Autor invitado
En conmemoración del tercer centenario del nacimiento de Immanuel Kant, nos vuelve a visitar Teilhard Dupuy. En esta ocasión, para disertar sobre el concepto filosófico de lo sublime y su posible relación con Islandia y las pasiones personales.

Nuestras vidas transcurren de puerto en puerto. Puntos de tierra firme, que enmarcan el interregno de la azarosa travesía en que estas consisten. En palabras de Hans Blumenberg “El hombre conduce su vida y levanta sus instituciones sobre tierra firme. Sin embargo prefiere concebir el movimiento de su existencia, en su conjunto, mediante la metafórica de la navegación arriesgada”. Y sigue diciendo “Lo que mas temen los navegantes es la bonanza y que desean viento aun a riesgo de enfrentarse a una borrasca. Las pasiones son, entre los hombres, los vientos necesarios para poner todo en movimiento, por mucho que en ocasiones provoquen tormentas y arrebatos”. Concluye diciendo “El puerto no es una alternativa al naufragio; es el lugar en el que se esfuma la felicidad de la vida”.

Esos vientos soplan con fuerza en Islandia y en ningún otro sitio la tierra es menos firme. Schopenhauer, profundizando la metafórica nos dice en su obra magna: “En alta mar en medio de la borrasca, en ese momento alcanza la evidencia máxima, en el espectador no perturbado de esta escena, la duplicidad de su conciencia: comprende, por una parte, que es individuo, fenómeno contingente de voluntad, a quien el menor golpe de aquellas fuerzas podría destrozar, se siente desvalido contra la poderosa naturaleza, dependiente, abandonado al azar; átomo, imperceptible frente a las fuerzas colosales; pero al mismo tiempo se siente sujeto, imperturbable e inmortal del conocimiento que como condición del objeto, es el fundamento de todo este mundo; comprende que esta lucha aterradora de la naturaleza, no es más que su representación, y en la tranquila contemplación de las ideas, está por encima de toda voluntad y de toda miseria” . Lo sensible deja paso a lo “sublime”. El agua de ese mar ha dejado atrás su estado físico y ha pasado al estado psíquico. Se ha sublimado.

Si la filosofía es la reflexión sobre los conceptos, el de “sublime” tiene un largo recorrido. Ya en la antigüedad griega Longino escribió el tratado “Sobre lo sublime” y también Aristóteles se ocupó de este concepto. En el siglo XVIII Edmun Burke escribió su “Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello” diferenciando entre lo que es bien formado y placentero y aquello que tiene la capacidad de destruirnos. Por ello lo sublime solo nos producirá placer si lo contemplamos desde la seguridad de una cierta distancia, es decir desde un puerto seguro; la cascada desde un mirador, el mar embravecido sobre el acantilado, el glaciar en la distancia, el discurrir del magma desde lo alto de la colina. Immanuel Kant, del que celebramos su tercer centenario, también se ocupo del concepto de lo “sublime” en su obra “Critica del juicio”. Lo llama placer negativo, pues nos produce atracción y rechazo a un mismo tiempo. Produce un sentimiento de suspensión de las facultades vitales seguida inmediatamente de desbordamiento de las mismas, y así dice: “Lo bello de la naturaleza se refiere a la forma del objeto, que consiste en su limitación; lo sublime, al contrario, puede encontrarse en un objeto sin forma, en cuanto en él, u ocasionada por él, es representada ilimitación“.

Para Frederich Schiller, el famoso filosofo y poeta alemán autor de la Oda a la Alegría, en sus “Cartas para la educación estética del hombre” se trataría de un sentimiento que nos permite liberarnos del mundo sensible, y que se componte de un estado aflictivo y otro dichoso. La originalidad de Schiller es que considera que lo sublime es prueba de nuestra autonomía moral. Conocemos lo peligroso y aterrador de la naturaleza, pese a lo cual nos sentimos atraídos y somos capaces de disfrutar de ello. El hombre se ha sometido sus miedos y siente capaz de disfrutar de lo aterrador, incluso ha hecho de ello un fenómeno turístico.

