito.

Huevo de chorlitejo grande

Huevo de chorlitejo grande.

A las ocho y media ya estábamos en tierra, dando un tranquilo paseo hacia el centro. En Víkurland, la calle que conduce desde el muelle hasta el puerto antiguo, encontraremos Eggin í Gleðivík (los Huevos en Gleðivík). Una obra del artista Sigurður Guðmundsson, desvelada en 2009 y formada por 34 grandes huevos de granito, que supuestamente representan a los de las distintas especies de aves que anidan en la zona. Sin duda son vistosos, pero no están exentos de polémica, al no guardar la menor relación de escala con los huevos reales. Con una excepción, todas las piezas de granito son aproximadamente del mismo tamaño.

Tankurinn

Tankurinn.

En las inmediaciones está Tankurinn. Un antiguo depósito de aceite de pescado, reconvertido en centro de arte. En su interior es posible encontrar exposiciones temporales o, como ocurrió el día de nuestra visita, alguna representación musical. Nos llamó la atención su asombrosa acústica.

Bones Sticks & Stones

Bones Sticks & Stones.

Si seguimos hacia el centro, encontraremos un extraño lugar llamado Bones Sticks & Stones. Se supone que es un pequeño museo de minerales y esqueletos de animales. En cualquier caso, lo encontramos cerrado. Tuvimos que conformarnos con observar los dos grandes esqueletos, aparentemente pertenecientes a mamíferos marinos, que flanquean su entrada.

Auðunn enseñándonos una roca

Auðunn enseñándonos una roca.

Nos fue mejor en Steinasafn Auðunns. Otro de los innumerables museos «de andar por casa» que encontrarás en los rincones más insólitos de Islandia. En este caso, nacido de la unión entre la rica geología de la zona, que produce rocas y minerales únicos en la geografía de la isla, y la pasión de Auðunn Baldursson por atesorarlos. Cuando su colección superó el millar de piezas, decidió abrir un pequeño museo, que atiende personalmente. Durante la visita, se dedica a explicar vehementemente la génesis de las piezas más llamativas. Cómo y cuándo las encontró, su posterior procesamiento y, en general, cualquier tipo de anécdota que tenga que ver con la piedra en cuestión.

Steinasafn Auðunns

Steinasafn Auðunns.

No esperes un museo convencional, con las piezas ordenadas, catalogadas y puestas en contexto. El lugar es más parecido a un almacén, con sus estanterías llenas de minerales y rocas vistosas. Pero el museo es sin duda interesante y las explicaciones de Auðunn, en un inglés con un marcado acento islandés, compensan de sobra la falta de carteles. Además, disfrutará contestando todas las preguntas que tengas sobre cualquier elemento de su colección.

Exterior de Langabúð

Exterior de Langabúð.

En el centro de Djúpivogur encontraremos Langabúð, uno de los edificios más antiguos que se conserva en Islandia. Su extremo meridional es de 1790, aunque fue ampliado hacia el norte en 1850, adquiriendo su forma actual. En su día era un almacén de mercancías, aunque también fue utilizado como matadero. En la actualidad, aloja un pequeño café y un museo.

Planta baja de Langabúð

Planta baja de Langabúð.

El café me pareció horroroso. De los peores que he podido probar en mi vida. Pero tomar una consumición te da acceso gratuito al museo. Su planta baja es la más organizada, centrada en la vida y obra de dos hijos de Djúpivogur: el escultor Ríkarður Jónsson y el político Eysteinn Jonsson. La planta superior es similar a muchos pequeños museos etnográficos de Islandia. Una colección, más o menos caótica, de los cachivaches más diversos. Desde una balanza oxidada, hasta un viejo proyector de cine.

Faktorshúsið

Faktorshúsið.

El edificio negro que hay junto a Langabúð es Faktorshúsið, la antigua residencia del encargado del puesto comercial. La construcción original es de 1848, pero estuvo abandonada durante años, deteriorándose bajo el duro clima de Islandia. Hasta que, en 1990, pasó a ser un bien protegido legalmente. Desde entonces, se han realizado diversas reformas, buscando recuperar su aspecto original.

Djúpivogur desde una colina

Djúpivogur desde una colina.

Djúpivogur tiene una larga tradición comercial, que al menos se remontaría a 1589, cuando mercaderes de Hamburgo recibieron una licencia del rey de Dinamarca para comerciar con la zona. En 1602 entró en vigor un monopolio, que únicamente permitía comerciar con Islandia a los ciudadanos de Copenhague, Malmö y Elsinor. Hasta 1787, Djúpivogur fue uno de los tres únicos puertos del este de Islandia autorizados a comerciar con la metrópoli.

Liberty

Liberty.

