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Introducción.
El 8 de junio de 1783 la tierra se abrió al suroeste del volcán Grímsvötn, en la zona de grandes fisuras que se extiende, en dirección suroeste – nordeste, entre los glaciares Mýrdalsjökull y Vatnajökull. La erupción del Laki, también conocida como Skaftáreldar (los fuegos de Skaftá), sería una de las mayores sufridas por Islandia en época histórica. Durante 8 meses, sus 130 cráteres expulsaron 14 km³ de lava, creando el impresionante Eldhraun. Aunque fue mucho peor el impacto de las cuantiosas emisiones de gas a la atmósfera. Cuando, en febrero de 1784, cesó el flujo de magma, Islandia había perdido más de la mitad de su ganado, provocando una hambruna que acabaría con 9.000 vidas. Además, su influjo se notó en buena parte del planeta, Afectó al clima en Europa y Norteamérica. También alteró el flujo de los monzones. En Egipto, el descenso del nivel del Nilo mató de hambre a unas 400.000 personas. La sexta parte de su población. Y en Francia, la cosecha fallida de 1785 está considerada como una de las causas de su revolución. Puede que la erupción del Laki cambiase la historia de la humanidad.
Llevaba tiempo queriendo visitar la zona, que en Islandia llaman Lakagígar: los cráteres de Laki. A efectos prácticos, su único acceso es por Lakavegur. Oficialmente, la carretera de montaña F206. Una ruta que no resulta especialmente sencilla y nos obligará a conducir un vehículo con tracción a las cuatro ruedas. Además de ser impracticable durante el largo invierno. Recordaba haber pasado frente a una F206 cerrada al tráfico, al regreso de una excursión a Fjaðrárgljúfur en febrero de 2022. Mi único intento en verano se había frustrado, antes incluso de empezar, por la erupción de Litli-Hrutur de julio de 2023. El cambio de planes que provocó dejó en la cuneta la excursión al Laki.
Al año siguiente, las perspectivas tampoco parecían muy halagüeñas. Apenas tres días antes de partir para el que debía ser mi primer viaje otoñal a Islandia (en Islandia el otoño comienza en septiembre, o incluso a finales de agosto), la F206 estaba cerrada al tráfico. Una crecida en el Hellisá hacía que su vado solo fuera apto para grandes 4×4. Los “mountain truck» o «super jeep» que, generalmente, se encuentran fuera del alcance de aquellos que estamos en Islandia de paso. Todo apuntaba a que, una vez más, me quedaría con las ganas. Pero los dioses nórdicos decidieron cambiar mi suerte. Tras varios días sin apenas lluvia, el río recuperó su nivel habitual de otoño. El 8 de septiembre, en mi cuarta jornada de viaje, había llegado el momento de intentarlo.
En la F206.
A las nueve y media de una mañana mucho más gris que la anterior, tomaba el desvío de la F206. Tras dejar a un lado el cañón de Fjaðrárgljúfur, la carretera de montaña se adentraba en un paisaje de colinas y pequeños barrancos. La vegetación comenzaba a dar las primeras señales de la llegada del otoño, con los tonos ocres entremezclándose con un verde menos rabioso de lo habitual. El paisaje, aun siendo hermoso, no resultaba excepcional. Menos aún tratándose del sur de las Tierras Altas de Islandia, una de las regiones más deslumbrantes de la isla.
En poco más de 20 minutos llegué al vado sobre el río Stjórn. No planteó el menor problema. Pero cinco minutos pasadas las diez me aproximaba al primer vado serio de la ruta, esta vez sobre el Geirlandsá. Uno de los principales tributarios del Skaftá. Otra vez volvió a sonreírme la fortuna. La F206 avanza durante unos metros en paralelo al río, buscando el lugar propicio para atravesarlo, unos 500 metros aguas arriba de la hermosa Fagrifoss. Según me aproximaba a la orilla occidental, pude ver un vehículo acercándose desde el este. Aceleré un poco, para llegar a tiempo de ver como vadeaba. Aunque mi vehículo era algo más pequeño, el río era superable. Ni me bajé del coche a estudiarlo.
