Llevaba tiempo queriendo visitar Skálanes. Algo que no resulta tan fácil como puede parecer. Aunque la reserva se encuentra tan solo 17 kilómetros al este de Seyðisfjörður, el tramo final de su ruta de acceso es comparable en dificultad a alguna de las carreteras de montaña de la isla, con tres vados relativamente complicados. Los arroyos que atraviesa no suelen tener mucho caudal, pero sus lechos están llenos de grandes piedras. La otra opción es aparcar antes del primer vado y recorrer los últimos 5 kilómetros por la senda que avanza entre la pista y el fiordo, convenientemente provista de puentes peatonales.
La ocasión llegó en el verano de 2023, mientras recorríamos la costa oriental de Islandia a bordo del SH Vega. Durante una larga escala en Seyðisfjörður, la naviera ofrecía una visita a la reserva como principal entretenimiento de la tarde. Pese a no ser amigos de las actividades enlatadas, nos apuntamos sin el menor atisbo de duda. La excursión arrancó a las dos y media de la tarde. La naviera había decidido dividir el pasaje en dos grupos, por lo que éramos poco más de veinte personas en un desvencijado autobús, con tracción a las cuatro ruedas. Tras atravesar Seyðisfjörður y dejar a un lado la planta de procesado de pescado que hay al noreste de la pequeña población, llegamos al fin del asfalto. Más allá, la carretera 952 se adentraba en un paisaje dominado por las brumas.
Nos detuvimos en un lugar llamado Þórarinsstaðir, donde se ubican los restos de una de las primeras iglesias de Islandia. Aunque, en realidad, lo único que se podía apreciar eran unas cuantas piedras y seis troncos de madera, marcando la antigua localización del templo. Los orígenes de Þórarinsstaðir estarían en el siglo XI, durante el comienzo de la rápida cristianización de Islandia. Se construyó una iglesia, con madera de deriva, similar a muchas otras de la Escandinavia contemporánea. Sus dimensiones eran muy modestas: 4,8 por 2,7 metros. Tras un primer incendio, sería substituida por otra, de 6,4 por 4 metros. Aparentemente, debía tratarse del templo privado de alguna granja o magnate local. Aunque se recuperaron algunos objetos, la excavación del yacimiento, realizada entre 1998 y 1999, no ha podido revelar mucho más.
Entre los baches y la parada, tardamos aproximadamente una hora en llegar al aparcamiento de Skálanes, donde nos recibió quien sería nuestra guía durante la visita. Nos pusimos de inmediato en ruta hacia su atracción principal. Un mirador sobre los acantilados, que se encuentra unos 660 metros al noreste de la granja. De camino, teníamos que atravesar un pequeño mar de lupinos. La guía aprovechó para contarnos la historia de esta planta, originaria de Alaska e introducida en Islandia el 3 de noviembre de 1945, con la intención de que ayudara a regenerar los castigados suelos de la isla.
La especie no tardó en aclimatarse a las duras condiciones de Islandia y comenzó a extenderse. Con tanto éxito, que incluso recibió un nombre en islandés: úlfabauni, que se traduciría al español como «alubias de lobo». Hasta que, como tantos experimentos donde los humanos no somos capaces de ver más allá de nuestras propias narices, se convirtió en un problema. Prosperó tanto, que acabó amenazando a otras especies locales y al precario equilibrio ecológico de una isla subártica especialmente frágil. En la actualidad, la planta divide a los islandeses, pues su capacidad de regenerar suelos es tan innegable como las hermosas estampas que genera durante su floración, entre junio y julio. Sin ser tan espectacular, aquella tarde todavía encontramos alguna planta floreciendo. Nuestra guía estaba claramente en el bando de los que opinan que, en la balanza del lupinus nootkatensis, pesan más los aspectos positivos. Por contra, la postura oficial de la reserva parece ser la contraria.
