Svalvogavegur rodea una de las regiones más agrestes de Islandia, conocida extraoficialmente como los «Alpes de los Fiordos del Oeste». Su relieve, coronado por los 998 metros del Kaldbakur, es distinto al predominante en el resto de la región. Aquí, las mesetas erosionadas durante millones de años por el agua, el viento y el hielo, son sustituidas por un paisaje mucho más abrupto, en el que se alternan los valles y las cimas.
La carretera, además de relativamente reciente, es un magnífico ejemplo del carácter indómito y autosuficiente de los Vestfirðingur, como se denominan los habitantes de los Fiordos del Oeste. Cuando, a mediados del siglo XX, la administración de carreteras de Islandia estudió construir una ruta que facilitase el acceso a las aisladas granjas de la península, el proyecto fue descartado. Se consideró que era demasiado caro y peligroso. Entonces apareció Elís Kjaran Friðfinnsson, un residente de la granja de Kjaransstaðir, en el Dýrafjörður. En 1973, armado con un bulldozer, unos nervios de acero y la única ayuda de su hijo, abrió el primer tramo de la carretera, hasta Svalvogar. Al año siguiente, la prolongó hasta el valle de Lokinhamradalur. En 1983 logró completar la ruta circular, abriendo su tramo meridional entre Hrafnabjörg y Stapadalur. Durante años, también se encargó del mantenimiento, bastante complicado debido a los continuos desprendimientos.
Inicialmente, la administración no quiso darse por enterada. Debieron pensar que, de un modo u otro, el proyecto no acabaría bien. Mejor no tener nada que ver si aquello terminaba en fracaso, accidente o ambas cosas a la vez. Cuando se hizo evidente que Elís terminaría su obra, comenzaron a darle cierto apoyo. En la actualidad, la mayor parte de la ruta forma parte de la red oficial de carreteras de Islandia. Elís Kjaran falleció en 2008 pero, en honor a su gesta, la carretera también es conocida como Kjaransbraut, o la avenida de Kjaran.
Nuestro principal objetivo del día era visitar Dynjandi. De alguna forma, la espectacular cascada había sido el principal fracaso durante nuestro primer viaje a Islandia, en 2017. La falta de tiempo, la niebla y, sobre todo, la escasa experiencia en las carreteras de la isla, nos habían impedido llegar. No estábamos dispuestos a asumir una segunda derrota, pero tampoco queríamos renunciar a conocer, aunque fuera parcialmente, la carretera 622. Nos marcamos como objetivo el faro de Svalvogaviti. Una vez lo alcanzásemos, decidiríamos qué hacer a continuación.
Poco después de las ocho de la mañana, dejábamos atrás Þingeyri y el terreno conocido, para adentrarnos desde el norte en la 622. Era el típico día brumoso y gris de los Fiordos del Oeste, en el que apenas podíamos entrever las montañas del lado septentrional del Dýrafjörður, parcialmente ocultas tras las nubes y los bancos de niebla. Pero no llovía y tampoco hacía viento. El resultado era una mañana de una belleza increíblemente serena, difícil de imaginar para quien no haya tenido la suerte de conocer la región.
Tras dejar atrás el diminuto aeropuerto de Þingeyri y avanzar unos kilómetros entre el fiordo y varias granjas dispersas, nos dimos de bruces con la señal de peligro que suele haber al comienzo de toda carretera islandesa solo apta para vehículos con tracción a las cuatro ruedas. Pero ésta tenía un cartel, justo bajo el rótulo Illfær vegur (carretera complicada), con un largo texto en islandés, que se podría traducir por: «Atención. Infórmese de las condiciones de esta carretera antes de aventurarse a recorrerla. Solo es transitable con marea baja. Solo para coches 4×4«.
Mas allá del cartel, la carretera comenzaba a tomar altura y, de momento, no presentaba demasiada dificultad. Atravesaba un gran talud, cuya parte superior estaba oculta tras las nubes bajas, mientras la inferior terminaba despeñándose sobre el fiordo. Hacíamos una breve pausa, para estirar las piernas y tomar alguna fotografía, cuando nos adelantó un Suzuki Jimny. El único vehículo que veríamos en un par de horas.
Poco después, llegábamos al primer tramo realmente complicado de la ruta. Hrafnholur (los Agujeros del Cuervo) era impresionante. La pista, completamente embarrada, zigzagueaba por la ladera del acantilado. Sobre nosotros, la pared vertical de roca se perdía entre las nubes. Además del agua, que rezumaba por todas partes, debían ser frecuentes los pequeños desprendimientos, pues el barro estaba lleno de piedras, con aspecto de haber caído recientemente. A nuestros pies, la pared de roca se despeñaba hacia una playa de guijarros. Afortunadamente, no nos cruzamos con nadie, pues íbamos por el lado exterior y era completamente imposible que cupieran dos coches. Apenas tardamos un par de minutos en atravesarlo. Una vez superado, al igual que me había pasado en el vado del Hagakvislar, en Sprengisandsleið, la adrenalina me empujó a seguir avanzando. Ni siquiera nos detuvimos a sacar una fotografía.
Me relajé cuando llegamos a Kögurvík. La pequeña ensenada, situada cerca del extremo noroccidental de la península, es una de las joyas de la ruta. Hicimos una larga pausa, en la que dimos un paseo y hasta me animé a volar el dron. Con un resultado mediocre, pues no había logrado recuperarlo completamente del percance en Eldgjá.
