En muchas de las pequeñas islas griegas del Egeo la población se reparte de forma similar. En el interior, generalmente sobre uno de los cerros más prominentes, encontraremos la antigua capital de la isla, mientras su puerto estará en alguna ensenada de la costa. Tradicionalmente, la población se concentraba en la ciudad alta, un lugar fácilmente defendible frente a los ataques de piratas y corsarios, mientras el puerto quedaba para los pescadores y poco más. Con el tiempo, los barcos piratas fueron substituidos por hordas de turistas. La actividad económica cambió, arrastrando a la población hacia la costa. En la actualidad, los puertos concentran la mayor parte de los habitantes, mientras las viejas capitales languidecen sobre sus descarnados cerros. Una de ellas es Chorá, en Patmos. Una auténtica joya, encaramada en una de las cumbres de la isla, que precisamente gracias a esta dinámica ha logrado preservar su esencia.

Chorá desde el mar

Chorá desde el mar.

Patmos quedó deshabitada entre los siglos VII y IX, después de sufrir varios ataques sarracenos. Con el fin de repoblarla, en 1088 el emperador Alejo I Comneno dio autorización a un monje llamado Cristódulo Latrinos para trasladarse a la isla y edificar un monasterio. Tras un primer fracaso, se logró fundar el actual Agios Ioannis Theologos. Aunque la población tardaría más de un siglo en llegar. En 1208 la república de Venecia conquistaba Patmos. Poco después, trabajadores del monasterio y algunos familiares de los monjes comenzaron a establecerse en sus inmediaciones. En 1453, tras la caída de Constantinopla, llegó un nuevo grupo de pobladores. Curiosamente, la incipiente ciudad se consolidaría en el siglo XVI, tras la conquista otomana, que llevó estabilidad y abrió la isla al comercio.

Bajo la espadaña

Bajo la espadaña.

En 1659 serían los venecianos los que saquearían Chorá, capitaneados por Francesco Morosini. El mismo bajo cuyas ordenes se bombardeó la Acrópolis de Atenas. Aunque también serían venecianos los que, tras la caída de Candía en 1669, darían un nuevo impulso a la población. Chorá volvería a prosperar durante los siglos XVIII y XIX, hasta que, ya entrado el XX, la población comenzaría a desplazarse hacia Skala, en la costa. Los primeros esfuerzos de conservación llegarían durante la ocupación italiana del Dodecaneso, entre 1912 y 1943. Esfuerzos que continuaron cuando, en 1947, la isla pasó a la soberanía del reino de Grecia y, de forma inmediata, comenzó a aplicarse su legislación sobre el patrimonio artístico. En 1999 tanto el núcleo histórico de Chorá, como el monasterio de San Juan el Teólogo y la gruta del Apocalipsis, entrarían en el listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Llegando a Chorá

Llegando a Chorá.

El taxi nos dejó en la puerta de lo que parecía ser el ayuntamiento. No había un alma por las calles. Según nos adentrábamos entre las casas, buscando el camino hacia el monasterio, eché un vistazo hacia atrás. La estampa parecía la quintaesencia de Grecia, con el Mediterráneo enmarcado por paredes de un blanco inmaculado. En ese momento, me vino a la cabeza nuestra visita a Santorini, varios años atrás. Faltaban las clásicas cúpulas, que forman parte de la imagen emblemática de la isla. Aunque tampoco estaban los cientos de turistas fotografiándolas. Claramente, habíamos ganado con el cambio.

Escaleras en Chorá

Escaleras en Chorá.

Hacia el interior, las callejuelas parecían empeñadas en una dura competición, intentando ser la más estrecha y la más inclinada del pequeño laberinto que debía conducirnos hasta la puerta de Agios Ioannis Theologos. El espléndido monasterio, cuyas oscuras paredes almenadas llevábamos viendo sobre la blanca Chorá desde primera hora de la mañana.

En el monasterio de San Juan el Teólogo.

Finalmente, llegamos a la puerta del imponente monasterio que era nuestro principal destino dentro de Chorá. Un lugar tan fascinante como extraño y cargado de historia, que también resultó ser un pequeño laberinto. Perderse entre sus recovecos fue una auténtica delicia.

La muralla exterior

La muralla exterior.

Finalizada la principal visita del día, volvimos a adentrarnos en la madeja de calles en torno al monasterio. El plan era rodearlo por el norte, de forma que pudiéramos circundarlo completamente, antes de regresar a la plaza principal.

Callejeando por Chorá

Callejeando por Chorá.

Si Agios Ioannis Theologos nos había parecido un laberinto, Chorá no se quedaba atrás. Los estrechos callejones subían y bajaban, retorciéndose y bifurcándose entre arcos, plazoletas y escalones. El lugar era deslumbrante. Una auténtica maravilla para el visitante, aunque no debía ser muy cómodo para sus pobladores. Más allá de ser prácticamente los únicos turistas, apenas vimos a un puñado de personas en sus calles, casi todas de avanzada edad. En cambio, abundaban los carteles de «for sale».

Antigua residencia en Chorá

Antiguas residencias.

