Mi primer objetivo del día era fotografiar la Acrópolis al amanecer. En realidad, no tenía del todo claro el lugar exacto por donde saldría el sol, pero decidí arriesgarme. Poco después de las seis de la mañana estaba en la azotea del hotel, esperando a que el astro rey se elevara sobre el horizonte. Más cerca del solsticio, habría salido por detrás de la Acrópolis. A finales de julio, tuve que conformarme viendo cómo se alzaba algo más al sur. No fue tan espectacular, pero también tuvo su belleza, ensalzada por el frescor y la serenidad del momento.
Después, subimos a un autobús rumbo al museo arqueológico. De camino, pasamos fugazmente frente a la Academia de Atenas. La moderna, no aquella fundada por Platón en el siglo IV AEC. La actual fue establecida en 1926 y es el principal centro de investigación del país. El edificio que la alberga, de estilo neoclásico, fue diseñado por el danés Theophil Edvard von Hansen. Su construcción comenzó en 1859, aunque los diversos avatares por los que pasó Grecia retrasaron su finalización hasta 1885. Tras albergar sucesivamente los museos numismático y bizantino, en 1926 fue transferido a la recién creada Academia.
En el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Acertamos a visitar el museo en una jornada de huelga, que casi logra arruinar nuestros planes. A pesar de lo cual, logramos cubrir nuestros tres objetivos prioritarios: el mecanismo de Anticitera y las salas dedicadas a las civilizaciones minoica y micénica.
La mansión Benizelos, un vestigio de la Atenas otomana.
Al filo de las ocho, mientras los últimos rayos de sol acariciaban la fachada occidental del Partenón y la tarde comenzaba a refrescar, salimos a dar un último paseo por Atenas. Sin un plan fijo, más allá de no tener prisa y disfrutar de las vistas sobre la colina de la Acrópolis.
Comenzamos caminando hacia el norte por Apostolou Pavlou, el agradable paseo peatonal que avanza al oeste de la Acrópolis. Nuestra primera parada fue en el santuario de Pan. El que está a los pies de la colina de Pnyx, que no debemos confundir con el dedicado a Pan y las ninfas, en la ladera noroccidental de la Acrópolis. En este caso, estamos ante un santuario del siglo IV AEC, consistente en una cámara tallada en la roca, con una base de 4,30 por 2,45 y 2,40 metros de altura. Fue descubierta accidentalmente en 2001, mientras se construía un nuevo acceso a la colina. En su pared norte se encontró un relieve mostrando al dios Pan junto a una ninfa y un perro.
Hacia el nordeste, por encima de la reconstruida Estoa de Átalo, el monte Licabeto dominaba el horizonte. Sus 277 metros de altitud lo convierten en el punto más elevado del centro de Atenas y, por tanto, tiene fama de ser uno de los mejores miradores de la ciudad. Un funicular, construido en 1960 y remodelado en 2002, permite ascender cómodamente hasta su cima. Las vistas sobre la ciudad son sin duda hermosas, como habíamos podido comprobar en nuestra primera visita a Atenas, cuando tuvimos la suerte de acertar con un día con poca canícula. Aunque si quieres fotografiar la Acrópolis, debes tener en cuenta que está a bastante distancia. Necesitarás un buen teleobjetivo.
Seguimos paseando hacia el norte, mientras avanzaba el ocaso y se encendía la iluminación de la Acrópolis. El plan era haber hecho una pausa en alguna de las terrazas de la plaza de Jaqueline de Romilly, disfrutando de las espléndidas vistas sobre la colina. Pero fue imposible. No fuimos capaces de encontrar una mesa libre.
Sobre la marcha, decidimos cambiar de plan. Al igual que en la jornada anterior, daríamos una vuelta completa a la Acrópolis. Con la diferencia de que lo haríamos en sentido contrario y que, en esta ocasión, nos alejaríamos más de la colina, avanzando por calles más animadas. Tras llegar hasta el extremo norte de Apostolou Pavlou, giraríamos hacia el noreste por Agion Asomaton, para regresar hacia oriente por Adrianou.
Mientras avanzábamos hacia el este, pasamos junto a varios lugares interesantes, que habíamos podido visitar en alguno de nuestros anteriores viajes a Atenas. El espléndido Hefestión, la misma Estoa de Átalo que habíamos divisado desde Apostolou Pavlou, o la Torre de los Vientos, en el Ágora Romana. Para disfrutar de esta última, nos desviamos por la calle Pelopida. De paso, atajábamos hacia el sur, buscando el regreso al hotel.
Callejeando por Plaka, acabamos un tanto despistados. Hasta que finalmente llegamos a la calle Thrasillou, justo al este de la Acrópolis. Desde allí, hasta Dionysiou Areopagitou, en las inmediaciones del Museo de la Acrópolis. Poco después de las diez estábamos de vuelta en el hotel. Algo más de dos horas para dar un paseo de aproximadamente tres kilómetros, rodeando una de las colinas con mayor importancia histórica y cultural del planeta.
Al día siguiente, tan solo restaba subir por última vez a la azotea del hotel, para fotografiar la misma colina durante nuestro postrer amanecer en Atenas. Después, un taxi hasta el aeropuerto y un vuelo rutinario a Barajas serían el epílogo de nuestras vacaciones del verano de 2025.
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Para ampliar la información.
En este mismo blog, encontrarás una visita a la Acrópolis en https://depuertoenpuerto.com/visitando-la-acropolis-de-atenas/.
O a su espléndido museo en https://depuertoenpuerto.com/el-museo-de-la-acropolis/.
Al Ágora Romana en https://depuertoenpuerto.com/en-el-agora-romana/.
Y al Ágora Griega en https://depuertoenpuerto.com/un-paseo-por-el-agora-de-atenas/.
El blog Grecotour tiene una entrada sobre el santuario del dios Pan: https://blog.grecotour.com/santuario-de-pan-en-atenas/.
En inglés, la web de la Academia de Atenas está en https://www.academyofathens.gr/en.
¡Qué delicia de relato! Este artículo es mucho más que una simple crónica de viaje: es una oda sensible y culta a Atenas, escrita con el respeto y la pasión de quien no visita una ciudad, sino que la honra.
Pocas veces se encuentra un texto que logre conjugar con tanta naturalidad la vivencia personal con el peso de la historia. Desde el madrugador intento de fotografiar la Acrópolis al amanecer —aunque el sol no cooperara del todo— hasta el paseo final bajo las luces encendidas del Partenón, el autor nos guía por Atenas con una mirada atenta, curiosa y profundamente humana.
El Museo Arqueológico Nacional, núcleo de la jornada, aparece como un templo del pasado redescubierto; no hay apuro, solo devoción por los vestigios minoicos, micénicos y ese asombroso mecanismo de Anticitera, ejemplo de cómo la civilización griega sigue asombrando a los siglos.
Mención especial merece la sensibilidad con que se describe la caminata vespertina. Es un cierre poético y reflexivo, cargado de atmósfera: el calor que cede, las calles que se llenan de vida, los vestigios del mundo antiguo que acompañan cada paso. Atenas no es solo telón de fondo, es protagonista, siempre presente, siempre majestuosa.
Este texto es una invitación: a viajar, a observar, a detenerse. Pero también es un recordatorio de que las ciudades —como los museos o los amaneceres— solo se revelan por completo a quienes están dispuestos a caminar sin prisa y mirar con asombro.
Un blog que no solo narra, sino que inspira.
Mil gracias Héctor.