Queríamos visitar uno de los grandes tubos de lava de Hallmundarhraun. En algunos, como Stefanshellir y Surtshellir, se puede entrar libremente. Pero los tubos lávicos son lugares muy peligrosos. El acceso se suele realizar por secciones hundidas del techo, lo que obliga a caminar sobre caóticos amontonamientos de piedra. Además, tienden a ser inestables y siempre existe la posibilidad de un desprendimiento. Pese a no ser muy amigos de las actividades en grupo, nos pareció que lo mas prudente sería visitar el «civilizado» Víðgelmir. Que, además, contaba con el acceso más sencillo, en las inmediaciones de la carretera 523.
Llegábamos a Víðgelmir a media tarde, tras un caótico día marcado por los caprichos del clima de Islandia. En realidad, teníamos previsto visitar la cueva al día siguiente. Pero el viento y la lluvia habían truncado nuestro recorrido por Snæfellsnes. Llegamos a las puertas de Víðgelmir sin tener la más mínima idea de su horario o si, en el segundo verano de la pandemia, el aforo estaría limitado. Pero nuestra hamingja debió apiadarse de nosotros. Toda la mala suerte que habíamos sufrido en Snæfellsnes se compensó en un abrir y cerrar de ojos. Llegamos a Víðgelmir tres minutos antes de las cuatro, la hora de la última visita de aquel día a la cueva. Y, casualmente, faltaban dos personas para completar el grupo.
Antes de salir del pequeño edificio que hace las veces de recepción, nos dieron un casco y varias indicaciones sobre cómo comportarnos en la cueva. Después, nos pusimos en camino hacia la entrada. En unos minutos, estábamos al borde de un gran boquete, fruto del derrumbe de parte del techo de Víðgelmir. Una escalera de madera descendía hacia las profundidades, salvando el caótico amontonamiento de cascotes. Las dimensiones del lugar eran apabullantes.
Pese a que la cueva está iluminada, antes de adentrarnos en sus profundidades encendimos las lámparas frontales de nuestros cascos. Dentro hacía un frío intenso. Hasta tal punto que, en algunos rincones, se acumulaba el agua congelada. Aunque la temperatura en la cueva es bastante estable, dependiendo de la época del año es posible ver estalactitas de hielo surgiendo desde su suelo, formando una escena completamente irreal. En agosto, a finales del corto verano islandés, no logramos ver ninguna.
Tras superar una zona muy angosta, el tubo de lava volvió a abrirse. La cueva se mostraba en toda su grandeza, con los lugares más interesantes realzados por la iluminación. Debido a su formación, un tubo de lava es muy distinto a una cueva kárstica. Desde luego, carece de las extrañas formas y del trazado muchas veces laberíntico de éstas. Pero no por ello es menos interesante. Más allá de las extrañas texturas y paletas de colores, sus propias dimensiones hacían que el lugar fuera fascinante. Fascinación que se incrementaba al pensar que, hace poco más de un milenio, por aquel enorme conducto fluiría un río de magma fundido, a más de mil grados de temperatura.
El chico que hacía de guía, un estudiante inglés de geología que estaba trabajando en Islandia durante el verano, hacía continuas paradas, explicándonos aquello que teníamos ante nuestros ojos. Su pasión y sus conocimientos eran evidentes, añadiendo interés al recorrido. Mas allá de la geología, la cueva ha dado alguna sorpresa arqueológica. En 1993 se encontraron en su interior huesos y algunas joyas de la era vikinga. Nadie sabe su origen, pero la hipótesis más plausible es que alguien, quizá huyendo de la justicia, se ocultó en la cueva, donde vivió cierto tiempo. En aquella época, la roca aun mantendría parte del calor del magma, por lo que el lugar sería mucho más acogedor que en la actualidad.
En algunos tramos, la pasarela de madera se acercaba mas a alguna de las paredes, haciendo más sencillo apreciar sus extrañas texturas. Los variados colores, se correspondían a lava de distintos momentos de la erupción, que habían dejado su huella al solidificarse en el tubo lávico. También revelaban los distintos niveles del magma. Aunque, para nuestros ojos profanos, aquello pareciera restos de chocolate fundido.
Otras partes de la gruta, sobre todo en las zonas del techo donde se habían producido desprendimientos, mostraban llamativos colores. Éstos tenían su origen en los distintos compuestos químicos que iba formando la colada. Óxidos, sulfuros, hierro y cobalto crean una extraordinaria paleta cromática, realzada por las extrañas texturas.
La vida también ha logrado encontrar su hueco en unas condiciones tan extremas. Algunas rocas presentaban un aspecto blanquecino, que en realidad tenía su origen en colonias de bacterias. Aparentemente, éstas obtienen toda su energía de la oxidación de los metales. Serían, por tanto, bacterias quimiótrofas, semejantes a las que se pueden encontrar en los respiraderos hidrotermales de las dorsales oceánicas.
Tras recorrer unos 600 metros, llegamos al final de la pasarela. El túnel seguía avanzando y, unos metros mas allá, giraba bruscamente hacia la derecha, desapareciendo de nuestra vista. En ese momento, el guía nos pidió apagar nuestras linternas frontales y esconder nuestros móviles. A continuación, desconectó durante unos segundos toda la iluminación. Nos quedamos en las tinieblas más absolutas. Una oscuridad muy superior a la que se puede experimentar en una noche, por muy cerrada que ésta sea, o encerrado en una habitación. La falta de luz era tal que mi cerebro, confundido por la ausencia de referencias, comenzó a intentar crear patrones visuales y a generar pequeños fogonazos donde en realidad no había nada. Una experiencia realmente extraña.
El regreso fue mucho más rápido. No hicimos ninguna pausa y la mayor preocupación del guía era que nadie se quedara atrás. Una tarea complicada, pues era difícil resistirse a los encantos de Víðgelmir. Hora y media después de haber descendido a las profundidades, regresábamos a la superficie. Nos recibió un aire cargado de humedad, que nos pareció cálido en comparación con la gélida atmósfera de la cueva.
En contra de lo que se afirma comúnmente, Víðgelmir no es el mayor tubo lávico de Islandia. Honor que le corresponde a Laufbalavatn, con más de cinco kilómetros de longitud. Ni siquiera es el más largo de Hallmundarhraun, pues Surtshellir lo supera por algo más de doscientos metros. Aun así, Víðgelmir es impresionante y, en mi opinión, merece ser visitado. Si el recorrido «civilizado», de 600 metros de longitud, te parece poco, siempre puedes apuntarte a otro, más aventurero, en el que se recorre una buena parte de los 1.585 metros de longitud de la cueva a lo largo de cuatro horas. En cualquier caso, aunque como nosotros elijas la visita corta, conocerás otro lugar fascinante en la mágica tierra de hielo y fuego.
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En https://depuertoenpuerto.com/dieciseis-dias-en-islandia/ encontrarás todo nuestro itinerario de 16 días por Islandia.
En inglés, la web oficial de Víðgelmir está en https://thecave.is.
En Reyjavík Grapevine encontraremos un artículo interesante: https://grapevine.is/travel/2016/09/19/a-world-beneath-our-feet-the-vidgelmir-lava-cave/.
También merece la pena visitar la entrada en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/the-awesome-lava-formations-and-colours-in-vidgelmir-cave-in-west-iceland.
¡Una magnífica experiencia!
Sin duda lo es.