Hoy me ha escrito Marta, para comentarme que mi modesto blog había sido seleccionado como «blog del día«. Gracias Marta, aunque creo que no lo merezco. Conozco muchos blogs mejores que el mío y, con toda seguridad, hay infinidad de bitácoras personales, de las que jamás he oido hablar, que tienen todavía mayores méritos.

En cualquier caso, la noticia me ha hecho reflexionar. Según redacto estas líneas, el blog tiene 713 entradas. Todas, salvo cinco, escritas por mi. A las que deberemos añadir otras 18, completamente terminadas y programadas para publicarse entre mañana y el 28 de julio. Un trabajo que, para alguien con escasos medios y poco sobrado de tiempo, es una pequeña hazaña. Jamás pensé que llegaría tan lejos, ni en amplitud de contenidos, ni en número de visitas. Algo que empezó como un pequeño experimento, ha terminado cobrando vida propia y consumiendo una buena parte de mis ratos de ocio.

En cualquier caso, no me quejo. La experiencia ha sido (está siendo) extraordinariamente interesante. En cierto modo, escribir un blog ha cambiado mi forma de viajar. Me ha hecho más curioso, más inquisitivo. No viajo para escribir en el blog. Pero es cierto que, mientras lo hago, me intereso todavía más que antes por aquello que visito. Y, cuando regreso, al preparar y escribir las entradas, aprendo todavía más sobre los lugares que he tenido la suerte de conocer. Al final, acabo viajando tres veces: cuando planifico el viaje, mientras lo realizo y, a veces varios meses más tarde, al escribir en el blog.

También ha cambiado mi memoria, mi forma de recordar los viajes. Antes de escribir un blog, mis recuerdos se diluían con el tiempo. ¿Qué lugares de la Dordoña recorrimos en 2013? ¿Aquella encantadora ciudad que visitamos desde Trieste, en el verano de 2007, estaba en Eslovenia, o en Croacia? ¿Fue en ese mismo viaje cuando atravesamos la orilla occidental del lago de Como?

Aún era peor antes de la aparición de las cámaras digitales. Al menos, éstas permiten tener las fotografías perfectamente datadas y, con un mínimo esfuerzo, organizadas. Además, desde que la mayor parte también está geolocalizada, las posibilidades de reconstruir las vivencias de un viaje son mucho más sencillas. En la era analógica, o eras extremadamente organizado, o en unos años tus fotos acababan en un cajón, formando un amasijo anárquico, del que resultaba muy complicado recuperar información. ¿Nuestro primer viaje a Noruega, fue en 1992, o al año siguiente? ¿Cuántos días estuvimos? A estas alturas, resulta imposible saberlo.

Y, sin embargo, toda esta acumulación de recuerdos, de experiencias más o menos útiles o interesantes, puede acabar teniendo una vida extraordinariamente breve. ¿Cuánto durará el blog, cuando mi cabeza ya no esté a la altura de sus incesantes necesidades de mantenimiento? ¿Qué pasará el día en que no pueda permitirme pagar sus gastos? Creo que ese es uno de los principales problemas de la blogosfera. O, en general, de la era digital, cuyos albores nos ha tocado vivir. Todo es fugaz, transitorio. En el fondo, siempre ha sido así. Pero ese proceso no para de acelerarse, hasta alcanzar una velocidad de vértigo.

He visto morir decenas de blogs. Es otra de las consecuencias de gestionar uno y de mi manía de enlazar a otras webs. El mantenimiento de esos vínculos acaba consumiendo una parte de mi tiempo y, lo que es peor, de mi energía emocional. Rara es la semana en que no veo desaparecer un blog interesante, que había enlazado desde alguna de mis entradas. Unos cuantos, mal que bien, se preservan en Internet Archive. Ese espléndido proyecto, que actualmente pende de un hilo. Otros, se desvanecen para siempre. O, lo que es aún peor, acaban en manos de algún desaprensivo que, fugazmente, aprovecha su menguante tráfico para vender o promocionar cualquier tipo de producto. Sea éste legal o no.

¿Tiene futuro la blogosfera? No lo sé. Quizá acabemos renegando de las redes sociales, del clickbait y de los contenidos de usar y tirar. O quizá la incipiente «inteligencia artificial» inunde internet de una avalancha tal de supuesta información, que resulte imposible diferenciar el grano de la paja. Mientras lo averiguo, seguiré escribiendo este blog. Puede que alguien lo lea. O puede que se acabe convirtiendo en un diario, todavía más íntimo y personal, de un romántico trasnochado.

Para ampliar la información.

Se puede ver la mención a mi blog, junto con una pequeña entrevista, en https://www.blogdeldia.org/2024/05/de-puerto-en-puerto/.