Entre las agrestes montañas de la península de Tröllaskagi y el amplio Skaga­fjörður, se extiende una pequeña región, poco poblada y tradicionalmente mal comunicada, que sin embargo tuvo importancia en los lejanos tiempos del landnámsöld. En el más occidental de sus dos valles, se estableció Hrafna-Flóki Vilgerðarson, el noruego que bautizó la isla como la Tierra de Hielo. Tras un primer intento en los Fiordos del Oeste, que terminó en fracaso, regresaría a Islandia para fundar una granja en el valle que aun lleva su nombre: Flókadalur, «el valle de Flóki». En el valle oriental, se esconde uno de los alojamientos más lujosos y exclusivos de Islandia. Quizá el navegante medieval y los turistas ultrarricos de la actualidad llegaron a los valles de Fljót buscando lo mismo: un lugar aislado y poco conocido, rodeado por una naturaleza apabullante.

Junto a la granja de Hraun

Junto a la granja de Hraun.

Llegué a Fljót a las diez en punto de la mañana. El hermoso amanecer, cuyos primeros compases había podido contemplar en Siglufjörður, llegaba lentamente a su fin. A mis pies, podía ver la pequeña granja de Hraun. Un término muy común en la toponimia islandesa, en solitario o combinado con otra palabra, que hace referencia a la existencia de un antiguo campo de lava. En cualquier caso, era imposible adivinar su presencia. Un inmaculado manto blanco cubría todo el paisaje. Incluido el Miklavatn, cuyas aguas congeladas también permanecían ocultas bajo la nieve. Tan solo la superficie perfectamente lisa de ésta revelaba la existencia de un lago.

Hraunamöl

Hraunamöl.

Hraunamöl, una barra arenosa, igualmente cubierta de nieve, separaba el extremo septentrional del Miklavatn de las aguas del mar abierto. La zona sigue teniendo cierta relevancia, debido a la gran cantidad de patos que allí anidan. A pesar de su duro clima, se estima que unos 3.500 ejemplares de eider común (Somateria molissina) pasan allí todo el año. Sus plumas son muy apreciadas para la elaboración de edredones, siendo una de las principales fuentes de riqueza de la granja. Más allá, podía ver la ensenada de Haganesvík y la mole nevada del Bakkafjall. Las dimensiones del paisaje eran imponentes. Difíciles de apreciar en una foto, salvo que reparemos en el diminuto tamaño de las casi inapreciables granjas, junto a la orilla de Haganesvík.

Flókadalur

Flókadalur.

Siguiendo con la vista hacia el interior de la ensenada, se distinguía con claridad la parte inferior de un valle, salpicado de pequeñas granjas. Era Flókadalur, parcialmente ocupado por otro lago y cuyo límite occidental está formado por una serie de montañas horadadas por valles, alternándose con una extraña cadencia. Pese a que las laderas se elevan 500 metros sobre el suelo de Flókadalur, el sol tan solo lograba iluminar su parte superior. Durante el invierno, las granjas permanecen sumidas en la sombra la mayor parte del día. En la lejana era del Þjóðveldisöld, este valle fue uno de los baluartes del clan de Möðruvellingar, uno de los mas importantes de la isla.

Reemprendí mi ruta. La carretera descendía suavemente, adentrándose en un paisaje de ensueño. El asfalto apenas tenía nieve y el tráfico era inexistente. Una vez más, conducir era una delicia. Únicamente el sol, extraordinariamente brillante, complicaba ocasionalmente la visibilidad. Y, curiosamente, según descendía y me adentraba en el valle, aumentaba la cantidad de hielo y nieve sobre el asfalto.

La carretera giraba bruscamente hacia el oeste en su intersección con la carretera 82, que se adentraba hacia el impresionante paisaje nevado del interior de Tröllaskagi. Ólafsfjarðarvegur remonta el valle del río Fljótaá, para luego atravesar el paso de Lágheiði y terminar descendiendo hacia Ólafsfjörður. Una ruta que permite recorrer el abrupto interior de la península y que, hasta la apertura de los túneles de Strákagöng y Héðinsfjarðargöng, fue prácticamente el único vínculo terrestre entre sus aisladas comunidades. De haber seguido recto, internándome entre las montañas otros 13 kilómetros hacia el sur, habría llegado a la granja de Deplar. Abierto en 2016, en una antigua granja de ovejas edificada en el siglo XVIII, quizá sea el alojamiento más lujoso de toda Islandia.

La carretera 787 (Flókadalsvegur)

La carretera 787 (Flókadalsvegur).

Me detuve nuevamente en el cruce con la carretera 787. Un pequeño aparcamiento, completamente cubierto de nieve, daba acceso a un todavía más pequeño monumento. Apenas una piedra con una inscripción y una avejentada placa explicativa. Estaba en Flókadalur. El sol, tamizado por las cada vez más abundantes nubes, iluminaba las blancas laderas, mientras una carretera completamente cubierta de nieve se adentraba en el valle. El silencio era sepulcral. El paisaje, de una belleza serena, sin estridencias, acentuada por la absoluta soledad en que me encontraba.

Haganesvík

Haganesvík.

Hacia el norte, podía ver la ensenada donde, con toda probabilidad, habría desembarcado Flóki. ¿Qué le llevaría a escoger un lugar tan remoto y desolado, pudiendo haber elegido prácticamente cualquier lugar de una isla virtualmente deshabitada? Quizá fue precisamente ese aislamiento, junto a la abrupta costa de Tröllaskagi, lo que pudo atraer a uno de los primeros pobladores de Islandia, que llegó a estas nuevas tierras huyendo de una Noruega en su opinión demasiado «civilizada». Según una leyenda local, al otro lado del río hay dos grandes rocas, que marcarían la ubicación de su tumba, en un lugar conocido como Flókasteinar. Otros dicen que, en las inmediaciones, habría enterrado un tesoro. Una ofrenda de Flóki a los antiguos dioses nórdicos. Ambas historias son poco probables, pues los terrenos de la antigua granja de Mór, donde residía, estaban junto a la costa, en la orilla occidental del Flókadalsá.

El sol ilumina Flókadalur

El sol ilumina Flókadalur.

En cualquier caso, aquel día no tendría oportunidad de averiguarlo. El sol, finalmente, había logrado despuntar sobre las montañas que cierran el valle por el este. Sus tibios rayos acariciaban la nieve, arrancando efímeros destellos de entre sus copos. La carretera que se adentra en Flókadalur era tentadora, pero los cortos días del invierno islandés no suelen dar muchas opciones a la improvisación. Mas aún en un tramo escasamente poblado de la costa ártica de la isla. Además, se esperaba un fuerte temporal para esa misma tarde y aun estaba a 319 kilómetros de mi destino final del día, en Stykkishólmur. No podía entretenerme más.

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Para ampliar la información.

En https://depuertoenpuerto.com/diez-dias-de-invierno-en-islandia/ encontrarás todo mi segundo recorrido invernal por Islandia.

En inglés, la granja de Hraun tiene su propia web en https://icelandiceider.com/. Más allá de vender edredones, la página también da alguna información interesante sobre la zona.

También es posible recorrer los alrededores a caballo: http://icelandichorse.is/.

La web de la granja de Deplar está en https://elevenexperience.com/deplar-farm-iceland-winter/. Y no, cuando has calculado el cambio desde coronas islandesas, no has puesto ceros de más.

Deplar crea sentimientos contrapuestos en la población local, como podemos leer en https://icelandmonitor.mbl.is/news/news/2019/07/16/deplar_farm_owners_buy_more_land/.