La época de mayor esplendor de Chorá, desde el punto de vista de la arquitectura civil, parece haberse dado entre los siglos XVI y XVII, cuando varias familias de terratenientes levantaron las residencias que aún llevan sus nombres: Malandraki, Pagkosta, Simantiri . . . A lo largo del siglo XVIII la pequeña ciudad articuló su trama urbana, creciendo sobre todo al sur del monasterio. En el siglo XIX llegaría el turno de los comerciantes, levantando sus residencias al norte, de forma que pudieran ver desde sus ventanas los barcos fondeados frente a Skala.

Mansión Nikolaidis

Mansión Nikolaidis.

Intentamos visitar la mansión Nikolaidis. Un edificio del siglo XVIII que, más allá de ser un buen ejemplo de la arquitectura de Patmos, en la actualidad aloja varias exhibiciones arqueológicas y de fotografía. No hubo suerte, pues resultó que cerraba los sábados. Tuvimos que contentarnos con fotografiar su fachada. Algo que la estrechez de las calles tampoco hacía especialmente sencillo.

En el laberinto de Chorá

En el laberinto de Chorá.

Así que seguimos deambulando por la maraña de callejuelas de Chorá. Pasamos junto a la iglesia de la Virgen de Kimitirion, que resultó ser un edificio moderno, aparentemente sin demasiado interés. Preferimos seguir nuestro errático recorrido, por una trama urbana que parecía empeñada en llevarnos de sorpresa en sorpresa, con rincones que parecían sacados de un cuento.

Interior de Panagia i Diasozousa

Interior de Panagia i Diasozousa.

Fuimos más afortunados en Panagia i Diasozousa. Un pequeño templo que suele estar cerrado. Posee un icono de la Virgen María, al que la tradición local atribuye propiedades milagrosas. Más allá de que en Patmos la creencia popular afirma que el icono fue pintado por Lucas, uno de los cuatro evangelistas, no logré averiguar mucho más sobre la iglesia. Su interior era todo lo recargado que se puede esperar de un templo ortodoxo, aunque los frescos que adornaban sus paredes tenían aspecto de ser bastante recientes.

Frente a Panagia i Diasozousa

Frente a Panagia i Diasozousa.

En cambio, el exterior destacaba por su sencillez. Hasta las tejas estaban pintadas de blanco. Lo compensaba en la puerta de entrada, flanqueada por una curiosa espadaña exenta y coronada por un mosaico. Todo ello aderezado con una gran cantidad de macetas, que daban al entorno una nota de verdor bastante chocante, en una isla relativamente árida. Y rematado por un torreón del monasterio, que a duras penas lograba descollar sobre la vegetación. El rincón, mimado hasta el último detalle, parecía un pequeño vergel.

Azul y blanco en Chorá

Azul y blanco en Chorá.

La maraña de calles seguía hacia el oeste. Formando una trama tan intrincada, que incluso llegamos a ver flechas pintadas en el suelo, indicando el camino hacia la salida. Blancas, por supuesto. De vez en cuando, las paredes de piedra del monasterio asomaban por algún rincón. Algún gato, un par de personas, recorríamos una pequeña ciudad tan hermosa como vacía. Hasta tal punto, que en algún momento llegamos a tener la sensación de estar recorriendo un lugar muerto. Tan solo su impecable estado de conservación nos recordaba que alguien se encargaba de mimarlo.

Descendiendo hacia la salida

Descendiendo hacia la salida.

Tras pasar bajo otro arco, doblar el enésimo recodo y descender un intrincado tramo de escaleras, de pronto nos encontramos en un espacio abierto. Sin previo aviso, habíamos salido del laberinto. No diré que en algún momento llegásemos a estar desorientados, pues la mole del monasterio, siempre sobresaliendo a nuestra derecha sobre las paredes blancas, nos servía de guía. Pero si es cierto que hubo un momento en el que no teníamos del todo claro dónde acabaría llevándonos nuestro errático recorrido. Por pura casualidad, apenas fue a unos metros del lugar en el que había comenzado. En cierto modo, sentimos salir del pequeño mundo onírico que llevábamos varias horas explorando. Aunque, una vez cumplido nuestro primer objetivo del día, debíamos dirigirnos al segundo, del que apenas nos separaba un paseo de 800 metros. La gruta del Apocalipsis nos estaba esperando.

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Para ampliar la información.

En https://whc.unesco.org/es/list/942 encontrarás una breve reseña sobre la inclusión de Chorá en el listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

En inglés, la web PatmosIsland tiene una entrada sobre Chorá: https://www.patmos-island.com/en/VILLAGES/chora.html.

Quien esté interesado en la arquitectura de Chorá, puede profundizar sobre el tema leyendo https://isprs-archives.copernicus.org/articles/XLIV-M-1-2020/521/2020/isprs-archives-XLIV-M-1-2020-521-2020.pdf.

En https://www.mdpi.com/2571-9408/5/4/161 podemos ver el proceso de reconstrucción de una de las mansiones históricas.

Si no quieres que te pase como a nosotros en la mansión Nikolaidis, puedes consultar su horario en https://archaeologicalmuseums.gr/en/museum/5df34af3deca5e2d79e8c138/nikolaidis-mansion-patmos.