En mi plan inicial estaba entrar al centro de visitantes del parque nacional, que había encontrado cerrado en 2017. Por segunda vez, no pudo ser. Cuando llegué acababan de cerrar. Como ya se había convertido en costumbre durante mi viaje invernal por Islandia, iba con retraso. Me dirigí directamente al cercano mirador de Hakid. La vista era hermosa, pero se hizo evidente que el atardecer no estaría a la altura de mi visita en verano. El cielo estaba completamente cubierto de nubes, que ocultarían el sol del ocaso. Para compensar, un grueso manto blanco tapizaba el paisaje. Hacia el sureste, las oscuras aguas del vecino lago Þingvallavatn contrastaban con el blanco de la nieve. Al norte del lago, podía ver la diminuta iglesia de Þingvellir, que remonta sus orígenes al siglo XI. Aunque no estaba completamente solo, la mayor parte de los escasos visitantes que quedaban se estaba marchando. Al menos, podría volver a recorrer Þingvellir con tranquilidad.
Tras unos minutos en el mirador, me encaminé a la rampa que desciende a la gran falla de Almannagjá. Una vez más, la sensación de estar en el lugar en el que se encuentran dos continentes, con la placa americana a mi izquierda y la europea a la derecha, era tan extraña como sobrecogedora. Curiosamente hasta 1967, la carretera 36, entonces una pista de tierra, recorría el fondo de la falla por el mismo camino que hoy en día utilizamos los visitantes del parque. En aquella época, la actual rampa de madera también era una pista. Pero en 2011 apareció un gran agujero en el suelo, que resultó tener 10 metros de profundidad, obligando a construir la pasarela por la que actualmente se hacen los primeros metros de descenso a Almannagjá.
Una vez en el fondo de la amplia fisura, las diferencias con el verano se hicieron más evidentes. El paisaje era prácticamente monocromático. El contraste entre las oscuras paredes de roca y la nieve que cubría todas las superficies horizontales era tan intenso que anulaba la percepción de cualquier otro color. No me atrevería a decir que el lugar fuera más hermoso que en verano, pero si era decididamente distinto. Almannagjá es uno de los pocos lugares del mundo en los que se camina por una falla tectónica entre dos continentes, pisando la corteza oceánica. La falla se abre una media de dos centímetros al año. Lo cual no implica que el ritmo sea constante. Al contrario, la tensión se va acumulando, liberándose en terremotos. El más reciente en 2008. Aunque su epicentro estuvo fuera de Þingvellir, los efectos fueron evidentes en Almannagjá y se piensa que fue el responsable de la gran oquedad que se descubrió bajo la pista dos años más tarde.
En unos minutos llegué a Drekkingarhylur, la poza que, hasta bien entrado el siglo XVIII, fue utilizada para ahogar a las mujeres condenadas a la pena capital. Una práctica que fue derogada oficialmente en 1838. De no haber conocido previamente el lugar, Drekkingarhylur podría haber pasado completamente inadvertida. La poza estaba completamente congelada y cubierta de nieve, por lo que era prácticamente indistinguible del paisaje circundante. Únicamente en su extremo oriental, algún corto tramo del curso del río Öxará dejaba ver su reducido caudal asomando entre el hielo.
A partir de Drekkingarhylur, Almannagjá está ocupada en buena parte por el curso del río Öxará, por lo que la senda se desvía hacia la derecha, siguiendo unos 650 metros por campo abierto, al este de la falla. Mirando hacia el sureste se puede ver, junto a un pequeño bosque de coníferas, la iglesia de Þingvellir. Según el Heimskringla, en el año 1015, poco después de la cristianización de Islandia, el rey de Noruega envió un cargamento de madera para construir una iglesia en el lugar. No se sabe qué ocurrió con aquel primer templo. El que ha llegado a nuestros días es de 1859, aunque el campanario es de 1907. Tres sendas, la primera de las cuales parte desde cerca del extremo meridional de Almannagjá, llevan a la iglesia. Estaba entre los lugares de Þingvellir que quería visitar, pero mi retraso en llegar lo hizo imposible. Ni yo tenía tiempo, ni la iglesia estaba abierta.
Finalmente, llegué junto a un grupo de coníferas. Justo antes del pequeño bosque, un sendero se desvía a la izquierda y conduce de nuevo a Almannagjá, al norte del lugar en el que el Öxará se precipita en la falla. Sin ser tan impresionante como la comprendida entre el centro de visitantes y Drekkingarhylur, recordaba esa parte de la falla como una hermosa pradera verde, encajonada entre dos paredes de roca, con una plataforma de madera recorriéndola. Como era de esperar, ahora todo estaba cubierto por un manto blanco, que aquí era especialmente espeso. Hasta la senda de madera estaba completamente cubierta, a pesar de que era evidente que alguien había estado limpiándola de nieve.
