Era nuestra última tarde en tierra firme, antes de zarpar hacia el norte. Poco antes de las siete, ya estábamos acomodados en la habitación del hotel, en las afueras de Keflavik. Con un largo atardecer subártico por delante, aún quedaban más de tres horas y media de luz. Era una lástima desaprovechar el final de un espléndido día de verano, poco común en Islandia. Sobre la marcha, decidimos hacer una escapada hasta la costa meridional de la península de Reykjanes. Visitaríamos Brimketill. En función de lo que encontrásemos en la grisácea costa de Staðarberg, decidiríamos qué hacer a continuación.
Brimketill es uno de esos sitios que no conocen el término medio. Lo mismo puede ser deslumbrante que resultar completamente anodino. Aquella tarde tocó lo segundo. La plácida charca, rodeada de oscura lava, era bonita. Pero poco más. Nada que ver con el lugar barrido por un mar salvaje que había conocido en mi primera visita, durante el invierno de 2019. Tras un primer intento un tanto decepcionante, tocaba volver a improvisar.
Apenas cuatro kilómetros al oeste, el gran penacho de vapor de Gunnuhver era un reclamo demasiado fuerte como para ignorarlo. Al contrario que Brimketill, la mayor charca hidrotermal de Islandia jamás decepciona. Diez minutos más tarde, estábamos en su aparcamiento oriental, «disfrutando» de los característicos aromas del lugar.
Gunnuhver se ubica sobre una de las regiones geológicamente más activas del planeta. Mas allá de su constante actividad, el lugar parece estar cambiando continuamente. Todavía es habitual encontrar referencias a un volcán de lodo, que en la actualidad brilla por su ausencia. Su antiguo cráter yace inerte a escasos metros del nuevo emplazamiento de Gunnuhver. Éste en cambio, se está convirtiendo en algo más parecido a un géiser. En cada una de mis sucesivas visitas, se va haciendo mas evidente la existencia de un chorro de agua, manando intermitentemente de la charca que genera la gran nube de vapor.
El interés de Gunnuhver se extiende a su periferia. Una de sus características es estar alimentado por agua marina, cargada de sales. Éstas dan a la zona unas tonalidades deslumbrantes, que aquella tarde se veían realzadas por la hermosa luz del atardecer, mientras éste comenzaba a adueñarse del cielo. Los extraños tonos rojizos se alternaban con el azul del cielo y el blanco del vapor, creando un hermoso contraste.
Mientras tanto, hacia poniente, las nubes de vapor flotaban etéreamente sobre el terreno, creando un paisaje espectral. Jamás había disfrutado tanto en Gunnuhver. Pasamos un buen rato explorando su entorno, llegando a rincones que nunca había recorrido. Pero no resulta demasiado aconsejable pasar demasiado tiempo entre sus gases. Tres cuartos de hora respirándolos parecía más que suficiente.
Tocaba buscar un nuevo destino. Aunque el atardecer seguía avanzando, todavía faltaban 70 minutos para la puesta de sol. Tiempo más que suficiente para intentar llegar a Garður y contemplar el ocaso desde el faro que marca el extremo noroccidental de Reykjanes. 40 minutos más tarde, con el sol descendiendo hacia un crepúsculo dorado, llegábamos a las inmediaciones del viejo faro de Garðskagi.
La tarde no hacía más que mejorar. El viento era prácticamente inexistente y la temperatura asombrosamente agradable. Las condiciones óptimas para dar un tranquilo paseo por la playa que hay al sur del faro, mientras el sol se acercaba lentamente al horizonte. Hacia el noroeste, al otro lado de la amplia bahía de Faxaflói, la inconfundible silueta del Snæfellsjökull parecía levitar sobre la bruma, dominando el horizonte.
Rematando la escena, varios pájaros se dedicaban a volar incesantemente de un lado a otro de la playa, buscando presas entre las cercanas escolleras. Entre todos, destacaban los charranes árticos. Esas aves prodigiosas, capaces de recorrer el mundo cada doce meses, mientras pasan del Ártico a los mares antárticos, en una migración que puede llegar a los 80.000 kilómetros anuales.
Finalmente, el sol acabó perdiendo su batalla frente al horizonte. Eran casi las once de la «noche» y apenas faltaban seis horas para el siguiente amanecer. Una hora antes, comenzaría una prologada hora azul. No estábamos en el Ártico y el mes de agosto se acercaba a su ecuador, pero nos encontrábamos lo suficientemente al norte para disfrutar de los casi eternos crepúsculos de las zonas subárticas. Al día siguiente, emprenderíamos la segunda parte de nuestro viaje que, ahora sí, nos llevaría más allá de los 66°33′ de latitud norte. La costa oriental de Groenlandia nos estaba esperando. Pero antes, aún haríamos una última escala en la Tierra de Hielo.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/una-manana-en-reykjanes/ visitamos otros lugares, esta vez mientras nos desplazamos entre Reikiavik y Keflavik.
En https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-por-gardskagi/ describo un paseo matinal por Garðskagi. Mucho más tranquilo, pero menos fotogénico.
El lago Kleifarvatn es otra de las visitas posibles desde Keflavik: https://depuertoenpuerto.com/el-lago-kleifarvatn/.
Y el área geotermal de Seltún el complemento perfecto para esta visita: https://depuertoenpuerto.com/el-area-geotermal-de-seltun/.
En https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-el-sur-de-reykjanes/ hay un recorrido en primavera por el sur de la península.
Y en https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-reykjanes/ encontrarás mi primera visita a Reykjanes, en pleno invierno.
Por último, en https://depuertoenpuerto.com/cinco-dias-en-el-suroeste-de-islandia/ puedes ver todo nuestro breve viaje por el suroeste de Islandia del verano de 2023.
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