Seguí adentrándome lentamente en un paisaje áspero, donde la única señal de civilización era la precaria “carretera” que recorría. Algún que otro pequeño vado, que eran poco más que charcos con algo de corriente, baches, piedras y curvas. Lo normal en una carretera de montaña de las Tierras Altas de Islandia. Al menos, no había polvo. El terreno todavía retenía parte de la humedad de los últimos chaparrones.
El vado del Hellisá.
Entonces, llegué al vado del Hellisá. El río era ancho, al menos 30 metros, y parecía profundo. En Islandia, los vados con cierta complejidad, en rutas relativamente transitadas, suelen estar marcados con una cuerda, llena de banderines, que indica el lugar por el que, a priori, debería ser más sencillo cruzar el río. La última crecida se había llevado por delante la cuerda, dejando unos maltrechos postes, doblados por la fuerza del agua. Sin duda el vado era intimidante. Esperaría a ver como lo atravesaba otro vehículo.
En apenas tres minutos, escuché un motor acercándose desde el norte. Resultó ser un camión 4×4, acondicionado como vivienda. Entró al río sin detenerse. Al principio, el Hellisá no parecía muy profundo. Pero, según llegaba al tramo central del río, el camión hundió más de la mitad de sus enormes ruedas en el agua. Mis neumáticos eran mucho más pequeños. Aquel vado parecía complicado. En cualquier caso, mi objetivo estaba al otro lado y no tenía prisa. Esperaría a ver cruzar a otro vehículo.
Quince minutos más tarde, el ruido procedía del sur. Un Dacia Duster, ocupado por una pareja joven. Se detuvieron a mi lado y comenzamos la típica conversación. Que si parece muy ancho, que si lleva mucha agua, que cómo lo ves. Tenían dudas. Les enseñé el video que había grabado del camión. Sus dudas aumentaron. Entonces, la chica afirmó taxativamente: “no vamos a cruzar, hay demasiada agua”. Aquello pareció activar un resorte en el cerebro de él. Masculló algo en un idioma incomprensible, subieron al coche y se adentraron en el vado. El agua llegó a la junta de las puertas, pero si habían cruzado con un Duster, no me iba a quedar atrás con un Forester. Un minuto más tarde, estaba en la orilla septentrional del Hellisá.
Recorriendo Lakagígar.
Había cruzado el vado más complicado de la ruta, pero no podía cantar victoria. El día empeoraba por momentos. Hacia el norte, las nubes descargaban fuertes chaparrones. El problema de la F206 es que, con un SUV «normalito», es un callejón sin salida. Para regresar a la civilización, debería atravesar nuevamente el vado que acababa de cruzar. Si llovía mucho, podía ser un grave inconveniente.
Los primeros chubascos me alcanzaron mientras llegaba a Lakagígar. De momento, eran breves. Según seguía adentrándome en la carretera de montaña, el paisaje a mi izquierda comenzaba a cobrar interés. Más allá de una zona llana, podía ver las inconfundibles huellas de una gran colada de lava, parcialmente cubierta por el musgo. Aún más allá, a duras penas podía distinguir la irregular silueta de un retorcido cráter volcánico.
La carretera siguió aproximándose oblicuamente a la colada. Hasta que comenzó a bordearla. En algunas ocasiones, llegaba a adentrarse unos metros en el caos de lava y musgo, mientras zigzagueaba rumbo a su destino. El paisaje se había tornado irremisiblemente fascinante.