Tras unos minutos andando hacia el sur, llegué a Öxarárfoss, la cascada por la que el Öxará se precipita desde lo alto de la placa norteamericana al fondo de Almannagjá. Öxarárfoss estaba casi completamente congelada. La única excepción era un débil caño de agua, que aparecía fugazmente cerca de su extremo septentrional, para desaparecer de nuevo entre el hielo de la base de la cascada. El resto de Öxarárfoss era un bloque helado, lleno de caprichosas formas parcialmente cubiertas por la nieve. Además de la extraña belleza de la cascada, me llamó la atención su anchura, muy superior a la que recordaba del verano.
El río, en invierno convertido en un arroyo, pasaba bajo las grandes rocas que hay a los pies de Öxarárfoss para, tras girar hacia el suroeste, seguir durante medio kilómetro por el fondo de Almannagjá, camino de Drekkingarhylur. La mayor parte de su cauce estaba cubierto por el hielo y la nieve, dejando tan solo algunos breves tramos en los que el agua era visible. Tras llegar a Almannagjá, el Öxará vuelve a girar brevemente, ahora hacia el sureste, adentrándose en la placa europea. Casi de inmediato gira por tercera vez, para terminar desembocando en el lago Þingvallavatn. Creo que, a pesar de tener un cauce de tan solo 17 kilómetros, es el único río del mundo que recorre dos placas continentales.
Comencé el regreso. El atardecer avanzaba, con la incipiente oscuridad acentuada por la capa de nubes. El cielo se llenaba lentamente de sutiles tonos grises y dorados, mientras el paisaje se presentaba cada vez más apagado. Tras dejar atrás Drekkingarhylur, di un pequeño rodeo hacia el este para visitar Lögberg, la Roca de la Ley, el emplazamiento del parlamento de Islandia durante la Edad Media. En realidad, se desconoce su auténtica ubicación, difícil de concretar en un lugar con una geología tan cambiante. El candidato más probable está marcado con un mástil, en el que suele ondear la bandera de Islandia. En este lugar, en Mayo de 1944, se proclamó la independencia de la isla, hasta ese momento un estado soberano pero dependiente de Dinamarca.
Recorrí el resto de Almannagjá en medio de un silencio sepulcral, bajo un cielo que se oscurecía lentamente. Mientras ascendía la rampa que lleva al centro de visitantes, me detuve para echar la vista atrás y despedirme del hermoso lugar. En ese momento descubrí que, en aquella ocasión, no era el último visitante de Þingvellir. Un grupo de cuatro personas venía andando por la falla, aproximadamente a 300 metros de distancia.
Antes de irme, hice una última visita al mirador de Hakid, desde el que contemplé de nuevo el paisaje, cada vez más en penumbra, del lago Þingvallavatn. Para mi sorpresa, el cielo tenía un hermoso tono anaranjado. Contra todo pronóstico, las nubes se estaban dispersando hacia el suroeste y el sol había encontrado un hueco por el que iluminar su parte inferior. Metido en el fondo de la falla, con la cornisa de la placa norteamericana, la más elevada, ocultando el horizonte, ni me había dado cuenta. No fue una gran puesta de sol, pero si una hermosa forma de despedirme de Þingvellir.
En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver todo mi primer itinerario invernal por Islandia.
En Naturaleza y Viajes se puede consultar una buena página sobre la zona: https://naturalezayviajes.com/parque-nacional-thingvellir-islandia/.
En El Blog de Islandia hay una entrada sobre Þingvellir desde el punto de vista histórico: https://www.elblogdeislandia.com/thingvellir-primer-parlamento-de-islandia/.
En inglés, muy recomendable visitar Arctic Adventures: https://adventures.is/iceland/attractions/thingvellir/.
También, la página sobre Þingvellir en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/jorunnsg/ingvellir-national-park.
La web Hit Iceland tiene una entrada sobre el parque nacional en https://hiticeland.com/places_and_photos_from_iceland/þingvellir.
En https://notendur.hi.is/oi/geology_of_thingvellir.htm hay una completa explicación sobre la geología del lugar.
Por último, la página oficial del parque nacional está en http://www.thingvellir.is/english.aspx. Muy recomendable.
¡Hola! Estamos planeando nuestro viaje a Islandia para el mes de diciembre de este mismo año, y estamos siguiendo muchos de los consejos de tu blog. Nuestra intención es visitar el Círculo Dorado en un día, partiendo desde Reikiavik y acabando en Selfoss. ¿Cuánto tardaste, más o menos, en visitar el parque de thingvellir? Y, sobre todo, ¿da tiempo para visitar el Círculo entero en un día, teniendo en cuenta las horas de sol? Muchas gracias
Hola Marta.
Yo hice todo este recorrido en un día: https://depuertoenpuerto.com/invierno-en-el-circulo-dorado/
Pero debes tener en cuenta varias cosas:
Ya conocía la zona, por lo que tenía claro dónde ir y qué podía saltarme.
Lo hice en febrero, con días más largos que en diciembre.
Iba solo. El tiempo te cunde más.
Por último, cuando viajo en invierno a Islandia hago «jornada intensiva». Es decir, no paro para comer.
Si a todo esto añades el estado en el que estén las carreteras, puede que no os de tiempo.
Respecto a Þingvellir, calcula entre 2 y 3 horas, solo para la zona central (Almannagjá y Öxarárfoss), si quieres verlo con un mínimo de calma. El lugar lo merece.