Protestar del exceso de turismo suele ser una de las actividades preferidas de cualquier turista. «Turistas, todos turistas… menos yo», o el más pedante «no hago turismo, yo soy un viajero», son ideas que parecen estar en la mente de casi todos los que disfrutamos recorriendo el mundo por ocio. Quizá este sea otro de los motivos por los que me fascina Islandia. Recorriendo sus infinitos páramos solitarios, es frecuente estar horas sin coincidir con otros seres humanos, sobre todo en invierno. Muchos días, los paso sin ver ningún turista. Hasta que llego al hotel y me doy de bruces con un espejo en el baño de mi habitación.

El Partenón tras el ocaso

El Partenón tras el ocaso.

Puede que la peor faceta del turismo de masas no sea la saturación de los espacios. A largo plazo, suele ser más destructiva la aniquilación de la esencia de aquellos sitios que visitamos. Quizá, al menos para un occidental, en ningún lugar esto sea más sangrante que en Atenas. En nuestro imaginario, Atenas representa el culmen de la civilización clásica, de la democracia, de nuestra forma de pensar y entender el mundo. En parte, esto es solo un mito. Una construcción interesada de los antiguos atenienses que, al igual que otros estados a lo largo de la historia, justificaban sus actos con un relato en el que, por supuesto, ellos estaban en el lado correcto de la narrativa. Mito que posteriormente fue ensalzado durante el Romanticismo y, finalmente, por el moderno estado griego. Un estado que, en parte, nació como resultado del propio mito, en una especie de bucle recursivo. Pero este es un blog de viajes, mejor no seguir por esta senda.

Los Propileos y el Templo de Atenea Niké

Los Propileos y el Templo de Atenea Niké.

Independientemente de que sea correcto, tenemos tan arraigado el mito que, para cualquier occidental con un mínimo de sensibilidad, es prácticamente imposible ascender hacia la Acrópolis por los Propileos, aquellos que hizo levantar Pericles, sin experimentar una sensación extraña, en la que tu espíritu se trasmuta. Estás en el epicentro primigenio de tu mundo, en el hogar de tus antecesores, en casa. Al menos, esas fueron las emociones que experimenté durante mi primera visita a la Acrópolis. Cuando, por un improbable cúmulo de afortunadas coincidencias, logramos ser los primeros visitantes de la mañana. ¿Sería posible tener los mismos sentimientos si, tras superar una larga fila, recorres el mismo lugar encajonado entre decenas de personas? Lo dudo. De hecho, la segunda vez que subimos a la Acrópolis, salimos espantados del lugar. Y, en la que sería nuestra tercera visita a Atenas, ni nos habíamos planteado visitarla.

En Monastiraki

En Monastiraki.

Aunque, en Atenas, resulta difícil escapar a su presencia. En contra de lo que suele pensarse, la actual capital de Grecia es una ciudad relativamente moderna. Aunque la población de la Atenas clásica pudo superar el cuarto de millón de personas, posteriormente la ciudad atravesó un largo periodo de decadencia, durante el que llegó a contar con tan solo 4.000 habitantes. La mayor parte de la Atenas monumental, aquella que recorremos los turistas, forma un estrecho cinturón en torno a la colina de la Acrópolis. Su inconfundible silueta acaba apareciendo por todas partes. Lo mismo cuando te sientas en una terraza de Thission a tomar un refresco, que mientras compras un bolso de 10 euros en Monastiraki.

Recuerdos de Grecia

Recuerdos de Grecia.

El pasado de la ciudad también impregna las tiendas de souvenirs. Resulta sencillo encontrar comercios dedicados a vender reproducciones baratas, de dudoso gusto, supuestamente inspiradas en la Grecia clásica. Una Victoria de Samotracia con extraños tonos verdosos, bustos grotescos de no se sabe quién, supuestos hoplitas con armas y ropajes inventados o maquetas de monumentos irreconocibles. Cualquier cosa, más o menos blanquecina y con formas que pudieran recordarnos a un presunto clasicismo, parece servir.

Los marcapáginas más clásicos

Los marcapáginas más clásicos.