Finalmente, llegué al corazón de Lakagígar. Más allá del mar de musgo, encaramado en una ladera de un verde algo apagado, un cráter dominaba el horizonte hacia el norte. En cierto modo, fue un poco decepcionante. No estaba ante un monstruo inmenso, como el Katla o el Hekla. Tan solo parecía otro más de las docenas de cráteres que se repartían por la llanura. Quizá un poco más grande y, decididamente, en una posición más elevada, aunque estaba flanqueado por dos montañas aún más altas. En cualquier caso aquel cráter, justo a los pies del monte Laki, era el punto más destacado de la larga fisura.
Me detuve en el aparcamiento que hay 500 metros antes del cráter, con la idea de estirar las piernas y ver si encontraba algún «ranger», al que pedir permiso para volar el dron. En esto último, sin el menor éxito. Entre tanto, hizo acto de presencia un arco iris, formando una hermosa estampa con el volcán. Había salido el sol y el campo había recuperado, como por arte de magia, ese verde rabioso tan característico de Islandia. Fue un espejismo. En un par de minutos llovía con saña. En esas condiciones, no tenía sentido dar una larga caminata por la ladera. Decidí reanudar mi ruta.
Ésta debía llevarme por la F207, completando un anillo hasta reunirme nuevamente con la F206. En realidad, la ruta de Lakagígar es un recorrido circular, donde su bucle final es de dirección única, debiendo hacerse en sentido levógiro. No parece estar señalizado en ninguna parte, pero es “la costumbre”. Lo bueno, es que no te encontrarás ningún vehículo de frente. El problema, que te obligará a atravesar el vado del Varmá. El segundo más complicado de la ruta. En cualquier caso, de momento mi principal preocupación eran los baches, mientras la carretera avanzaba a los pies del Laki y las nubes volvían a abrirse.
En el mirador de Stórasker.
Unos metros más allá, tomé un desvío a la derecha. Una pista se adentraba 400 metros hacia el noroeste, rumbo a un mirador en lo más alto del monte Stórasker. En realidad, no tenía muy claro qué encontraría al final. Por difícil que pueda parecer, di con uno de los lugares más increíbles que jamás ha podido disfrutar en Islandia. El panorama era tan impresionante, que tardé un rato en lograr centrar mi atención en los detalles que me ofrecía un paisaje deslumbrante, ensalzado por las cortinas de agua que avanzaban lentamente entre sus pliegues.
Al oeste, las pálidas aguas del lago Lambavatn creaban un extraño contraste con el oscuro suelo de ceniza circundante. Algo más allá, podía ver algún retazo del Kambavatn y, como telón de fondo, las sucesivas crestas de Fjallabak difuminándose en la distancia.
En dirección contraria, más allá de una gran llanura salpicada con algunos cráteres, cerraba el horizonte un glaciar, parcialmente velado por las nubes. De éstas se descolgaban varias cortinas. ¿Nieve? ¿Lluvia? Desde la distancia, era imposible estar seguro. Tampoco estaba seguro de cuál de las lenguas del gran Vatnajökull formaba el impresionante telón de fondo. Aunque, con bastante probabilidad, se trataría del Síðujökull.
Era más sencillo apreciar el extraño cráter que había hacia el sur. Aunque también resultaba evidente que, más que frente a un cráter, me encontraba ante una sección de la extensa grieta que provocó la erupción de 1783. Con una longitud de 27 kilómetros, aquella fisura acabaría creando una larga sucesión de cráteres, mientras las fuentes de lava llegaron a alcanzar una altura que en la actualidad se estima entre 800 y 1.400 metros. Las crónicas de la erupción que nos dejó Jón Steingrímsson, párroco de Kirkubæjarklaustur durante los Fuegos de Skaftá, están consideradas tanto un clásico científico como una joya literaria. Gracias a él, tenemos una descripción precisa de la evolución de la erupción. Y sabemos que la población de Kirkubæjarklaustur pasó de 613 habitantes a 93. En la actualidad, apenas ha crecido hasta los 176.