En 1802, poco después del fin del monopolio, llegó a sus muelles un tal Hans Jonatan. Había nacido en 1784 en Santa Cruz, una de las Islas Vírgenes, que entonces era una dependencia danesa. Hans era mulato y había nacido esclavo. Siendo niño, sus dueños se trasladaron a Dinamarca. Allí escapó, con 17 años de edad, para enrolarse en la armada danesa. Poco después de participar en la batalla de Copenhague, fue capturado. A pesar de haber recibido la libertad, en reconocimiento a su valor, de manos del príncipe heredero y a que la esclavitud era ilegal en Dinamarca, un juez dictó que debía regresar a Santa Cruz, donde volvería a su condición original. Hans logró escapar por segunda vez, desapareciendo para siempre. Hasta que, en la década de 1990, su historia salió a la luz. Según parece, pudo llegar a Islandia, entonces una remota y casi despoblada posesión danesa. Se estableció en Djúpivogur, donde contrajo matrimonio y tuvo tres hijos, falleciendo en 1827. En la actualidad, cerca de 900 islandeses pueden decir que descienden de Hans. En una isla que combina una población muy homogénea y un amplio registro genealógico, resultó relativamente sencillo trazar el ADN de sus descendientes. En 2018 fue posible reconstruir parcialmente el de Hans. Por primera vez en la historia, se había rescatado la huella genética de una persona sin tener acceso a sus restos. Tres años más tarde, se instaló en Djúpivogur un pequeño monumento conmemorativo, creado por el artista islandés Sigurður Guðmundsson.

Æðarsteinsviti

Æðarsteinsviti.

Tras regresar a comer al barco, nuestro plan para la tarde era visitar Teigarhorn. Una antigua granja, famosa en Islandia por sus zeolitas, de la que nos separaba un paseo de apenas 3.700 metros. De camino, disfrutaríamos de un paisaje presidido por Goðaborg, una de las montañas más hermosas de Islandia. Pero la niebla seguía haciendo de las suyas, ocultando buena parte del fiordo. Al final, nos decidimos por un plan mucho menos ambicioso. Nos acercaríamos hasta el cercano faro de Æðarsteinsviti, a tan solo 500 metros del muelle.

Ya que el paseo iba a ser corto, me llevé el dron, con la idea de intentar volar sobre la niebla. Tampoco pudo ser. Según llegábamos al faro, ésta comenzó a levantar. Al menos logré volar alrededor de Æðarsteinsviti. Una pequeña construcción, levantada en 1922 y, como tantos faros de Islandia, pintada en un llamativo color naranja. La idea es que, durante el día, sean fácilmente visibles desde el mar, independientemente de que el fondo sea un blanco paisaje nevado, una verde pradera primaveral o un amarillento paisaje de otoño.

Nubes sobre Goðaborg

Nubes sobre Goðaborg.

Por un momento, parecía que iba a quedarse una tarde espléndida. Incluso llegamos a intentar acercarnos hasta Teigarhorn campo a través, atajando por la playa que hay al oeste del faro. Comenzamos a caminar tranquilamente, mientras disfrutábamos de las vistas y observábamos las algas, aves y plantas que había por la zona. El paseo resultaba mucho más agradable que nuestra idea inicial de andar junto a la carretera.

Pero el siempre voluble clima de Islandia parecía empeñado en frustrar nuestros planes. Según avanzábamos por la costa, las nubes volvieron a bajar. En unos minutos, apenas podíamos adivinar la silueta del Seabourn Ovation, fondeado en medio del fiordo. En esas condiciones, no tenía el menor sentido seguir. Regresamos al SH Vega, donde pasamos lo poco que quedaba de tarde. A las seis, cuando zarpamos rumbo a Heimaey, la niebla flotaba apenas unos metros por encima de los edificios de Djúpivogur. Respecto a Goðaborg, los dioses nórdicos parecían empeñados en seguir ocultándonos su hermosa fortaleza. En las diez horas que pasamos en el Berufjörður, nunca fuimos capaces de divisar su característica cima.

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Para ampliar la información.

Quien quiera ver el fiordo en invierno y de paso Goðaborg en todo su esplendor, puede visitar https://depuertoenpuerto.com/berufjordur-en-el-sur-de-los-fiordos-del-este/.

Si estás recorriendo Islandia en crucero, también te interesará esta entrada del blog: https://depuertoenpuerto.com/guia-para-visitar-islandia-en-crucero/.

En https://depuertoenpuerto.com/entre-islandia-y-groenlandia/ encontrarás el itinerario completo de nuestro crucero entre Islandia y el este de Groenlandia.

Aetheria Travels tiene una buena entrada sobre Djúpivogur: https://aetheriatravels.com/djupivogur-islandia/.

En inglés, la web oficial de turismo de la ciudad está en https://visitdjupivogur.is/.

En https://www.theguardian.com/travel/2016/mar/20/east-iceland-tour-djupivogur-slow-movement-travel hay un artículo sobre Djúpivogur y el «slow travel».