Por su parte el también reconocido poeta y filosofo alemán Henrich Heine, nos cuenta la historia de una remota isla no muy lejos del polo norte, a la que fue empujado un ballenero ruso por una violenta tormenta. Alli habitaba un anciano corpulento con un águila envejecida y una cabra. Entre la tripulación había algunos griegos que comentaron en su idioma que aquel debia ser un fantasma o un demonio malo. El viejo, que les entendió, frunció el ceño y dijo que no era ni una cosa ni otra sino un desgraciado que había conocido tiempos mejores y que vivia alli desde tiempos inmemorables refugiándose de sus despiadados enemigos. Quiso interesarse por la situacion de Grecia y preguntó por varias ciudades notables pero eran desconocidas para la tripulación. Del mismo modo a él le eran desconocidas las ciudades que le refirieron los marineros. Lo que más asombro les causaba es que el viejo conociera con sumo detalle toda la geografía de Grecia hasta sus mas pequeños accidentes. Entonces este les pregunto por un viejo templo que en su día, según decía, fue el más hermoso de Grecia y lo describió con todo lujo de detalles. Solo el grumete pareció reconocer ese sitio pues había nacido cerca. Dijo que el lugar de que hablaba el viejo estaba en ruinas, que había grandes bloques de mármol derribados por el suelo y cubiertos de vegetación pero una columna se mantenía en pie. Tenían grabadas escenas de juegos y combates muy bellas. Su padre le había dicho que hacia mucho tiempo había vivido alli un malvado dios pagano que hacía celebraciones orgiásticas y bácanales y que la artesa donde abrevaban los cerdos era donde se recogía la sangre de los sacrificios. Tal fue el malestar y enfado del anciano al oír esas palabras que los marineros intimidados decidieron volver al barco. Cuando relataron lo acaecido a un profesor de filosofía de la universidad de Kazan que viajaba con ellos, este con cara maliciosa les dijo que ese anciano en realidad era el viejo dios Jupiter hijo de Saturno. Heine con esta metáfora, nos quiere indicar como los antiguos dioses paganos han sido relegados de nuestro mundo, pero no han desparecido sino que perviven en lugares remotos como Islandia, junto a otros seres mitológicos como los Elfos y las Ondinas, añorando los viejos y sublimes tiempos dionisiacos.

Max Weber el filosofo y sociólogo alemán, ha querido mostrarnos el camino en que esos viejos dioses podrían regresar. En su «Ética protestante y espíritu del capitalismo” nos muestra como se ha impuesto en toda nuestra sociedad un mundo ascético de responsabilidad y trabajo donde prima el “homus económicus” que tan infelices nos hace. Sin embargo advierte de un pequeño resquicio, un atisbo de esperanza, para la vuelta de esos dioses paganos. Una regreso en forma de valores o pasiones de todo tipo cuya potencia no está en su resultado económico, como si de otro “fetiche” mas se tratara, sino en la satisfacción de un íntimo anhelo personal que justifican una vida. Así una pasión por la ciencia, la investigación o el estudio, o por una labor profesional o por el arte o porque no, por una actividad fotografía. Esas pasiones han de ser individuales y convivirán las de los unos con las de los otros en pequeñas comunidades pues así florecen y se desarrollan mejor. El profesor Villacañas ha acuñado el termino de “sublime psíquico “ para referirse a ellas.Finalizamos indicando que bien podríamos ver un ejemplo de ese “sublime psíquico” en la figura de Don Quijote. Un personaje cervantino vive a caballo entre lo sensible y lo imaginario, alejado del ascetismo económico, su vida se sacrifica persiguiendo un ideal. Vive apasionadamente su vacación de caballero andante y su naturaleza no es del todo humana sino que como un semidios sale indemne de los mas graves descalabros sin apenas consecuencias. Y siendo así, vive su vacación plenamente integrado en la comunidad de los “caballeros andantes”. Quizás no sea casualidad que Cervantes situara su ultima novela, “Los trabajos de Persiles y Segismunda” en una isla tal que bien pudiera ser Islandia.