En cualquier caso, mi vista preferida estaba hacia el noroeste, donde se extiende Fögrufjöll. Al otro lado de esas montañas hay otra gran fisura, en cuyo fondo está Langisjor, quizá el lago más hermoso de Islandia. Aunque desde mi ubicación era imposible verlo, ser consciente de su presencia me traía hermosos recuerdos, de un mágico día recorriendo el norte de Fjallabak. Por delante de las montañas avanzaba un amplio río. Era el Skaftá, cuyo cauce fue literalmente arrasado por la erupción a la que dio nombre. Se piensa que ésta colmató un antiguo cañón, de 200 metros de profundidad, por el que desaguaba en la llanura costera del sur de Islandia. El resultado es un cauce caótico, que aún no ha logrado definir claramente su salida al mar, dando lugar a una desembocadura triple, con sus brazos más extremos separados por 40 kilómetros de costa arenosa.
El paisaje cambiaba continuamente, al ritmo de la luz y las cortinas de agua. Solo por aquella vista habría merecido la pena toda la larga excursión. Pero esos mismos chubascos que ensalzaban y daban movilidad al entorno, suponían una amenaza. Aún tenía dos vados complicados por delante, ambos en ríos pluviales. Si seguía lloviendo, corría el riesgo de quedarme bloqueado en medio de ninguna parte. Con todo el dolor de mi corazón, tuve que reanudar mi ruta.
Ahora tocaba atravesar una zona de ceniza, por la que fue una auténtica delicia conducir. A mi derecha, los lagos Lambavatn y Kambavatn contrastaban con su oscuro entorno. Al frente, cada vez tenía más cerca las verdes laderas de varios cráteres volcánicos. Todo ello aderezado con varios chaparrones, que se alternaban con los claros de una forma cada vez más caótica.
El cráter de Tjarnargígur.
No tardé en alcanzar mi siguiente destino: Tjarnargígur. De su aparcamiento sale una senda que lleva hasta el cráter, para luego continuar en un recorrido circular de aproximadamente 4.500 metros, por una fisura conocida como Eldborgarfarvegur. En un buen día, habría realizado la ruta larga, pero los chubascos no lo hacían muy aconsejable. Decidí ir únicamente hasta el cráter, recorriendo una cómoda senda que, en parte, ha sido reemplazada por un entablado.
Llegué a Tjarnargígur coincidiendo con un claro entre las nubes. El cráter era completamente irreal, enmarcado por unas laderas cubiertas con musgo de un verde tan intenso que, de no haberlo visto con mis propios ojos, pensaría que era fruto de un filtro de algún programa de retoque fotográfico. El pequeño lago apenas tiene 150 metros de longitud, con una profundidad de 12 metros, pero sus aguas eran de una indudable belleza. Una vez más, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para seguir mi ruta.
En la F207.
Ahora, ésta avanzaba en paralelo a la larga hilera de cráteres que dejó atrás la erupción de 1783. Algunos eran arquetípicos, con formas fácilmente reconocibles. Otros, mucho más retorcidos y atormentados, podían pasar por meras colinas volcánicas. En cualquier caso, las paradas eran continuas. Avanzaba completamente solo por una carretera con un firme y un trazado que, tras dejar el Laki atrás, había mejorado notablemente. Al igual que la tarde, que finalmente parecía ir decantándose por los claros.
Mientras tanto, hacia el oeste, cada vez era más preeminente un monte que me resultaba familiar. Se trataba del mismo Uxatindar que había podido contemplar desde el noroeste, regresando de la excursión a Langisjor. Aunque el ángulo era muy distinto, su característica silueta resultaba inconfundible. Con 864 metros de altura, su cima presidiría buena parte de lo que quedaba de tarde.
El vado del Varmá.
Recorriendo un paisaje de ensueño, llegué casi sin darme cuenta al vado del Varmá. Aquí, no disponía del comodín de ver como lo atravesaba otro coche. Por un lado, desde el aparcamiento de Tjarnargígur no había vuelto a ver otro vehículo. Además, la F207 llega al vado encajonada, sin ofrecer la posibilidad de aparcar en un lateral. Para colmo, el vado también comienza en un pequeño canal, donde no hay muchas opciones. En cualquier caso, me detuve en medio de la carretera y me acerqué a estudiar la situación.
