Una vez más, el indómito clima de Islandia cambió mis planes, obligándome a renunciar a visitar Aldeyjarfoss. Incluso en las inmediaciones de la costa, el campo estaba cubierto por una capa de nieve helada, que se extendía sobre buena parte de las carreteras principales. Como había podido comprobar tres días atrás, en mi excursión alrededor del Lagarfljót, las condiciones en el interior de la isla eran aun más complicadas. Pretender llegar hasta el final la carretera 842, para luego recorrer los últimos cuatro kilómetros andando, no parecía muy razonable. Menos aún con un temporal aproximándose al norte de Islandia. Sobre la marcha, decidí realizar unas cuantas visitas en el mágico entorno del lago Mývatn y a continuación dirigirme hacia el oeste, camino de Goðafoss.
Mañana de invierno en el Mývatn.
Fotografiando Goðafoss en invierno.
Aunque no suele ser mi opción favorita, tomé el túnel de Vaðlaheiðargöng. No tenía ningún sentido intentar atravesar el antiguo paso de montaña, oculto tras la niebla. Me detuve al llegar a la orilla oriental del Eyjafjörður, en uno de los miradores que hay frente a Akureyri. Desde mi primer viaje a Islandia, cada vez que recorro esa carretera intento aparcar y hacer una foto desde el mismo lugar. La vista que tenía ante mí era muy distinta del paisaje «veraniego» que había fotografiado por primera vez en julio de 2017. Ahora, contemplaba un entorno netamente invernal, con la ciudad completamente blanca y las nubes confundiéndose con la nieve que cubría las colinas, más allá de Akureyri. Por supuesto, era imposible tan siquiera adivinar las cimas de Strýta y Kista, que se elevan por encima de los 1.400 metros al oeste de la ciudad.
Paré en Akureyri para hacer la visita de rigor a la sucursal local de la librería Eymundsson, en la esquina entre Hafnarstræti y Kaupvangsstræti. Tras lo cual, tocaba tomar la última decisión del día. Quedarme a dormir en la ciudad o intentar llegar a Siglufjörður. Mientras rodeaba el extremo meridional del Eyjafjörður, me había caído una intensa nevada. Parecía que lo más razonable sería buscar hotel en Akureyri. Pero tan solo me separaban 77 kilómetros de mi hotel favorito en Islandia. Había dejado de nevar, quedaban casi dos horas de luz por delante y, puestos a quedarme bloqueado por uno o dos días, no se me ocurría mejor lugar. Reservé habitación y me puse en camino.
La situación no tardó ni 20 minutos en complicarse. Poco después de tomar el desvío de la carretera 82, que recorre la orilla occidental del Eyjafjörður, comenzó nuevamente a nevar. El cielo se oscureció bruscamente y, por un momento, parecía que me adentraba en un profundo temporal. Llegué a pensar en dar media vuelta, pero recorría una carretera con cierto volumen de tráfico y sabía que, unos kilómetros más adelante, tenía que atravesar Dalvík, donde había un pequeño hotel. Al menos, tenía un plan B. Al final, mis temores resultaron infundados. La nevada no tardó en amainar y, mientras atravesaba Dalvík, apenas caía algún copo aislado.
Según me acercaba al extremo septentrional del fiordo, incluso era posible ver algún retazo de cielo azul. Me permití el lujo de detenerme antes de entrar al túnel de Múlagöng. Volví a parar entre los dos túneles de Héðinsfjarðargöng, que unen Ólafsfjörður y Siglufjörður. Antes de su apertura, en 2010, Héðinsfjörður era prácticamente inaccesible durante buena parte del año. En la actualidad, el valle está deshabitado y el único signo evidente de civilización, más allá del aparcamiento, es la carretera que lo atraviesa fugazmente. Sin embargo, hace unas cuantas décadas había varias granjas, que fueron abandonadas, una tras otra, entre 1904 y 1951. Algo más al este, frente al mar abierto, estaba la granja del valle de Hvanndalir. Considerada la más aislada de Islandia, Hvanndalir quedó desierta en 1896. Anteriormente, en la primavera de 1859, Guðrún Þórarinsdóttir había protagonizado una historía épica. Embarazada y cargando con un bebé, logró atravesar los agrestes acantilados de la costa entre Hvanndalir y la granja de Vik, en Héðinsfjörður. Otra muestra del indómito carácter de los hijos de Islandia.
La última parada del día fue a la salida del segundo túnel de Héðinsfjarðargöng. Eran las seis de la tarde y los últimos rayos de sol teñían de rosa las nubes, al norte de Siglufjörður. La pequeña ciudad, que durante unos años llegó a ser la cuarta de Islandia, parecía dormir a los pies de las imponentes montañas de la península de Tröllaskagi. La sensación de paz que transmitía la escena contrastaba con la locura que, durante los años dorados del arenque, se adueñó del fiordo. Han pasado varias décadas desde que las pesquerías colapsaron, pero Siglufjörður ha logrado sobrevivir y hasta prosperar, con una economía cada vez más centrada en el turismo.
Quince minutos más tarde, aparcaba junto al hotel Siglo. Había conseguido llegar. Mientras cenaba, viendo por el ventanal del restaurante como la oscuridad de la noche devoraba lentamente el mundo blanco que había recorrido unos minutos atrás, consulté la previsión meteorológica. Al día siguiente, toda la isla estaba en alerta naranja. Pero lo peor del temporal se esperaba a última hora de la tarde. Con suerte, tendría una ventana de varias horas para salir de Tröllaskagi y seguir mi ruta hacia el oeste. En caso contrario, me vería obligado a quedarme un par de días en Siglufjörður, esperando a que amainara el temporal. En el fondo, no sabía cuál de las dos opciones me atraía más.
Para ampliar la información.
En https://depuertoenpuerto.com/diez-dias-de-invierno-en-islandia/ encontrarás la descripción de mi segundo recorrido invernal por Islandia.
En inglés, la página de turismo de Akureyri es https://www.visitakureyri.is/en.
La web oficial de turismo del norte de Islandia está en https://www.northiceland.is/.
También es interesante visitar la página oficial de la Carretera de la Costa Ártica en https://www.arcticcoastway.is/.
Encontraremos la web de turismo de la península de Tröllaskagi en http://www.visittrollaskagi.is.