Según clareaba el día, nos encontramos navegando entre la plétora de islas que hay justo frente a la bocana del puerto de Boston. Frente a nosotros, podíamos ver hacia estribor el aeropuerto Logan que, a pesar de lo temprano de la hora, comenzaba a tener un incesante tráfico aéreo. Al otro lado de la bocana, mas allá de Castle Island, se extendían el puerto y la ciudad de Boston. Mirando hacia popa, una sucesión de islas nos separaba de mar abierto. El MS Rotterdam navegaba lentamente en medio del amanecer, como si no tuviera la menor prisa por terminar su travesía a través del océano. En las cubiertas prácticamente desiertas la sensación era de una increíble serenidad.
Entramos en Reserve Channel, en cuya orilla septentrional se encuentra la terminal de cruceros de Boston, algo pasadas las cinco y media de la mañana. Media hora mas tarde, el barco había atracado. Nos fuimos a desayunar tranquilamente, pues teníamos que esperar nuestro turno para pasar el control de inmigración. Éste no tuvo nada que ver con el procedimiento estresante y masificado al que nos tienen acostumbrados los aeropuertos de los Estados Unidos. La naviera organizó un sistema de turnos, en los que teníamos asignada una ventana de tiempo en función de nuestras preferencias para desembarcar. Un equipo de funcionarios de inmigración subió al barco y se instaló en uno de sus salones. El proceso fue ágil y distendido, con los funcionarios haciendo bromas mientras revisaban pasaportes y visados. Cruzar el Atlántico sin sufrir yet lag no fue la única ventaja de hacer el viaje en barco.
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Pero el caos nos estaba esperando fuera de la terminal de cruceros. Según salimos a la calle, nos encontramos con una fila interminable esperando para coger un taxi. Lo peor es que los taxis llegaban con cuentagotas. Intenté reservar un Uber, pero la aplicación decía que no había ninguno disponible. Estábamos aproximadamente a un kilómetro del hotel. En condiciones normales, ni nos hubiéramos planteado coger un medio de transporte. Pero ir andando cargados con todo nuestro voluminoso equipaje nos pareció excesivo. Al final, la espera no fue para tanto y sobre las diez de la mañana ya estábamos en nuestra habitación del Seaport Hotel.
Recorriendo el Freedom Trail.
Recorrer el Freedom Trail nos llevó lo que quedaba del día. Terminamos agotados y mojados, pues nos cayeron varias tormentas. Para reponer fuerzas, elegimos un local un tanto extraño: Regina Pizzeria, en la esquina de las calles Margin y Thacher. Cuando llegamos, había comenzado de nuevo a llover. La escena era cuando menos curiosa. Junto a su puerta, varias personas se guarecían de la lluvia bajo un andamio, esperando entre la pared del edificio y un coche fúnebre. Estuvimos a punto de darnos la vuelta, pensando que era la cola para esperar mesa. Pero probamos suerte y resultó que estaban esperando para recoger pizzas. Entramos y conseguimos sentarnos en la última mesa libre. Creo que éramos los únicos turistas del local que, todo hay que decirlo, tenía un aspecto bastante decrépito. El resto de las mesas parecían estar ocupadas por clientes habituales, que pasaban el rato hablando a voces entre ellos y con la encargada del local. Ésta recorría las mesas tomando nota de los pedidos y gritándoselos directamente a los camareros y la cocina, todo ello en un inglés con un acento indescriptible, que hacía muy complicado entenderla. La cena fue rara pero muy divertida y las pizzas estaban realmente buenas. Posteriormente, el local ha sido declarado la mejor pizzería de los Estados Unidos por Trip Advisor, aunque la nominación no está exenta de polémica.
Cuando terminamos de cenar, nuestra idea era dar un tranquilo paseo por la ciudad y llegar hasta el hotel andando. Todo fue bien hasta que, en las inmediaciones de Faneuil Hall Marketplace, una vez mas comenzó a llover. A esas alturas del día, era el quinto o el sexto chaparrón que nos caía, habiéndonos empapado un par de veces. Con nuestra dosis diaria de paciencia agotada, cogimos el primer taxi que vimos y nos volvimos al hotel.
Al día siguiente nos levantamos a las siete de la mañana. Nuestro tren para Nueva York salía a las 9:30 y estábamos relativamente cerca de la estación, por lo que tuvimos tiempo para dar un breve paseo por las calles que rodean el hotel. El distrito de Seaport ha pasado por varias etapas. Entre finales del siglo XIX y principios del XX acaparaba el tráfico de mercancías del puerto de Boston. Pero a mediados del siglo pasado entró en decadencia, convirtiéndose en una zona decrépita, en la que solo había almacenes abandonados y aparcamientos vacíos. Su suerte comenzó a cambiar en 1991 cuando el ayuntamiento, en una decisión valiente pero arriesgada, trasladó hasta Seaport la sede del Tribunal Federal del Distrito de Massachusetts. Desde entonces, el barrio ha evolucionado hasta convertirse en la zona mas dinámica de la ciudad, en la que florecen las oficinas, el comercio, los restaurantes y, mas recientemente, los edificios de viviendas.
Poco antes de la 8:30 regresamos al hotel, donde cogimos un taxi con destino a South Station. Comenzaba la última etapa de nuestro prolongado periplo transatlántico.
La web CruceroAdicto tiene una guía bastante completa de la ciudad: boston-estados-unidos-que-ver-hacer-comer-visitar.html.
El blog Los Viajes de Nena tiene una guía con información y consejos: https://losviajesdenena.com/guia-practica-para-viajar-a-boston/.
También recomendable la entrada de mochileando por el mundo: https://www.mochileandoporelmundo.com/que-ver-y-hacer-en-boston-dos-dias/.
En inglés, la página oficial de la terminal de cruceros está en http://www.massport.com/flynn-cruiseport/.
Muy interesante la página oficial de turismo de la ciudad: https://www.boston.gov/visiting-boston.
La web Boston Discovery Guide tiene una página dedicada a la terminal de cruceros: https://www.boston-discovery-guide.com/black-falcon-cruise-terminal.html.
Se puede leer un interesante artículo sobre la transformación de Seaport en https://www.bostonmagazine.com/2012/07/05/rise-seaport-district-boston/.