Más allá de repasar mentalmente la ruta que utilizaría para atravesarlo, no saqué nada en claro. El brillo del sol sobre el agua me impedía ver el fondo. Recordaba haber visto un video de un coche fracasando en ese mismo vado, por lo que evitaría atravesar su zona central, ciñéndome lo más posible a la linea de postes que había aguas abajo. Al final, cruzarlo fue un acto de fe. Me lancé a sus aguas sin tener una mínima idea de su profundidad, pero todo salió bien. Había superado el penúltimo escollo de la ruta.
Volví a detenerme al otro lado del vado. El paisaje resultaba de una serenidad asombrosa, con el Varmá zigzagueando lánguidamente hacia el sur, hasta perderse entre los campos de lava. El día seguía mejorando, con una temperatura cada vez más alta y las nubes en franca retirada. A pesar de mis tribulaciones iniciales, la excursión a Lakagígar estaba resultando una auténtica maravilla.
Al sur del Varmá.
La siguiente parada estaba apenas unos metros más allá, junto a un diminuto cráter sin nombre, en el que han dispuesto una pasarela de madera que permite asomarse a su interior. Éste resultó estar formado por un cilindro de lava solidificada, con su fondo repleto de musgo. En una esquina, se abría una pequeña oquedad, que parecía conducir a pasajes más profundos. En cualquier caso, la parte inferior del cráter era inaccesible.
Por lo demás, el Uxatindar seguía dominando el horizonte, ahora hacia el noroeste, precedido por el cañón de Snægil. Tras atravesar la llanura al sureste de Fögrufjöll, el Skaftá se encajona entre sus paredes, antes de volver a desparramarse por el amplio valle de Úlfarsdalur, cuyo borde oriental acababa de atravesar.
Después, la carretera comenzó a atravesar el campo de lava, zigzagueando entre el musgo y las extrañas formaciones. El Uxatindar acabó desapareciendo tras el horizonte, poco antes de llegar al cruce de la F207 con la F206. Aunque había completado el círculo, aún tenía por delante un par de vados de cierta entidad. Mientras tanto hacia el este, más allá de las suaves colinas, ahora era el Vatnajökull quien comenzaba a adueñarse del horizonte.
A las tres estaba nuevamente frente al vado del Hellisá. El nivel de agua parecía algo mayor que cuando lo había atravesado en sentido contrario. Al menos, no podía ver uno de los maltrechos postes que marcaban la ruta a seguir. En cualquier caso, el reflejo del sol me impedía apreciarlo claramente. Sin más opción que atravesar el río, no tenía mucho sentido demorar la decisión. Me lancé al río para, treinta segundos más tarde, salir por su otra orilla. El agua había superado holgadamente el quicio inferior de las puertas del coche, pero no había penetrado en su interior. Y, lo que era más importante, tampoco había llegado a la toma de aire del motor. Superado el peor vado de la ruta, podía respirar tranquilo.
Un desvío hasta Fagrifoss.
Para celebrarlo, me desvié hasta Fagrifoss. Nombre que se traduciría al español como «Cascada Hermosa». Y realmente lo era. El salto de agua de 80 metros, por el que se despeña el Geirlandsá, formaba una bella estampa, con sus aguas divididas en dos brazos. Tras desplomarse por el abismo, ambos acaban deslizándose por la pared de roca, creando una escena tan dinámica como atractiva, que ofrece innumerables oportunidades fotográficas. Fue una lástima que acertara a llegar a la cascada con el sol brillando en el cielo hacia el oeste, creando fuertes contraluces. Si vas en un día despejado, quizá sea mejor visitarla por la mañana, con el sol iluminándola de frente.
