En invierno, la situación suele ser aún peor. La carretera 923, que en realidad es una pista, tiende a estar cerrada con relativa frecuencia. Cuando permanece abierta, es un callejón sin salida, que da servicio al puñado de granjas repartidas por el cauce medio del Jökulsá á Dal. El acceso a Stuðlagil se puede realizar por dos caminos. El primero, desde la granja de Klaustursel. Deberás aparcar antes de cruzar el puente y seguir andando otros 5 kilómetros, por una senda que recorre la orilla derecha del río. La otra opción es seguir hasta la granja de Grund, donde encontraremos un mirador con un acceso relativamente sencillo.
Tras varios días con un tiempo excepcionalmente benigno, la 923 aparecía en el mapa de umferdin.is en azul claro: superficie resbaladiza, con menos del 20% de la calzada cubierta por hielo o nieve compactada. A esto se unía una mañana espléndida, con el cielo prácticamente despejado y un viento casi inexistente. Unas condiciones completamente anómalas, en pleno mes de febrero. El plan, improvisado sobre la marcha, era ir hasta el mirador «civilizado» sobre Stuðlagil. Una vez allí, decidiría si merecía la pena la caminata de 5 kilómetros hasta la orilla de enfrente. En caso contrario, al menos podría volar el dron. Poco después de las diez y media, me desviaba de la 923 y recorría los escasos 900 metros que llevan al aparcamiento de la orilla occidental. Un tramo de pista que no está supervisado y, en pleno invierno, suele ser intransitable.
La temperatura era baja: -7 ºC. Pero el sol brillaba en el cielo. Aunque no todo eran ventajas. El fondo del cañón permanecía en la sombra, complicando bastante cualquier intento de fotografiarlo. Además, comenzaba a levantarse viento. Tampoco iba a resultar sencillo volar el dron, en un entorno que incluso en condiciones óptimas resulta complicado. Al otro lado del río, el camino que lleva hasta el cañón presentaba una superficie inmaculada. Nadie la había pisado desde la última nevada, hacía ya varios días. La situación era peor en la senda que desciende hacia la orilla. Era imposible distinguirla bajo la nieve. Todo indicaba que debería resignarme a contemplar el cañón desde la plataforma metálica que, en mi visita de 2020, aún no estaba finalizada.
La situación era aún peor que en aquella jornada. Entonces, al menos pudimos recorrer la abrupta ladera, más allá de la plataforma, llegando a disfrutar de una perspectiva razonablemente interesante desde el borde del cañón. En pleno invierno, con la peligrosa ladera cubierta de nieve y visitando el lugar en la más completa soledad, intentarlo habría sido casi un suicidio. Tendría que conformarme con la vista, relativamente mediocre, que ofrece el mirador. Aunque no todo fue negativo. La nieve y el hielo habían convertido Stuðlagil en un lugar todavía más extraño de lo habitual.
Los carámbanos se descolgaban desde el borde del cañón, componiendo conjuntos irreales. La nieve realzaba las intrincadas formas de las columnas. Una extraña naturaleza, que parecía empeñada en incumplir cualquier mínima regla de simetría, con la precaria plataforma de hierro oxidado que me sostenía como única nota discordante. Mientras tanto, el frío, la soledad y el silencio, tan solo roto por las rachas de viento moviéndose entre la raquítica vegetación, intentaban llevar mi mente por extraños derroteros.
Las columnas de basalto de Stuðlagil se formaron en una erupción volcánica. Al enfriarse la lava, ésta se contrajo, creando prismas poligonales, generalmente de seis lados. Posteriormente el Jökulsá á Dal, uno de los ríos más impetuosos de Islandia, comenzó a abrirse camino entre el basalto, excavando un estrecho cañón flanqueado por columnas. Allí permaneció, prácticamente ignorado, hasta que en 2006 comenzó a llenarse el embalse de Hálslón, aguas arriba. El nivel del río descendió entre 7 y 8 metros, revelando la maravilla que antes permanecía oculta bajo sus aguas. En la actualidad, la mayor parte del caudal del Jökulsá á Dal se desvía por un largo túnel hacia la planta hidroeléctrica de Fljótsdalur. Tan solo muy ocasionalmente, cuando la presa de Kárahnjúkar desagua por su gran aliviadero, el río recupera brevemente su antiguo esplendor.
Apenas estuve 40 minutos en Stuðlagil. Podía haber esperado hasta que el sol iluminase sus profundidades, o a que el viento se detuviera brevemente, permitiéndome volar el dron. Pero tenía un largo y complicado itinerario por delante y no andaba sobrado de horas de luz. Por segunda vez, me había tenido que conformar con la vista menos espectacular del cañón. Interesante, pero poca cosa en comparación con la que ofrece su orilla oriental. Aunque tampoco me puedo quejar. No todos los inviernos se puede llegar a Stuðlagil. Ni siquiera a su lado más civilizado. Su orilla salvaje tendrá que esperar hasta la siguiente ocasión.
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Para ampliar la información.
El blog Aire Puro tiene una entrada sobre el lado «correcto» de Stuðlagil: http://airepuromendizale.blogspot.com/2022/09/canon-de-basalto-studlagil.html.
La web de la Fundación Aquae tiene una entrada sobre el Jökulsá á Dal: https://www.fundacionaquae.org/el-rio-glacial-jokulsa-a-dal-y-el-canon-de-basalto-de-studlagil/.
En inglés, Guide to Iceland tiene un artículo sobre el cañón: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/studlagil-canyon-iceland.
Más larga e interesante la entrada en Hit Iceland: https://hiticeland.com/places_and_photos_from_iceland/stuðlagil-canyon-in-jökla.
Quien quiera averiguar las posibilidades fotográficas de Stuðlagil, puede ver el video del fotógrafo danés Mads Peter Iversen: https://www.youtube.com/watch?v=pQExfNMyxpc.
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