Habíamos elegido Snæfjallastrandarvegur, oficialmente la carretera 635, como primera excursión de nuestro segundo día en los Fiordos del Oeste. El caprichoso clima islandés se empeñó en que acabase siendo la segunda, tras empujarnos a improvisar un desvío hasta Norðurfjörður. En realidad, ambos lugares estaban prácticamente a la misma latitud, separados por tan solo 35 kilómetros. Uno en la costa este de los Fiordos del Oeste y el otro en la costa oriental del Ísafjarðardjúp. Pero la accidentada orografía de la zona se combinaba con sus malas comunicaciones para obligarnos a dar un rodeo de 130 kilómetros hasta el arranque de la 635, que tardamos cuatro horas en realizar. Aunque, todo hay que decirlo, de camino hicimos unas cuantas paradas.
Llegamos al desvío de la 635 poco antes de las dos de la tarde. El día había cambiado completamente entre la costa de Strandir y la de Ísafjarðardjúp. Habíamos dejado atrás una mañana gris y plomiza, con las nubes prácticamente rozando el mar, para encontrarnos con una tarde que, para el estándar de Islandia, se podría calificar como espléndida. Snæfjallastrandarvegur resultó ser una pista de tierra que, a los pocos metros de separarse de la carretera 61, se acercaba a la orilla oriental del Ísafjarðardjúp. No pudimos resistir el impulso de hacer una breve pausa. El gran fiordo, que penetra 75 kilómetros tierra adentro, mas bien parecía un lago. Tan solo un pequeño tramo de horizonte limpio revelaba su boca, a casi sesenta kilómetros de nuestra ubicación.
Seguimos avanzando por la pista, levantando una gran nube de polvo a nuestro paso. No todo iban a ser ventajas por tener un día sin lluvia. Poco después, volvimos a detenernos junto al fiordo. Ahora frente a una playa de arena oscura que se perdía hacia el noroeste, enmarcada entre una pradera que comenzaba a agostarse y las aguas del fiordo, que cada vez parecían estar más calmadas.
Tardamos más de media hora en llegar a Kaldalón, un pequeño brazo lateral del Ísafjarðardjúp que se adentraba cuatro kilómetros hacia el nordeste. Por primera vez, teníamos ante nosotros al Kaldalónsjökull, retorciéndose entre las montañas mientras intentaba infructuosamente llegar al mar. Por encima, el Drangajökull dominaba parte del horizonte, enmarcado por las verdes laderas de las montañas más próximas. La vista era magnífica. El contraste entre los colores, realzados por la luz del sol, y el intenso blanco de la superficie helada del glaciar creaba una escena que casi parecía irreal.
En el fondo de Kaldalón, justo antes del puente sobre el río Mórilla, una pista se desviaba hacia la derecha, enfilando hacia el glaciar. Las vistas según avanzábamos en paralelo al río eran espléndidas, sobre todo en la ladera que teníamos a nuestra izquierda, donde el sol iluminaba el musgo y la nieve, creando intensos contrastes. Cruzamos un pequeño vado y llegamos a un aparcamiento que, en realidad, era poco más que una explanada pedregosa, donde cabrían tres o cuatro coches. Sobraba espacio, pues estábamos completamente solos.
La pista parecía seguir avanzando por el valle, pero no nos fiamos de seguir con nuestro SUV. Además del mal estado del firme, tampoco estábamos seguros de que estuviera permitido recorrerla con un vehículo. Habíamos aparcado cerca de lo que parecía ser una antigua morrena glaciar. Tras superar sus primeros repechos, nos encontramos con un paisaje extraño, lleno de pequeñas charcas rodeadas de verde. Comparado con el habitualmente desolado campo islandés, aquello parecía un pedazo del paraíso.
Pero la desolación no estaba muy lejos. Bastó llegar al extremo oriental de la morrena para encontrarnos con un paisaje mucho más áspero, pero no por ello menos atractivo. Frente a nosotros, se extendía un pedregosa llanura, atravesada por un río sin cauce definido. Más allá, entre grandes paredes de roca desnuda, podíamos ver la lengua del Kaldalónsjökull. Como tantos glaciares, el Kaldalónsjökull ha atravesado diversos ciclos de avance y retroceso. Se sabe que antiguamente había una granja, llamada Tólfkarlaengi, junto al actual cauce del Mórilla. En el siglo XVIII fue devorada por un súbito avance del glaciar. Pese a haber retrocedido desde entonces, es el glaciar de Islandia menos afectado por el cambio climático.
El río cortaba nuestro avance, por lo que intentamos rodearlo recorriendo hacia el este el borde de la morrena. El glaciar cada vez era más preeminente. Por increíble que pudiera parecer, hasta principios del siglo XX era relativamente habitual que los habitantes de la zona central de los Fiordos del Oeste cruzaran sobre sus hielos para llegar a las remotas granjas que había en Reykjarfjörður y Drangar. Ambas comerciaban con la madera siberiana que las corrientes marinas llevaba hasta sus orillas. Un recurso de gran valor en una isla donde los bosques estuvieron a punto de desaparecer. La travesía no debía ser sencilla y en ocasiones terminaba en fracaso, como demuestran los troncos abandonados que se han encontrado sobre el glaciar.
Llegó un momento en que estábamos a poco más de dos kilómetros de la parte inferior del glaciar. Pero no conseguíamos ver un camino claro entre los múltiples meandros del Mórilla. Además, nuestra improvisada excursión a Norðurfjörður nos hacía ir retrasados en nuestros planes. Decidimos conformarnos con la espléndida vista que teníamos al frente y dar media vuelta. Durante el regreso, dimos un breve rodeo para ascender a un promontorio, que nos permitió apreciar mejor el caótico aspecto de la antigua morrena.
Antes de abandonar el pequeño valle del Mórilla, hicimos una última parada, para contemplar las cascadas que se despeñaban desde su ladera septentrional, muy cerca del comienzo de la pista. Snæfjallastrandarvegur seguía unos kilómetros hacia el noroeste, recorriendo la costa oriental del Ísafjarðardjúp. Pero no parecía llevar a ningún lugar interesante. Llevábamos encima unas cuantas horas de coche y aun nos quedaban 63 kilómetros para llegar a Heydalur. Era hora de pensar en buscar la granja que nos serviría de alojamiento esa noche.
Nuestra breve excursión al Drangajökull había durado casi dos horas. No logramos llegar a los pies del glaciar, como había sido nuestra intención inicial. La falta de tiempo y el laberinto de brazos del Mórilla nos lo impidieron. A pesar de lo cual, nos dimos por más que satisfechos. Pudimos disfrutar del paisaje en unas condiciones atmosféricas óptimas. Ni la lluvia, ni el viento, ni la niebla se interpusieron en nuestro camino. Quizá no disfrutamos de un paisaje salvaje y duro, que suele ser mi preferido en Islandia. Pero, al menos de vez en cuando, es de agradecer que el clima de la isla te conceda una tregua.
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En inglés, el canal de YouTube, de Ervin Drives Around tiene un time-lapse en el que es posible ver el un recorrido completo por Snæfjallastrandarvegur: https://www.youtube.com/watch?v=QgxArVJkcX8.
La web iceland.org tiene una breve reseña sobre el glaciar: https://www.iceland.org/geography/glacier/drangajokull.
Se puede descargar un PDF con información sobre el Drangajökull en http://snjafjallasetur.is/drangajo.pdf.
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