La historia de como el comodoro Matthew C. Perry forzó al shogunato Tokugawa a abrir los puertos de Japón al comercio estadounidense es de sobra conocida. Su estrategia diplomática se redujo a amenazar con bombardear Edo, la actual Tokio, con sus cuatro buques de guerra. No teniendo nada que oponer a sus cañones, Tokugawa Ieyoshi se vio forzado a permitir que Perry pudiera moverse a su antojo por la bahía. Con el fin de prevenir que se repitieran los acontecimientos, el shogunato se propuso crear una serie de baterías costeras, emplazadas en islas artificiales, defendiendo Edo. Tan pronto como zarparon los barcos de Perry, dio comienzo la construcción de once islotes, muy pronto conocidos odaiba, una derivación de daiba, palabra que se traduciría como «fortaleza con cañones».

Los barcos de Perry regresan a Edo (kawaraban de 1854)

Perry regresa a Edo (kawaraban de 1854).

Al final, Japón se transformó antes de que el proyecto llegara a su conclusión. Perry volvió en 1854, con el doble de barcos, forzando la firma del tratado de Kanagawa, que fue seguido por otros acuerdos comerciales con diversas potencias europeas. El shogunato cayó, tras un periodo de inestabilidad conocido como Bakumatsu, y la renovada administración Meiji decidió que la mejor forma de defender su independencia era modernizar el país, poniéndolo al nivel de desarrollo de las potencias occidentales que amenazaban su existencia. Las islas quedaron abandonadas, convirtiéndose en un estorbo para el comercio y la navegación. Entre 1854 y 1965, nueve de ellas fueron destruidas, facilitando la creación de canales para los buques de mayor tamaño.

Islote Anas y el parque Daiba

Islote Anas y parque Daiba.

Todo cambió en la década de 1990, en plena burbuja inmobiliaria, cuando se ideó un plan para reclamar terreno a la bahía. En 1993 se construyó el puente Rainbow y dos años más tarde vio la luz un proyecto para crear un nuevo distrito, con 100.000 habitantes. Para entonces, la burbuja había estallado y el plan, convertido en un pozo sin fondo, fue abandonado. Hubo que esperar al nuevo milenio para que Odaiba encontrase su lugar, como una zona de turismo y ocio, aprovechando su privilegiada ubicación en una ciudad que prácticamente vive de espaldas al mar. El islote Anas y el parque Daiba, ambos situados en las inmediaciones del puente Rainbow, son los únicos vestigios del origen de la isla.

Llueve sobre Shibaura

Llueve sobre Shibaura.

Llegamos a Odaiba en la tarde de nuestro segunda jornada en Tokio, tras un trayecto en barco desde las inmediaciones del templo budista de Sensō-ji. El día cada vez era más gris y, hacia el oeste, caía un fuerte aguacero, que se aproximaba rápidamente a la isla. Cansados y hambrientos, decidimos tomar un bocado. Lo cual acabó siendo mucho más complicado de lo que habíamos esperado. Tanto Aquacity Odaiba como Island Mall estaban llenos a rebosar, con enormes colas en las puertas de sus restaurantes. Al final, conseguimos mesa en Khazana, un hindú en el que comimos estupendamente, mientras contemplábamos por su ventanal como el último fleco del tifón Krosa descargaba un auténtico diluvio.

Sede de Fuji Television Network

Sede de Fuji Television Network.

Nuestro plan era disfrutar del atardecer sobre la bahía, viendo como el skyline de Tokio iba iluminándose con el ocaso. Tras comer (o más bien merendar), disponíamos de una hora y media de luz, que empleamos en dar una vuelta hacia el interior de la isla. El paseo nos llevó bajo la vía de la línea Yurikamome y sobre la autopista Bayshore, una de las grandes arterias del área metropolitana. El entorno era de una indudable modernidad, presidida por el futurista edificio de Fuji Television Network. Pero, de algún modo, nos decepcionó. Quizá fue porque cada vez nos gusten menos los grandes centros comerciales, que ocupan buena parte de la isla. Quizá debido a los grandes espacios abiertos, no demasiado habituales en Tokio, que privaban a la zona de esa sensación de saturación visual, un tanto agobiante pero que forma parte del especial encanto de la ciudad. O simplemente llegamos cansados, tras una larga e intensa mañana, y no dedicamos a Odaiba el tiempo y el esfuerzo que merecía.

