Le Lyrial fue construido en los astilleros de Fincantieri, en Ancona, entre 2014 y 2015. Tenía por tanto poco más de tres años cuando subimos a bordo. Con una eslora de 142 metros y 18 de manga, su calado es de 4,8 metros. Tiene una capacidad máxima de 260 pasajeros, a los que hay que añadir 140 tripulantes. Es, con diferencia, el barco de crucero más pequeño en el que he viajado hasta ahora. Lo cual, como veremos, tiene muchos pros, pero también algún contra.
Ponant enfatiza que la experiencia a bordo es similar a viajar en un yate privado. Hay que reconocer que se esfuerza por lograrlo. Desde el primer momento, las atenciones son continuas. Empezando por el capitán que, al comenzar el crucero, recibe y saluda uno a uno a todos los pasajeros que suben a bordo. O su interesante política de «puente abierto», que permite acceder al puente de mando casi sin limitaciones. Al llevar tan pocos pasajeros, la tripulación aprende las preferencias de cada uno con una prontitud asombrosa. Y, con contadas excepciones, los espacios comunes suelen estar prácticamente vacíos. En general, la atmósfera del barco me pareció increíblemente relajada. En ningún momento sufrimos la más mínima aglomeración.
Aunque, evidentemente, no íbamos en un yate privado. Como en cualquier crucero, había unos horarios sobre los que no teníamos ningún control. Y, por supuesto, teníamos que compartir las zonas comunes con el resto del pasaje. En general, esto no supuso mayor problema. El itinerario estaba perfectamente estudiado y tanto la duración de las escalas, como las horas en las que Le Lyrial llegaba y zarpaba de cada puerto, muy bien optimizadas. En cuanto al pasaje, estaba formado principalmente por personas de mediana edad, bastante viajadas. El ambiente era de una corrección y una tranquilidad que llevaba tiempo sin ver.
Respecto al barco, Le Lyrial tiene seis cubiertas accesibles para sus pasajeros. La inferior es la número 2, en la que los únicos espacios accesibles están a popa. El primero de ellos es Gastronomic, el restaurante principal, que sirve desayuno, comida y cena en turno libre. Acostumbrado a los restaurantes de otros cruceros, la primera vez que entré me llamó la atención por su reducido tamaño. Aunque jamás tuvimos dificultad para encontrar mesa. Al fin y al cabo, en su interior es posible acomodar simultáneamente a todo el pasaje. El nivel de atención es magnífico y la comida a la altura que uno espera en un barco de bandera francesa. A popa del restaurante, pero sin comunicación directa con éste, se encuentra la marina, una plataforma cerca de la linea de flotación, que sirve para acceder a las lanchas durante las escalas. Claramente superior a las plataformas provisionales que utilizan otros barcos, la marina también se utiliza para acceder a las zodiac cuando Le Lyrial realiza cruceros de expedición.
La cubierta 3 está ocupada en parte por camarotes y el centro médico. En la zona central del barco se encuentran la recepción y el mostrador de excursiones. Más hacia popa, hay una tienda, en la que principalmente venden ropa y complementos con el logotipo de Ponant, y el Club Lounge, un amplio salón que conecta con una terraza a popa. Ésta a su vez comunica mediante una escalera con la marina, una cubierta más abajo, por lo que tanto la terraza como el Club Lounge se utilizan a modo de sala de espera durante los desembarcos con lanchas. Por las noches, el salón se convierte en una pequeña pista de baile.
En la popa de la siguiente cubierta se encuentra el teatro. Al igual que el restaurante, a pesar de su reducido tamaño tiene espacio suficiente para acomodar simultáneamente a todo el pasaje. El resto del nivel está ocupado por camarotes, entre ellos el 415, en el cual nos alojamos durante el crucero. Como el resto del barco, el camarote estaba en perfecto estado de mantenimiento, con una decoración a la vez moderna y funcional. No me pareció mucho más grande que los de otros cruceros, pero si más confortable, con los espacios muy bien estudiados. La zona de armarios, situada a la izquierda de la entrada, fue suficiente para acoplar nuestro equipaje. En frente, el baño me llamó la atención por su diseño, más actual y agradable que el de cualquier otro camarote que he conocido. A continuación, la zona de dormir, con una amplia cama de matrimonio. Frente a ésta, una larga repisa permitía tener organizados los innumerables gadgets con los que viajábamos. Más allá de una diminuta zona de estar, compuesta por una mesita y una butaca, una puerta corredera de cristal daba acceso a la terraza. En ésta había espacio para un par de sillas y otra mesa, también de reducidas proporciones. En general, los acabados y las calidades recordaban más los de un hotel de lujo que los de un camarote. Con la excepción, claro está, del espacio disponible. El camarote tenía una superficie de 18 metros cuadrados, a los que había que añadir otros 4 de terraza.
