Entramos a Decumani, procedentes de Vía Toledo, a través de la Vía Santa Maria la Nova. Nuestro primer objetivo era la Basílica de San Giovanni Maggiore. El acceso a la basílica se hace por una puerta lateral, al final del Largo San Giovanni Maggiore. La zona presentaba un aspecto deplorable, llena de desperdicios y pintadas. Por suerte, teníamos claro nuestro destino, pues de otro modo probablemente nos habríamos dado la vuelta. Pero, una vez superada la pequeña puerta, entramos en otro mundo. El amplio interior de la basílica acababa de salir de un largo proceso de restauración, por lo que estaba en un estado magnífico.
Sus orígenes están en un templo pagano fundado en el siglo II, pero ya a principios del siglo IV se transformó en una iglesia. Posteriormente, fue ampliada por bizantinos, normandos, angevinos y españoles. En 1870, sufrió tantos desperfectos en un terremoto que se pensó seriamente en su demolición. Afortunadamente, la idea fue descartada. Los últimos trabajos de restauración, finalizados en 2012, la han dejado en su espléndido estado actual. Precisamente durante estos largos trabajos, en 1978, salió a la luz el ábside paleocristiano del siglo VI, que hoy se puede contemplar tras el altar mayor.
Justo al lado de San Giovanni Maggiore, está la antigua capilla de la familia Pappacoda. Edificada a principios del siglo XV, su principal interés es el portal ojival de estilo gótico. Su belleza se ve realzada por el contraste entre el mármol blanco y la piedra grisácea que le sirve de fondo.
A continuación, nos dirigimos hacia la Plaza de San Domenico, en cuyo centro se ubica el obelisco del mismo nombre. El monumento se comenzó a construir en 1656, pero las obras se prolongaron hasta 1747, año en el que finalmente se colocó la estatua del santo en la cúspide. La plaza se encuentra en el antiguo Decumano Inferior. Durante la construcción del obelisco, se encontraron unos restos arqueológicos que se cree fueron parte de la antigua muralla griega, en concreto de la Puerta Cumana.
La plaza recibe el nombre de la iglesia de San Domenico Maggiore, edificada en estilo gótico entre 1283 y 1324. Llama la atención su aspecto exterior, que recuerda mas a un castillo que a una iglesia. El acceso a la iglesia es también un poco atípico. La entrada principal está al norte, mientras que el acceso por la fachada principal, la que da a la plaza, se realiza por una puerta en un nivel inferior al de la nave principal. La iglesia tiene un rico patrimonio cultural, en gran parte depositado en sus veintisiete capillas. Las modificaciones sufridas, sobre todo en la época barroca, hacen de su interior un interesante crisol de estilos artísticos.
Cuando terminamos de visitar la iglesia, era prácticamente la una del mediodía. Como no queríamos pasar por Nápoles sin comer pizza, decidimos buscar un restaurante, antes de que cerrasen. Justo en la plaza, a los pies de la iglesia, está la pizzería Palazzo Petrucci, una especie de spin-off del restaurante del mismo nombre, con fama de ser uno de los mejores de Nápoles. El local nos dejó un tanto decepcionados. Las pizzas estaban exquisitas, con una masa recién hecha que se deshacía en la boca. Pero estábamos prácticamente solos en un local un tanto desangelado, con un servicio al que le faltaba profesionalidad.
Terminada la comida, nos dirigimos a la estatua del dios Nilo, con una curiosa historia. Se cree que fue esculpida en el siglo II o III, como homenaje de la nutrida colonia egipcia a su río. Posteriormente cayó en el olvido hasta que fue encontrada, sin cabeza, durante unas obras en el siglo XII. Volvió a perderse su rastro hasta que, en el siglo XV, reapareció durante la demolición parcial de un edificio. Inicialmente se pensó que correspondía a una figura femenina. Solo tras la demolición total del edificio, en 1657, se descubrió toda la estatua. En la misma época, se decidió colocar una cabeza de varón a la estatua, así como una placa conmemorativa, aunque la actual data de 1734.
A continuación, recorrimos la calle San Gregorio Armeno, en la que se concentra la tradición belenista napolitana. La calle corre perpendicular a los antiguos decumanos, uniendo el mayor con el inferior. Parece que durante la antigüedad clásica, en sus inmediaciones había un templo dedicado al dios Ceres, al que era tradición ofrendar pequeñas figuras de terracota. Quizás fue el origen de las figuras de los belenes, tan típicamente napolitanos, que llegaron a España de la mano del rey Carlos III, quien antes reinó en Nápoles como Carlos VII.
En el cruce de esta calle con el antiguo Decumano Mayor, se encuentra el complejo monumental de San Lorenzo, formado por la basílica y el convento de San Lorenzo Maggiore, el Museo de la Ópera y las excavaciones arqueológicas bajo la basílica. Recorrimos el claustro y la sala Sisto V, que en 1442 se convirtió en sede del parlamento de Nápoles, con sus interesantes frescos, pintados por Luigi Rodriguez en 1608. Debajo de la actual basílica, se encuentran los restos del antiguo mercado romano, que a su vez están sobre las ruinas del ágora griega, del siglo V o IV antes de Cristo.
De vuelta a la superficie, decidimos iniciar lentamente el camino de regreso. Recorrimos el Decumano Mayor, en sentido oeste, admirando los vetustos edificios y las callejuelas perpendiculares. Todo parecía rezumar historia. Como los pórticos del Palazzo Cicinelli. El palacio original fue mandado edificar en el siglo XIII como residencia de Felipe I de Tarento, quien era el heredero nominal del ya entonces desaparecido Imperio Latino de Constantinopla. Por eso, el palacio también es conocido como Palazzo Filippo d’Angiò o del Emperador de Constantinopla. La cantidad de edificios históricos que flanquean la calle, sean religiosos o profanos, es sencillamente apabullante. Seguimos avanzando hasta llegar a plaza Bellini, en la que, en 1954, descubrieron los restos de la antigua muralla griega que hoy se pueden contemplar.
Giramos hacia el sur y nos dirigimos a la plaza del Gesú Nuovo. En el centro, se levanta el obelisco de la Inmaculada, construido en mármol entre 1743 y 1747 por orden de los jesuitas, para demostrar el poder de la orden. En las inmediaciones están la iglesia del Gesú Nuovo, que da nombre a la plaza, y la basílica de Santa Chiara. Desgraciadamente, nos estábamos quedando sin tiempo, por lo que seguimos adelante, dejando atrás el barrio donde mejor se puede apreciar la larga historia de Nápoles.
En el camino de regreso, no pudimos resistir la tentación de entrar en Sant’Anna dei Lombardi. La iglesia es todo lo que queda de un antiguo convento, edificado justo al exterior de la muralla medieval de la ciudad. En sus tiempos de esplendor, fue el mayor complejo monástico de Italia. A pesar de sus múltiples vicisitudes, todavía conserva un rico patrimonio artístico, con pinturas de Giorgio Vasari y esculturas de Guido Mazzoni.
De nuevo estábamos junto a Vía Toledo y muy cerca de los Quartieri Spagnoli, así que decidimos volver al barco dando un pequeño rodeo por el célebre barrio napolitano.
En http://www.storienapoli.it/2016/07/06/san-giovanni-maggiore-un-mosaico-storia/ hay una larga e interesante entrada sobre San Giovanni Maggiore (en italiano).
Carlotta’s Blog tiene una entrada sobre la calle San Gregorio Armeno: http://www.alacarta.es/blog/napoli-san-gregorio-armeno-la-calle-de-los-artesanos-de-belenes/.
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