Después, atravesé el vado del Geirlandsá. El último con un mínimo de dificultad en la ruta. Más por su fondo, lleno de grandes piedras, que por el nivel de agua. Seguí avanzando hacia el sur, recorriendo un paisaje que, sin alcanzar la espectacularidad de Lakagígar, no estaba falto de interés. Los descarnados campos aún mantenían su verdor, pero comenzaban a mostrar indicios de la inminencia del breve otoño subártico.
El día seguía abriendo y, hacia el este, cada vez era más visible el Vatnajökull. O, siendo más preciso, el Öræfajökull, el glaciar que forma su parte meridional. En realidad, éste sería un glaciar independiente, al encontrarse a mayor altitud que el Vatnajökull. Aunque, al componer ambos una superficie de hielo continua, el más reducido Öræfajökull suele ser ignorado, integrándolo en su hermano mayor.
Dejando atrás las Tierras Altas.
Me acercaba al final de mi ruta por la F206, pero aún haría un par de pausas. La primera en Selárfoss, una extraña cascada en el río Selá. Tan cerca de la carretera, que es posible pasar a su lado sin apreciar sus auténticas dimensiones. La cascada más bien parece un largo tobogán rojizo, por el que se desliza el río poco antes de unir sus aguas con las del Fajará, para después encaminarse juntos hacia el extraño Fjaðrárgljúfur.
Mientras daba un pequeño paseo, buscando el ángulo adecuado para hacer una fotografía, podía ver a lo lejos una amplia llanura grisácea, cuyo límite se confundía con la aún más lejana costa. Se trataba de Eldhraun, el enorme campo de lava creado por la erupción del Laki. En cierto modo, aquella vista era el epílogo perfecto para un día recorriendo las huellas de la erupción de 1783. Aunque, observando con más detenimiento, también podía apreciar varias personas (más de las que había visto en toda mi larga excursión por las Tierras Altas) caminando sobre unas praderas más próximas a mi posición. Estaban recorriendo los senderos de Fjaðrárgljúfur, uno de los lugares más visitados de Islandia. Regresaba a la Islandia más turística.
Aquello propició la última pausa del día. Aprovechando que aún había bastante luz y que la F206 pasa junto al poco conocido aparcamiento superior de Fjaðrárgljúfur, realizaría una breve visita al cañón. La idea era complementar las fotos que tenía del lugar de mis dos anteriores visitas, en verano e invierno. No lo logré. El sol estaba demasiado bajo, creando fuertes contraluces, yo demasiado cansado, tras una jornada tan larga como intensa, o ambas cosas simultáneamente.
En cualquier caso, tampoco me importó demasiado. A las seis de la tarde regresaba al asfalto, dando por finalizada mi larga excursión por Lakagígar. Por fin había logrado conocer uno de los espacios más fascinantes de Islandia, en una jornada extraordinaria. Una buena muestra de lo que puede llegar a dar de sí un día en Islandia, viviendo una pequeña aventura mientras visitaba paisajes de una belleza increíble, cráteres volcánicos de formas imposibles y hermosas cascadas. Regresé al hotel satisfecho, sin sospechar que aquella jornada tan solo sería un aperitivo de lo que la Tierra de Hielo me tenía reservado para la siguiente mañana.
Para ampliar la información.
En inglés, Epic Iceland tiene una buena entrada sobre la ruta: https://epiciceland.net/laki-craters-complete-guide/.
En The Photo Hikes describen una excursión a Fagrifoss: https://thephotohikes.com/fagrifoss-the-beautiful-waterfall/.
Encyclopedia of the Environment tiene un interesante artículo sobre la erupción del Laki: https://www.encyclopedie-environnement.org/en/society/laki-fissure-eruption-1783-1784/.
Y medievalist.com otro sobre los escritos de Jón Steingrímsson: https://www.medievalist.com/articles/strongjn-versus-the-volcano-an-eighteenth-century-icelandic-priests-account-of-a-moment-of-crisisstrong.