La cubierta 5 está ocupada en su mayor parte por camarotes, situados a proa. Hacia la popa se encuentran la sauna y el gimnasio. La cubierta tiene un par de pequeños espacios abiertos en cada costado, en los que no suele haber nadie, aunque tampoco tienen demasiado interés. Por contra, la pequeña terraza cubierta que hay sobre la popa, a la que se accede bajando una escalera desde la cubierta superior, es un lugar a la vez tranquilo y agradable, sobre todo durante la navegación. Perfecto para tomar algo mientras se contempla la estela que el barco va dejando a su paso. Aunque es en la proa donde se encuentra el espacio más interesante de toda la cubierta. Quizá de todo el barco.
En el puente de mando de Le Lyrial.
La siguiente cubierta es la que cuenta con más espacios públicos, a pesar de estar ocupada en su parte central por las suites. A proa, hay un salón panorámico, con una barra y un espacio lateral que hace las veces de pequeña biblioteca. A pesar de tener cristaleras en tres de sus paredes, las vistas desde el salón no son nada especiales, pues está bastante encajonado. Pero desde el salón se accede a un terraza panorámica, que ofrece una magnífica perspectiva sobre la proa de Le Lyrial, además de contener unas cuantas tumbonas, especialmente agradables durante la navegación. A popa está Grill, el otro restaurante del barco, que funciona como buffet. Sin ofrecer la amplísima variedad de otros cruceros, su oferta me pareció suficiente y de mejor calidad. Así mismo, su ambiente relajado era muy diferente del bullicio que suele caracterizar el buffet de los barcos de mayor tamaño. El buffet se prolonga en la terraza de popa, donde las mesas se extienden hasta llegar a la piscina. Fue nuestro lugar favorito para desayunar. Una zona muy tranquila y agradable en las horas del amanecer. El resto de la popa está ocupado por la piscina y sus correspondientes tumbonas.
Por último está la cubierta 7, en la parte superior del barco. En proa hay una amplia terraza panorámica, con una magnífica vista tanto al frente como a los costados. En teoría, su uso está reservado, como zona de esparcimiento, a la tripulación del barco. Un detalle que no he visto en ninguna otra naviera. En la práctica, nunca tuvimos ningún impedimento para acceder. Si encontrabas algún tripulante en la cubierta, bastaba con pedir amablemente permiso antes de entrar y por supuesto dar prioridad a la tripulación en el uso de un espacio que, al fin y al cabo, es para ellos. Siguiendo hacia popa, la zona central de la cubierta se usa como espacio de almacenamiento, en el que junto a un contenedor se guardan las zodiac. En nuestro crucero por el Mediterráneo no se las dio ningún uso. A continuación, separado por un compartimento de servicio, hay un agradable bar al aire libre, con unos cuantos sofás que dan sobre la piscina y la popa de Le Lyrial.
En general el barco presentaba un aspecto muy cuidado y un impecable nivel de mantenimiento. Los espacios comunes eran confortables y nunca tuvimos el menor problema para encontrar un lugar libre allá donde quisimos estar. Los espacios al aire libre eran más que suficientes, con la posibilidad de ver la proa desde las dos cubiertas superiores. A popa, se podía elegir entre tres terrazas, en las cubiertas 6, 5 y 3, progresivamente más cerradas y protegidas. En un crucero por el Mediterráneo en pleno verano, primaban las cubiertas superiores, más abiertas. Por contra, en un itinerario por zonas más frías, la popa de la cubierta 3 puede ser un lugar magnífico para disfrutar del aire libre durante la navegación. Nos vino muy bien durante nuestra última tarde a bordo, cuando nos sorprendió una tormenta frente a Hvar.
Por contra, en lo que quizá Le Lyrial se queda un poco corto es en las opciones de restauración, algo por otra parte comprensible en un barco de tan reducidas dimensiones. Únicamente hay dos restaurantes, uno de ellos tipo buffet. En un viaje de pocos días, en el que además hicimos un par de cenas fuera del barco, no nos supuso ningún problema. Quizá en un itinerario de mayor duración, por zonas en las que siempre haya que comer a bordo, pueda acabar siendo algo repetitivo. También me pareció poco práctica la tienda a bordo, demasiado enfocada a la ropa de marca. Apenas había artículos de primera necesidad que, dependiendo del itinerario, te pueden sacar de un apuro. Vender cepillos de dientes o artículos de higiene femenina es poco glamuroso, pero en un barco creo que es necesario. También hay que tener en cuenta que el barco tiene un perfil muy esbelto, con apenas 18 metros de manga. Pese a los estabilizadores, tiende a balancearse más que los barcos de mayores dimensiones. Por último, no lo recomiendo a aquellos que van de crucero buscando jolgorio. En Le Lyrial no creo que lo encuentren.