Tampoco se salvan los próceres de la Grecia clásica. ¿En qué otra capital europea puedes comprar, por el módico precio de dos euros, tres marcapáginas con textos de Eurípides, Platón o Aristóteles, con la ventaja de tenerlos traducidos a varios idiomas? Que en realidad no sepamos si todas las frases son de sus supuestos autores, o que algunas de las traducciones no tengan sentido, tan solo son minucias.

La Biblioteca de Adriano

La Biblioteca de Adriano.

En cualquier caso, la fama de la ciudad como destino turístico parece venir de antiguo. Cuando Roma dominaba el Mediterráneo, tan solo Troya era capaz de hacer sombra a Atenas, en una pugna donde la patria de Eneas partía con cierta ventaja. Aunque en Roma no existía el turismo de masas y tan solo los muy ricos o poderosos podían permitirse viajar por placer, fueron numerosos los personajes históricos que pasaron por la ciudad, en muchos casos dejando un legado duradero. Quizá el más destacado sería Adriano. El emperador, gran admirador de la cultura griega desde su juventud, visitó Atenas en el año 125. Dejó el arco que aún podemos ver junto a una curva de la avenida Vasilisis Amalias, o la biblioteca que lleva su nombre, al norte del Ágora Romana. También ordenó finalizar el templo del Zeus Olímpico, el mayor de la Grecia clásica, que llevaba más de seis centurias en construcción.

Los filohelenos

Los filohelenos.

Tras siglos de guerras, decadencia y abandono, el turismo resurgió de la mano del Filohelenismo. Aunque sus raíces se remontan al Renacimiento, el movimiento eclosionaría con el Romanticismo. De la mano de personajes como Percy Bysse Selley, quien dejó escrito aquello de «todos somos griegos», inflamando el apoyo de las élites europeas al alzamiento heleno. O su amigo George Gordon Noel Byron. Un precursor del turismo de riesgo, que se paseó por lugares como la Ioánina de Alí Pachá. Aunque, en su caso, cuando regresó a Grecia en 1823 no lograría llegar a Atenas. Murió al año siguiente, durante el asedio de Mesolongi.

El Museo de la Acrópolis

El Museo de la Acrópolis.

Poco antes, otros habían elevado la costumbre de atesorar recuerdos de los lugares visitados a las más altas cotas. Una actividad en la que Thomas Bruce Elgin destaca por encima de todos. Su expolio de los mármoles del Partenón todavía reverbera en nuestros días, alimentando un largo contencioso entre Grecia y el Reino Unido. Aunque, por irónico que parezca, incluso los actos más cuestionables pueden tener consecuencias positivas y la misma controversia ha dado origen al magnífico Museo de la Acrópolis.

Fortuna a raudales

Fortuna a raudales.

Afortunadamente, en nuestros días la mayor parte de los turistas nos conformamos con alguna baratija, que probablemente ni siquiera haya sido fabricada en Grecia. Como los «ojos de la fortuna», que podrás encontrar en numerosas tiendas de recuerdos por toda Atenas. Un abalorio cuya tradición parece haberse originado en Anatolia, aunque en algunos lugares lo anuncien como «ojo griego». De todos modos, pudiéndote llevar un recuerdo a casa por menos de tres euros, con la ventaja de ocupar poco y pesar menos, tampoco es cuestión de ser demasiado exigente.

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Para ampliar la información.

En este mismo blog, nuestra primera visita a la ciudad está en https://depuertoenpuerto.com/un-dia-en-atenas/.

Puedes encontrar la segunda visitando https://depuertoenpuerto.com/dos-dias-en-atenas/.

Muy recomendable la entrada del blog Fronteras: https://fronterasblog.com/2024/09/09/europa-low-cost-atenas-donde-todo-empezo/.

En inglés, Greek Travel Pages tiene una artículo sobre las consecuencias indeseadas del turismo en Atenas: https://news.gtp.gr/2024/01/15/athens-on-fodors-no-list-in-2024-due-to-overtourism/.

En https://www.acropolis-athens-tickets.com/post/acropolis-new-rules-overtourism puedes ver las nuevas limitaciones para visitar la Acrópolis.