RX-0 Unicorn Gundam

RX-0 Unicorn Gundam.

Una muestra de esto último fue que, al final, no llegamos a VenusFort, otro de los centros comerciales de la isla, famoso por su recargada decoración de estilo «italiano». Nos conformamos con pasear hasta las inmediaciones de la estatua a tamaño «real» de un RX-0 Unicorn Gundam, de 19,7 metros de altura. Hicimos una breve incursión en el vecino DiverCity Tokyo Plaza, pero el gentío que había en su interior y el incipiente atardecer se combinaron para hacernos regresar a Odaiba Marine Park.

Estatua de la Libertad

Estatua de la Libertad.

Mientras esperábamos el ocaso, nos entretuvimos fotografiando la réplica de la Estatua de la Libertad que hay junto a la playa. Con 11 metros de altura y 9 toneladas de peso, es una reproducción exacta de la estatua que los ciudadanos de Estados Unidos regalaron a Francia en el centenario de la Revolución Francesa. El original, con un séptimo del tamaño de la de Nueva York, está instalado en Île aux Cygnes, en París. La estatua fue trasladada temporalmente a Odaiba en 1998, para conmemorar los lazos entre Francia y Japón. Tras pasar un año en la isla, se hizo tan popular que en el 2000 se instaló la actual réplica. A pesar de su reducido tamaño, una pasarela de madera permite acercarse tanto a la estatua que sus dimensiones se ven magnificadas. La clásica perspectiva con Liberty y el puente Rainbow al fondo podría engañar a cualquiera que no esté familiarizado con la Gran Manzana.

Crepúsculo desde Odaiba

Crepúsculo desde Odaiba.

Finalmente, llegó un crepúsculo que, siendo sincero, nos dejó un sabor agridulce. Tenía su encanto, con las luces de la ciudad brillando más allá del iluminado puente Rainbow y varios barcos turísticos navegando por la bahía. Pero, una vez más, no cumplió nuestras expectativas. Desde luego, la perspectiva no era rival para la de Manhattan desde el ferry de Staten Island o la de Hong Kong desde Kowloon. Al filo de las siete, decidimos que sería mejor regresar al centro de Tokio.

Para el viaje de vuelta, elegimos la línea Yurikamome, un curioso ferrocarril automatizado que enlaza las islas artificiales de la bahía con la estación de Shimbashi. El trayecto, en los asientos delanteros de un tren sin conductor, resultó tan entretenido que al día siguiente lo repetimos, esta vez recorriendo la linea de extremo a extremo, sin llegar a bajar en Odaiba.

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Para ampliar la información:

El blog Japonismo tiene una entrada sobre la isla (https://japonismo.com/blog/viaje-a-japon-odaiba-la-isla-artificial-de-tokio) y otra más específica sobre el Unicorn Gundam (https://japonismo.com/blog/el-gundam-a-tamano-real-de-nuevo-en-odaiba).

También interesante el post en Un Gato Nipón: https://www.ungatonipon.com/235/odaiba.

Muy completa la página sobre la isla en el portal oficial de tursimo de Tokio: https://www.gotokyo.org/es/destinations/southern-tokyo/odaiba/index.html.

En https://depuertoenpuerto.com/tres-dias-en-tokio/ se puede ver nuestra estancia completa, de tres días, en la ciudad de Tokio.

En inglés, la web de la Tokyo Port Terminal Corporation tiene una sección sobre Odaiba Marine Park: https://www.tptc.co.jp/en/c_park/01_02.

Quien esté interesado por la historia de Odaiba puede visitar WAttention: https://wattention.com/tokyo-bayside-story-odaiba/.

La estatua del Unicorn Gundam tiene su propia web: https://www.unicorn-gundam-statue.jp.