Dicho lo cual, para mi la experiencia fue muy positiva. Más de lo que a priori esperaba. Navegar en un barco de 260 pasajeros es claramente distinto a hacerlo en uno con más de 4.000. Y no solo por el nivel de servicio y la atención personalizada. También en las escalas. Tuvimos un buen ejemplo en Kotor, donde coincidimos con el MSC Musica. Al llegar, el pequeño casco histórico estaba literalmente tomado por su pasaje. Y eso que, por el ambiente que se veía en sus cubiertas superiores, una buena parte ni se había molestado en bajar a tierra. Por fortuna, zarparon mientras estábamos visitando la fortaleza de San Juan. Cuando regresamos al casco antiguo, éste parecía haberse transmutado, convertido en un lugar tranquilo por el que era agradable pasear.
La práctica de desembarcar en lanchas, que en otros barcos es poco menos que una epopeya, en Le Lyrial se lleva a cabo con una fluidez asombrosa. En primer lugar, porque casi todo el pasaje cabe en una de sus lanchas, con lo que no es necesario organizar turnos, ni se forman aglomeraciones. También ayuda la marina situada en popa, que facilita enormemente la maniobra. El resultado es un proceso ágil y relativamente cómodo, que permite desembarcar en lugares muy interesantes, a los que no llegan otros cruceros, como Parga o Mljet. En puertos más frecuentados, como Dubrovnik, las lanchas nos dejaron en el corazón de la ciudad, en lugar de en un muelle situado a varios kilómetros. En todas las escalas se organizaba un servicio regular, con horarios establecidos cada media hora, por lo que incluso era posible regresar a Le Lyrial y volver a tierra posteriormente.
Por encima de todo, lo que me dejó mejor sabor de boca fue la perfecta orquestación de las escalas, desde la hora de llegada a puerto o el tiempo de estancia, hasta la hora de zarpar. Exceptuando el último tramo de navegación, entre Hvar y Venecia, los demás puertos estaban muy próximos entre si. Al contrario que otros cruceros, en los que los barcos deben atravesar largas distancias por la noche, condicionando los horarios, aquí no había prisa alguna. Generalmente llegábamos a puerto con las primeras luces del alba y, en algunas ocasiones, permanecimos fondeados casi hasta medianoche. Zarpamos pronto de Hydra, para atravesar el Canal de Corinto justo tras la cena, o de Kotor, para llegar a la desembocadura de sus Bocas coincidiendo con una espectacular puesta de sol. En los dos casos, la duración de la escala fue más que suficiente para conocer ambos lugares. Incluso, el séptimo día del crucero, tuvimos una escala doble. Desayunamos antes de desembarcar en Mljet, donde pasamos la mañana. Comimos tranquilamente a bordo, durante las dos horas de navegación entre Mljet y Korčula. Desembarcamos en ésta última al filo de las 14:30, para una escala de ocho horas, en la que incluso pudimos cenar en tierra, degustando la gastronomía local, tras haber tenido tiempo de sobra para recorrer la pequeña ciudad.
Resumiendo, una fantástica experiencia, con una pega principal: el precio. Ponant es una naviera premium y eso hay que pagarlo. Como hay que pagar el lujo de ir en un barco de reducidas dimensiones, o la posibilidad de conocer lugares remotos, a los que prácticamente es imposible llegar por otros medios. En este caso, a pesar de que la mayor parte de las escalas fueron en puertos poco frecuentados por cruceros, no dejábamos de estar en el Mediterráneo, por lo que el precio era algo más razonable. Aun así, acabó costándonos prácticamente el doble que el itinerario que habíamos hecho por la zona dos años antes, a bordo del Eurodam. Además, en aquella ocasión el crucero duró 12 noches, en lugar de 8, por lo que el coste por noche en Le Lyrial acabó siendo dos veces y media superior. En cualquier caso, una naviera muy recomendable, con la que espero volver a navegar.
También se puede consultar la ficha sobre el barco en buscocrucero.com: http://www.buscocrucero.com/navieras/ponant/10/le-lyrial/355/1/barco/.
En https://depuertoenpuerto.com/de-atenas-a-venecia/ se puede ver el crucero que hicimos entre Atenas y Venecia.
En inglés, la página sobre Le Lyrial en la web oficial de Ponant está en https://en.ponant.com/le-lyrial-ly-2.
A quien quiera ver fotografías del barco, le recomiendo visitar The Incidental Tourist (http://theincidentaltourist.com/ponant/) y Cruising Journal (https://www.cruisingjournal.com/en/photo/le-lyrial-photo-album).
Por último, el blog The Avid Cruiser tiene una entrada sobre el barco: https://www.avidcruiser.com/2019/06/le-lyrial-french-ambience-on-what-feels-like-a-yacht/.
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