En cualquier caso, la parada fue muy gratificante. Tras más de media hora sin ver un solo coche, el único ruido artificial que nos llegaba era el lejano ronroneo de la maquinaria de un pesquero, adentrándose lentamente en el Dýrafjörður. Pronto desapareció, dejándonos en silencio con la naturaleza. El agua, casi transparente, permitía distinguir las rocas y la arena del fondo de la cala. Varias gaviotas y fulmares volaban por las inmediaciones. Al principio, recelaron de nuestra presencia, pero pronto se acostumbraron y cada vez nos sobrevolaban más cerca, añadiendo belleza al momento.
Pero comenzaba a hacerse tarde. Retomamos la ruta, con la idea de volvernos a detener junto al faro de Svalvogaviti. Llegamos a su desvío cerca de las once de la mañana. Aparcamos el coche en el margen de la pista y dimos un breve paseo hasta el pequeño promontorio rocoso en el que se asienta el faro. Construido en 1920, como tantos faros de Islandia es un edificio meramente funcional, sin ningún adorno o elemento superfluo. Está pintado en un llamativo color naranja, para ser claramente visible y servir de referencia durante el día. Al menos cuando no haya niebla.
Niebla que, dicho sea de paso, estaba cada vez más baja, tan solo unos metros por encima de la pista. Las nubes parecían venir del sur y, desde que habíamos alcanzado el extremo septentrional de la península, cada vez eran más persistentes. Más allá del faro, Svalvogavegur seguía avanzando, ahora hacia el sureste, perdiéndose entre las laderas de montañas cuyas cimas no podíamos ver.
Había llegado el momento de tomar una decisión. La primera opción era seguir avanzando por la pista. Sabíamos que, unos kilómetros más adelante, ésta pasaba a ser una «carretera de montaña», la F622. Más allá, dejaba de ser una carretera oficial y comenzaba su otro tramo complicado, donde atravesaba una playa de guijarros, entre el mar y un acantilado. Había visto algún video, en el que la zona de la playa parecía muy dura. Quizá excesiva para el Subaru Forester que conducíamos. Si no lográbamos superarlo, regresar nos llevaría demasiado tiempo. Sin saber que ese tramo acababa de ser acondicionado, decidimos dar media vuelta. No queríamos arriesgarnos a un segundo fracaso en Dynjandi.
El regreso fue bastante más rápido. Ya conocíamos la carretera y ahora íbamos por el lado interior. No había tráfico pero, de encontrarnos con alguien, iríamos por el lado menos «emocionante». Esta vez, hicimos una pausa antes de atravesar Hrafnholur. La vista era impresionante. Y, al contrario que en el Arnarfjörður, la niebla en el Dýrafjörður iba levantando lentamente. Algo que, por otra parte, no es demasiado inusual en Islandia, donde las condiciones atmosféricas suelen cambiar en cuestión de minutos, o de kilómetros.
Estábamos disfrutando del paisaje y de la increíble paz del entorno cuando, por primera vez en dos horas, escuchamos el motor de un coche aproximándose. Muy pronto apareció desde más allá del último recodo, avanzando lentamente por la pista. Decidimos esperar a que superase Hrafnholur y, de paso, aprovechar para grabar un video. Una vez pasó de largo, dando las gracias por haberle cedido el paso, seguimos nuestro camino.
Al filo de las doce y cuarto, estábamos de vuelta en Þingeyri. Habíamos empleado cuatro horas en nuestra excursión hasta Svalvogaviti, recorriendo 42 kilómetros entre ida y vuelta. En aquel momento, mientras tomábamos un café en Simbahöllin, un local por cierto muy recomendable, estábamos llenos de satisfacción. Habíamos atravesado la mitad septentrional de Svalvogavegur, disfrutando de un entorno rabiosamente bello y salvaje. Y aun nos quedaba medio día por delante para llegar al hotel en Patreksfjörður, visitando Dynjandi de camino. Cuando regresé a Madrid y, por casualidad, vi un video reciente de Svalvogavegur, la satisfacción se convirtió en disgusto. Habíamos perdido una ocasión de oro para recorrer por completo una de las carreteras más hermosas y complicadas de Islandia.
En el canal familyvanexpedition, de YouTube se puede ver un intento de atravesar la carretera: https://www.youtube.com/watch?v=PqgKDneLIOI. Es un buen ejemplo de varias cosas que nunca hay que hacer conduciendo por estas pistas.
En inglés, la web Guide to Iceland tiene una larga entrada sobre la carretera: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/a-hazardous-journey-on-kjaran-s-avenue-the-most-dangerous-road-in-the-westfjords-of-iceland.
Arjan Wilmsen pudo recorrer Svalvogavegur en un día espléndido, como podemos comprobar en su blog: https://www.dedicationphotography.com/blog/road622westfjords.
Quien esté interesado en hacer senderismo por la zona, puede encontrar información en la página http://www.thingeyri.is/english/Hiking_trails_in_the_Westfjords_Alps/.
En YouTube, el canal Ervin Drives Around tiene un timelapse con la ruta completa: https://www.youtube.com/watch?v=FbjKN0E2pL8.
Si alguien quiere ver a Elís Kjaran Friðfinnsson en plena faena, hay un curioso video en https://www.youtube.com/watch?v=LQP0jWNfUt0.
Impresionante. No lo conocía porque siempre circulé por carreteras más seguras.
Una de las carreteras más hermosas que he podido recorrer en Islandia. Y eso que el listón estaba bien alto.
Mas allá de los paisajes, las sensaciones que tienes conduciendo por las pistas de tierra de Islandia son muy difíciles de describir e imposibles de plasmar en fotos. Muy recomendable, aunque haya que ir con cuidado.