Finalmente, cerca de las cuatro y veinte de una tarde cada vez más gris, logramos llegar a la plataforma junto a los acantilados. Ésta se ubica a cierta altura, brindando una vista lateral de la agreste costa de Jötnar, que llega a elevarse 640 metros sobre las olas. Aunque no he sido capaz de contrastarlo, los acantilados tenían todo el aspecto de estar formados por gruesas capas de material magmático, separadas por otras de material sedimentario. Una configuración bastante habitual en Islandia, que acaba creando paredes de roca con franjas de suelo relativamente blando, perfectas para que aniden las aves. A esto se une la inaccesibilidad y la riqueza de pesca de las aguas donde el fiordo se une al mar abierto, para crear un auténtico paraíso ornitológico.
En Skálanes son habituales los fulmares, charranes árticos, gaviotas o patos eider. En total, llega a haber 47 especies diferentes de aves. Aunque, a finales de agosto, algunas ya habían decidido emigrar, como los fotogénicos frailecillos. En cualquier caso, la plataforma de madera, remodelada en 2019, ofrece un punto de vista privilegiado. Los pájaros pasan a escasos metros de distancia, dirigiéndose a mar abierto o de regreso a sus nidos. En muchas ocasiones, prácticamente a la misma altura de la plataforma, haciendo posible preciosos primeros planos.
También resulta factible hacer fotografías picadas, con las aves volando sobre las rocas y el oleaje. Aquí el problema será lograr tomas en las que un sujeto generalmente pálido destaque sobre un fondo que apenas tiene zonas oscuras. A pesar de llevar un 300 mm. y disparar en ráfaga, en este caso no logré ninguna toma satisfactoria. Mi principal problema acabó siendo la falta de tiempo. De haber ido por nuestra cuenta, fácilmente habríamos pasado dos o tres horas en la plataforma. Al ir en un grupo, tan solo pudimos demorarnos treinta minutos.
En aquella media hora, el entorno no paró de mejorar. No para las fotos, pues cada vez había menos luz. Pero las brumas se iban apoderando lentamente del lugar, dándole ese aire de misterio y majestuosidad que hace tan fascinante el áspero paisaje de Islandia. Regresamos al autobús dando un tranquilo paseo entre los lupinos, disfrutando del silencio, la humedad y el frescor, mientras buscábamos con la vista alguno de los renos o zorros árticos que suelen frecuentar la zona. No hubo suerte. Tuvimos que conformarnos con las espléndidas vistas sobre la boca del fiordo.
Si eres aficionado a la fotografía de aves, creo que Skálanes es uno de los mejores emplazamientos de Islandia. Lo cual no es poco, en una isla que es un paraíso para diversas especies. También suele ser un lugar tranquilo, gracias a la relativa complejidad de su acceso y a no ser demasiado conocido. Y, más allá de las aves, podrás disfrutar de los paisajes de una de las zonas más bellas de Islandia. En resumen, una magnífica forma de complementar tu visita a Seyðisfjörður.
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Para ampliar la información.
En inglés, la web oficial de la reserva está en https://skalanes.com/.
The Reykjavík Grapevine tiene un artículo sobre su génesis y objetivos: https://grapevine.is/news/2015/02/17/redesigning-tourism/.
En Medieval Histories hay un artículo sobre Þórarinsstaðir: https://www.medieval.eu/early-medieval-church-at-thorarinsstadir-near-seydisfjordur-in-iceland/.
Aunque está centrada en la bahía de Faxaflói, en el extremo opuesto de Islandia, la guía que encontrarás en https://whalesafari.is/birds-of-iceland te ayudará a identificar los distintos tipos de aves que verás en la zona.
Quien esté interesado por la problemática del lupino en Islandia, puede ampliar sus conocimientos en https://panoramaglasslodge.com/what-you-need-to-know-about-lupine-flowers-in-iceland/ y https://hakaimagazine.com/features/why-iceland-is-turning-purple/.
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